LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA

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El paralelismo entre la concepción virginal de Cristo enseñada por la Escritura y la inmaculada concepción de María es otro paso en las cambiantes doctrinas católicas que elevan a María al lugar del salvador Jesucristo. En una progresión lógica, cada uno de los dogmas católicos acerca de María se construye sobre el otro, y finalmente ensanchan la brecha entre las enseñanzas bíblicas y las enseñanzas marianas católicas.

Philip Schaff, un renombrado historiador eclesiástico del siglo XIX, observa que, “desde el punto de vista romano, este dogma [de la inmaculada concepción] completa la mariología y la mariolatría, que paso a paso avanzó de la perpetua virginidad de María a declarar que quedó libre de pecado después de la concepción del salvador, luego pasó a declarar que era libre de pecado después de nacer, y finalmente declaró que está libre del pecado original y hereditario [desde su concepción]. Lo único que resta ahora es proclamar el dogma de su asunción al cielo, que por mucho tiempo ha sido una piadosa opinión en la Iglesia Católica”.29

La predicción de Shaff de que el paso final en la glorificación de María sería la proclamación del dogma de su asunción al cielo se cumplió en 1950; es decir, 57 años después de su muerte. Schaff señala que la glorificación progresiva de María correspondió al “progreso en la adoración de María, y a la multiplicación de sus fiestas. Su adoración incluso eclipsa la adoración de Cristo. Ella, la mujer tierna, compasiva, amorosa, es invocada por su poderosa intercesión antes que su divino Hijo. Se hace de ella la fuente de toda gracia, la mediadora entre Cristo y el creyente, virtualmente es puesta en el lugar del Espíritu Santo. Casi no hay epíteto de Cristo que los devotos católicos romanos no le apliquen a la Virgen”.30

Definición del dogma de la inmaculada concepción

Algunos confunden el dogma católico de la inmaculada concepción de María con la doctrina bíblica de la concepción virginal de Cristo.

No cabe ninguna duda de que la concepción de Jesús fue inmaculada (sin pecado), pero la Iglesia Católica aplica este dogma a María, no a Jesús.

Afirma que María fue preservada del pecado original desde el momento de su concepción hasta el fin de su vida. A continuación explicaremos cómo ocurrió supuestamente esto.

El dogma oficial de la inmaculada concepción, conocido como Inefabilis Deus, fue promulgado por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en ocasión de la Fiesta de la Concepción. En presencia de más de 200 cardenales, obispos y otros dignatarios, Pío IX definió y promulgó solemnemente este dogma, diciendo: “Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Bienaventurada Virgen María, desde el primer momento de su concepción, por una gracia y un privilegio singular del Dios todopoderoso, y en vistas de los méritos de Jesucristo, el salvador de la raza humana, fue conservada libre de toda mácula de pecado original, es una doctrina revelada por Dios y, por esta razón, debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles”.31

La glorificación de María como un canal de gracia y redención

La promulgación del dogma de la inmaculada concepción representa la culminación del proceso de glorificación de María como un canal de gracia y redención para la raza humana. El intento del dogma se revela en la encíclica Ubi Primum que Pío IX les envió a los obispos el 2 de febrero de 1849 para solicitar sus opiniones y para rogarles su cooperación en promocionar la aceptación del dogma de la inmaculada concepción que pronto promulgaría.

