Comentario Leccion EGW 05 Julio – Septiembre 2012
III Trimestre de 2012
1 y 2 de Tesalonicenses
Notas de Elena G. de White
Lección 5
4 de Agosto de 2012
El ejemplo apostólico
1 Tesalonicenses 2:1-12
Sábado 28 de julio
La vida de Pablo fue una ejemplificación de las verdades que enseñaba: en eso estribaba su poder. Su corazón estaba lleno de un profundo y perdurable sentido de su responsabilidad; y trabajaba en íntima comunión con Aquel que es la fuente de la justicia, misericordia y verdad. Se aferraba a la cruz de Cristo como a su única garantía de éxito. El amor del Salvador era el motivo imperecedero que le sostenía en sus conflictos con el yo, en sus luchas contra el mal, mientras avanzaba en el servicio de Cristo contra la hostilidad del mundo y la oposición de sus enemigos.
Lo que la iglesia necesita en estos días de peligro es un ejército de obreros que, como Pablo, se hayan educado para ser útiles, tengan una experiencia profunda en las cosas de Dios y estén llenos de fervor y celo. Se necesitan hombres santificados y abnegados, hombres que no esquiven las pruebas y la responsabilidad; hombres valientes y veraces; hombres en cuyos corazones Cristo constituya la “esperanza de gloria”, y quienes, con los labios tocados por el fuego santo, prediquen la Palabra. Por carecer de tales obreros la causa de Dios languidece, y errores fatales, cual veneno mortífero, corrompen la moral y agostan las esperanzas de una gran parte de la raza humana (Los hechos de los apóstoles, p. 404).
Domingo 29 de julio:
Valentía en el sufrimiento (1 Tesalonicenses 2:1, 2)
Las últimas palabras de Cristo [a sus discípulos] fueron: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Y extendiendo sus manos sobre ellos en actitud de bendición, ascendió al cielo rodeado por las huestes de ángeles celestiales que habían venido a escoltarlo en su camino hacia los portales de Dios. Esta misión convirtió a sus discípulos en agentes mediante los cuales el evangelio de las buenas nuevas había de llegar a todas las naciones. Esta fue la última voluntad y testamento de Cristo a sus seguidores que caminaron con él durante los años de su ministerio terrenal, y a los que creerían en él por medio de la palabra de ellos. Su primera obra en el cielo estuvo en armonía con el último encargo que hizo sobre la tierra. Les envió la promesa del Padre. El día del Pentecostés el Espíritu Santo fue derramado sobre los discípulos en oración, y ellos testificaron acerca de su origen adondequiera que iban.
El espíritu misionero fue derramado en provisión ilimitada, y los discípulos testificaron de un Salvador crucificado y resucitado, y convencieron al mundo de pecado, de justicia y del juicio venidero. Hicieron exactamente lo que el Señor levantado de la tumba les había indicado, y comenzaron a publicar el evangelio en Jerusalén, en el mismo lugar donde existían los prejuicios más profundos, y donde prevalecían las ideas más confusas con respecto al que había sido clavado en la cruz como un malhechor. Tres mil personas recibieron el mensaje y se convirtieron. No fueron intimidados por la persecución, la cárcel y la muerte; más bien continuaron hablando con todo denuedo las palabras de verdad, presentando a los judíos la obra, la misión y el ministerio de Cristo, su crucifixión, resurrección y ascensión; y cada día se añadían creyentes —hombres y mujeres— en el Señor (Recibiréis poder, p. 317).
En nuestro esfuerzo por formar caracteres similares a lo divino, encontraremos pruebas y cruces que soportar. Pero tendremos la simpatía y la ayuda de los ángeles celestiales, quienes son enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación. Mis hermanos y hermanas, llevemos la cruz de la abnegación y el sacrificio. Mantengámonos cerca del precioso Salvador. Que en nuestra vida diaria honremos a Dios mostrando, en palabras y acciones, que tenemos un gran objetivo en vista. Cristo vendrá pronto, y las almas están pereciendo en el pecado y la ignorancia. Démosle a estas almas el mensaje de salvación. Cuando la influencia purificadora y refinadora de la verdad se sienta en nuestras vidas como debiera, revelaremos en nuestras obras los frutos de justicia (Review and Herald, 16 de abril, 1908).
