El Imperio Romano – Parte 3

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En su uso moderno esta expresión no es bíblica ni clásica, y no le hace justicia a la delicadeza y la complejidad de los métodos romanos para controlar a los pueblos del Mediterráneo. La palabra imperium significaba en primer lugar la autoridad soberana confiada por el pueblo romano a sus magistrados, elegidos por medio de una disposición especial (la lex curiata). El imperium era siempre completo, y abarcaba todas las formas del poder ejecutivo, religioso, militar, judicial, legislativo y electoral. Su ejercicio estaba limitado por el carácter colegiado de las magistraturas, y también por la restricción habitual o legal de su funcionamiento a una provincia determinada o esfera de responsabilidad. Con la ampliación de los intereses romanos hacia el exterior, la provincia se fue convirtiendo, con creciente frecuencia, en provincia geográfica, hasta que el uso sistemático del imperium magistral para controlar a un “imperio” hizo posible el uso del término para describir a una entidad geográfica y administrativa. En la época del NT; sin embargo, el sistema distaba mucho de ser tan completo o rígido como lo que podría suponerse.

I. La naturaleza del imperialismo romano

Hablando en general, la creación de una provincia romana ni suspendía los tipos de gobierno existentes ni le agregaba al estado romano. El “gobernador” (no existía un término genérico de esta clase, sino que se usaba el título magistral correspondiente) funcionaba en asociación con las autoridades regionales con las cuales existía una relación cordial, a fin de preservar la seguridad militar de Roma, y cuando no había actividad bélica su función era principalmente diplomática. Se parecía más al comandante regional de las organizaciones internacionales modernas creadas en virtud de algún tratado y que sirven a los intereses de las grandes potencias, más que al gobernador colonial con su autoridad monárquica. La solidaridad del “imperio” era producto de la pura preponderancia del poder romano antes que de una administración centralizada directa. Abarcaba muchos cientos de estados satélites, cada uno de los cuales estaba ligado a Roma bilateralmente y disfrutaba de los derechos y privilegios que lograba negociar individualmente con Roma. No cabe duda de que los romanos estaban en condiciones de abrirse camino por la fuerza a través de la maraña de pactos y tradiciones, pero este recurso ni les interesaba ni les convenía; lo que encontramos, en cambio, es que se esforzaban por convencer a sus apáticos aliados de que aprovechasen la libertad subordinada que les dejaban. Al mismo tiempo se llevaba a cabo un proceso de asimilación gradual mediante el recurso de otorgar en forma individual y comunitaria la ciudadanía romana, con lo cual compraban la lealtad de las personas importantes localmente, las que a su vez favorecían al poder patronal.

II. Crecimiento del sistema provincial

La habilidad diplomática imperial tal como se explica arriba la fueron adquiriendo los romanos en el curso de las primitivas relaciones de Roma con sus vecinos en Italia. Su genio ha sido localizado en forma diversa en los principios del sacerdocio fecial, que exigía un respeto estricto por las fronteras y no aceptaba ninguna otra razón para la guerra, en la generosa reciprocidad de los primitivos tratados romanos, y en los ideales romanos del patrocinio, que exigía una lealtad estricta de parte de los amigos y vasallos a cambio de la protección. Cualquiera haya sido la razón, Roma pronto adquirió el liderazgo de la liga de ciudades latinas, y luego, por espacio de varios siglos, bajo el impacto de las esporádicas invasiones galas y germanas, y las luchas con potencias de ultramar, tales como los cartagineses y algunos de los monarcas helenísticos, concertó tratados con todos los estados italianos al S del valle del Po, tratados mediante los cuales reguló sus relaciones con los mismos. Con todo, sólo en el 89 a.C. se les ofreció a estos pueblos la ciudadanía romana, y de este modo se convirtieron en municipalidades de la república. Mientras tanto se llevaba a cabo un proceso similar en todo el Mediterráneo. Al final de la primera guerra púnica Sicilia fue hecha provincia (241 a.C.), y el peligro cartaginés condujo a otras medidas del mismo tipo en Cerdeña y Córcega (231 a.C.), la España citerior y ulterior (197 a.C.), y finalmente a la creación de una provincia en África después de la destrucción de Cartago en el 146 a.C. En contraste, al principio los romanos vacilaron ante la idea de imponerse a los estados helenísticos de oriente, hasta que después del reiterado fracaso de las negociaciones libres se crearon provincias para Macedonia (148 a.C.) y Acaya (146 a.C.). A pesar de alguna medida de violencia, como la destrucción de Cartago y Corinto en el 146 a.C., las ventajas del sistema provincial romano pronto adquirieron reconocimiento en el exterior, como resulta claro por el paso de tres estados a Roma por legado de sus gobernantes, lo cual condujo a la formación de las provincias de Asia (133 a.C.), Bitinia y Cirene (74 a.C.). Los romanos se habían ocupado de hacer una limpieza por su propia cuenta, y la amenaza a las comunicaciones ocasionada por la piratería habían llevado para entonces a la creación de provincias para la Galia narbonense, Ilírico, y Cilicia.

La ambición profesional de los generales romanos ya comenzaba a hacerse sentir. Pompeyo agregó el Ponto a la Bitinia, y creó la nueva provincia principal de Siria como resultado de su comando mitridático del año 66 a.C., y en la década siguiente César abrió toda la Galia, dejando a los romanos establecidos en el Rin, desde los Alpes hasta el mar del Norte. El último de los grandes estados helenísticos, Egipto, se convirtió en provincia después de que Augusto derrotó a Antonio y Cleopatra en el 31 a.C. A partir de dicho momento la política fue de consolidación más bien que de expansión. Augusto llevó la frontera hasta el Danubio, y creó las provincias de Retia, Nórico, Panonia, y Mesia. En la generación siguiente las dinastías locales fueron remplazadas por gobernadores romanos en varias regiones. Galacia (25 a.C.) fue seguida por Capadocia, Judea, Britania, Mauritania, y Tracia (46 d.C.).

Por consiguiente el NT se encuentra en un punto en el que la serie de provincias se ha completado, y todo el Mediterráneo ha sido provisto por primera vez de una autoridad supervisora uniforme. Al mismo tiempo, en muchos casos los gobiernos preexistentes todavía florecían, si bien con pocas perspectivas de progreso ulterior. El proceso de la incorporación directa en el seno de la república romana siguió adelante hasta que Caracala, en el 212 d.C., extendió la ciudadanía a todos los residentes libres del Mediterráneo. Desde ese momento en adelante las provincias son territorios imperiales en el sentido moderno.

Categorías: Historia

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