La encíclica contiene declaraciones reveladoras: “Deseamos también, vehementemente, que lo antes posible nos hagáis saber cuánta sea la devoción

que anime a vuestro clero y pueblo fiel hacia la Inmaculada Concepción de la Virgen, y qué deseos los inflamen de que este asunto sea discernido por la Sede Apostólica; en primer lugar, deseamos saber con máximo interés qué sentís vosotros mismos, Venerables Hermanos, según vuestra eximia sabiduría, acerca de esto y qué anheláis… De ningún modo dudamos, Venerables Hermanos, de que os alegraréis, según vuestra singular piedad hacia la Santísima Virgen María, en acceder gustosísimamente y con todo cuidado y celo a estos deseos Nuestros y de que os apresuraréis a enviarnos las oportunas respuestas que os pedimos”.32

Después de apelar a los obispos a aceptar y generar el apoyo popular para la creencia en la inmaculada concepción de María, la encíclica continúa diciendo: “Bien conocéis, Venerables Hermanos, que todo el fundamento de Nuestra confianza está colocado en la Santísima Virgen, como quiera que Dios puso en María la plenitud de todo bien, de manera que si hay en nosotros algo de esperanza, algo de gracia y de salud, debemos reconocer que de Ella nos proviene… porque tal es la voluntad de Aquel que quiso que todo lo tuviéramos por María”.33 Respondieron más de 600 prelados, y con la excepción de cuatro, todos aprobaron la definición papal de la inmaculada concepción.

Notemos que esta encíclica papal expresa claramente lo que a menudo los apologistas católicos tienden a desmentir, particularmente, la creencia de que “si hay en nosotros algo de esperanza, algo de gracia y de salud, debemos reconocer que de Ella [María] nos proviene… porque tal es la voluntad de Aquel que quiso que todo lo tuviéramos por María”. Al hacer de María la dadora de “algo de esperanza, algo de gracia y de salud”, la Iglesia católica eleva a María a lugar redentor que le pertenece a Cristo.

El nuevo Catecismo de la Iglesia Católica dice que María coopera “de manera totalmente singular a la obra del salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia”.34 A fin de cuentas, el ministerio celestial de María oscurece el papel redentor de Cristo porque, si la esperanza, la gracia y la salud se pueden obtener por medio de María, el ministerio intercesor y redentor de Cristo no es para nada necesario. La adoración de María en la piedad popular suplanta la adoración de Cristo. El resultado final es la adoración idolátrica de una criatura en vez del Creador.

La mecánica de la inmaculada concepción

Para comprender la definición católica de la inmaculada concepción de María, es necesario explicar primero la visión dualista católica de la naturaleza humana. En pocas palabras, los católicos y la mayoría de los protestantes creen que cada ser humano nace con un cuerpo mortal y un alma inmortal. En años recientes, numerosos eruditos católicos y protestantes han rechazado la visión dualista platónica de la naturaleza humana, abrazando en cambio la visión holística bíblica del cuerpo y el alma.

Según la visión dualista, al momento de la concepción se forma un cuerpo en el útero de una madre como resultado de la inseminación de un padre. En el momento de la concepción del cuerpo, se crea un alma y es infundida dentro del cuerpo. Este proceso se llama animación; es decir, la implantación de un ánima (que es el término en latín para el alma) en el cuerpo. Toda alma es infundida en el cuerpo con la mancha del pecado original.

Bajo circunstancias normales, esa mancha se supone que es quitada en el bautismo poco después del nacimiento del niño.

Sin embargo, en el caso de María, la mancha del pecado original no fue quitada en el bautismo, sino que fue excluida totalmente de su alma en el momento de la concepción. En otras palabras, el cuerpo de María fue infundido con un alma limpia sin la mancha del pecado original. Además, se le confirió una santidad especial que excluía de su cuerpo la presencia de todas las emociones, pasiones e inclinaciones depravadas.

La inmunidad del pecado original en el alma, al igual que la exclusión del pecado heredado del cuerpo, le fue dada a María en la concepción por medio de los mismos méritos de Cristo que limpia a los creyentes del pecado en el bautismo. De modo que la concepción de María fue inmaculada porque ella estaba exenta de la presencia del pecado original en su alma y del pecado heredado en su cuerpo. Este es el significado esencial del dogma católico de la inmaculada concepción.

Este dogma va más allá de atribuirle una concepción impecable a María, ya que además asevera que ella vivió una vida totalmente libre de pecado. Como lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica, “a la Madre de Dios ‘la Toda Santa’ (‘Panagia’), la celebran como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura.

Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida”.35 Así, según la enseñanza católica oficial, María fue concebida sin ningún indicio de pecado y siguió siendo inmaculada durante toda su vida. En breve veremos que esta enseñanza es claramente condenada por la Escritura que enseña que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23).

Una cuestión largamente debatida

Los teólogos católicos han debatido por siglos la cuestión de la inmaculada concepción de María. El tema divisivo más importante era si María fue santificada, es decir limpiada del pecado, antes o después de la infusión del alma en su cuerpo, un proceso conocido como animación. En el siglo XIII Juan Duns Scotus y los monjes franciscanos promovieron la visión de que María fue limpiada de pecado en la concepción de su cuerpo y antes de la infusión del alma sin la mancha del pecado original. De modo que, para ellos, tanto el cuerpo como el alma de María nunca estuvieron expuestos al pecado.

Esta visión fue opugnada por Tomás de Aquino y posteriormente por los monjes dominicos. Las razones dadas por Aquino tal vez parezcan triviales y quisquillosas para una mente moderna que no está muy familiarizada con las argumentaciones escolásticas demasiado sutiles. Aquino escribió: “La santificación de la Virgen María antes de su animación no es admisible por dos motivos. Primero, porque la santificación de que hablamos no es otra cosa que la limpieza del pecado original… Segundo, porque… antes de la infusión de esta, la prole concebida no está sometida a la culpa”.36

En otras palabras, Aquino sostiene que la limpieza del pecado de María ocurrió después de la infusión del alma, porque es el alma la que hace que una persona sea racional y sujeta al pecado. Si el cuerpo y el alma de María fuesen inmaculados desde la concepción, entonces ella no necesitaría un salvador. Esa visión, según Aquino, “rebajaría la dignidad de Cristo, que emana de ser el salvador universal de todos”.37 María necesitaba un salvador como todo otro ser humano. Esta es una verdad bíblica innegable.

La solución que Aquino defiende es que María fue limpiada del pecado después de su concepción y recepción del alma, pero antes de su mismo nacimiento. En otras palabras, María era inmaculada, es decir sin pecado, no desde la concepción, sino desde el momento de nacer. La diferencia entre los dos parece insignificante para un laico, pero es de suma importancia en la teología católica, porque determina si María era inmaculada desde su concepción o desde su nacimiento.

Notemos que para los católicos, la cuestión no es la impecabilidad de María. Todos están de acuerdo en que María no tenía pecado. La única cuestión que se debatía es: “¿Cuándo comenzó su impecabilidad, en la concepción con la infusión del alma, o nueve meses después al momento de nacer?”

El dogma de la inmaculada concepción resolvió la cuestión al declarar que María fue inmaculada desde el mismo momento de su concepción.

Este dogma está diseñado para tranquilizar a los creyentes católicos, como declaró Pío IX, de que María puede dispensar “algo de esperanza, algo de gracia y de salud”, porque ella fue concebida sin pecado y vivió toda su vida sin ningún indicio de pecado. Su impecabilidad la califica para ser corredentora, una creencia católica popular que examinaremos más adelante en este estudio.

La inmaculada concepción tiene su origen en la visión dualista de la

naturaleza humana

En breve, daremos una respuesta bíblica a esta falsa enseñanza.

En esta coyuntura es importante notar que todo el dogma de la inmaculada concepción se basa en la visión dualista platónica de la naturaleza humana, según la que el alma es infundida dentro del cuerpo en la concepción y lo abandona al morir. En el capítulo 2 señalamos que esa enseñanza es extraña a la Biblia, que enseña la visión holística de la naturaleza humana.

Hemos visto que la Biblia enseña que la naturaleza humana consiste en una unidad indisoluble, donde el cuerpo, el alma y el espíritu representan

diferentes aspectos de la misma persona, y no diferentes entidades que funcionan independientemente. El alma no es infundida en el cuerpo en la concepción, sino que es el principio animador del cuerpo. En pocas palabras, en la Escritura, un cuerpo viviente es un alma viviente, y un cuerpo muerto es un alma muerta.

La visión holística bíblica de la naturaleza humana acaba con la base de la creencia en la inmaculada concepción de María, porque niega la noción de la infusión del alma en la concepción. En ningún lugar la Biblia sugiere que el pecado original es una realidad biológica transmitida a través de la infusión del alma en la concepción. El pecado original es una condición moral básica de nuestra naturaleza caída que influye todo lo que está en nosotros y lo que nos rodea. “Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). El dogma de la inmaculada concepción representa una de las tantas herejías que tienen su origen en la visión dualista de la naturaleza humana.

El contexto histórico del dogma de la inmaculada concepción

Es muy instructivo darle un vistazo al contexto histórico del dogma de la inmaculada concepción Ineffabilis Deus promulgado en 1854 por el papa Pío IX. Su pontificado, el más largo de la historia, de 1846 a 1878, fue un tiempo paradójico para el papado. La paradoja más grande fue que, mientras Pío IX estaba perdiendo poder territorial y temporal, trató de compensarlo al solidificar su poder religioso promulgando dogmas para demostrar su autoridad e infalibilidad (un movimiento conocido como “ultramontanismo”).

En 1849 Pío IX fue expulsado de Roma y no pudo regresar hasta que los franceses intervinieron en su favor. Después de su restauración, en vez de continuar con algunas de las medidas reformatorias, intentó gobernar como un monarca absoluto. Tuvo enfrentamientos con los principales poderes europeos de su época, hasta que el 20 de septiembre de 1870 las tropas del nuevo Reino de Italia tomaron el control de los estados papales.

Justo González, uno de los historiadores eclesiásticos más respetados de nuestro tiempo, observa que “mientras perdía su poder, Pío IX insistía en reafirmarlo, incluso si podía hacerlo solo en asuntos religiosos. De modo que en 1854 proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción. Según ese dogma, la misma María, en virtud de su elección como madre del salvador, fue preservada pura de toda mancha de pecado, incluyendo el pecado original.

Esta es una cuestión que los teólogos católicos han debatido por siglos, sin llegar a ninguna conclusión”.38

González continúa: “El hecho más significativo desde un punto de vista histórico fue que, al proclamar este dogma como la doctrina de la iglesia, Pío IX fue el primer Papa en definir un dogma por sí mismo, sin el apoyo de un concilio. En cierto modo, la bula Ineffabilis, que promulgó el dogma de la Inmaculada Concepción de María fue un tanteo del terreno para ver cómo reaccionaría el mundo. Puesto que la bula no se topó con demasiada oposición, el camino estaba preparado para la promulgación de la infalibilidad papal [en 1870]”.39

Los historiadores Nicholas Perry y Loreto Echeverría enfatizan la significativa conexión entre los dos dogmas de la inmaculada concepción y la infalibilidad papal. Escriben: “Lejos de tener gestación casual, los dos dogmas se refuerzan y se complementan. Son la consumación de una alianza entre Roma y ‘María’ desde tiempos remotos. Cuando la supervisora materna invisible de la Iglesia llega a ser igual a Dios –o tan ‘pura’ como la Segunda Persona de la Trinidad–, así su contraparte paterna visible hace un avance acorde. Cuando el mundo pone en duda el Sillón de Pedro y sus prerrogativas, se requiere confirmación celestial. En cambio, este factor sobrenatural puede ser ratificado solo por una voz sobrehumana incontrovertible: la de la infalibilidad”.40

Con el éxito del dogma de la inmaculada concepción, Pío IX posteriormente convocó al Concilio Vaticano I, que declaró formalmente la infalibilidad papal. La inmaculada concepción fue el primer dogma católico que se definió exclusivamente por medio de la autoridad papal. El Papa pidió el aporte de los obispos en la encíclica Ubi Primum, pero al promulgar el dogma, no hizo ninguna mención a la representación de las visiones de la iglesia en general. Según expone Maurice Hemington en su libro clásico Hail Mary? The Struggle for Ultimate Womanhood in Catholicism [¿Dios te salve María? La lucha por la suprema feminidad en el catolicismo], el dogma de la inmaculada concepción “fue un decreto solitario. María fue usada como instrumento para solidificar el poder jerárquico del catolicismo”.41

Desde una perspectiva histórica, la promulgación del dogma de la inmaculada concepción en 1854 representa un intento, sin la ayuda de nadie por parte de Pío IX, para probar su autoridad papal sobre cuestiones religiosas en un momento en que el poder político de los papas estaba llegando a su fin. El resultado final es que la Iglesia Católica actualmente está plagada de dogmas que no son bíblicos y no pueden deshacerse, porque fueron promulgados ex cathedra; es decir, como dictámenes papales oficiales infalibles.

Una respuesta bíblica al dogma de la Inmaculada Concepción

Las fuentes católicas reconocen la falta de sustento bíblico directo para el dogma de la inmaculada concepción. Por ejemplo, The Catholic Encyclopedia [La enciclopedia católica] admite que “no se puede sacar a la luz de la Escritura ninguna prueba directa o categórica y rigurosa del dogma”.42 Generalmente, se usan dos textos fundamentales para sustentar la inmaculada concepción: Génesis 3:15 y Lucas 1:28. Veremos que ninguno de estos textos ni siquiera hace alusión a esta doctrina.

Génesis 3:15: ¿Es María la mujer enemistada con la serpiente?

Los católicos creen que “el primer pasaje bíblico [Gén. 3:15] que contiene la promesa de la redención, menciona también a la Madre del Redentor”. “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gén. 3:15). Las fuentes católicas generalmente interpretan que la enemistad entre Satanás y la mujer representa el conflicto entre Satanás y María. The Catholic Encyclopedia interpreta el texto diciendo: “La mujer enemistada con la serpiente es María. Dios pone enemistad entre Cristo y la simiente de la serpiente. María siempre había de estar en ese estado exaltado del alma que la serpiente había destruido en el hombre; es decir, en la gracia santificadora.

Solo la continua unión de María con la gracia explica suficientemente la enemistad

entre ella y Satanás. El Proto-evangelio [Gén. 3:15], por lo tanto, en el texto original contiene una promesa directa del Redentor, y en conjunción con él la manifestación de la obra maestra de su Redención, la preservación perfecta de su Madre virginal del pecado original”.43

María, ¿fue la Eva inmaculada?

La identificación de la mujer en enemistad con la serpiente con María no puede justificarse por el sentido literal del texto. “El sentido literal es que Eva (no María) y su posteridad ganarán la guerra moral contra Satanás y su simiente, culminando en la victoria aplastante de Eva (comparar con Gén. 4:1, 25), y la victoria es la victoria de Cristo sobre Satanás (comparar con Rom. 16:20)”.44

Incluso aceptar por extensión una aplicación directa de la mujer a María, es un salto gigantesco de esto a su inmaculada concepción, que no está implícita en el texto. El hecho es que no existe ninguna conexión necesaria o lógica entre María como la madre del Mesías y su concepción sin pecado.

Una analogía posible entre Eva y María no insinúa la “impecabilidad” de María, sino lo contrario. Si María es análoga a Eva, entonces participó de la naturaleza humana pecaminosa. Jesús, su hijo, habría resultado ser como Caín si también hubiese sido concebido por medio del esperma humano. Pero el milagro de la encarnación es que Jesús pudo participar de nuestra “naturaleza pecaminosa”, porque no fue concebido como Caín por medio del esperma humano (Adán o José), sino a través de su Padre. Porque Dios era su Padre, su vida estaba cimentada en la perfección de su Padre.

