UNA VEZ SALVO, SIEMPRE SALVO

Publicado por - en

Muchas iglesias protestantes actualmente enseñan la doctrina de “una vez salvo, siempre salvo”. La idea básica es que, una vez que la persona llega a ser un hijo de Dios, no puede cometer más pecados que puedan hacer que pierda la salvación. Muchas personas se sienten cómodas con esta doctrina, porque en esencia los libera de toda responsabilidad personal en su relación con Dios.

Los cristianos que creen que son salvos y no pueden hacer nada para hacer peligrar su salvación no se preocupan por cómo viven. Por eso la doctrina también es conocida como la “preservación de los santos” o la “seguridad eterna”. Nuestro estudio mostrará que esta es una doctrina peligrosa, porque puede engañar a alguien haciéndole pensar que una relación espiritual con Dios no es tan segura como parece. Este capítulo aborda una pregunta importante: “Los cristianos, ¿pueden ser salvos en un momento de su vida y luego perder su salvación y morir en una condición perdida? La respuesta de los cristianos que han sido influenciados por las enseñanzas calvinistas es “¡No!” Para ellos, la salvación es el resultado, no de una respuesta humana, sino de la elección divina.

Esta enseñanza de la elección divina y de la perseverancia de los santos está claramente definida en los documentos oficiales de las confesiones reformadas. Por ejemplo, la Confesión de fe de Westminster, que es muy influyente en las iglesias presbiterianas, congregacionalistas, en la Iglesia Unida de Cristo, algunas iglesias bautistas y otras, establece en el capítulo 17 “De la perseverancia de los santos”: “I. A quienes Dios ha aceptado en su Amado, y que han sido llamados eficazmente y santificados por su Espíritu, no pueden caer ni total ni definitivamente del estado de gracia, sino que ciertamente han de perseverar en él hasta el fin, y serán salvados eternamente

“II. Esta perseverancia de los santos depende no de su propio libre albedrío, sino de la inmutabilidad del decreto de elección, que fluye del amor gratuito e inmutable de Dios el Padre; de la eficacia del mérito y de la intercesión de Jesucristo; de la morada del Espíritu, y de la simiente de Dios que está en los santos; y de la naturaleza del pacto de gracia, de todo lo cual surge también la certeza y la infalibilidad de la perseverancia”.1

El problema con esta cita es que las personas no son salvas por el libre ejercicio de su voluntad, sino por “la inmutabilidad del decreto de elección”; es decir, por el decreto de Dios que elige a algunos para ser salvos y a algunos para perderse. Si esta enseñanza de la predestinación incondicional fuese cierta, entonces Dios realmente haría que algunos permanezcan salvos, incluso si posteriormente eligen regresar a una vida de pecado.

Otros documentos tratan de moderar la severidad de la visión de Calvino de la elección divina basada en la predestinación al enseñar que los creyentes están eternamente seguros de su salvación cuando aceptan a Cristo como su salvador personal. The Standard Manual para Iglesias Bautistas [El manual estándar para las Iglesias Bautistas] sostiene: “Creemos que las escrituras enseñan que tal como son verdaderamente regenerados, nacidos del Espíritu, no caerán ni perecerán completamente, sino que aguantarán hasta el fin; que su perseverante apego a Cristo es la marca solemne que los distingue de los catedráticos superficiales; que una Providencia especial vela por su bienestar; y que son guardados por el poder de Dios por la fe para salvación”.2

Actualmente, esta creencia en la seguridad eterna de la salvación es popularizada por predicadores evangélicos de diferentes denominaciones. Por ejemplo, cuando se le preguntó a Billy Graham: “¿Cuán grande tiene que ser el pecado que uno cometa antes de perder la salvación?”, respondió: “Estoy convencido de que una vez que una persona confía en Cristo sincera y honestamente para su salvación, se convierte en un miembro de la familia de Dios para siempre, y nada puede cambiar esa relación”.3

Esta creencia en la seguridad eterna de nuestra salvación desempeña un papel vital en la vida de muchos cristianos hoy, porque afecta la forma en que ven a Dios, a sí mismos y su salvación. En última instancia, impacta sobre su estilo de vida cristiano del día a día al determinar la forma en que relacionan su conducta con su salvación. La popularidad y las consecuencias de gran trascendencia de esta creencia ameritan un riguroso examen bíblico de su validez.

Objetivos de este capítulo

Este capítulo examina la doctrina popular de que un cristiano salvo es siempre salvo desde una perspectiva bíblica. Para mayor claridad, este estudio se divide en cinco partes según los aspectos principales de esta doctrina:

1. Dos visiones de la seguridad eterna en la salvación

2. La predestinación y la perseverancia de los santos 3.

 El caso de la salvación incondicional

4. El caso de la salvación condicional

5. La salvación está asegurada, pero no garantizada

Parte 1

DOS VISIONES DE LA SEGURIDAD ETERNA EN LA SALVACIÓN

La doctrina de que los que son verdaderamente salvos no pueden caer de la fe y perderse se presenta en dos formas diferentes. La primera es la doctrina calvinista tradicional que encontramos en las confesiones de fe de los cristianos reformados. La segunda es la doctrina no tradicional que encontramos en algunas iglesias bautistas y evangélicas. Ambas visiones enseñan que, una vez que los cristianos han sido salvos, son siempre salvos. Ambas alcanzan el mismo fin, a saber, la seguridad eterna en la salvación, pero llegan usando diferentes caminos.

Según la doctrina tradicional, una persona está segura en la salvación porque fue predestinada por Dios, mientras que en la doctrina no tradicional, una persona está segura porque ha aceptado a Cristo como su salvador personal.

La doctrina tradicional de la perseverancia de los santos

La tradición calvinista reformada ha enseñado sistemáticamente que la perseverancia de los santos es el resultado natural de la predestinación de algunos hombres y mujeres para la salvación. Todos merecen perderse, pero Dios arbitraria e irresistiblemente muestra su gracia a algunos elegidos, no porque hayan respondido a su amor, sino debido a su soberana voluntad.

Dios borra la culpa de los elegidos expiando sus pecados a través del sacrificio de Cristo. Irresistiblemente, los atrae hacia sí mismo, regenerando su corazón y convenciéndolos de que pongan su fe en él. Por consiguiente, los elegidos perseveran en su salvación porque Dios ha hecho reparación por sus pecados y por medio de la ayuda del Espíritu Santo los protege hasta el fin.

