La autoridad de la Escritura

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«La autoridad de la Escritura»

 

El siguiente documento, uno de los más penetrantes presentados por la Iglesia Adventista del Séptimo Día en tiempos recientes, fue un material de discusión en el congreso de la Asociación General de 1995. Aunque el congreso no votó sobre esto, lo reproducimos aquí porque es un sumario útil de las preocupaciones expresadas en este libro.
Introducción
La Escritura presenta su mensaje como un mensaje revelado de origen divino. Aunque está expresado en nuestro lenguaje por seres humanos, ostenta la marca auténtica de Dios. Repetidas veces encontramos la expresión «Vino a mí la Palabra de Jehová» o su equivalente. Jesús y los escritores del Nuevo Testamento aceptaron las Escrituras hebreas como poseyendo autoridad indiscutible.
Estamos familiarizados con lo que Pablo le recordó a Timoteo: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Tim. 3:16,17). Y Pedro nos asegura que la profecía no proviene de fuentes humanas, sino que los «santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Ped. 1:21).
A pesar de semejantes declaraciones bíblicas, hemos llegado a un lugar muy diferente en la historia de, la fe.  La teología contemporánea de casi cualquier matiz, ahora está en crisis. Ha llegado a ser relativista y vacilante. Claro, no hay falta de literatura religiosa, pero uno difícilmente escucha una palabra certera que reconozca la autoridad divina. Han sido sacudidos los fundamentos. La causa principal de este fermento es tan clara como el mismo hecho: Una cantidad cada vez mayor de nuestros contemporáneos niega la existencia de una plataforma sólida sobre la cual pueda edificarse el pensamiento cristiano.
La brecha entre la Reforma y la iglesia católica, hace 450 años, es estrecha cuando la comparamos con el abismo que separa a los que afirman y a los que niegan la existencia de una revelación divina objetiva. En aquellos días, cada una de las partes reconocía la existencia de la verdad revelada. Disentían sólo en su interpretación. Hoy en día hay un escepticismo muy difundido en cuanto a si en verdad existe una revelación objetiva.
El rechazo general afirmando que la revelación divina fue comunicada objetivamente en acontecimientos históricos y en declaraciones comprensibles de la verdad, ha demostrado ser destructivo para la teología. En el ambiente actual, la Biblia proporciona temas para la teología, pero no proporciona normas. Por consiguiente, la teología va libremente a la deriva, subordinada al consenso filosófico o científico reinante. Tan pronto como el contenido de la Escritura es desagradable o considerado como improcedente, se puede prescindir de él en provecho de la experiencia presente. El resultado es la muerte de la verdadera teología bíblica. El estudiante de la Biblia se siente libre de inclinar los hechos revelados a su propio agrado y relativizar la verdad bíblica, disolviendo el mensaje bíblico en el ácido de la subjetividad humana.
¿Qué es normativo?
Tales tendencias no han dejado de tener su efecto en los adventistas del séptimo día. Hoy, en lugar de la posición consagrada por el tiempo de que la Escritura es «la infalible revelación de la voluntad divina», «la revelación autorizada de las doctrinas, y un registro fidedigno de los actos de Dios realizados en el curso de la historia» (Creencias fundamentales, N» 1), algunos entre nosotros han llegado a pretender que la verdad de la revelación es tan completamente otra, está tan alejada de la comprensión, que nadie puede decir realmente qué es o qué no es. Se nos dice que las verdades cristianas son relativas antes que absolutas, y que, por lo tanto, tampoco son universales y normativas.
Fuentes de autoridad
Otros ya no parecen determinados a limitarse a la Escritura en la formación de sus posiciones.  Se supone que varias fuentes, incluyendo por supuesto Escritura, contribuyen con información de la cual se compilan las declaraciones teológicas. Lo que en realidad sucede es que una fuente llega a ser tratada como la autoridad final preferida. Puede ser la razón, la ciencia, la experiencia o algún otro factor, pero con frecuencia no es la Escritura.
La razón tiene una loable función en la expresión teológica. No deseamos negar su papel como la facultad de discriminación encargada de detectar las contradicciones lógicas. Pero expresamos dudas acerca de su habilidad para consagrar la verdad revelada, para funcionar por sí misma como una fuente de datos revelados. En un sentido, la razón está antes que la revelación, ya que hay que percibir la revelación. Pero la razón por sí misma no puede ser esa revelación.
