El Pacto Eterno
Las definiciones de la vida pueden ser diversas, pero permanece el hecho indisputado de que toda vida conocida sobre el planeta tierra termina con la muerte. Desde tiempos inmemoriales los seres humanos han respondido al hecho de la muerte intentando prepararse para seguir su existencia después de la muerte, o intentando alcanzar las riquezas y la vida más plena aquí y ahora. Las pirámides egipcias, por ejemplo, son una evidencia de los intentos humanos de garantizar la vida en el más allá.
Sin embargo, todos los esfuerzos por mejorar o perpetuar la
vida están condenados a fracasar a menos que los seres humanos acepten
la vida que sólo Dios puede proporcionar, como se describe en las Escrituras.
La declaración de Cristo: "Yo he venido para que tengan vida, y
para que la tengan en abundancia" (Juan 10:10) resume la respuesta divina
a la búsqueda humana de una vida mejor.
LA SALVACIÓN DEL NUEVO PACTO
El apóstol Pedro hace la afirmación asombrosa
de que sólo en Jesucristo podemos encontrar la salvación. "Y
en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el
Cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4:12). Jesucristo
es el punto focal de la salvación.
La revelación de Dios en las Escrituras acerca de la salvación
están centradas en Jesucristo y van en contra de todas las maneras humanas
de salvación. Algunos intentan comprender la salvación por la
sabiduría o el conocimiento recto. El gnosticismo, un movimiento religioso
y filosófico muy difundido en los primeros tres siglos de la era cristiana,
enseñaba este método. Los diversos maestros, grupos, y sistemas
tomados en conjunto bajo la etiqueta de gnosticismo comparten la convicción
de que, aunque en la humanidad exista la ignorancia y la ilusión, podemos
por medio del "conocimiento" o la "sabiduría" obtener
la liberación espiritual. Es decir, podemos alcanzar la identidad última
con lo divino, sea lo que fuere que esto signifique. [G. L. Borchert, "Gnosticism",
Evangelical Dictionary of Theology, Walter A. ElweIl, ed. (Grand Rapids, MI:
Baker Book House, 1984), pp. 444-447; Hans Jonas, The Gnostic Religion: The
Message of the Afien God and the Beginning of Christianity, 2da. ed. (Boston:
Beacon Press, 1963); Robert M. Grant, Gnosticism and Earty Chiistianity, ed.
rev. (Nueva York: Harper and Row, 1959)].
Esta filosofía gnóstica es estrechamente paralela con las enseñanzas
del misticismo pagano y no pagano. Este sistema de pensamiento se ocupa de la
vida interior del espíritu, la peregrinación hacia lo divino,
que comienza con la percepción interior y sigue hasta las etapas más
elevadas posibles del desarrollo personal. La relación inmediata con
lo fundamental es la esencia de sus enseñanzas. Esta relación
puede ser psicológica o una experiencia epistemológica en la cual
lo místico, aparte de una institución religiosa o de un libro
sagrado, obtiene conocimiento religioso directamente de lo divino.
La enseñanza bíblica de la salvación en Jesucristo va en
contra de las pretensiones legalistas a la justificación y la salvación.
El término legalismo designa una manera de buscar la salvación
mediante la observancia de reglas, reglamentos, y leyes, tanto humanas como
divinas, con el fin de ganar méritos ante Dios y de ponerlo bajo la obligación
de otorgarnos la salvación. El legalismo ha tomado muchas formas a lo
largo de los siglos, aun dentro del cristianismo mismo. La verdad bíblica
acerca de la salvación va en contra de cualquier método legalista
de ganar la salvación por medio de ritos religiosos o actos de contrición.
El camino de salvación, en la Escritura, también se opone a cualquier
forma de antinomianismo. El que practica el antinomianismo rechaza la ley moral
y la vida correcta como una parte indispensable de la experiencia cristiana,
una perversión de la verdad que ya existía en tiempos del Nuevo
Testamento. Pablo, en sus días, tuvo que refutar la sugerencia de que
la doctrina de la justificación por la fe dejaba lugar para seguir pecando.
Las epístolas con frecuencia condenan la herejía de que el evangelio
permite el libertinaje. En muchos casos, las discusiones modernas acerca de
la ley y la gracia real-mente tienen que ver con la necesidad de una vida correcta.
