Libro Complementario 10 Julio – Septiembre 2012
La gente socava el don de profecía de varias maneras. Una de ellas es “apagar el Espíritu”. Lo hacemos cuando ignoramos o resistimos la obra de un verdadero profeta. Si rehusamos examinar cómo una revelación podría aplicarse a nuestras vidas, nos hemos cerrado a ser enseñados por Dios. Otra manera en que podemos socavar el don de profecía es malinterpretar o aplicar mal lo que se dice. Podemos acercarnos a un mensaje profètico con una mente abierta, pero podemos utilizarlo en forma inadecuada al aplicarlo a la situación inmediata. Una tercera manera en que podemos socavar el don de profecía es atribuir autoridad profètica donde Dios no la ha dado. La iglesia debe ser continuamente vigilante, probándolo todo con el objetivo de comprobar si la profecía edifica a la iglesia o no, y elucidar si la pretensión profètica pasa las pruebas que Dios ha dado o no (ver 1 Corintios 14:4, 5, 29; Romanos 12:2).
La iglesia vive en tensión entre la revelación y la razón; entre la apertura a nueva luz y la necesidad de examinar cuidadosamente todas las pretensiones de la verdad. La iglesia no puede caminar sobre terreno sólido sin la revelación de Dios, de modo que es peligroso ignorar los mensajes proféticos. Al mismo tiempo, sin embargo, aceptar las profecías en forma no crítica puede resultar peligroso para la iglesia (1 Tesalonicenses 5:2, 3). La razón aplicada en el contexto de una “multitud de consejeros” (Proverbios 11:14) es la forma en que Dios corrige la tendencia humana natural de aplicar mal sus revelaciones.
1 Tesalonicenses 5:23-28
- Que el Dios de paz mismo
los santifique completamente, y
que todo el espíritu de ustedes v
el alma y
el cuerpo
sean conservados irreprensibles
en la venida
de nuestro Señor Jesucristo.
- El que los llama es fiel,
y él lo hará.
- Hermanos, oren por nosotros.
- Saluden a todos los hermanos con un beso santo.
- Les encargo
delante del Señor
que hagan leer esta carta
a todos los santos,
hermanos.
- La gracia de nuestro Señor Jesucristo
sea con ustedes.
Al final de 1 Tesalonicenses, Pablo regresa al lenguaje de oración. Su estilo, en los versículos 23 y 24, es similar al del capítulo 3, los versículos 11 al 13. Su tema principal es, también, similar: ser encontrado sin reprensión, en santidad, cuando ocurra la segunda venida. Pablo hace una transición, aquí, desde lo que los tesalonicenses debían hacer (versículos 12-22), hacia lo que Dios hace en nosotros y por nosotros: nos santifica, o nos hace santos, y luego viene para tomarnos para vivir con él (versículos 23, 24).
Los creyentes, a menudo, no han estado de acuerdo en qué enseña exactamente este texto acerca de la naturaleza de los seres humanos y la clase de carácter que podemos esperar tener cuando venga Jesús. Al hablar de “espíritu, alma y cuerpo”, Pablo no estaba intentando ser científico y preciso acerca de diversos niveles de la persona humana. En el pensamiento bíblico, mente y cuerpo son un todo unificado, no partes existentes por separado; por esto, no deberíamos basarnos tanto en la elección que hace Pablo de las palabras. Sencillamente, estaba señalando que cada parte de nosotros debe someterse a Dios. Debemos dar a Dios el control completo de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.
Pablo está pensando, al orar, en el momento de la segunda venida. Los creyentes han de ser “conservados” o “mantenidos irreprensibles”, en ocasión de la venida del Señor o hasta este evento. Pablo no está diciendo aquí que deben desarrollar alguna forma superior de carácter en los días antes de que Jesús vuelva; está orando para que la completa dedicación a Dios que ya tienen sea resguardada, protegida y mantenida todo el tiempo, hasta el fin. Así que la palabra “santificados”, en este texto, puede estar más próxima a significar algo como “justificados”, que su significado normal del desarrollo del carácter. De acuerdo con esta carta, los tesalonicenses estaban lejos de ser perfectos, pero la espiritualidad que tenían valía la pena conservarla hasta que Jesús viniera.
Debemos considerar el versículo 23 a la luz del versículo 24. Nuestra condición espiritual es la responsabilidad de Dios, no la nuestra. El peligro de esforzarse por la perfección es que nos concentramos en nosotros mismos, en lo que se ha logrado en nosotros y lo que falta hacer. Cualquiera que sea el grado de perfección que alguien alcance en esta vida, es un milagro de Dios, no el resultado del esfuerzo humano. Cuando Pablo escribe acerca del llamado de Dios (versículo 24), utiliza un participio presente, la forma que enfatiza una acción continuada. La obra de santificación, en el tiempo del fin, era una realidad presente entre los tesalonicenses, y debe serlo también hoy.
Pablo concluye el libro con una severa advertencia, usando un lenguaje especial, en griego, que se relaciona con los juramentos (versículos 25-28). Parece haber sentido que algunos miembros de la iglesia podrían procurar impedir que otros la leyeran, de modo que encarga a quien la reciba que se lea a todos los santos, a quienes también llama hermanos. Tal vez, los miembros indisciplinados tendían a mantenerse alejados de la iglesia, y Pablo quería que recibieran una invitación especial para estar presentes cuando se leyera esta carta a los creyentes en Tesalónica.
A pesar de las tensiones en la iglesia, al concluir la carta dos veces llama “hermanos” a los creyentes en Tesalónica, y los insta a saludarse unos a otros con un beso, la clase de beso que los miembros de una familia utilizan para mostrar su afecto. Pablo abrió la carta con las palabras “a la iglesia”, y la termina, sencillamente, con “hermanos”. Con todos sus defectos, la iglesia es una familia, ¡y así es como debemos relacionarnos con ella!
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