La tradición también tiene un papel que desempeñar en el ejercicio de la autoridad bíblica. Ignorar la historia cristiana es correr el riesgo de repetir sus errores. El Espíritu Santo ha estado tratando de enseñar a los cristianos por centenares de años y a los adventistas del séptimo día por un siglo y medio. La Biblia nunca se interpreta en un vacío, sino que se estudia en la comunidad cristiana. Eso significa que hay formas tradicionales de interpretarla, también entre los adventistas, y no podemos ignorarlas. Debemos escuchar lo que los cristianos en el pasado han descubierto, pero al mismo tiempo debemos ser conscientes del peligro de someter la Biblia a las interpretaciones humanas. Lo que escuchamos de la tradición no debe estar al mismo nivel que la revelación bíblica. La Escritura es una autoridad decisiva que hace frente a la iglesia; y la iglesia y la tradición, incluyendo la nuestra, debe ser guiada y corregida por el canon de la Escritura.
La ciencia y la Escritura
Igualmente perniciosas son las pretensiones de la ciencia para reemplazar a la revelación bíblica. Actualmente los asertos bíblicos de toda clase están en conflicto con gran parte de la opinión científica actual. Por eso se rechazan los milagros como violando las leyes naturales inmutables, y se tiene como errónea y supersticiosa la existencia de ángeles y demonios.
La doctrina bíblica de una creación en siete días está causando una controversia creciente entre los teólogos y los hombres de ciencia adventistas. Algunos representantes de ambos grupos a veces han hablado precipitada o prematuramente. El peligro consiste en que los teólogos abandonarán por completo la historicidad y la objetividad del informe bíblico de la creación para calmar a los hombres de ciencia, a quienes se supone que pertenece exclusivamente el reino de la naturaleza.
¿Podemos nosotros, los adventistas, reconocer verdaderamente la autoridad de la Escritura si abandonamos nuestra creencia en la confiabilidad y autenticidad histórica del registro del Génesis que enseña la creación a partir de la nada en siete días? ¿Desecharemos también las enseñanzas que encontramos en los capítulos 2 y 3 del mismo libro?
Asuntos muy importantes están involucrados en las doctrinas de la creación y la caída. Las teorías neodarwinianas actuales son tanto un mito cultural como una declaración científica; una hipótesis de trabajo, no una teoría comprobada. Debemos continuar siendo lo suficiente valientes como para decir que las declaraciones bíblicas en cuanto al origen de la tierra por un acto especial de creación de Dios, tal como se registra en el libro del Génesis, constituyen un relato fidedigno y confiable de lo que en realidad ocurrió.
Reconocemos una interacción significativa entre la ciencia y la Escritura. Necesitamos evitar un abandono dogmático de toda la empresa científica como si fuera especulación perversa. La ciencia, con su capacidad de reunir datos, puede servir bien a la Escritura, iluminando el texto bíblico. Pero a través de nuestra historia, la ciencia y la Biblia nunca han estado colocadas en el mismo plano. La Biblia es la Palabra de Dios. La ciencia es una investigación empírica del mundo natural.
Condicionamiento cultural y autoridad
En el terreno de la historia, algunas veces se objeta la confiabilidad y la autoridad de la Biblia sobre la base de que hay diferencias considerables entre las maneras en las cuales sus escritores vieron los asuntos y la visión contemporánea de lo mismo. Se arguye que la relatividad cultural hace imposible hoy, para nosotros, tomar la Biblia seriamente. Sus páginas tienen significado sólo en términos de las culturas en las cuales se escribieron. Se nos dice que los datos históricos y los acontecimientos se registraron en el contexto de los escritores bíblicos y, por lo tanto, hoy día deben ser analizados por el criterio de nuestra cultura e historiografía contemporáneas.
En general, este sentimiento representa el orgullo cultural occidental, en la hipótesis no expresada de que sostiene un punto de vista superior. Es verdad que este planteamiento no exige necesariamente que nuestra cultura sea superior, sólo que sea diferente. ¿Pero estamos tan abandonados sobre la isla de nuestra cultura particular que no podemos apreciar lo que nos están diciendo los que están en otras culturas? ¿Son las culturas necesaria y mutuamente incomprensibles? Si es verdad que no debemos pasar por alto la fuerza del relativismo cultural, tampoco debemos exagerarlo.
Este es especialmente el caso con la Biblia. Una historia continua, una conexión ininterrumpida nos une con aquellos que la escribieron. La hemos aceptado como parte de nuestra cultura. Esto, significa que existe una fuerte continuidad así como una discontinuidad. Además, al hablar a las necesidades humanas, la Biblia reemplaza de muchas maneras a todas las culturas: habla a la humanidad. Los campeones del relativismo cultural ron frecuencia son personas de considerable independencia de mente que valoran la disconformidad, un hecho puede decir mucho en su favor como personas, pero que daña la credibilidad de sus argumentos.