Los calvinistas tradicionales además creen que los elegidos inexorablemente prosiguen a la santificación al convertirse en santos, al rechazar el pecado y al obedecer los mandamientos de Dios. Esto significa que una persona regenerada no revertirá el curso de la santificación, porque está fuera de su capacidad de alterar fundamentalmente el infinito, misterioso e inmutable propósito de Dios.

A nivel práctico, los tradicionalistas no pretenden conocer quién es elegido y quién no. La única guía que tienen es el testimonio verbal y los frutos de cada individuo. Alguien que no persevera hasta la muerte es considerado como no convertido desde el comienzo. Los problemas con esta visión arbitraria de la salvación serán considerados en breve.

La doctrina no tradicional de la perseverancia de los santos

La doctrina no tradicional de la perseverancia de los santos comparte la misma visión calvinista tradicional de que las personas son salvas puramente por un acto de la gracia divina que no depende de la respuesta humana. El creyente no puede hacer nada para afectar su salvación. La diferencia más importante de la visión calvinista tradicional se encuentra en su interpretación de la santificación. Mientras que los calvinistas tradicionales creen que la elección divina resulta en la santificación, es decir, una vida progresivamente más justa, los no tradicionalistas creen que el don de la salvación es independiente del carácter y de la vida de la persona. La persona declarada justa delante de Dios a causa de Cristo (justificación), no necesariamente vive una vida progresivamente más justa (santificación).

Los proponentes de la doctrina no tradicional consideran que la obra de la salvación es llevada a cabo solo por Dios. Los seres humanos no tienen parte en su salvación más allá de recibirla. Por consiguiente, no pueden deshacer lo que Dios ha hecho. En otras palabras, el estado de una persona ante Dios no necesariamente influye en su vida, una creencia que a veces se la llama cristianismo carnal.

A pesar de las diferencias de interpretación de la relación entre la santificación y la salvación, tanto los tradicionalistas como los no tradicionalistas comparten la misma visión de que un cristiano salvo no puede perderse. Ambos encuentran sustento para su doctrina en ciertos pasajes bíblicos que serán examinados en breve.

Parte 2

LA PREDESTINACIÓN Y LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS

Para comprender la creencia popular de que una persona salva está eternamente segura de la salvación, es importante considerar primeramente su fuente; a saber, la interpretación tradicional de la predestinación como fue formulada por primera vez por Juan Calvino. Los que aceptan esta última, necesariamente deben concluir que las personas salvas perseveran en la fe y finalmente son salvas sin importar lo que hagan.

En 1536, Calvino publicó Los institutos de la religión cristiana, que fue la mejor teología sistemática que el mundo haya conocido alguna vez hasta ese entonces. Las ideas de Calvino han permeado el mundo protestante y continuarán haciéndolo hasta que el Señor regrese. Él desarrolló un sistema teológico increíble que conoce pocos rivales. Tomó el concepto de Agustín de la predestinación y lo desarrolló hasta su fin lógico. Si el hombre no es libre y Dios predestina a algunos para salvación y algunos para condenación, entonces la salvación depende de la soberana voluntad de Dios. Esta enseñanza ignora el hecho de que Dios creó a los seres humanos para que fuesen libres, y por lo tanto responsables de su propia salvación o perdición. Dios ciertamente es el gobernante soberano del universo, pero su soberanía y predestinación no son socios en común.

La creencia popular en la salvación incondicional se desprende de la doctrina de Calvino resumida por el acrónimo de las siglas “TULIP” en inglés de estos cinco puntos principales del calvinismo:

1. Depravación total. Los seres humanos son totalmente depravados debido a la naturaleza dominante del pecado que hace imposible que busquen a Dios.

2. Elección incondicional. La salvación es decretada por Dios. Los seres humanos no tienen parte en el proceso más allá de recibirla.

3. Expiación limitada. Jesús “pagó” el precio solo de los elegidos a quienes desea salvar. Los que no se salvan no se benefician del sacrificio de Cristo.

4. Gracia irresistible. Dios irresistiblemente atrae a los elegidos para aplicar la fe de ellos para la salvación en él. La fe es completamente un don de Dios.

5. Perseverancia de los santos. Por medio de la ayuda del Espíritu Santo, los elegidos perseveran hasta el fin.

Según este sistema doctrinal, antes de que Dios creara algo, eligió a los que serían salvos y a los que serían condenados por toda la eternidad. Los seres humanos no tienen ninguna elección en su salvación (no tienen libre albedrío), porque no tienen ninguna capacidad de buscar a Dios (Depravación total); por consiguiente, es por la Elección incondicional de Dios que alguien se salva.

En sus Institutos de la religión cristiana, Calvino afirma: “Por predestinación queremos decir el decreto eterno de Dios, por el que determinó consigo mismo qué es lo que deseaba que ocurriera en relación con cada hombre. No todos son creados en términos iguales, pero algunos están predestinados a la vida eterna, otros a la condenación eterna; y en consecuencia, como cada uno ha sido creado para uno u otro de estos fines, decimos que ha sido predestinado para vida o para muerte”.4 Es claro que, para Juan Calvino, la elección incondicional es el resultado de la predestinación; es decir, “el eterno decreto de Dios” por el que “algunos están predestinados a la vida eterna, otros a la condenación eterna”.

Esto significa que la salvación no es el resultado de los creyentes que trabajan junto con Dios, sino de la voluntad soberana de Dios. Es irresistible porque los seres humanos no pueden hacer otra cosa que aceptarla. Dominados por Dios, los creyentes no pueden elegir rechazarlo y, por lo tanto, su salvación eterna está asegurada. Los que aceptan esta interpretación de la predestinación pueden concluir lógicamente que los que han sido elegidos por Dios, son por siempre salvos. La seguridad eterna lógicamente requiere la predestinación absoluta.

Esta enseñanza, como veremos, es extraña a la Biblia, que enseña que Dios les ofrece a todos la oportunidad de elegir si desean ser salvos o no. Nadie está “encerrado” en un plan de salvación irresistible, porque la salvación condicional se basa en la fe y está disponible para todos.

Si fuese cierto que el destino eterno de todo ser humano ya ha sido decretado de antemano por elección divina, entonces podemos preguntarnos ¿por qué Dios permite que los cristianos caigan, que sean tentados y que pequen, si él mismo puede evitar que caigan? Si la gracia irresistible de Dios garantiza que una persona salva sea siempre salva, ¿por qué su gracia además no evita que esa persona peque en primer lugar? Es mucho más racional creer que Dios inicia una respuesta de fe y amor en el corazón humano, y luego nos da el poder para aceptar o rechazar su don de la salvación.