Increíblemente, la dicotomía aparente entre la ley y la gracia,
y el agudo contraste que a menudo se señala en ellas surge de una mala
comprensión de la enseñanza misma de Pablo. Ninguno, por supuesto,
rechaza más claramente que Pablo la ley como un medio de salvación
y simultáneamente afirma que la ley continúa siendo un componente
integral de la vida cristiana (ver Romanos 3:3 1; 8:4).
La salvación gracias al nuevo pacto nos viene del Jardín del Edén, diseñada por Dios mismo para toda la humanidad. La Biblia entera da testimonio de ello. Es una salvación cimentada en Jesucristo y lograda por él.
LA VIDA DEL NUEVO PACTO
La vida del nuevo pacto se caracteriza por la vida y existencia de Cristo en el corazón del creyente, donde el término corazón aquí designa el asiento del pensamiento, del propósito y de la comprensión, del cual surgen nuestras actitudes reveladas por nuestra conducta. El corazón "de piedra" (Ezequiel 11:19; 36:26), que también es llamado "incircunciso" (Ezequiel 44:7), necesita una re?creación así como también una limpieza (Salmo 51: 10; Jeremías 24:7; Ezequiel 18:31).
Jesús prometió que los puros de corazón verán a Dios (Mateo 5:8). La pro-mesa del nuevo pacto es que Dios escribirá su ley en nuestros corazones (Jeremías 31:33; Hebreo 10:16, 17). Esta internalización de la ley de Dios en el corazón de los creyentes hace posible que ellos vivan la nueva vida del pacto.
La fe es el medio por el cual Cristo mora en los corazones humanos (Efesios 3:17), una fe que evoca una respuesta de amante obediencia a las palabras de Cristo (Juan 14:23). Cristo entonces llega a ser una Presencia constante y permanente en los corazones de los creyentes, no sólo un visitante ocasional. Él hace de esta relación de pacto algo vivo y duradero, una realidad continua en las vidas de sus seguidores.
Los escritores inspirados de las Escrituras argumentan con fuerza que un cristiano avanza hacia la madurez en la vida cristiana. Esta madurez involucra el "arrepentimiento de obras muertas" (Hebreos 6:1). La carta a los Hebreos plantea la siguiente pregunta decisiva: "¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?" (Hebreos 9:14).
Estas "obras muertas" no son pecados que conducen a la muerte, sino obras humanas a las que les falta el elemento que las transformaría en obras de fe. Son obras producidas no por la obediencia de fe sino más bien por un espíritu legalista. En este sentido las "obras muertas" son las "obras de la ley", u obras que procuran la justicia de la ley en vez de la justicia de la fe. El estilo de vida caracterizado por los verdaderos cristianos que viven en una relación genuina y dinámica con Jesucristo no es una de justicia por obras, sino una de justicia por fe. Los que sirven al Dios vivo producirán "justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo" (Romanos. 14:27).
LA ESPERANZA DEL NUEVO PACTO
Hay varias clases de esperanza: esperanzas nacionales, esperanzas políticas, esperanzas filosóficas, esperanzas teológicas. Estas esperanzas tienen en común el deseo acompañado de expectativa. El aspecto de la expectativa nos hace plantear vez tras vez la pregunta: ¿Están esta o aquella esperanzas libres de ilusión?
A menudo las esperanzas no basadas en las promesas bíblicas demuestran ser meras proyecciones de deseos humanos y terrenales. Pintan cuadros del futuro basados en los propios deseos de la humanidad. Algunas de ellas prometen utopías terrenales, pero los sueños de una sociedad política perfecta resultan ser espejismos. Planes que apuntan a la perfección se derrumban por causa de la imperfección innata de los planes. Sueños de riquezas o fama nunca se materializan. Tales esperanzas y expectativas generalmente terminan en fracaso y desilusión porque están basadas sólo en la capacidad y la decisión humanas.
La Biblia revela claramente la existencia de una esperanza que está basada en la realidad, no en una ilusión: "segura y firme ancla del alma" (Hebreos 6:19). Esta esperanza, fundada sobre las promesas de Dios trascendente-mente seguras, está arraigada en la revelación de Dios, y revelada mediante su pacto. Esta clase de esperanza es una esperanza sin ilusiones y una esperanza sin temor al fracaso.
El énfasis de las Escrituras sobre la esperanza es el mismo en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. La verdadera esperanza, la esperanza bíblica, la esperanza que no está basada en una ilusión, tiene a Dios como su Fuente y su Autor. El salmista confiesa en Salmos 71:5: "Porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza". El profeta jeremías describe dos veces a Dios como la esperanza de Israel (Jeremías 14:8; 17:13). El pueblo del pacto de Dios basa su esperanza en el Dios de la esperanza. Pablo repite como un eco este tema al llamar a Dios "el Dios de esperanza" (Romanos 15:13).