Un caso para la investigación
El estudio cuidadoso permanece como algo esencial, a pesar del hecho de que demasiado a menudo se usa con propósitos destructivos. La contestación al estudio negativo de la Biblia no es proscribir la investigación, sino ocuparse en una mejor investigación. El Dios que eligió hablarnos por medio de escritores que vivieron en contextos históricos, sociales, culturales y lingüísticos específicos, ha determinado, por ese mismo método de comunicarse, de qué manera debe estudiarse su Palabra. Entre otras cosas, nuestro entendimiento de la Biblia no puede crecer sin un estudio sincero, total y dedicado de los idiomas bíblicos y del trasfondo de los eventos bíblicos: el trasfondo cultural, histórico y político. Debemos comprender las circunstancias en la vida del pueblo de Israel, y más tarde en la vida de la iglesia, que provocaron el comentario de los profetas y de los apóstoles. Necesitamos apreciar el proceso por el cual el Espíritu Santo produjo los escritos que movió al pueblo de Dios a reunirlos en la Biblia. Cuando la erudición bíblica funciona correctamente y acepta la Escritura en todas sus partes, tal como es y como la Palabra de Dios, no es un método impuesto sobre la Biblia desde afuera. Es un método que se requiere desde adentro.
Nadie desea afirmar que todos los problemas se solucionarán o que la respuesta para cada dificultad estará inmediatamente a la vista. Sin embargo, sin desear minimizar ninguno de ellos, no consideramos ninguna dificultad como insuperable. Sobre la base de un escrutinio cuidadoso, lo que con frecuencia ha sucedido en la arqueología, muy bien puede volver a ocurrir: descubrir que las denominadas evidencias incontrovertibles de errores bíblicos, de ninguna manera son evidencias.
Dos fuentes de autoridad
Hay sólo dos formas para encontrar la voluntad de Dios y declarar nuestras creencias doctrinales en forma clara: (1) por la revelación especial o sobrenatural (lo que significa, en primer lugar, todos los datos de la Escritura y luego todos los datos en los escritos de Elena de White), y (2) por la revelación general (tal como la naturaleza y la sabiduría humana).
Un énfasis inequívoco y aun crucial en la inspiración y la confiabilidad de la Escritura ha hecho una contribución inestimable para la salud y la fortaleza de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Nos ha ayudado a resistir el error de tratar algunas porciones de la Escritura como divinas, mientras se ignoran o rechazan otras. Nos ha llevado a apreciar todas las porciones de la Escritura como «la infalible revelación de la voluntad divina» (Creencias fundamentales, N° 1), y a tratar de aplicar sus enseñanzas en todos los aspectos de nuestra vida y pensamiento. Para nosotros «son la norma del carácter, el criterio para evaluar la experiencia, la revelación autorizada de las doctrinas, y un registro fidedigno de los actos de Dios realizados en el curso de la historia» (Ibíd.).
¿Hay un lugar para la disciplina en la vida cristiana?
Someterse a las Escrituras es parte de nuestra vocación. Liberarse de la Escritura no es luz, sino oscuridad. Si la iglesia deja que se escabulla su verdad fundamental, se aventurará en busca de seguridad, y ya no será más la columna y baluarte de la verdad, sino que será esencialmente una sociedad para el debate y la discusión de las ideas.
Una solemne responsabilidad descansa sobre el pueblo de Dios para mantener la integridad y el fervor espiritual de la iglesia mientras proclama el evangelio eterno. Su carácter y su vida implica compromisos que no son opcionales sino que deben mantenerse, valores que deben cuidarse y una conducta que es normativa. Así surgen las preguntas: ¿Qué exigencias pondrá la iglesia sobre sus miembros? ¿Qué va a hacer si uno rechaza ajustarse a sus exigencias, o si los principios de conducta de un miembro ya no están en armonía con los que la iglesia ha desarrollado? ¿Qué es lo que hay que hacer si las creencias de alguno contradicen las mismas que la iglesia considera que hay que mantener como de origen divino? ¿Se va a dejar que uno siga su camino y que dirija a otros a hacer lo mismo? ¿O debe la iglesia, local y universal, hacer frente a tales miembros? Y si es así, ¿hasta qué grado y en qué medida?
La convicción contemporánea dominante es que la teología de cada generación está condicionada por su contexto social y, por lo tanto, está destinada a ser desechada. Por consiguiente, no es sorprendente que algunos entre nosotros sostengan que someterse a las declaraciones confesionales de fe definidas por el cuerpo de la iglesia son una práctica peligrosa para el bienestar y la pertinencia del pueblo de Dios. Así que se nos dice que no debemos hacer nada a pesar del desacuerdo doctrinal. Aun algunos dirigentes, percibiendo la aversión actual hacia la contención religiosa y la condescendencia a la cooperación ecuménica, exhiben una impaciencia cada vez mayor hacia el debate o las medidas disciplinarias debido a su aparente futilidad. ¡Vivir y dejar vivir!