Las raíces de la seguridad eterna se encuentran en el gnosticismo

Algunos eruditos remontan las raíces de la seguridad eterna a las enseñanzas gnósticas que se difundieron en la iglesia primitiva, especialmente a través de Agustín. Por ejemplo, Jeff Paton nota: “En último término, las raíces de la seguridad eterna están en el gnosticismo que precedió a Agustín. Pero fue Agustín el que tuvo el inoportuno honor de leudar toda la masa”.5

El gnosticismo fue un movimiento religioso que prosperó durante los siglos II y III d.C., y presentó un desafío importante para el cristianismo. La mayoría de las sectas gnósticas profesaban el cristianismo, pero sus creencias diferían tremendamente de las de los cristianos primitivos. El término gnosticismo tiene su origen en la palabra griega gnosis (“conocimiento revelado”). Los gnósticos enseñaban que las chispas o las semillas del Ser Divino estaban aprisionadas en ciertos seres humanos. Vuelto a despertar por medio del conocimiento, el elemento divino en la humanidad puede regresar a su lugar apropiado en el reino trascendente y espiritual.

Los gnósticos dividían a la raza humana en tres categorías: la espiritual (pneumatic), la carnal (hylic) y la intermedia (psychic). Los cristianos espirituales eran una clase especial o superior comparada con los cristianos comunes. Se decía que eran salvos a pesar de lo que hicieran, porque habían recibido, como los elegidos de la buena deidad, una chispa divina en su ser que les permitía ser redimidos. Esta enseñanza es sorprendentemente similar a la doctrina calvinista de que Dios eligió a algunos para ser salvos y otros para que se pierdan.  

La segunda clase, la carnal, se suponía que estaba más allá de la salvación, porque su vida estaba gobernada por necesidades y deseos materiales. La intermedia se creía que era capaz de salvarse si seguían las enseñanzas gnósticas.

No es difícil ver la asombrosa similitud entre las enseñanzas gnósticas y las calvinistas. Existen algunas diferencias, pero la esencia de sus enseñanzas es similar. Tanto los gnósticos como los calvinistas concuerdan en que los cristianos son salvos no por medio de su decisión, sino a causa de su naturaleza. Ambos enseñaban que las personas eran salvas a causa de su elección. Los gnósticos espirituales afirmaban ser la “simiente elegida”, porque tenían una chispa divina en su ser. Los calvinistas dicen que son elegidos para la salvación por la soberana voluntad de Dios. Ambos concuerdan en que su elección divina no se ve afectada de un modo negativo por sus acciones.

Tanto los gnósticos como los calvinistas enseñaban que ninguna acción pecaminosa afecta su salvación eterna. La enseñanza gnóstica dualista se ilustraba comparando la naturaleza espiritual con un anillo de oro puro y un cuerpo material con una pila de estiércol. El anillo puede ser puesto en una pila de excrementos, pero no se ve afectado por la inmundicia de los excrementos. Su pureza permanece inalterable.

Ambos concuerdan en que no hay nada que pueda hacer que una persona salva pierda la salvación. Los gnósticos llevaron esta enseñanza hasta su conclusión final al buscar sus propios deseos y pasiones sin restricciones. Los calvinistas, sin embargo, creen que los cristianos que son salvos crecen en santificación, aunque no perderían la salvación si no crecieran. Las similitudes que acabamos de esbozar entre el gnosticismo y la doctrina calvinista de “Una vez salvo, siempre salvo” son muy numerosas para ignorarlas. Sirven para hacernos recordar que la enseñanza de la seguridad eterna es pagana en su origen y se yergue en abierta oposición a la enseñanza de la Biblia.

Una evaluación bíblica de la predestinación de los elegidos

La noción de la predestinación arbitraria de Dios de algunos para salvación y otros para perdición es contraria a la enseñanza de la Biblia en su conjunto. El mensaje de la Biblia es que Dios es justo y misericordioso. No solo creó a la humanidad de un modo perfecto, sino que después de su rebelión, implementó un plan para poder redimir a los que lo aceptaran. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Notemos que el texto no dice que Dios salvará solo a los que ha predestinado, y que condenará a la extinción final al resto. Antes bien, el versículo 18 explica: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:18).

Lo que determina nuestra salvación no es una elección divina arbitraria, sino una aceptación personal del sacrificio de Cristo en nuestro favor. Es nuestra fe continua en el sacrificio de Cristo la que finalmente nos salva.

La predestinación en Romanos 8:28 al 30

Ninguno de los textos citados hasta aquí sugieren una predestinación divina arbitraria para la salvación. Para sustentar su posición, los que están a favor de la predestinación apelan a los pasajes de Pablo, especialmente Romanos 8:28 al 30 y Efesios 1:3 al 14. En Romanos 8:28 al 30, Pablo declara: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”.

Es evidente por este y otros pasajes similares que la Biblia enseña una forma de predestinación, pero no es la clase de predestinación que enseñó Calvino. La clave para interpretar correctamente este pasaje (y Efesios :1- 12) es reconocer que Pablo habla de llamado, predestinación, justificación y glorificación de un modo colectivo, no individual. Incluye potencialmente a todos los seres humanos, no a las personas individuales.

Interpretar que Romanos 8:28 al 30 (y otros pasajes similares) enseñan que Dios eligió a los que debieran ser salvos y a los que debieran perderse antes de la fundación del mundo significa imponerles una interpretación que discrepa violentamente con la enseñanza bíblica general. Las doctrinas calvinistas de la elección y la predestinación violan la verdad del evangelio.

Romanos 8:28 al 30 desde una perspectiva colectiva

Cuando examinamos Romanos 8:28 al 30 desde una perspectiva colectiva, se aclara el significado de las declaraciones de Pablo. “A los que antes conoció” simplemente significa que Dios conocía de antemano a cada individuo al que le dio vida. Este pasaje no habla de un tiempo específico en el que Dios conoció de antemano a individuos específicos antes de llegar a la existencia, sino de cada persona a la que le dio vida.

“También los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”, simplemente significa que Dios predeterminó y planeó previamente que cada ser humano fuese como Cristo al vivir una vida santa y recta.

“Y a los que predestinó, a éstos también llamó”. Esta declaración se refiere a los que realmente respondieron al llamado y recibieron de Dios la justificación y finalmente la glorificación.