Dios es el Autor y la Fuente de esperanza para el creyente. También es el Dador de esperanza. Él da una esperanza que se extiende hacia el futuro y que nunca producirá desilusiones. El salmista revela que esa esperanza es un don: “Porque de él es mi esperanza" (Salmo 62:5). Pablo afirma que el Padre nos ha dado "buena esperanza" (2 Tesalonicenses 2:16). Esta "e" del Padre es completamente diferente de la esperanza fundada en las proyecciones, deseos o expectativas humanas. En la esperanza que Dios proporciona, los deseos y las expectativas están edificadas sobre él y sobre ninguna otra cosa. Dios mismo garantiza que esta esperanza no contiene ilusiones.
Un aspecto principal de la verdadera esperanza es su promesa de vida eterna. El Nuevo Testamento revela mucho acerca de la vida eterna. La vida eterna, de acuerdo con una cantidad de pasajes en el Nuevo Testamento, comienza en el presente. El creyente experimenta en el presente la vida abundante (Juan 10:10; comparar con 6:33, 35, 63). La cualidad de eternidad reside en Jesucristo (Juan 5:26; comparar con 4:10, 14; 11: 25; 14:6); y el creyente que continúa participando de él y que tiene a Jesucristo morando dentro de él "vivirá para siempre" (Juan 6:51). En otras palabras, el discípulo de Jesús, el que sigue a Cristo con una relación dinámica y diaria de sumisión total, experimenta la vida eterna hasta cierto grado ya ahora y nunca perecerá (Juan 10:28).
Por supuesto, además está el aspecto futuro de la vida eterna que involucra la resurrección del cuerpo (Juan 5:28, 29; 6:39, 40, 44, 5 1 56). La vida eterna en este sentido consiste claramente de un evento y experiencia futuros. La vida caracterizada como espiritual y no carnal (comparar Romanos 8:14; Gálatas 5:16); continuará después de la resurrección del cuerpo (1 Corintios 15:44, 51; 2 Corintios 5:1?5; Filipenses 3:21; 1 Tesalonicenses 4:13?18) en ocasión de la segunda venida del Señor Jesucristo (1 Corintios 15:22; Col. 3:4).
La salvación de "ahora" es una realidad presente para el creyente. Pero permanece un "no todavía" de salvación que ocurrirá más adelante. La esperanza, en el Antiguo Testamento, esperaba la venida del Mesías, que vino como se había predicho. El "ahora" de la salvación llega así a ser segura mediante el aspecto del ministerio de Jesucristo de la muerte-resurrección-ascensión, pero el aspecto del "no todavía" de la esperanza de la salvación todavía debe cumplirse.
Las Escrituras del Nuevo Testamento expresan este aspecto del "no toda-vía" de nuestra esperanza de diversas maneras. Nuestra esperanza tiene un objeto futuro. Noten cómo se expresa este aspecto en varias frases bíblicas: "Nos regocijamos en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios" (Romanos 5:2, NVI). Esperamos la "redención de nuestro cuerpo" (Romanos 8:23). "Aguardamos por fe la esperanza de la justicia" (Gálatas 5:5). En la carta a los Hebreos, esperanza es "la esperanza" (Hebreos 3:6; 6:18, 19; la cursiva fue añadida).
El objetivo de toda esperanza es la cercanía de "aquel día" (Hebreos 10:25). Este día es la segunda venida de Jesucristo, designado como "el día del Señor" (Hechos 2:20; 1 Tesalonicenses 5:2; 2 Tesalonicenses 2:2; 2 Pedro 3:10), "el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6) "el día de la visitación" (2 Pedro 2:12), "aquel día" (Mateo 7:22; 2 Tesalonicenses 1:10), o el "día postrero" (Juan 6:39, 40, 44, 54; 11:24; 12:48).
La meta de la esperanza bienaventurada del advenimiento es estar eterna-mente con el Señor después de su segunda venida (1 Tesalonicenses 4:17). Esta esperanza de un futuro de comunión ininterrumpida y una reunificación con Dios tiene varias implicaciones importantes para la vida presente del creyente.