Para otros, las cuestiones acerca de la censura y la disciplina están establecidas por el claro mandato bíblico de Mateo 18 y otras declaraciones en las epístolas del Nuevo Testamento. Para ellos, la disciplina de la iglesia es un mandato de la Escritura, un asunto de obediencia. No es la práctica restringida de un conjunto privado de doctrinas o una forma que la iglesia tiene de librarse de los pecadores, sino que más bien es redentora y educativa. Aunque tal disciplina fue extensamente practicada en la iglesia primitiva así como a través de la historia de la iglesia, en el clima actual de no criticar parece cada vez más rara y peculiar, y con frecuencia abandonada, aun entre nosotros.  Por otra parte, la disciplina no debe ser impersonal o carente de una actividad redentora. Nunca debe llegar a ser una herramienta para expresar animosidades personales.
Pero tampoco debe estar aquí en disputa la integridad de la iglesia. La disciplina de la iglesia es sencillamente el derecho a la conservación propia. Ningún argumento acerca de la libertad individual, la libertad académica o la objeción popular a los «procesos por herejía», pueden negar la necesidad de que cualquier grupo preserve sus compromisos doctrinales fundamentales. A menos que todas las creencias sean relativas y la doctrina simplemente un asunto de convicción personal, entonces la acción de parte de la iglesia (por ejemplo, disciplina, tanto educativa como terapéutica) es uno de los medios necesarios para preservar la integridad de la verdad en la iglesia. Debe defenderse el derecho de la iglesia, e inclusive su deber, de preservar la integridad de sus convicciones doctrinales. La iglesia tiene el derecho a tener un cuerpo doctrinal, que es una prueba de discipulado, así como el derecho a censurar o excluir a los que sostienen algún otro credo. La claridad de la fe exige esto. Cualquier otra actitud tiene un efecto debilitador sobre la misión y la vitalidad espiritual de la iglesia. Tampoco debemos olvidar que la disciplina es parte del discipulado. Separar los dos no sólo es arrancar las palabras de su raíz común sino dividir arbitrariamente su relación orgánica.
En la actualidad, enfrentándose al conflicto contra la incredulidad del modernismo y con la ceguera de los que no están dispuestos a escuchar el consejo de los creyentes, necesitamos más que nunca entender la naturaleza y el propósito de la iglesia del tiempo del fin. Al hacerlo así, podemos poner en claro nuestras responsabilidades personales y las inalterables realidades de la revelación divina. ¿Qué debe ser la iglesia de acuerdo con la Palabra de Dios? ¿Cuál es su carácter, identidad, marcas y misión? Un reavivamiento de nuestro conocimiento de la tarea única que es nuestra, aguzará las preguntas relacionadas con la naturaleza de la iglesia, como siempre ha sido a través de la historia del cristianismo. Los que menosprecian la doctrina bíblica deben hacer frente a una cuestión práctica: ¿Permite la honradez que uno continúe en una iglesia que está comprometida exclusivamente a apoyar y a proclamar verdades doctrinales específicas? Sin un respeto inflexible hacia la autoridad de la Escritura y hacia nuestras creencias fundamentales, sólo permanece una sombra del adventismo.
Recomendaciones
1. Llevar a cabo congresos especiales sobre la autoridad y la unidad de creencia tanto de la Biblia como del espíritu de profecía, con los objetivos siguientes: (a) proyectar una visión del poder y la autoridad de la Escritura para la salvación y la vida victoriosa, (b) crear conciencia en los pastores y profesores de las tendencias actuales en las instrucciones difíciles, (c) introducir los conceptos citados arriba en el cuerpo docente y en las reuniones de pastores, (d) alentar a los pastores y profesores a hacer presentaciones defendiendo la Biblia como autoridad, y (e) conseguir apoyo para las posiciones adventistas oficiales.
2. Tomar medidas para restaurar el proceso de la disciplina de la iglesia, en asuntos de doctrina así como en asuntos de la vida práctica, por medio de acciones sensibles y decisivas tratando con la infidelidad en conducta y creencias, con la intención de educar y curar el cuerpo de la iglesia.
3. Hacer planes para llevar a cabo esfuerzos conscientes con el objeto de instruir a la iglesia acerca de la forma como se infiltran los valores seculares en la fe y práctica cristianas.
4. Iniciar un estudio a nivel mundial para identificar las formas en que los valores seculares están desplazando a los valores bíblicos en la vida y práctica adventistas.
5. Publicar libros y artículos populares, poniendo a disposición de la iglesia mundial el contenido de los documentos recientes del Instituto de Investigación Bíblica.
6. Nombrar juntas que emplearán y contratarán a personas que estén claramente en armonía con las posiciones adventistas oficiales.


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