Robert Shank escribió una obra monumental titulada Elect in the Son [Elegidos en el Hijo]. En el capítulo cinco, “The Called According to His Purpose” [Los llamados según su propósito], brinda una exégesis minuciosa de Romanos 8:28 al 30. Primero, examina la frase, “a estos llamó”, y muestra de manera concluyente que el llamado fue concedido a todos, pero solo lo que respondieron llegaron a ser designados como “los llamados”. La conclusión de Shank con respecto a este tema merece ser citada.

“La alusión a los creyentes como ‘los llamados’ y ‘los elegidos’ de ningún modo implica la reprobación positiva e incondicional de los demás hombres. La elección colectiva de Israel al privilegio temporal no constituyó la reprobación del resto del mundo, porque el camino siempre estuvo abierto para que todos los hombres llegaran a ser prosélitos y para participar de la herencia de Israel. Además, Israel fue llamado para ser el canal de bendición de Dios para toda la raza humana. De igual forma, la elección colectiva de la Iglesia no constituye ninguna reprobación del resto de la raza humana. Al contrario, la iglesia ha de ser el vehículo de la gracia y la salvación para el mundo. El Israel de Dios abarca a todos los hombres potencialmente, y la elección de la gracia puede hacerse realidad en cualquier hombre. ‘Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más’ (Isa. 45:22). El llamado es para todos, y todos los que respondan con fe al llamado universal de Dios son los ‘llamados’ ‘conforme a su propósito’ y ‘a los que justificó’”.6

Posteriormente, Shank analiza la frase: “a los que justificó”, y muestra que Dios ha actuado por medio de Cristo para justificar a todos los hombres que cumplan con las condiciones para la justificación. Hace hincapié en que el fundamento de esta justificación es la gracia de Dios, pero la condición es una fe creyente y obediente. Pablo aclara este punto en Romanos 3:26, al afirmar que Dios manifestó “en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Es evidente que la justificación de Dios no se ofrece arbitrariamente a individuos seleccionados, sino a todos los que tengan “la fe de Jesús” y obedezcan el evangelio.

La función de la predestinación en Romanos 8 no es enseñar que Dios elige arbitrariamente a determinados individuos para ser justificados y glorificados mientras que condena a otros a la destrucción, sino que los creyentes no tienen nada que temer, porque nada los puede separar “del amor de Cristo” (Rom. 8:35). Este tema es aclarado en Romanos 8:31 y 32, justamente los versículos inmediatamente siguientes al pasaje acerca de la predestinación. Pablo arriba a esta conclusión a partir de lo que dijo acerca de la predestinación, la justificación y la glorificación: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Rom. 8:31-32). Dios dio a su Hijo “por todos nosotros”, no por unos pocos escogidos. La noción de Calvino de una expiación limitada para unos pocos escogidos es extraña a la enseñanza de la Escritura.

La predestinación en Efesios 1:3 al 14

Este pasaje es un gran himno de alabanza por las bendiciones espirituales que Dios les ha otorgado a los creyentes por medio de Jesucristo. Pablo declara que Dios “nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efe. 1:4). Notemos que el “nos” se refiere a los efesios como una unidad. Dios los había predestinado a todos ellos para la salvación sin excluir a ninguna persona.

Los criterios de Dios para escoger a las personas antes de la fundación del mundo son que “fuésemos santos y sin mancha delante de él”. “De modo que Dios predeterminó la clase de carácter sobre el que concedería todas las bendiciones espirituales en los lugares celestiales en Cristo, a saber, un carácter que represente una vida santa e intachable. De este modo, todos tienen la oportunidad de conformarse a las características que Dios requiere. Cuando Pablo dice: ‘habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo’, está enfatizando que Dios predeterminó que los que fuesen santos y sin tacha serían adoptados como hijos”.7

Una cosa importante que debemos notar al estudiar los versículos acerca de la predestinación es que la Escritura en ningún lugar indica que los creyentes predestinados nunca sentirán temor de caer. “Pablo escribe en 1 Corintios 1:18 acerca de ‘los que se pierden’ y de ‘los que se salvan’. Ambas frases emplean el tiempo presente, indicando que los destinos individuales todavía no están ‘sellados’. La predestinación se aplica solo a la situación presente. La Biblia habla de que Dios predestina a personas que viven en una época en la que están actualmente, pero no en la que estarán o podrán estar solamente”.8

En la próxima sección veremos que, al advertir en contra de la caída, entremezcla incluso las secciones que hablan de la predestinación. Si el destino final de los creyentes ya está predeterminado, esas advertencias serían superfluas e innecesarias.

La Escritura siempre presenta la fe como una respuesta humana a Dios. Si la salvación fuese el resultado de la elección divina y de la gracia irresistible, entonces la fe no sería necesaria, puesto que Dios escoge a quien desea, sin importar la respuesta divina. Si bien Dios es soberano, deja lugar para que nosotros lo aceptemos o lo rechacemos. Dios predestina, no independientemente de nuestra respuesta de fe, sino en armonía con ella.

Conclusión

La Biblia enseña claramente que Dios quiere que cada ser humano sea salvo. El sacrificio expiatorio de Cristo es para todos, no para unos pocos elegidos. La invitación y el llamado de salvación se extiende a todos.

Los versículos sobre la predestinación examinados anteriormente deben ser interpretados en armonía con las enseñanzas generales de la Biblia. Hemos descubierto que la interpretación apropiada de los versículos sobre la predestinación es que Dios predeterminó y predestinó que cada persona que por fe viva una vida santa y sin tacha sea elegida, justificada y glorificada por Dios.

Parte 3

EL CASO DE LA SALVACIÓN INCONDICIONAL

¿Es posible saber absolutamente con seguridad que uno es salvo? ¿Es posible que los que actualmente creen que son salvos tengan la seguridad de que permanecerán en un estado de gracia hasta el fin de su vida? La respuesta de muchos cristianos influenciada por las enseñanzas calvinistas es “¡Sí!” Su certeza descansa especialmente en la doctrina de la predestinación.

Si Dios verdaderamente escoge de antemano a determinados individuos para la salvación, y ellos no pueden rechazar su elección, entonces su salvación es incondicional. Los cristianos que aceptan esta interpretación de la predestinación lógicamente deben adoptar la creencia de que, una vez salvos, siempre salvos. Para ellos, el caso está cerrado. Para sustentar su creencia, apelan no solo a los textos de la predestinación examinados anteriormente, sino además a otros pasajes bíblicos que interpretan como prueba de la eterna seguridad incondicional de su salvación. Para mayor brevedad examinaremos solo tres textos prueba principales ofrecidos por los defensores de la salvación incondicional.

Juan 10:27 al 29: Dios protege a los que siguen a Cristo

“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10:27-29).

Los que creen en la salvación incondicional sostienen que, en este pasaje, Cristo enseña que lo que reciben vida eterna no pueden perderse ni perecer. En su libro Can a Saved Person Ever be Lost? [Una persona salva, ¿puede perderse alguna vez?], John Rice dice: “Notemos la triple promesa aquí en relación con la seguridad de las ovejas de Dios. Primero, Cristo les da vida ‘eterna’. Segundo, no perecerán ‘jamás’, y tercero, tampoco nadie los arrebatará de la mano de Cristo”.9

El problema con esta interpretación es que no se toma en cuenta el contexto. La declaración de Cristo muestra que Dios protege a los que le siguen. Ese capítulo se centra en lo que el Buen Pastor hace por sus ovejas y no lo que ellas hacen. Contrasta al Buen Pastor con los pastores mercenarios que no se preocupan por las ovejas. Las ovejas que nunca perecerán y a las que nadie arrebatará de la mano del Padre son los que oyen la voz del Buen Pastor y lo siguen. Estas son las únicas personas que “no perecerán jamás”.

El verbo “seguir” es un indicativo presente en el griego que indica una acción continua. Continúan siguiendo a Jesús y permanecen fieles a él. Verdaderamente estas son las personas que “no perecerán jamás”. Jesús no incluyó en su promesa a los que se aparten de él y comiencen a “seguir a Satanás”. Pero podrían alejarse como hizo Judas, aunque sería la excepción y no la regla.

Juan 5:24: Los creyentes tienen vida eterna

Se usan varios pasajes de Juan para probar la creencia de que, una vez que los creyentes son salvos, siempre son salvos (Juan 4:13-14; 5:24; 6:37-40, 44, 50; 15:2; 17:11-12; 3:3-8). Los tres primeros se usan para mostrar que los que creen en Cristo tienen vida eterna y han “pasado de muerte a vida”.

“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). Este versículo es usado para probar que los que creen en Cristo tienen vida eterna porque no serán condenados. El problema con esta interpretación es no reconocer que la existencia eterna verdaderamente es un don de Dios que viene con nuestra fe en Jesucristo, pero no es eterna en el sentido de que no podemos perderla. Más bien, es algo que poseemos mientras creamos en Cristo y lo sigamos.

El verbo “cree” (vers. 24) es una traducción del griego pisteuon que es un presente participio que indica una acción continua. De modo que lo que Cristo está diciendo es que, mientras continuemos creyendo y confiando en él, nunca seremos condenados.

Juan 3:3 al 8: Los cristianos que nacen de nuevo no necesitan renacer

La declaración de Jesús a Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3), es interpretada como si significara que los cristianos que nacen de nuevo no pueden renacer otra vez. Así como una persona que nace en este mundo es hijo de su padre no importa lo que ocurra, así también el individuo nacido del Espíritu de Dios es su hijo para siempre: una vez hijo, siempre hijo.

El problema con esta analogía es que no reconoce la diferencia entre el nacimiento biológico y el espiritual. Los dos nacimientos no son idénticos. La filiación espiritual no es la misma que la biológica, pero ellos pueden elegir llegar a ser hijos e hijas espirituales de Dios. La afirmación de que son hijos de Dios para siempre debido al renacimiento espiritual solo puede ser cierto si tenemos fe en Dios y sentimos amor por él.

Antes de llegar a ser cristianos, somos “los hijos del malo” (Mat. 13:38; Hech. 13:10; 1 Juan 3:10); en otras palabras, el diablo era nuestro padre espiritual (Juan 8:44). Sin embargo, esta relación espiritual padre-hijo cambia en el momento de la conversión. Podemos estar agradecidos de que se le pueda poner fin a nuestra relación espiritual padre-hijo con el mal.

Filipenses 1:6: Dios llevará nuestra salvación a término

“Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). Este texto se usa para probar la eterna seguridad incondicional de nuestra salvación. Esta interpretación no considera la manera en que Dios inició el proceso de salvación. No por medio de una elección divina arbitraria, sino por una fe voluntaria en Jesucristo. Si es nuestra aceptación voluntaria de la provisión que hizo Cristo para nuestra salvación la que permite que Dios haga su obra en nosotros, entonces Dios no puede completarla sin nuestra respuesta constante.

El mismo pensamiento se expresa en Gálatas 3:3, que habla de comenzar con el Espíritu y terminar con la carne. “¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gál 3:3). Es evidente que Dios salvará solo a los que permanezcan bajo la dirección del Espíritu Santo. El mismo principio se aplica a los versículos que hablan del Espíritu Santo como un sello y una garantía de nuestra salvación (Efe. 1:13- 14; 2 Cor. 1:22; 2 Tim. 2:13).

El sello del Espíritu Santo no es puesto arbitrariamente sobre los elegidos, sino sobre los que aceptan el evangelio y creen en Cristo. “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efe. 1:13). El texto es claro. El sello del Espíritu Santo es recibido por los que oyen el evangelio y aceptan a Cristo.

Hebreos 13:5b: “No te desampararé, ni te dejaré”

Los que creen en la doctrina de “una vez salvos, siempre salvos” apelan a este texto para afirmar que están eternamente seguros, porque Dios ha prometido no dejarlos ni desampararlos nunca.

Este texto, ¿enseña la salvación incondicional? La respuesta ha de hallarse en el contexto original del versículo que se encuentra en Deuteronomio 31:6 y 8. Dios exhorta a Israel: “Esforzaos y cobrad ánimo” porque “no te dejará, ni te desamparará” (Deut. 31:6). Pero 10 versículos después, en el mismo capítulo, Dios predice que el pueblo lo abandonará a él: “Este pueblo se levantará y fornicará tras los dioses ajenos de la tierra adonde va para estar en medio de ella; y me dejará, e invalidará mi pacto que he concertado con él” (Deut. 31:16).

En el versículo siguiente, Dios predice que él abandonará y castigará al pueblo: “Y se encenderá mi furor contra él en aquel día; y los abandonaré, y esconderé de ellos mi rostro, y serán consumidos; y vendrán sobre ellos muchos males y angustias, y dirán en aquel día: ¿No me han venido estos males porque no está mi Dios en medio de mí?” (Deut. 31:17).