Consideremos una de estas grandes implicaciones: la respuesta del creyente. La Biblia es muy explícita acerca de la respuesta que la esperanza provoca en el creyente: "Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro" (1 Juan 3:2, 3). Aquí el apóstol hace una declaración acerca de nuestra purificación ahora en vista de lo que la esperanza será en el futuro. De este modo Juan refuta la pretensión de que la esperanza cristiana puedo tenerse sin referencia a la moralidad y ética presente de la persona misma. La perspectiva de ver a Cristo cuando venga y de ser en ese momento como él motiva a todos aquel que tiene esta esperanza a purificarse ahora mediante los medios a nuestra disposición que Dios generosamente ha provisto.
Esta experiencia de purificación es un aspecto de la vida vivida con Dios y bajo él, y por el poder de Dios en el nuevo pacto. La esperanza del creyente está cimentada en el pacto de Dios y adquiere significado por causa del pacto divino. Desde la perspectiva del pacto, dos cosas resultan evidentes: 1) La esperanza es una parte intrínseca del esquema total de acción divina y respuesta humana. El creyente, como miembro de la comunidad del pacto, responde al Dios de esperanza con palabras y hechos apropiados que reflejan su compromiso con el Señor del pacto. 2) La comunidad del pacto está compuesta por dos grupos, ambos caracterizados por la esperanza. Por un lado, hay un "Dios de esperanza", y por el otro, el creyente, un ser de esperanza, que ha recibido la esperanza del Dios de esperanza. En consecuencia, la comunidad del pacto es una comunidad de esperanza, una comunidad de esperanza mediante Dios. Es una comunidad de esperanza compuesta por personas que reciben su esperanza de Dios. También es una comunidad de esperanza en el futuro de Dios. La esperanza de la comunidad del pacto es una esperanza sin aspectos ilusorios porque está cimentada en el Dios de la esperanza y descansa sobre la confiabilidad de Dios.
La esperanza del creyente de que "estaremos siempre con el Señor" (2 Tesalonicenses 4:17), incluye una segunda implicación acerca de cómo los creyentes viven la vida presente: estamos viviendo en una actitud de paciente espera, de perseverancia duradera, de lealtad resuelta. Mientras esperamos la venida de la gloria de Dios, cuando aparezca por segunda vez, los creyentes estarán serenos y sin preocupaciones (ver Isaías 40:3 1; 41:1), pero no inactivos. La gracia divina proporciona nuevo poder para la vida diaria, poder suficientemente fuerte como para resistir las tentaciones más severas, y suficientemente sólidas para soportar las pruebas más duras. Nuestra esperanza en Dios es la fuente de lealtad resuelta a Dios. Los que hemos nacido de nuevo a una "esperanza viva" (1 Pedro 1:3) para obtener una "herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible" (versículo 4), viviremos una vida de obediencia sobria y santidad piadosa (Hebreos 12:1-17).
Además, la esperanza de la segunda venida de Cristo, una esperanza que reposa en el nuevo pacto de Dios, trae una nueva realidad a la gran comisión dada por el Cristo resucitado a sus discípulos: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:19, 20). Este mandato implica que la comunidad del pacto, edificada sobre el nuevo pacto ratificado y ejemplificado en Jesucristo, llega a ser una comunidad de misión. Su misión es enseñar a todas las naciones las buenas nuevas de Jesucristo -lo que él logró por su vida perfecta, su muerte en la cruz, su resurrección y su ministerio sumo sacerdotal-, y las buenas nuevas culminantes de su pronta venida, que llevará toda la esperanza de las Escrituras a su cumplimiento completo.
El foco central y la aplicación personal de estas buenas nuevas es que "si alguno está en Cristo" puede llegar a ser una "nueva criatura" (2 Corintios 5:17; comparar con Romanos 6:4), pueda llevar los frutos de la vida nueva (Gálatas 5:19-23; comparar con Efesios 5:9), y pueda actuar con el poder del Señor resucitado, realizando la voluntad de Dios (Efesios 6:6). Por lo tanto, la vida del creyente es una vida que él vive para Cristo y que Dios puede garantizar (Romanos 6:11, 13; 2 Corintios 5:15).
La promesa del Resucitado: "Yo estoy con vosotros todos los días" (Mateo 28:20), es la maravillosa promesa del pacto de la presencia constante de Cristo. La presencia viviente de Jesucristo en nuestros corazones es la palabra culminante de seguridad que transforma la realidad presente, haciendo que el encuentro cara a cara con el Señor en su segunda venida sea una seguridad que trasciende a todas las demás certezas.
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