Símbolos proféticos en el libro de los Salmos

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Primera parte

Texto clave: Apocalipsis 14: 1

 Enfoque del estudio: Salmos 15; 24; 51; 122.

 Introducción.

 En el corazón de la Biblia, los Salmos contienen testimonios acerca de la oración y el culto del antiguo Israel. No solo los sacerdotes oran; el pueblo de la tierra, los poetas y los reyes cantan alabanzas al Creador y Salvador. Pero también lloran y claman al Señor mientras anhelan su juicio y su salvación. Entre estos salmos que reflejan el sufrimiento del antiguo pueblo de Israel, podemos encontrar también destellos proféticos relativos al fin de los tiempos, cuando el gran Juez vendrá finalmente en respuesta al anhelo de las naciones. De allí que numerosos biblistas han señalado el carácter escatológico de esos salmos.

En las próximas dos lecciones, buscaremos en estos poemas y cantos sagrados mensajes que nos hablen a quienes vivimos en el tiempo del fin. Reflexionaremos acerca de nuestro sufrimiento, nuestras frustraciones y nuestras experiencias dolorosas en respuesta al silencio de Dios. Anhelaremos la paz en los momentos de angustia y de guerras. Lloraremos con el pueblo de los salmos. Pero también seremos consolados y fortalecidos en nuestra esperanza al conocer la realidad y la certeza de la promesa de Dios. En respuesta a ello, adoraremos al Señor, pues comprenderemos mejor la profundidad y el significado del anhelo de Israel y, lo que es aún más importante, descubriremos hasta qué punto los cánticos de estos poetas y sacerdotes son pertinentes para quienes vivimos en el tiempo del fin.

COMENTARIO

 Hemos elegido cuatro salmos para este viaje al corazón mismo del mensaje profético: El Salmo 122, por su intenso y conmovedor llamamiento: «Oren por la paz de Jerusalén» (Sal. 122: 6); los Salmos 15 y 24, porque ambos se ocupan del interrogante acerca de la ausencia del Señor y formulan las mismas desafiantes preguntas: «¿Quién residirá en tu santo monte?» (Sal. 15: 1), «¿quién subirá al monte del Señor?» (Sal. 24: 3); y el Salmo 51, por su trémula súplica ante la presencia del Señor en su Templo: «Señor, crea en mí un corazón limpio» (Sal. 51: 10).

Salmo 122: La paz de Jerusalén. Aunque el Salmo 122 es atribuido a David, muchos eruditos bíblicos han cuestionado esta conexión basándose en la referencia a la «casa del Señor» (Sal. 122: 9). Argumentan que David no pudo haber mencionado «la casa del Señor», es decir, el Templo de Jerusalén, pues este aún no había sido construido en sus días. Sin embargo, el Tabernáculo era llamado a menudo «la casa del Señor» (1 Sam. 1: 7, 24; Juec. 19: 18) en la época de David. Además, el argumento de esos eruditos pasa por alto el hecho de que el monte Moria, que habría de convertirse en el emplazamiento del templo de Jerusalén, es designado como «el monte del Señor» muy temprano en la historia bíblica (Gén. 22: 14). Por lo tanto, las designaciones «la casa del Señor» y «Jerusalén» deben entenderse en un sentido espiritual que trasciende la época de David. Mientras que David oraba por la paz de Jerusalén, se nos inspira a soñar tipológicamente con la Jerusalén espiritual desde la cual la paz y el juicio irradiarán hacia los confines del mundo como una bendición para las naciones (Gén. 22: 17, 18; comparar con Gén. 12: 3).

El hecho de que el guerrero David pensara en la paz de Jerusalén implica que el mundo estará en guerra contra la Jerusalén espiritual. El profeta tiene en vista el acontecimiento del «Armagedón» tal como se predice en Apocalipsis 16: 16 y en Daniel 11: 45. El nombre Armagedón, que significa «monte de reunión», se refiere al monte del Señor, donde el pueblo de Dios se reúne para adorar. Esta «reunión» se refiere también a la reunión de las potencias que vendrán a atacar al pueblo de Dios. La expresión «monte del Señor» representa tipológicamente la Sion, o Jerusalén, espiritual. David ve proféticamente que la paz del mundo depende de la paz de la Jerusalén espiritual. Por eso nos exhorta a orar por esa paz, de la que dependen la paz, la bendición y la salvación del mundo.

Salmos 15 y 24: El monte del Señor. En los Salmos 15 y 24, David formula una pregunta que se refiere al mismo acontecimiento, es decir, a la ocupación del «Monte Santo», la Nueva Jerusalén celestial. Sin embargo, la respuesta a esa pregunta es diferente en ambos salmos. En el Salmo 15, la atención se centra en el plano humano y en la preocupación por el pueblo de Dios. La descripción de los justos contrasta aquí con la descripción de los impíos que en el salmo 14 persiguen al pueblo de Dios (Sal. 14: 4), identificado como «el linaje de los justos». El pueblo de Dios busca «refugio» en el Señor (Sal. 14: 5, 6) y anhela su salvación, que vendrá «de Sion» (Sal. 14: 7).

El Salmo 15 continúa en la misma línea, y surge entonces la pregunta: «¿Quién residirá en tu santo monte?» (Sal. 15: 1). Para responder esta pregunta, el salmista se refiere al pueblo de Dios, que, en contraste con los impíos del salmo anterior, vive en armonía con ciertos principios de conducta que equivalen a los Diez Mandamientos: algunos son positivos (Sal. 15: 2), y otros son negativos (Sal. 15: 3-5). El primero de esos principios abarca a todos los demás: «El que anda en integridad» (Sal. 15: 2). La palabra hebrea así traducida (tamim) tiene una connotación de inocencia o ausencia de suspicacia y sugiere una religión veraz, en la que no hay falsedad ni doblez. La religión del pueblo de Dios se basa en el respeto reverente hacia el Señor, un concepto que aparece en el centro del salmo (ver Sal. 15: 4). Nótese también que estos principios son esencialmente de orden ético y se refieren al trato que damos a los demás y al comportamiento inaceptable: mentir (Sal. 15: 2), calumniar (Sal. 15: 3) y engañar (Sal. 15: 5).

El Salmo 24 complementa al 15. Mientras que el 15 presenta una perspectiva existencial, el Salmo 24 muestra un enfoque cósmico articulado en tres secciones. El salmo comienza con una afirmación del Dios de la Creación que gobierna el universo (Sal. 24: 1, 2) y hace luego un llamado a la adoración mediante la pregunta: «¿Quién subirá al monte del Señor?» (Sal. 24: 3). En los Salmos, la adoración es generalmente una respuesta humana a la Creación de Dios (Sal. 95: 6; 100: 1-3). La segunda sección (Sal. 24: 3-6) responde la pregunta del Salmo 24: 3 al subrayar que solo quien es «limpio de manos y puro de corazón» y no ha incurrido en la idolatría puede subir al monte del Señor, es decir, a adorar (Sal. 24: 4). El salmo no se refiere aquí a un ideal de perfección absoluta. Más adelante, se describe a estos adoradores como «la generación del que lo busca [al Señor]» (Sal. 24: 6).

La tercera sección (Sal. 24: 7-10) trata acerca de la venida del Rey de gloria. Aquí se representa a Dios como un guerrero victorioso, «poderoso en batalla» (Sal. 24: 8), que ha derrotado a las fuerzas del mal y del caos, restaurando así el orden de la Creación. En otras palabras, el ideal religioso del pueblo de Dios, que espera la salvación de Sion, es a la vez vertical y horizontal. Este ideal está compuesto por la fe personal en el Dios invisible y la esperanza en el reino venidero; por lo tanto, es a la vez discernidor (imparte sabiduría) y apocalíptico.

Salmo 51: Un corazón limpio. Según el encabezado del Salmo 51, esta oración debió ser escrita por David cuando el profeta Natán lo confrontó por su pecado. Pero esta oración también puede entenderse e interpretarse como una súplica típica de cualquier persona consciente de su iniquidad y deseosa de encontrarse con nuestro Dios cercano.

 La oración comienza con el clamor de David pidiendo perdón a Dios, con una apelación a su misericordia a causa de sus «transgresiones» (Sal 51: 1). A continuación, el salmo se divide en dos partes. La primera (Sal. 51: 1-9) es una súplica a Dios para que borre sus «transgresiones», que lo separan de Dios. Aquí se describe a Dios como misericordioso (Sal. 51: 1), el Dios de la «verdad» (Sal. 51: 6) y que oculta su rostro (Sal. 51: 9). El pecado es tan grande y profundo que se utilizan todas las designaciones de la transgresión: jet’, «pecado»; pesha’, «rebelión»; y awon, «iniquidad». Para dar cuenta de la magnitud de su falta, el poeta utiliza una imagen hiperbólica: su pecado se origina desde el momento de su concepción en el vientre de su madre (Sal. 51: 5). Por lo tanto, la única manera que tiene de acercarse a Dios y recuperar su relación con él es que su pecado desaparezca, como si nunca hubiera ocurrido. En esta primera sección, las palabras clave que expresan esta idea de borrar puntúan la oración: «borrar» (Sal. 51: 1, 9), «lavar» (Sal. 51: 2, 7), «limpiar» (Sal. 51: 2) y «purificar» (Sal. 51: 7).

La segunda parte del salmo (vers. 10-19) se concentra en la idea de renovación. Las palabras clave son «crear», «renovar», «restaurar» y «reedificar». Dios es descrito como Creador (vers. 10, 12, 15) y Salvador (vers. 14). El salmo concluye con la visión de «las murallas de Jerusalén» y del sacrificio aceptado por Dios (vers. 18, 19).

APLICACIÓN A LA VIDA

1. A la luz de la lección de esta semana, reflexiona acerca de las siguientes preguntas: ¿Qué significa para nosotros hoy el llamamiento del salmista a «orar por la paz de Jerusalén»? ¿Qué debemos hacer para lograrla?

2. Medita acerca de la recomendación de Jesús de orar a nuestro Padre de lo Alto: «Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mat. 6: 10). Date cuenta de que esta oración no trata simplemente de una solución espiritual a nuestro mundo problemático. Esta oración trata de la venida de Jesús para transformar el mundo.

3. ¿Por qué nuestra esperanza en la venida del Señor, la preocupación por las señales de los tiempos, los acontecimientos sensacionales que se desarrollan en el mundo y nuestro deseo de prepararnos para el Reino de Dios deberían complementar nuestro trabajo personal de crecimiento y desarrollo de nuestro carácter como cristianos? ¿Por qué los sentimientos y los pensamientos de nuestros corazones deben corresponder también con nuestros ideales acerca del Reino? Dialoga con tu clase acerca de por qué nuestro esfuerzo religioso en pro de la santificación y nuestro ideal de santidad deberían hacernos más sensibles hacia nuestro prójimo y éticos en nuestro trato con ellos.

4. Actividad: Como vivimos en tiempos de guerras en todo el mundo, tenemos que aprender a orar por la «paz de Jerusalén», lo que significa que la paz del mundo debe formar parte de nuestra preocupación. Organiza una semana de oración para orar por la paz en la Tierra. Aprende a desarrollar empatía por las personas que sufren en condiciones de guerra.

Segunda parte

Texto clave: Salmo 67: 3, 4.

Enfoque del estudio: Salmos 46; 47; 67; 75.

Introducción

Los salmos seleccionados la semana anterior se centraron en el pueblo de Dios y en su preparación para la venida del Señor. La lección trataba acerca de sus desafíos y luchas relacionados con la vida personal, de la necesidad de un arrepentimiento profundo y radical, de una transformación completa del corazón. Esos salmos también advertían al pueblo de Dios, como comunidad de fe, del enemigo exterior, que en momentos de dura persecución les acarreaba problemas difíciles de sobrellevar.

 Los cuatro salmos seleccionados esta semana dirigirán nuestra atención hacia Dios:

El primero de ellos presentará a Dios como «nuestro amparo», quien nos consuela y tranquiliza, como aquel que nos traerá «auxilio en las tribulaciones» (Sal. 46: 1).

El segundo salmo nos llenará de regocijo porque Dios «nuestro Rey […] es el Rey de toda la tierra» (Sal. 47: 6, 7).

El tercer salmo profundizará este júbilo transformándolo en gratitud porque Dios ha respondido a nuestro clamor. Dios ya no es solo aquel a quien reiteramos nuestras súplicas para obtener liberación, ni simplemente aquel a quien nos quejamos para desahogar nuestra frustración, porque «en la sede del derecho hay impiedad. En lugar de la justicia, iniquidad» (Ecl. 3: 16). En última instancia, Dios es el Juez que traerá la justicia al mundo y finalmente restaurará el orden (Sal. 75: 7, 10).

El cuarto y último salmo es el cumplimiento de la bendición sacerdotal. Dios, lleno de misericordiosas bendiciones, está en medio de su pueblo (Sal. 67).

COMENTARIO Salmo 46: Dios es nuestro refugio

Este salmo es atribuido a los «hijos de Coré», levitas (1 Crón. 6: 16, 22) responsables de la música en el Templo. Esta información puede explicar la referencia al Templo como «la santa morada del Altísimo» (ver Sal. 46: 4). Según el salmo, los peligros que se encuentran aquí son de una doble naturaleza. No son solo de orden natural, como en una especie de terremoto cósmico en el que intervienen elementos terrestres y acuáticos. También las montañas son sacudidas (Sal. 46: 3) y los montes son arrojados al fondo del mar (Sal. 46: 2). Los peligros cataclísmicos se deben también al violento ataque de los enemigos humanos, como vemos en la frase «braman las naciones». Su furia cataliza un movimiento paralelo que culmina en el colapso de todos los reinos terrenales (Sal. 46: 6).

 El pueblo de Dios, víctima inmediata de esta doble catástrofe, es identificado como el interlocutor del salmo, que encarna su reacción ante la catástrofe apocalíptica: «No temeremos» (Sal. 46: 2). A la doble embestida de la naturaleza y de las naciones, el pueblo de Dios responde con una doble defensa que proviene tanto de la naturaleza como de Dios. Por un lado, el río de la Ciudad de Dios trae alegría (Sal. 46: 4). Este río caudaloso evoca las aguas curativas que brotan de la Nueva Jerusalén y los ríos que manaban del Jardín del Edén (Gén. 2: 10). La misma imagen reaparece en Apocalipsis para describir la Nueva Jerusalén (Apoc. 22: 1). Por otra parte, Dios mismo está implicado: Dios, que está en medio de la Ciudad Santa (Sal. 46: 5), es llamado «nuestro refugio» (vers. 7) y «nuestro amparo y fortaleza» en la angustia (Sal. 46: 1). Nótese la armonía cósmica entre el Dios de la Creación y la naturaleza: Dios controla los elementos, al igual que Jesús lo hizo con el mar (Mat. 8: 27). La confrontación cósmica se refiere a los últimos acontecimientos del Gran Conflicto, que opondrán el campamento de Dios representado por el monte santo (la Sion celestial) a las naciones.

 El salmo resuena con la visión de la profecía apocalíptica de la última batalla de la historia humana tal como se describe en Daniel 11: 45 y Apocalipsis 16: 16. El salmo termina con la seguridad de la presencia de Dios «con nosotros» (Sal. 46: 11).

Salmo 47: Dios es nuestro Rey

El Salmo 47 continúa desarrollando el tema de la esperanza celebrada en el salmo precedente. El mismo autor levítico de la familia de Coré canta la victoria del Dios de Sion. El Dios del Templo está sentado en su Trono, en Sion. Ahora que se ha alcanzado el triunfo, la victoria completa sobre el Enemigo, Dios es aclamado como Rey. Este salmo pertenece a la serie de salmos llamados «salmos reales», o «salmos de entronización», que se caracterizan por una alabanza general a Dios como Rey (ver los salmos 93, 96-99). Cabe destacar que el Salmo 47 fue utilizado posteriormente en la liturgia judía de Rosh Hashaná (Año Nuevo), el primer día del primer mes (Tishri) del calendario judío. El toque de trompeta que se menciona en el Salmo 47: 5 sirve de base para tocar el shofar ese día, para celebrar la esperanza de que Dios reinará un día sobre todas las naciones. Además, las naciones que ahora alaban a Dios son las mismas que han sido derrotadas en la guerra (Sal. 47: 3). Apocalipsis se refiere al mismo fenómeno cuando habla de la «sanidad de las naciones» en el contexto de la Nueva Jerusalén (Apoc. 22: 2). En el antiguo Israel, la palabra «naciones» (goyim) designaba a los enemigos de Israel. Ahora, en este nuevo entorno, las naciones ya no se identifican contra el pueblo de Dios. Ahora se han convertido en parte del pueblo de Dios.

El acontecimiento del Éxodo se utiliza como modelo para sugerir la conquista espiritual de la nueva Canaán. Las expresiones paralelas «herencia» y «la hermosura de Jacob» (Sal. 47: 4) se refieren a la conquista de la Tierra Prometida, que incluía a las naciones circundantes que habían sido conquistadas (ver Deut. 32: 8). El salmo concluye con la visión escatológica de Israel y de todos aquellos que reconocen la soberanía de Dios.

Salmo 75: Dios es nuestro Juez

El Salmo 75 es memorable por las tres impresionantes imágenes utilizadas para designar los respectivos actos judiciales de Dios. En primer lugar, el temblor de la Tierra, que se ha desmoronado y ha perdido sus cimientos (Sal. 75: 3). Es como si el salmo describiera nuestro mundo actual, lleno de caos y desorden, un mundo que ha perdido toda estabilidad, todo pilar o punto de referencia moral. Dios, como Juez, recuerda a su pueblo que restaurará la estabilidad de las «columnas» (Sal. 75: 3).

La segunda imagen es la de la copa llena de vino embriagante que Dios derrama sobre los malvados. Los impíos beben este vino copiosamente (Sal. 75: 8). Del mismo modo, el libro de Apocalipsis se refiere a menudo a la copa de la ira de Dios (Apoc. 14: 10; 16: 19; 18: 6).

La tercera imagen es la de los cuernos (Sal. 75: 10, traducción literal). Los cuernos son un símbolo de poder y dignidad (Dan. 7: 8).

En cada etapa, el juicio de Dios trae justicia a la comunidad distorsionada. Dios «quiebra» el poder de los pecadores (Sal. 75: 5, 10) y exalta al justo cuyo cuerno fue derribado (Sal. 75: 10). El Juez divino restaura, pues, el orden trastornado por los poderes del mal.

La misma esperanza se promete en el libro de Eclesiastés. Después de haber deplorado el trastorno del orden en la Tierra, Salomón espera que «Dios juzgará al justo y al impío. Porque hay tiempo para todo lo que se quiere y se hace» (Ecl. 3: 17; comparar con Ecl. 12: 14). Haciéndose eco de este sentimiento, el ángel de Apocalipsis 14 habla del mismo doble juicio. Por un lado, el ángel promete que los que adoran a la bestia, que representa a la iglesia engañosa, «beberá[n] del vino de la ira de Dios» (Apoc. 14: 10). Por otro lado, los que adoran al Señor de la Creación son descritos como los «santos […] que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús» y descansarán de «sus fatigas» (Apoc. 14: 12, 13).

Salmo 67: Dios es nuestra bendición

 El Salmo 67, que concluye nuestra serie, es una oración, como indican los verbos que expresan el deseo del suplicante: «Que sea conocido en la tierra tu camino» (Sal. 67: 2; comparar con Sal. 67: 3, 5, 6, 7). Esta expresión de deseo refleja la bendición aarónica: «Dios tenga misericordia de nosotros y nos bendiga, haga resplandecer su rostro sobre nosotros» (Sal. 67: 1; comparar con Núm. 6: 23-26). Aunque no se identifica explícitamente al orador, el encabezamiento que se refiere al músico principal y la evocación de la bendición sacerdotal sugieren que se trata de un sacerdote que está al frente de una congregación. Lo que hace especial a esta oración es su alcance universal. El salmo comienza con una petición por la bendición de Dios sobre el pueblo: «sobre nosotros» (Sal. 67: 1); luego, tras el deseo de que el camino de Dios «sea conocido en la tierra […] en todas las naciones» (Sal. 67: 2), la oración se extiende a todos los convertidos de entre las naciones. Este salmo tiene en vista el cumplimiento escatológico cuando todas las naciones, y no solo Israel, se beneficien de la bendición de Dios. Esta oración solo se cumplirá en la «Nueva Jerusalén», que «no necesita sol ni luna para alumbrarla» (Apoc. 21: 23).

APLICACIÓN A LA VIDA No necesitamos esperar hasta la persecución escatológica venidera para sentir ahora nuestra necesidad del refugio de Dios. Todos los tipos de problemas actuales nos califican para esta necesidad y son oportunidades para experimentar el refugio provisto por Dios. En momentos de angustia, podemos sentirnos amenazados por nuestros colegas o amigos que no comparten nuestra fe e incluso pueden burlarse de nosotros y conspirar contra nosotros. O podemos sentirnos acosados por la enfermedad, el fracaso académico, la falta de dinero o de seguridad económica y la soledad. Cualquiera de estas situaciones puede constituir una oportunidad para experimentar el refugio de Dios. Solo él puede proporcionarnos la ayuda que necesitamos para encontrar una salida a cualquier problema y darnos la fortaleza necesaria para soportar la dificultad.

 La noción de «realeza» no tiene relación con nuestra vida moderna. Sin embargo, es una noción importante que nos ayudará en situaciones humillantes a no sentirnos abatidos y desesperados: el gran Rey de toda la Tierra cuida de ti. Como hijos suyos, muy pronto heredaremos su promesa.

Cuando experimentamos problemas e injusticias, podemos meditar en la siguiente frase del Eclesiastés: «No siempre la carrera es de los ligeros, ni de los fuertes la guerra, ni de los sabios el pan, ni de los prudentes la riqueza, ni de los elocuentes el favor; sino que el tiempo y la ocasión acontecen a todos» (Ecl. 9: 11). Esta observación de la injusticia inherente a la vida debería recordarnos también el mecanismo de la gracia. No merecemos la bondad y la misericordia divinas que hemos recibido. Por lo tanto, debemos depender de la gracia de Dios. La luz de Dios es ya nuestra luz, aquí y ahora. ¿Cómo podemos recibir y disfrutar ahora del don de la misericordia de Dios en nuestra vida y caminar con confianza y alegría mientras andamos en su luz?

Shawn Boonstra


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