Si Cristo hubiese tenido un padre humano, también habría tenido una naturaleza pecaminosa como la de Adán y toda su simiente. No podría haber escapado al juicio de la muerte pronunciado en el Edén. Pero el “óvulo” de María no fue fecundado por José, sino por el Espíritu Santo. Esto significa que el origen de Jesús es Dios; por consiguiente, él no estaba sujeto a la muerte por herencia. Murió por elección. La muerte voluntaria de Cristo hace posible su sacrificio sustitutivo.

Al contrario de la divina concepción de Jesús, María fue concebida por medio de las relaciones sexuales normales de sus padres, un hecho que acepta la Iglesia Católica; por lo tanto, ella heredó una naturaleza pecadora como todo ser humano que viene a este mundo. En ningún lugar la Escritura respalda la enseñanza católica de que María fue limpiada de todas las formas de pecados en la concepción al ser infundida con un alma sin mancha del pecado original. La aseveración de que María fue impecable desde la concepción es una invención puramente de la Iglesia Católica, requerida para su propósito de elevar a María al mismo lugar de Cristo, a fin de investirla de poder para conceder gracia y salvación como su Hijo.

Lucas 1:28: “Llena de gracia”, ¿implica impecabilidad?

El saludo del ángel a María: “¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo”, ¿implica que fue concebida sin indicios de pecado? Esta es la interpretación

del nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: “A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María ‘llena de gracia’ por Dios había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la inmaculada concepción… Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida”.45

La interpretación católica de que “llena de gracia” significa que María “por Dios había sido redimida desde su concepción… [y que] por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida”, revela mucha inventiva, pero plantea cuatro problemas serios.

Primero, la frase “llena de gracia” es una traducción inexacta basada en la Vulgata Latina “gratia plena”. El griego original kecharitomene es correctamente traducido por la Reina Valera 1960 simplemente como “muy favorecida”. La traducción inexacta de la Vulgata se convirtió en la base de la idea de que a María se le extendió la gracia a lo largo de toda su vida. Esa gracia le permitió vivir sin pecado, una enseñanza que es extraña a la Escritura.

Segundo, el contexto indica que el saludo del ángel se refiere solo a su estado en ese momento, no a toda su vida. No declara que ella estuvo llena de gracia desde la concepción hasta la traslación, sino más bien el contexto muestra que María fue “muy favorecida” porque Dios le dio el privilegio de dar a luz a su Hijo. En los versículos 30 al 31, el ángel le dice a María: “No temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS”. Más adelante, Elisabet saluda a María, diciendo: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre” (Luc. 1:42).

Estos textos indican que María fue muy favorecida y bendecida porque Dios la eligió para dar a luz a su Hijo. Como comenta Norval Geldenhuys: “Dios le había dado su gracia libre y gratuita en una medida única al elegirla como madre de su Hijo”.46 Incluso una lectura rápida del contexto revela que la gracia que ella recibió por la tarea de ser la madre del Mesías no impidió que pecara durante toda su vida.

Tercero, el énfasis en la plenitud de gracia es engañosa, puesto que incluso los apologistas católicos reconocen que María era una pecadora necesitada de redención. Ludwig Ott dice que María “requería redención y fue redimida por Cristo”.47 Sugerir que a María se le impidió heredar los pecados no tiene garantía bíblica. En vez de eso, ella fue investida de poder por la gracia de Dios para vencer el pecado.