Lunes 30 de julio:
El carácter de los apóstoles (1 Tesalonicenses 2:3)
Al referirse a su propio caso, Pablo mostró que al elegir el servicio de Cristo no había sido inducido por motivos egoístas; porque su camino había estado bloqueado de pruebas y tentaciones. “Estando atribulados en todo —escribió— mas no angustiados; en apuros, mas no desesperamos; perseguidos, mas no desamparados; abatidos, mas no perecemos; llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestros corazones”.
Pablo les recordó a sus hermanos que, como mensajeros de Cristo, él y sus colaboradores estaban continuamente en peligro. Las penalidades que soportaban estaban desgastando sus fuerzas. “Nosotros que vivimos —escribió— siempre estamos entregados a muerte por Jesús, para que también la vida de Jesús sea manifestada en nuestra carne mortal. De manera que la muerte obra en nosotros, y en vosotros la vida”. Sufriendo físicamente por las privaciones y trabajos, estos ministros de Cristo estaban conformándose a la muerte de él. Pero lo que obraba muerte en ellos, traía vida y salud espiritual a los corintios, quienes por la fe en la verdad eran hechos participantes de la vida eterna. En vista de esto, los seguidores de Jesús han de procurar no aumentar, por el descuido y el desafecto, las cargas y pruebas de los que trabajan (Los hechos de los apóstoles, p. 266).
Los motivos cristianos exigen que trabajemos con un propósito constante, un interés incesante y una instancia cada vez mayor en favor de las almas que Satanás trata de destruir. Nada ha de apagar la ferviente y anhelante energía manifestada en la salvación de los perdidos.
Notemos cómo por toda la Palabra de Dios se manifiesta el espíritu de instancia, de implorar a los hombres y mujeres a que acudan a Cristo. Debemos aprovechar toda oportunidad, en privado y en público, presentando todo argumento, haciendo hincapié en todo motivo de importancia infinita, para atraer a los hombres al Salvador. Con toda nuestra fuerza debemos instarles a que miren a Jesús y acepten su vida de abnegación y sacrificio. Debemos demostrar que esperamos que ellos den gozo al corazón de Cristo empleando cada uno de sus dones para honrar su nombre (Obreros evangélicos, p. 522).
Sometan los predicadores sus acciones de cada día a una reflexión cuidadosa y a una recapitulación minuciosa, con el objeto de conocer mejor sus hábitos de vida. Si escudriñasen detenidamente cada circunstancia de la vida diaria, conocerían mejor sus propios motivos y los principios que los rigen. Esta recapitulación diaria de nuestros hechos, para ver si nuestra conciencia nos aprueba o condena, es necesaria para todos aquellos que quieran alcanzar la perfección del carácter cristiano. El examen detenido de muchos actos que pasan por buenas obras, aun acciones de benevolencia, revelará, cuando se los investiga detenidamente, que ellos han sido impulsados por malos motivos.
Muchos reciben aplausos por virtudes que no poseen. El que escudriña los corazones pesa los motivos, y muchas veces acciones calurosamente aplaudidas por los hombres son registradas por él como provenientes del egoísmo y la baja hipocresía. Cada acto de nuestra vida, ora sea excelente y digno de loor, o merecedor de censura, es juzgado por Aquel que escudriña los corazones según los motivos que lo produjeron (Obreros evangélicos, p. 292).
Martes 31 de julio:
Agradar a Dios (1 Tesalonicenses 2:4-6)
Hay gran peligro de que algunos asociados con la obra trabajen solo por el salario. No manifiestan interés especial por la obra; su corazón no está en ella, y no tienen un sentido especial de su carácter sagrado y exaltado. Hay también mucho peligro de que aquellos que dirigen lleguen a ser elevados y exaltados, y que la obra de Dios sea así manchada, llevando el sello de lo humano en vez de lo divino. Satanás está muy despierto y es perseverante, pero Jesús aun vive, y todos los que hacen de él su justicia, su escudo, serán sostenidos en forma especial (Testimonios para la iglesia, tomo 1, pp. 509, 510).
