37. Infierno ¿No le parece que el infierno como castigo para los reprobos es una injusticia de parte de Dios? ¿Cómo será posible que las personas ardan eternamente sin consumirse?
La idea de un infierno eterno, donde se dice que existen las más terribles formas de sufrimiento mental y físico por toda la eternidad, es un concepto heredado de la mitología pagana, cargada de dioses tiranos, vengativos y crueles. Lamentablemente esa equivocada idea comenzó a introducirse en el ambiente cristiano y finalmente se la aceptó. Cuando se comenzó a traducir la Biblia a los diferentes idiomas, las palabras hebreas y griegas que se refieren al sepulcro o lugar donde descansan los muertos, en muchas ocasiones fueron traducidas por «infierno», lo cual es un error que confunde al estudiante bíblico. Algunas reflexiones nos ayudarán a entender la enseñanza bíblica sobre el particular.
De acuerdo con nuestra limitada y humana manera de entender la justicia, comprendemos que las equivocaciones de los hombres deben ser pagadas con penas carcelarias o materiales en conformidad con la falta cometida. Acusamos de tiranos, deshumanizados o hasta de criminales a los que además de encarcelar al culpable le aplican castigos físicos o de cualquier orden. Consideramos que van contra los derechos humanos que Dios ha dado a cada ser. Sin embargo, con la doctrina del infierno eterno le estamos endosando a Dios la monstruosidad de encarcelar a los pecadores en un lugar donde hay toda clase de espantosas penas físicas, terribles sufrimientos morales en un ambiente aterrador, con el agregado de que los reprobos padecerán esas condiciones inenarrables por los siglos de los siglos sin fin. ¿Será esa injusticia la justicia de Dios? De ninguna manera.
La Biblia nos enseña que cuando Dios permite el sufrimiento o alguna prueba al ser humano, es para purificar su fe (1 Ped. 1: 6, 7). Que su amor nunca admite que las pruebas sean mayores que las que podamos soportar (1 Cor. 10: 13). Que nos disciplina porque nos ama y quiere prepararnos para la salvación, y que cuando deja sin disciplina a alguien, es porque ya nada se puede hacer por él (Heb. 12: 4-11). Además se hace claro que Dios no quiere que nadie perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Ped. 3: 9).
Frente a este breve esbozo del carácter y proceder de Dios para con el pecador, preguntamos: ¿Qué objeto tendría Dios al hacer sufrir a los impenitentes en un infierno eterno? Para esas pobres criaturas endurecidas en el pecado que ya no buscarán arrepentimiento, ¿qué objeto tendría el sufrimiento eterno? ¿Acaso sentirá Dios placer en hacer sufrir a los malos por la eternidad? Jesús dijo que pagará a cada uno según sus obras (Mat. 16: 27). ¿Será ése un pago conforme a sus obras? ¿Será justo que unos pocos años de vida equivocada, tengan que pagarse con sufrimientos que se prolonguen por la eternidad?
Las Escrituras enseñan que el fuego final será purificador (2 Ped. 3: 10-13). Que cuando llegue ese día «ardiente como un horno… todos los soberbios y los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama» (Mal. 4: 1, 3).
Con esto entendemos que los que amaron el pecado, junto con el diablo y sus demonios, serán destruidos para siempre. No existirá un lugar en el universo de Dios donde los rebeldes vayan a vivir sufriendo por la eternidad. La triste historia del pecado terminará y terminarán los que amaron más el pecado que el bien.
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