Todo el capítulo confirma que la promesa de Dios de nunca dejar ni desamparar a su pueblo está condicionado a su obediencia. Si “abandonamos” a Dios al buscar la maldad, él nos “abandonará” a nosotros. Los que creen en la salvación incondicional leen en Hebreos 13:5 algo que no está allí. El texto de Deuteronomio ni siquiera aborda la garantía de la salvación, sino en cambio la promesa de la protección temporal y la prosperidad que pueden ser invalidadas por el pecado.

Hebreos 10:10 y 14: El sacrificio de Cristo garantiza la salvación eterna

“En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre… porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:10, 14). Los que creen en la premisa de una vez salvo, siempre salvo, interpretan este texto en el sentido de que la salvación eterna se logró por medio de Cristo de una vez para siempre.

Esta interpretación ignora el contexto del pasaje, que contrasta la eficacia de los sacrificios del Antiguo Testamento con el sacrificio de Cristo. Los primeros no eliminan verdaderamente el pecado: “De otra manera, cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Heb. 10:2-4). Pero el sacrificio de Cristo triunfó sobre el problema del pecado. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14).

El tema de este pasaje no es que Cristo por medio de su sacrificio haya salvado a todos de una vez para siempre, sino que su sacrificio no necesita ser repetido como los del Antiguo Testamento. No enseña que los creyentes son salvos “una vez para siempre”, sino con el sacrificio de Cristo que fue ofrecido “una vez para siempre”. En ningún lugar el pasaje enseña la salvación incondicional.

Conclusión

Ninguno de los textos que hemos examinado sustentan la creencia popular de que una vez que los individuos son salvos, son salvos para siempre. En cambio, la constante enseñanza de la Escritura es que nuestra seguridad eterna de la salvación depende de nuestra continua fe y confianza en Dios que puede impedir que Satanás nos arrebate de sus manos. Pero si dejamos de ejercitar la fe y rechazamos la protección de Dios, Dios no puede forzarnos a entrar en el cielo. Nuestra salvación no se basa en una elección divina incondicional sino en una aceptación humana condicional del don de la vida eterna.

Parte 4

EL CASO DE LA SALVACIÓN CONDICIONAL

Una persona que ha aceptado a Cristo como su salvador personal en algún momento de su vida, ¿puede perder posteriormente su salvación y morir en una condición perdida? En otras palabras, un cristiano salvo, ¿puede perder su salvación al “abandonar” la fe más adelante en su vida? En la sección anterior notamos que muchos cristianos influenciados por las enseñanzas calvinistas rechazan la noción de la salvación condicional. Creen que “una vez salvos, siempre salvos”. Para sustentar su creencia, apelan a textos que, al examinarlos minuciosamente, invalidan esa creencia.

En este momento deseamos considerar más profundamente algunos pasajes bíblicos que enseñan claramente que la salvación está condicionada a la obediencia y advierten en contra de la posibilidad del fracaso espiritual.

La naturaleza condicional de las promesas de Dios

En la Escritura, las bendiciones materiales y espirituales dependen de la relación de las personas con Dios. Para los israelitas, a quienes Dios había elegido como su pueblo especial, les dice: “Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra… Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán” (Deut. 28:1, 15).

El pueblo escogido por Dios no estaba constreñido a obedecer en virtud de su elección. Eran libres para obedecer o desobedecer. Su repetida apostasía, con el tiempo, llevó a Dios a reemplazarlos por los gentiles. Esto muestra que Dios puede rechazar a sus escogidos, y lo hace, si demuestran ser infieles.

Los gentiles no tienen mayor garantía que los judíos de que Dios continuará usándolos para cumplir su misión, independientemente de su respuesta a Dios. Pablo nos dice que los judíos “por su incredulidad fueron desgajad[o]s, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará” (Rom. 11:20-21).

Advertencia en contra de la complacencia propia

Nadie puede ser displicente con respecto a su salvación, pensando que entrará en el reino de Dios porque ha sido salvo. La Biblia contiene constantes advertencias en contra de la autocomplacencia. El “si” condicional de Deuteronomio mencionado anteriormente, encuentra varios paralelismos en el Nuevo Testamento.

“Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Juan 15:10). “Si alguno no permanece en mí, es echado fuera como un sarmiento y se seca; y los recogen, los echan al fuego y se queman” (Juan 15:6, LBLA). “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:14). “Porque somos hechos partícipes de Cristo, si es que retenemos el principio de nuestra seguridad firme hasta el fin” (Heb. 3:14, LBLA). “Ahora os ha reconciliado… si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído” (Col. 1:21, 23). Esta muestra de pasajes bíblicos basta para demostrar que nuestra salvación está condicionada a nuestra continua respuesta de fe para con nuestro salvador.

Advertencias en contra de caer

La Escritura enseña claramente que es posible que los creyentes caigan de la gracia salvadora y pierdan la salvación. Esta enseñanza se encuentra en dos conjuntos de pasajes que hablan de abandonar. Primero, están los textos que advierten directamente en contra del abandono de los creyentes. Segundo, están los textos que hablan de que solo lo que continúan creyendo hasta el fin serán salvos.

Un ejemplo de advertencia en contra de caer se encuentra en Gálatas 5:4: “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído”. Los gálatas habían recibido gozosamente el evangelio, fueron justificados por fe y recibieron el Espíritu Santo (ver Gál. 3:1-5). Sin embargo, Pablo les dice a estos primeros cristianos: “De Cristo os desligasteis… de la gracia habéis caído”. El significado es claro. Los que habían sido verdaderos creyentes ahora corrían peligro de caer y ya no seguir siendo cristianos. Si “una vez salvo, siempre salvo” fuese verdad, entonces las palabras de Pablo no tienen sentido y su profunda preocupación por la caída de los gálatas era innecesaria.

En la Escritura abundan advertencias similares acerca de la posibilidad de caer. “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Cor. 10:12). “Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron” (Heb. 2:1-3).

“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” (Heb. 3:12-14).

Estos pasajes son tan contundentes y evidentes, que la creencia de “una vez salvo, siempre salvo” está totalmente condenada al fracaso. Las tantas admoniciones bíblicas para perseverar en la fe presuponen el continuo ejercicio de la libertad de elección. Sobre esta base, es ilógico concluir que una decisión de fe tomada hoy afectará irreversiblemente el resto de nuestra vida.