La forma en que el Señor mide un carácter correcto está expresada en las palabras del profeta Miqueas: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:8). Hay personas que pueden ser representadas como haciendo justicia y amando misericordia, pero a las que les falta el verdadero principio y la fe para caminar humildemente delante de Dios. Pueden parecer tener todo lo necesario para una vida santificada, pero al faltarles la santidad, les falta todo. Si la vida no está santificada, los motivos y propósitos no lo están, y sin eso es imposible agradar a Dios. Dios le ha dado a los seres humanos un intelecto y afectos que le permitan apreciar el carácter de Dios como fue manifestado en la vida terrenal de Cristo, y mediante la fe revelar esos mismos atributos. Cristo debe ser manifestado en la vida de cada creyente para que pueda reclamar la ciudadanía en el reino de Dios y de Cristo (Review and Herald, 30 de septiembre, 1909).
Debemos acercamos a la cruz de Cristo. La penitencia al pie de la cruz es la primera lección de paz que tenemos que aprender. El amolde Jesús, ¿quién puede comprenderlo? ¡Infinitamente más tierno y abnegado que el amor de una madre! Si queremos conocer el valor de un alma humana, debemos mirar a la cruz con fe viva, y así comenzar el estudio que será la ciencia y el cántico de los redimidos por toda la eternidad. El valor de nuestro tiempo y de nuestros talentos puede estimarse únicamente por la grandeza del rescate pagado por nuestra redención. ¡Qué ingratitud manifestamos hacia Dios cuando le robamos lo suyo al rehusarle nuestros afectos y nuestros servicio! ¿Es demasiado darnos nosotros mismos a él, que lo ha sacrificado todo por nosotros? ¿Podemos escoger la amistad del mundo antes que los honores inmortales que ofrece Cristo: “Que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono”? (Reflejemos a Jesús, p. 287).
Miércoles 1 de agosto:
Afecto profundo (1 Tesalonicenses 2:7, 8)
Que pueda el Señor hablar al corazón de los que leen estas palabras. Todos deberíamos hablar y practicar la ternura que Pablo presenta en esta figura de la nodriza que cuida de sus niños. Esa virtud es una manifestación del Espíritu de Cristo. Cuando verdaderamente recibimos a Jesús, habrá una transformación del carácter y de los principios entre los miembros del cuerpo de Cristo. Toda amargura, ira y maledicencia será quitada, y el amor de Cristo rebosará en el corazón. Nuestro amor por los demás será profundo, puro y ferviente, sin que se dejen de cumplir los sagrados deberes de exhortar, reprobar y amonestar a los santos. Pero esto se hará con ternura y consuelo, porque los corazones habrán sido suavizados y subyugados por el amor de Cristo. La armonía del cuerpo y el afecto ferviente se incrementarán más y más, permitiendo que Cristo sea presentado al mundo mediante los instrumentos humanos, y la obra de Dios crecerá rápidamente por medio de obreros que se levantarán en varias partes del mundo (Review and Herald, 31 de octubre, 1893).
Había habido hambre en Jerusalén, y Pablo sabía que muchos de los cristianos habían sido esparcidos, y que los que permanecían iban a quedar probablemente privados de simpatía humana y verse expuestos a la enemistad religiosa. Por lo tanto, exhortó a las iglesias a mandar ayuda pecuniaria a sus hermanos de Jerusalén. La cantidad recogida por las iglesias excedió lo que esperaban los apóstoles. Constreñidos por el amor de Cristo, los creyentes dieron liberalmente y se llenaron de gozo por haber podido expresar así su gratitud al Redentor y su amor hacia los hermanos. Tal es la verdadera base de la caridad según la Palabra de Dios (Joyas de los testimonios, tomo 2, p. 509).
Jesús dice: “Como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. El amor no es simplemente un impulso, una emoción transitoria que depende de las circunstancias; es un principio viviente, un poder permanente. El alma se alimenta de las corrientes del puro amor que fluyen del corazón de Cristo, una fuente que nunca falla. Oh, ¡cómo se vivifica el corazón, cómo se ennoblecen sus motivos, cómo se profundizan sus afectos, mediante su comunión! Bajo la educación y la disciplina del Espíritu Santo, los hijos de Dios se aman mutuamente, lealmente, sinceramente y sin afectación, “no juzgadora, no fingida”. Y esto porque el corazón está enamorado de Jesús. Nuestros afectos mutuos surgen de una común relación con Dios. Somos una familia y nos amamos los unos a los otros como él nos amó (Hijos e hijas de Dios, p. 103).
Jueves 2 de agosto:
No ser una carga (1 Tesalonicenses 2:9-12)
Los hombres que Dios elige para que trabajen en su obra darán prueba de su elevado llamamiento y considerarán que es su deber más eminente desarrollarse y mejorar hasta convertirse en obreros eficientes. Luego, cuando manifiesten entusiasmo y dedicación por mejorar el talento que Dios les ha confiado, entonces hay que prestarles ayuda juiciosamente. Pero el aliento que se les proporcione no debiera tener apariencia de lisonja, porque Satanás mismo se encargará de llevar a cabo esa clase de obra. Los hombres que consideran que tienen el deber de predicar no debieran ser animados a depender ellos y su familia en forma inmediata y total de los hermanos para obtener recursos económicos. No tienen derecho a esto hasta que puedan mostrar buenos frutos producidos por su trabajo. Existe actualmente el peligro de perjudicar a los predicadores jóvenes y a los que tienen escasa experiencia por causa de la lisonja y por aliviarlos de los cuidados y las aflicciones de la vida. Cuando no están predicando, debieran dedicarse a trabajar en otra cosa para su propio sostén. Esta es la mejor forma de probar la naturaleza de su llamamiento a predicar. Si desean predicar solo para obtener beneficios económicos, y si la iglesia actúa con buen juicio, pronto perderán su inclinación a predicar, y dejarán de hacerlo para buscar un trabajo más provechoso. El apóstol Pablo, un predicador muy elocuente, convertido milagrosamente por Dios para realizar una obra especial, no rehuía el trabajo. Dice: “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos” (1 Corintios 4:11, 12). “Ni comimos de balde el pan de nadie, sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de vosotros” (2 Tesalonicenses 3:8) (Testimonios para la iglesia, tomo 1, pp. 393,394).
Aunque Pablo tenía cuidado de presentar a sus conversos las sencillas enseñanzas de las Escrituras en cuanto al debido sostén de la obra de Dios y reclamaba, como ministro del evangelio, la “potestad de no trabajar” (1 Corintios 9:6) en empleos seculares como medio de sostén propio, en diversas ocasiones durante su ministerio en los grandes centros de civilización, trabajó en un oficio manual para mantenerse. Entre los judíos no se consideraba el trabajo físico como cosa extraña o degradante. Mediante Moisés se había enseñado a los hebreos a desarrollar en sus hijos hábitos de laboriosidad; y se consideraba como un pecado permitir que los jóvenes crecieran sin conocer el trabajo físico. Aun cuando se educara a un hijo para un cargo sagrado, se consideraba esencial un conocimiento de la vida práctica. A todo joven, ya fueran sus padres ricos o pobres, se le enseñaba un oficio. Se consideraba que los padres que descuidaban el impartimiento de esa enseñanza a sus hijos se apartaban de la instrucción del Señor. De acuerdo con esta costumbre, Pablo había aprendido temprano el oficio de tejedor de tiendas…
Tesalónica es el primer lugar acerca del cual leemos que trabajó Pablo con sus manos para sostenerse mientras predicaba la Palabra. Escribiendo a la iglesia de creyentes de allí, les recordó que podía haberles sido “carga”, y añadió: “Hermanos, os acordáis de nuestro trabajo y fatiga: que trabajando de noche y de día por no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios” (1 Tesalonicenses 2:6, 9). Y de nuevo, en su segunda Epístola a los Tesalonicenses, declaró que él y sus colaboradores, durante el tiempo que habían estado con ellos, no habían comido “el pan de ninguno de balde”. Noche y día trabajamos, escribió, “por no ser gravosos a ninguno de vosotros; no porque no tuviésemos potestad, sino por daros en nosotros un dechado, para que nos imitaseis” (2 Tesalonicenses 3:8, 9) (Los hechos de los apóstoles, pp. 279, 280).
Los siervos de Dios deben ser sumamente cuidadosos en cuanto a las doctrinas que enseñan, al ejemplo que dejan y la influencia que ejercen sobre sus asociados. El gran apóstol llama a Dios y a la iglesia como testigos de la sinceridad y honestidad de su profesión: “Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:10) (Review and Herald, 11 de diciembre, 1900).
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