Finalmente, el mismo término para “gracia–charitoes usada para los creyentes en general. En su excelente tratado de mariología, titulado The Cult of the Virgin [El culto de la Virgen], Miller y Samples señalan que el término griego para “llena de gracia” –charito– “es usado para los creyentes en Efesios 1:6 sin que eso implique perfección impecable. Así que una vez más, no hay nada acerca de Lucas 1:28 que establezca la doctrina de la inmaculada concepción. Que María fuese favorecida excepcionalmente para ser la madre de su Señor es la única inferencia”.48

María reconoció su necesidad de un salvador

En el Magníficat, María alabó a Dios como su Redentor diciendo: “Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador” (Luc. 1:46-47). La razón de que María llamara a Dios mi salvador es porque ella sabía que, como descendiente de Adán, nació con una condición pecaminosa. El dogma de la inmaculada concepción socava la integridad de la naturaleza humana, reduciéndola a una imagen y haciendo de su vida un fantasma. Implica que María nunca fue un verdadero ser humano y que nunca vivió una auténtica vida humana.

En la Biblia, la redención no es una intervención milagrosa que se logra en la concepción sin la participación humana. El Espíritu Santo no obra impersonalmente sin una participación humana libre. La impecabilidad de Cristo no estaba garantizada mecánicamente por su concepción milagrosa, sino que fue su propio logro durante toda su vida a través del poder habilitante del Espíritu Santo.

Conclusión

La glorificación de María como inmaculada desde la concepción es una herejía que le quita méritos a la singularidad del Hijo de Dios al poner a una criatura en igualdad de condiciones con él. La impecabilidad es una cualidad reservada solo para Cristo. Salvador es un nombre que sólo Cristo se merece. El ángel instruyó a José, diciendo: “Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mat. 1:21). Jesús es la única persona que nació, vivió y murió sin pecado. Él es el único calificado para salvarnos de nuestros pecados, porque solo él es Dios. El dogma de la inmaculada concepción no tiene base bíblica, carece de justificación histórica y es doctrinalmente infundado.

Samuele Bacchiocchi, Pd. D.

29. Philip Schaff, Creeds of Christendom, with a History and Critical

Notes, 1893, t. 2, pp. 211-212.

Mariología 277

30. Ibíd.

31. Henry Denzinger, The Sources of Catholic Dogma, 1957, párrafo

2803; citado también en el Catecismo de la Iglesia Católica, (nota 11), párrafo

491.

32. Ubi Primum, Encíclica de Pío IX con motivo de la preparación

del estudio sobre la Inmaculada Concepción promulgada el 2 de febrero de

1849, http://www.mercaba.org/MAGISTERIO/ubi_primum.htm

33. Ibíd. El énfasis es nuestro.

34. Catecismo de la Iglesia Católica, 1994, http://www.mscperu.

org/catequesis/cat1.htm (nota 11), # 968.

35. Catecismo de la Iglesia Católica, 1994, http://www.mscperu.

org/catequesis/cat1.htm (note 11), # 493.

36. Santo Tomás de Aquino (nota 18), Parte 3, C. 27, t. 2, p. 2164.

37. Ibíd.

38. Justo González, The Story of Christianity, 1984, t. 2. p. 297.

39. Ibíd.

40. Nicholas Perry y Loreto Echeverría, Under the Heel of Mary,

1989, p. 122.

41. Maurice Hemington, Hail Mary? The Struggle for Ultimate Womanhood

in Catholicism, 1995, p. 19.

42. Frederick G. Holweck, “The Doctrine of the Immaculate Conception”,

The Catholic Encyclopedia, 1910, t. 7, p. 242.

43. Ibíd.

44. Norman Geisler y Ralph E. MacKenzie, Roman Catholics and

Evangelicals. Agreements and Differences, 2004, p. 307.

45. Catecismo de la Iglesia Católica, 1994, http://www.mscperu.

org/catequesis/cat1.htm (nota 11) # 491, 493.

46. Norval Geldenhuys, Commentary on the Gospel of Luke , 1983,

p. 75.

47. Ludwig Ott (nota 12), p. 212.

48. Elliot Miller y Kenneth R. Sample, The Cult of the Virgin: Catholic

Mariology and the Apparitions of Mary, 1992, p. 34.

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