Howard Marshall observa agudamente: “Tenemos que tener en cuenta las advertencias dirigidas a los creyentes en contra de caer… Estas advertencias exhortan a los creyentes a no perder la salvación que ya han recibido o a renunciar a la fe que ya poseen; no pueden considerarse como mandamientos para que los creyentes se prueben a sí mismos para ver si estaban verdaderamente convertidos al comienzo… El mandamiento positivo no es comenzar a ser un creyente genuino, sino a continuar y perseverar en la fe que ya tenemos… El Nuevo Testamento da por sentada la experiencia actual de la salvación de la que el creyente es consciente. Ahora mismo puede experimentar la certeza y el gozo cristianos. No es llamado a cuestionar la realidad de esta experiencia sobre la base de que tal vez sea ilusorio que nunca haya estado verdaderamente convertido; sino que se lo insta a continuar disfrutando de la salvación permaneciendo en Cristo y perseverando en la fe”.10

Solo los que perseveren hasta el fin serán salvos

Un segundo conjunto de pasajes bíblicos advierte sobre la posibilidad de caer, y enseñan que solo los creyentes que continúan creyendo hasta el fin serán salvos. Abundan pasajes como estos.

Jesús les dijo a sus discípulos: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mat. 10:22). Cristo repitió la misma enseñanza al final de su discurso profético: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mar. 13:13). Estas declaraciones admiten con claridad la posibilidad de caer permanentemente. La advertencia de Cristo desacredita totalmente la creencia popular de que un creyente que es salvo una vez, siempre es salvo. La salvación presupone un constante compromiso de fe y de obediencia hasta el fin.

Anteriormente notamos que Pablo expresa la misma enseñanza en Colosenses 1:21 al 23. “Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído”.

En Hebreos, también encontramos una clara exhortación a resistir hasta el fin: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” (Heb. 3:12-14).

Cada uno de los pasajes anteriores esencialmente enseña lo mismo. Tú eres creyente ahora, pero ten cuidado porque existe la posibilidad real de que puedas caer. Recuerda, solo los que continúan creyendo y obedecen el evangelio hasta el fin recibirán vida eterna. Si la creencia popular de una vez salvo, siempre salvo fuese cierta, entonces todas las advertencias acerca de la posibilidad de desertar de la fe son engañosas y están equivocadas. Pero el hecho es que las Escrituras dejan en claro que existe una constante posibilidad de que los creyentes deserten de la fe, una realidad llamada “apostasía” (2 Tes. 2:3).

No hay lugar para la complacencia propia en la vida cristiana

En la vida cristiana, no hay cabida para la autocomplacencia. Pablo mismo consideró la posibilidad de estar perdido: “Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Cor. 9:26-27). Si Pablo podía sentirse inseguro con respecto a su salvación eterna, sería presunción si alguien más pensara diferente.

No tenemos nada que temer mientras vivamos en constante dependencia del poder habilitador del Espíritu de Dios, pero necesitamos ser conscientes de la tentación de volvernos autosuficientes, independientes de Dios. El problema no es que Dios nos abandone en forma caprichosa, sino que nosotros deliberadamente escogemos apartarnos de él.

Hebreos pone de relieve el problema de apartarnos de Dios, diciendo: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (Heb. 6:4-6).

El pasaje claramente habla de los creyentes que han experimentado las bendiciones de la salvación, el poder del Espíritu Santo y la bondad de Dios. Es debido al privilegio que tuvieron de participar “del Espíritu Santo” y de gustar “de la buena palabra de Dios”, que es imposible restaurarlos a una relación salvífica con Dios, si cometen apostasía.

Una enseñanza similar se encuentra en Hebreos 10:26 al 29: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios. El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?”

En este pasaje, se nos dice que los creyentes que recibieron el conocimiento de la verdad, aceptaron a Cristo y fueron santificados por su sacrificio expiatorio afrontarán un juicio mayor que los que nunca estuvieron convertidos. El creyente con mayor conocimiento merece mayor castigo. Esto significa, que cuando llegamos a ser cristianos, no se nos garantiza que seremos siempre salvos hasta el final de nuestra vida, porque nadie sabe quién perseverará hasta el fin. “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Cor. 10:12).

Las advertencias, las admoniciones y las declaraciones con el “si” condicional que hemos examinado, todas enseñan la misma verdad: los cristianos no tienen una garantía absoluta de que perseverarán automáticamente en su fidelidad a Dios hasta el fin. Los cristianos saben que deben renovar su compromiso con Cristo diariamente. No hay cabida para la autocomplacencia. Nuestra seguridad eterna no descansa sobre una elección divina arbitraria de los salvos y los perdidos, sino en nuestra elección diaria de renovar nuestro compromiso de fe con Dios.

Parte 5

LA SALVACIÓN ESTÁ ASEGURADA, PERO NO GARANTIZADA

El problema más acuciante en la seguridad de la salvación no es si una persona ha aceptado todas las verdades bíblicas básicas, sino si la aceptación de esas verdades le da la seguridad de ser salva. Lo que la hace acuciante es que existen muchas personas hoy, y en el pasado, que piensan que son salvas, cuando no lo son.

Por ejemplo, en Mateo 7:21 al 23, Jesús dice: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.

La pregunta acuciante para muchos es: ¿Realmente tengo la seguridad de la salvación? ¿Está asegurado mi destino eterno? ¿Es real mi fe? Hemos visto que algunas personas bien intencionadas, influenciadas por las enseñan[1]zas calvinistas, tratan de atenuar el problema, haciendo de la salvación un acto irresistible de Dios, que escogió de antemano a algunos para salvación y a otros para perdición. Algunos tratan de generar seguridad al negar que no se necesita ningún cambio de vida para demostrar la realidad de la salvación. Esa enseñanza se contradice claramente con la declaración de Santiago: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Sant. 2:17).

A la larga, las estrategias usadas para generar seguridad en la salvación enseñando una vez salvo, siempre salvo pueden fracasar, porque traen paz a las almas atormentadas. Lo peor de todo es que les dan la falsa seguridad de la salvación a personas que no debieran tenerla, porque nunca han experimentado los cambios de vida que muestren la realidad de la fe.

Hasta aquí hemos visto que la doctrina de la salvación incondicional intenta ofrecer la seguridad eterna de nuestra salvación haciendo que esta última sea una decisión divina y no una elección humana. Hemos visto que, de comienzo a fin, la Biblia enseña que los creyentes no tienen una garantía absoluta de que automáticamente perseverarán en su fidelidad a Dios hasta el fin. En cambio, enseña que los creyentes, por libre elección, deben aceptar la provisión de la salvación y renovar diariamente su compromiso de fe con Dios.

La seguridad de la salvación

Si bien no existe ninguna garantía de que los cristianos nunca caigan, las Escrituras ofrecen la seguridad de que nada puede separar a los confiados creyentes de Dios. Aunque no tenemos garantía de que finalmente seremos salvos sin importar cómo vivamos, esto no significa que no podamos tener la seguridad de que Dios nos ha salvado.

Aunque como creyentes nunca podemos llegar a jactarnos o ser presuntuosos, podemos descansar en la seguridad de que, mientras sigamos a Jesús en nuestras creencias y prácticas, nuestra salvación está asegurada. “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 8:38-39).

Pablo podía decir confiadamente: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Rom. 8:31-32). El hecho de que Dios no haya escatimado nada para nuestra salvación, ni siquiera a su propio Hijo, nos da razón para confiar y creer en él más aún. Podemos descansar en la seguridad de que “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6).

En gran medida, nuestra vida cristiana debe ser vivida en una tensión entre la incertidumbre y la confianza. No estamos seguros de nuestro destino final, porque no podemos estar absolutamente seguros de que continuaremos manteniendo una relación de fe con Cristo. No obstante, podemos confiar en que Dios nos sostendrá, nos protegerá y nos preservará hasta el fin. Esta tensión es un componente vital de nuestra vida cristiana. Nos desafía diariamente a no volvernos presuntuosos y seguros de nosotros mismos, sino a depender de Dios al confiar en él y obedecerle.

Howard Marshall llega a la misma conclusión cuando afirma: “La conclusión a la que estamos siendo llevados es que el Nuevo Testamento conoce la posibilidad de fracasar para perseverar y nos advierte en contra de eso, pero enfatiza la posibilidad más grande de una confianza en Dios y una fe continua que, mientras esté sustentada en Dios, es preservada del temor y de caer”.11 “Pero podemos decir firmemente que, mientras es posible que un cristiano deje de perseverar después de una experiencia genuina de salvación, no obstante, con todas las promesas de un Dios fiel que sustenta a todos los que confían en él, el énfasis principal del Nuevo Testamento está puesto en la confianza y la seguridad de la salvación final”.12

Por lo tanto, no perdamos la “confianza, que tiene grande galardón” (Heb. 10:35), sino vivamos en la seguridad de que Dios “es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría” (Jud. 24).

CONCLUSIÓN

La doctrina de “una vez salvo, siempre salvo” es ampliamente aceptada por muchos cristianos actuales, porque los libera de su responsabilidad personal de su salvación eterna. A los cristianos se les enseña a creer que esta salvación eterna está asegurada, porque en gran medida depende de la elección de Dios y no del albedrío humano. Hemos descubierto que esta doctrina es peligrosa porque, engaña a la gente a pensar que es salva, cuando en realidad tal vez no lo sea.

La Biblia enseña claramente que Dios quiere que todo ser humano sea salvo. El sacrificio expiatorio de Cristo es para todos, no para unos pocos elegidos. La invitación y el llamado de salvación se extienden a todos.

Nuestro estudio de los versículos de la predestinación de Romanos 8:28 al 30 y Efesios 1:3 al 14, ha mostrado que la interpretación adecuada de estos versículos es que Dios predeterminó y predestinó que cada persona que viva por fe una vida santa y sin tacha sea elegida, justificada y en última instancia glorificada por Dios.

Nuestra revisión de los textos comúnmente usados para respaldar la creencia de que una vez que los individuos son salvos, siempre son salvos, ha mostrado que ninguno de ellos sustenta una creencia así. Cuando prestamos atención al contexto de cada pasaje, su enseñanza concuerda con el resto de las Escrituras de que nuestra eterna seguridad de la salvación depende de nuestra continua fe y confianza en Dios, que puede impedir que Satanás nos arrebate de sus manos. Pero si dejamos de ejercitar la fe y rechazamos la protección de Dios, Dios no puede forzarnos a entrar en el cielo. Nuestra salvación no se basa en una elección divina incondicional, sino en una aceptación humana del don de la vida eterna.

Las advertencias, las admoniciones y las declaraciones con el “si” condicional que hemos analizado brindan sustento para esta conclusión. Hemos descubierto que todas ellas enseñan la misma verdad: nuestra seguridad eterna de la salvación no descansa sobre una elección divina arbitraria de los que se salvan y los que se pierden, sino sobre nuestra elección diaria de renovar nuestro compromiso de fe con Dios. Solo los que perseveren hasta el fin serán salvos (Mat. 10:22).

Finalmente, hemos visto que nuestra vida cristiana debe ser vivida en una tensión entre la incertidumbre y la confianza. No estamos seguros de nuestro destino final, porque no podemos estar absolutamente seguros de que continuaremos manteniendo una relación de fe con Cristo. No obstante, podemos tener la confianza de que Dios nos sostendrá, nos protegerá y nos preservará hasta el fin. Esta tensión nos desafía diariamente a no volvernos seguros de nosotros mismos y presuntuosos, sino a depender de Dios al confiar en él y obedecerle.

En resumen, la creencia popular de que una vez que el individuo es salvo, siempre es salvo, no es una creencia bíblica, y ocasiona daños indecibles en la vida espiritual de incontables millones de cristianos, porque es engañosa. En vez de garantizar la eterna seguridad de la salvación, a la larga socava la seguridad de la salvación que no depende de una elección divina incondicional, sino de una aceptación humana condicional del don de la vida eterna.

Dr. Samuele Bacchiocchi

NOTAS DEL CAPÍTULO 9

1. The Westminster Confession of Faith, Capítulo 17 “De la perseverancia de los santos”, párrafos 1 y 2.

2. Edward Hiscox, The Standard Manual for Baptist Churches, 1929, p. 67.

3. Ver: www.billygraham.org/qna/qna.asp?i=1777

4. Juan Calvino, The Institutes of the Christian Religion, Libro 3, Capítulo 21, Sección 5.

5. Jeff Paton, “A Historical Examination of the Doctrine of Eternal Security”, www.eternalsecurity.us/a_historical_examination.htm

6. Robert Shank, Elect in the Son, 1970, pp. 197-198.

7. F. Furman Kearley, The Biblical Doctrine of Predestination,Fore ordination, and Election, 1998, p. 15.

8. Sakae Kubo, Once Saved Always Saved, 1977, p. 17.

9. John R. Rice, Can A Saved Person Ever Be Lost? 1943, p. 21.

10. I. Howard Marshall, Kept by the Power of God: A Study of Perseverance and Falling Away, 1969, pp. 199-200.

11. Ibíd., p. 206.

12. Ibíd., p. 207.

Categorías: Temas Diversos

0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *