Libro Complementario 03 Julio – Septiembre 2012

Publicado por - en

Cartas a los Tesalonicenses 

Capítulo 3

Encontrar a la gente donde está

Cuanto más familiarizado estés con la Biblia, tanto más claro resulta que Dios dio cada parte de ella en el tiempo, el lugar, el lenguaje y la cultura, a seres humanos específicos. Pablo, con su doctorado, expresa la revelación de Dios de una manera diferente de la de Pedro, el pescador. Juan escribió en un griego sencillo, claro, casi infantil, mientras que el autor del libro de Hebreos escribe en un griego complejo y literario. En Mateo tienes a alguien que entiende la mentalidad judía y procura alcanzarla, mientras Marcos, por otro lado, procura alcanzar la menta­lidad gentil.
El griego del Nuevo Testamento es bastante diferente del griego clá­sico de Platón y Aristóteles. En el siglo XIX, muchos eruditos pensaron que el Nuevo Testamento griego era una especie de “lenguaje celestial”, diferente de cualquier otra forma del antiguo griego. Luego, en 1896, dos arqueólogos británicos comenzaron a excavar el antiguo pueblo de Oxyrhynchus. Tropezaron con un depósito de basura enorme, con numerosas montículos de hasta diez metros de altura constituidos por escombros de varios siglos alrededor del tiempo de Cristo y los apóstoles. Los arqueólogos también encontraron documentos de la vida diaria en las ruinas de las casas, y otros documentos que habían sido enterrados en tumbas, algunos que habían sido usados para decorar las envolturas de las momias, tanto humanas como animales. En el clima seco de Egip­to había ocurrido muy poca descomposición, de modo que la “basura” antigua contenía un tesoro de documentos bien conservados de la vida diaria en los tiempos del Nuevo Testamento: cartas personales, testa­mentos, cuentas, facturas y recibos, y acuerdos con respecto a divorcios, casamientos, adopciones y la venta de tierras.
Cuando los eruditos estudiaron esos documentos de la vida diaria del antiguo mundo mediterráneo, hicieron un descubrimiento asombroso: El lenguaje en que estaban escritos no era el griego erudito de Platón y Aristóteles, ni era el griego de las leyes públicas y el gobierno. Más bien, ¡era el lenguaje que los escritores del Nuevo Testamento habían usado! En otras palabras, el Nuevo Testamento no fue escrito en un lenguaje celestial ni en el lenguaje culto de la elite tradicional. En cambio, fue escrito en el lenguaje diario de personas corrientes. ¡En el lenguaje del Nuevo Testamento vemos a Dios que se sale del camino para encontrar a la gente donde esta se encuentra!
Un ejemplo de Daniel
Podríamos alegar que el Nuevo Testamento fue escrito en el lenguaje diario porque aquellos que lo escribieron eran personas comunes, no intelectuales o miembros de la clase alta, y sencillamente usaban el len­guaje que conocían, de modo que Dios no tuvo nada que ver con esto. Pero, la evidencia que encontramos en la Biblia muestra otra cosa. Por ejemplo, es evidente que Dios ajustó el contenido de las visiones del libro de Daniel con el fin de comunicar su mensaje de la forma más efectiva posible. El texto lo muestra claramente.
Daniel 2 y Daniel 7 presentan el mismo mensaje básico de dos mane­ras diferentes; dos “profetas” diferentes, si se quiere. Dios reveló a cada hombre una visión de cuatro reinos consecutivos que fueron seguidos por un reino dividido que, a su vez, fue seguido por el reino de Dios (ver Daniel 2:28ff; cf. 7:lff). El mensaje de cada visión era que Dios está en el control de los asuntos de la historia humana. Él es quien pone reyes y los quita: Y su “hijo del hombre” tendrá el dominio sobre los reinos de este mundo (Daniel 2:21; 7:13, 14, 27). De modo que los dos mensajes tienen, virtualmente, el mismo contenido.
Con el fin de comunicar su mensaje acerca del futuro al pagano rey Nabucodonosor, Dios se valió de la imagen de un ídolo, algo que Nabucodonosor podía comprender fácilmente (Daniel 2:29-36). Que la “ima­gen” de Daniel 2 era un ídolo es claro por Daniel 3. Nabucodonosor sabía exactamente qué hacer con esa imagen: ¡levantarla, para ser adorada! Para Nabucodonosor, las grandes naciones del mundo eran ejemplos brillantes y resplandecientes de los dioses que ellos adoraban. Dios lo encontró donde él estaba.
Para el profeta hebreo Daniel, por otro lado, Dios pintó el futuro en términos de la historia de la Creación (Daniel 7:2-14; cf. Génesis 1 y 2). La visión comienza con un mar tormentoso sobre el cual sopla un viento (Daniel 7:2; cf. Génesis 1:2). Luego, aparecen los animales (Daniel 7:3-6; cf. Génesis 2:19, 20). Y, finalmente, hay un “hijo de hombre”, a quien se le otorga el dominio sobre los animales (Daniel 7:13, 14; Génesis 1:26, 28). La visión de Daniel es un recuerdo poderoso de la historia de Adán, en la narración de la Creación. El mensaje dado en estas imágenes y referencias fue algo así: tal como Adán tuvo dominio sobre los animales en la Creación, el “hijo de hombre” de Dios, cuando venga, tendrá dominio sobre las na­ciones que estaban dañando al pueblo de Daniel. En otras palabras, Dios todavía está en el control de la historia, aun cuando los sucesos parezcan enteramente fuera de control. Estas dos visiones muestran que Dios se encuentra con su pueblo donde ellos están. Ciertamente se encontró con Daniel y con Nabucodonosor donde ellos estaban.
El ejemplo máximo del principio de que Dios se encuentra con la gente donde está es Jesús mismo. Cuando Dios escogió revelarse en per­sona, no vino como “Jesucristo, superestrella”. En cambio, llegó a ser un humilde judío del primer siglo que vivía en Palestina, y que hablaba en términos apropiados al lenguaje y la cultura locales. Se ensució, tuvo hambre y se cansó. Aun, a veces, llegó a frustrarse, a enojarse y a estar triste (ver Marcos 1:40,41; 3:4,5; 6:6; 10:13,14). Dios no eligió enviar a una superestrella; nos envió a alguien igual a nosotros. Este principio está claramente articulado en Mensajes selectos:
“Los escritores de la Biblia tuvieron que expresar sus ideas con len­guaje humano. Fue escrita por seres humanos. Ellos fueron inspirados por el Espíritu Santo. […]
“Las Escrituras fueron dadas a los hombres, no en una cadena conti­nua de declaraciones ininterrumpidas, sino parte tras parte, a través de generaciones sucesivas, a medida que Dios, en su providencia, veía una oportunidad adecuada para impresionar a los hombres en varios tiempos y en diversos lugares. […]
“La Biblia fue escrita por hombres inspirados, pero no es la forma del pensamiento y de la expresión de Dios. Es la forma de la humanidad. Dios no está representado como escritor. […]
“La Biblia, perfecta en su sencillez, no responde a las grandes ideas de Dios: pues las ideas infinitas no pueden ser perfectamente incorporadas en los vehículos finitos del pensamiento”.
Este principio de encarnación motivó a Pablo en sus empresas mi­sioneras.
En 1 Corintios 9:19 al 23, Pablo nos cuenta que se requiere un sacrifi­cio considerable a fin de alcanzar a las personas que difieren de nosotros.
“Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a alguno*”.
Elena de White notó: “Las lecciones debían ser dadas a la humani­dad en su propio lenguaje”. La gente necesitaba que se le hablara en un lenguaje con el que estuviese familiarizada. El mensaje adventista se está expandiendo como fuego en el rastrojo en lugares como Nueva Guinea, las Filipinas, Kenia y partes del Caribe, porque generalmente expresamos nuestro mensaje en términos que representa exactamente lo que la gente en esas regiones está buscando. En otros lugares, el mismo mensaje y en los mismos términos no tocaría el corazón de la población.
Pablo aplica el principio
Los capítulos 17 y 18 del libro de Los Hechos pintan a Pablo adap­tando su mensaje de modo de atender a diferentes clases de situaciones. En Tesalónica, comenzó su obra en una sinagoga, comenzando con un cuidadoso repaso de lo que enseña el Antiguo Testamento con respecto al Mesías (Hechos 17:2, 3). Cuando su audiencia comprendió los proble­mas básicos que presenta la Escritura, él entonces compartió la historia de Jesús y la evidencia de que él cumplía los criterios para ser el Mesías.
Pero, cuando Pablo fue a Atenas, no fue directamente al Areópago (también conocido como la colina de Marte) y presentó a los filósofos la misma exposición que había brindado en la sinagoga de Tesalónica. En cambio, caminó un poco por la ciudad observando a la gente. Luego, fue al mercado de Atenas y razonó con todo el que estuviera dispuesto (Hechos 17:16, 17, 22, 23). En el proceso, provocó la curiosidad de algunos filósofos estoicos y epicúreos, que lo invitaron a hablarles en el Areópago, el lugar tradicional para tales discusiones (versículo 18).
Cuando Pablo se dirigió a los intelectuales de Atenas, comenzó con observaciones respecto de su ciudad y de sus religiones (versículos 22, 23). Entonces habló de la Creación, un tema que interesaba a él y a ellos (versículos 24-26). En contraste con su enfoque en la sinagoga, Pablo no discutió su caso desde las Escrituras, sino desde los escritos que los intelectuales habrían conocido (Hechos 17:27, 28, ambos son ecos y citas de escritores griegos). Era casi como si Pablo estuviera buscando alguna clase de “Antiguo Testamento” en el fondo del pensamiento de los atenienses; algunos puntos de contacto que abrieran sus mentes al evangelio. Pero, mientras Pablo pudo alcanzar a algunas personas en Atenas, tuvo que dejar la ciudad antes de que pudiera iniciar una congregación importante allí.
Pablo no debió haber quedado satisfecho con los resultados de su encuentro con los filósofos de Atenas porque, cuando fue a Corinto, decidió utilizar un enfoque más directo para la mentalidad griega (1 Corintios 1:18-2:2). No rechazaba la idea de “encontrar a la gente donde esta­ba”, porque claramente promovió ese acercamiento en la misma carta (1 Corintios 9:19-23). Lo que demostró tanto en Atenas como en Corinto es que encontrar a la gente donde está no es una ciencia exacta; requiere de constante aprendizaje y ajustes. Pablo no usaba el mismo enfoque en cada ciudad. Era sensible a los tiempos, las culturas y las circunstancias cambiantes.
En Tesalónica, Pablo hizo más que solo hablar a los judíos sobre la base de la Escritura. Parece haber actuado algo así como lo hacen los predicadores callejeros hoy. La cultura greco-romana apoyaba la pro­liferación de filósofos populares, que procuraban influenciar a las per­sonas y los grupos en lugares públicos. Estos filósofos se daban cuenta de la necesidad de variar el mensaje para llegar a diferentes mentes, y la importancia de la integridad tanto del maestro como de su mensaje. Por eso hay muchos paralelos entre estos maestros populares y Pablo, quien, como ellos, viajaba de ciudad en ciudad y trabajaba en los lugares públicos (Hechos 17:17; 19:9, 10).
Por supuesto, promover una filosofía era una manera más fácil de ganarse la vida que trabajar con las manos. Eso significaba que había multitudes de “vendedores viajeros”, que trataban de sacar a la gente su dinero. Los antiguos se daban cuenta de la diferencia entre conte­nidos y enseñanzas auténticos y el deseo de dinero. En realidad, Dion Crisóstomo, un contemporáneo de Pablo, de quien se sabe que visitó Tesalónica, escribió las siguientes palabras, que recuerdan notablemente Tesalonicenses 2:3 al 6:
“Encontrar a un hombre que, en términos sencillos y sin engaño, dice lo que piensa con franqueza, y no por su reputación o por ganancia, sino de buena voluntad y preocupación por sus conciudadanos y que está listo, si fuera necesario, a someterse al ridículo y al desorden y a la conmoción de la turba. Encontrar a un hombre tal no es fácil, sino más bien la buena fortuna de una ciudad de mucha suerte; tan grande es la escasez de almas nobles e independientes, y tal la abundancia de adula­dores, de charlatanes y de sofistas. En mi propio caso, por ejemplo, siento que he elegido ese rol, no por mi propio deseo, sino por la voluntad de algún dios. Porque cuando la divina providencia está operando en favor de los hombres, los dioses proveen, no solo buenos consejeros que no necesitan que se les ruegue, sino también palabras que son apropiadas y beneficiosas para el oyente”.
Aunque había algunos maestros honestos, también había mucho ci­nismo acerca de los oradores itinerantes. Pablo procuraba evitar algo de ese cinismo rehusando generalmente aceptar dinero de sus oyentes y, en cambio, hacer trabajo manual duro para sostenerse. Esto, junto con sus sufrimientos, demostraba que él realmente creía lo que predicaba y que no estaba comprometido en ello por ganancia personal, como hacían muchos otros. Pablo se acercó a los tesalonicenses, entonces, por medio de una forma familiar para ellos. Y, siendo que esa forma de enfoque podía ser mal interpretada, la adaptó para evitar ser confundido con la clase de filósofos que explotaban a la gente.
Adaptación del mensaje
Además de emplear una forma de comunicación que fuera familiar al promedio de quienes hablaban griego en Tesalónica, Pablo parece haber adaptado el mensaje del evangelio a la situación de Tesalónica. Cuando los romanos tomaron la ciudad unos doscientos años antes, el pueblo común -especialmente las clases trabajadoras- había sufrido mucho. Los trastornos producidos por la guerra y los cambios de gobierno los afectaron más fuertemente a ellos que a las clases más acomodadas. Y la clase trabajadora sufría por causa de la explotación que acompaña, en forma inevitable, a la ocupación de un país por otro. Los oficiales roma­nos exigían porciones de las cosechas, los minerales y otros productos locales, y los enviaban a Roma, para sostener el imperio.
A medida que pasaban las décadas, los tesalonicenses llegaron a sen­tirse más y más frustrados, y sus anhelos de un cambio de situación crecieron. Los cambios políticos parecían estar fuera de las posibilidades, de modo que buscaron un alivio en el ámbito espiritual. Surgió, entre los paganos, un movimiento que los eruditos llaman el culto de Cabirus. Este culto se basaba en un hombre histórico llamado Cabirus, quien habló por los que no tenían derechos civiles, y fue asesinado por sus hermanos. Los seguidores de ese culto lo consideraban como un héroe martirizado, y lo sepultaron con símbolos de la realeza.
Las clases inferiores creían que el nacimiento de Cabirus había sido milagroso, y que exhibió poderes milagrosos cuando vivía. También creían que de tiempo en tiempo volvía silenciosamente a la vida, con la intención de ayudar a la gente; y que un día regresaría públicamente, para introducir una nueva era, con justicia para las clases inferiores, y para restaurar a la ciudad a su antigua independencia y grandeza. El culto de Cabirus proporcionaba una esperanza para los oprimidos, que recuerda la esperanza bíblica, algo como un “mesianismo pagano”.
Las cosas se ponen más interesantes cuando descubrimos que la ado­ración de Cabirus incluía el bautismo, la confesión, y los sacrificios de sangre que conmemoraban su martirio. En palabras que oímos de Pablo, los tesalonicenses hablaban de la “participación en su sangre”, por medio de la cual obtenían alivio de la culpa. En el culto de Cabirus, la distinción de clases era abolida, y todos sus miembros eran tratados como iguales.
Los romanos se apropiaron del culto de Cabirus y dejaron un vacío espiritual en los corazones de los tesalonicenses; un vacío que solamente Cristo podía realmente llenar. El evangelio proveyó no solo paz interior en el presente, sino también la promesa de un cambio en las realidades económicas y políticas en la segunda venida. En ese tiempo, los últimos llegarían a ser primeros, y los explotadores serían explotados.
Todavía sirve hoy
En el mundo actual, tanto como en los días de Pablo, hay algunas personas que pueden ser alcanzadas directamente por la predicación bíblica porque han oído esa predicación desde la niñez y respetan la autoridad de la Biblia.
Estas personas son quienes los evangelistas, a menudo, llaman “in­tereses calientes”: personas cuyos corazones ya se han preparado para el mensaje adventista. Otros, como los más pobres en Tesalónica, pudieron no estar familiarizados con la Biblia; no obstante, cuando se les es pre­sentada, la encuentran fascinante porque les habla directamente a sus necesidades y preocupaciones. Podríamos decir que Dios dejó sus huellas en la cultura tesalonicense, que el evangelio podía colmar.
Antes de que Pablo llegara a la ciudad, los tesalonicenses estaban preparados exactamente para el contenido y la forma del evangelio, por medio de la cultura que se había desarrollado durante los doscientos años anteriores. Aunque los tesalonicenses no conocían la Biblia, el culto de Cabirus los había preparado como para responder positivamente a Pablo y a sus compañeros. Sin embargo, también incitó a las clases supe­riores de la ciudad a resistir al evangelio e instigar alborotos.
Había, también, mucha gente como los atenienses, cuyos corazones se habían abierto por otros medios diferentes a la predicación directa de la Escritura. Los misioneros y evangelistas que se encuentran en tales situaciones necesitan estudiar el ambiente cultural, buscando puntos de contacto entre ese ambiente y el evangelio. Encontrarse con la gente donde está, generalmente, significa encontrarlos en alguna necesidad sentida, o percibida. Todos necesitan del evangelio, pero la mayoría de la gente no sabe que eso es lo que está anhelando. Sin embargo, saben que desean un mejor matrimonio, un mejor trabajo, una mejor manera de manejar el dinero. Necesitan curación de sus males; quieren aprender a criar hijos responsables; quieren sentir que tienen valor.
Los atenienses sentían que necesitaban respuestas a las grandes in­cógnitas de la vida. Los judíos tesalonicenses anhelaban la venida del Mesías; y los griegos de Tesalónica anhelaban liberación de la opresión de Roma. A menudo, la gente se interesa en el evangelio cuando lo presentan cristianos que muestran un ministerio de preocupación por ellos, lleno de gracia, en un punto de necesidad que ellos sienten.
Para el evangelista impaciente, esta clase de trabajo preparatorio po­dría parecer una pérdida de tiempo. A menudo, dicen: “Usa tu tiempo con la gente que está lista para tomar decisiones por Cristo”. Sin embar­go, todo el que está listo para tomar una decisión llegó a esa instancia gracias a un proceso que desarrolló esa preparación. Animar a la gente por medio de ese proceso es tan ciertamente evangelismo auténtico como los llamados a pasar al frente y la apelación a las decisiones. Cuando las necesidades que la gente más percibe son atendidas, es probable que des­cubran que padecen necesidades más profundas, y entonces es cuando están más abiertas al evangelio.
A lo largo de todas las Escrituras, Dios es presentado como encon­trándose con la gente donde se encuentra. Los misioneros testifican que Dios estaba presente en la cultura a la cual fueron enviados antes de que ellos llegaran allí. Cuando nos encontramos con la gente donde está, estamos caminando en los pasos de Dios. Pablo utilizó este enfoque casi dos mil años atrás, y nosotros también podemos usarlo.


Elena de White habla acerca de esto en su libro El Deseado de todas las gentes, pp. 23-28.

Elena de White, Mensajes selectos (Mountain View, Cal.: Publicaciones Interamericanas, 1966), tomo 1, pp. 22-26.

White, El Deseado de todas las gentes (Mountain View, Cal.: Publi­caciones Interamericanas, 1955), p. 25.

Robert Jewett, The Thessalonian Correspondence: Pauline Rhetoric and Millenarian Piety (Filadelfia: Fortress Press, 1986), p. 132.

 


0 comentarios

Deja una respuesta

Marcador de posición del avatar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *