Literatura Patrística

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Para muchas ramas de los estudios neotestamentarios se reconoce ampliamente la importancia de la literatura cristiana primitiva extracanónica, tanto los fragmentos de escritos no ortodoxos y los apócrifos del NT, por un lado, como los escritos patrísticos (e. d. los antiguos escritos cristianos no apócrifos y no sectarios), por el otro. Para la historia del canon del NT, y la fijación de su texto (apócrifos, IV), las citas bíblicas y alusiones patrísticas son, naturalmente, indispensables. En la exégesis, también es necesario tener en cuenta a los Padres griegos, en particular, como también lo que autores como Ireneo, Clemente de Alejandría, y sobre todo Orígenes, dicen sobre las tradiciones no escritas. Pero, en una perspectiva más amplia, tanto la iglesia grecoparlante como la latinoparlante del ss. II, con todos los rasgos que la distinguen de la era apostólica, es resultado de la asamblea reunida el día de Pentecostés en Jerusalén, y todo lo que se pueda dilucidar sobre el camino recorrido entre ambas probablemente arrojará luz tanto hacia atrás como hacia adelante.

Lamentablemente en nuestros días hay un túnel muy mal iluminado entre las postrimerías de la era apostólica y los grandes apologistas de mediados y fines del ss. II. Es un período de persecución intensa y de propaganda perniciosa (como se predice en 2 Ti. 3 y otras partes); la iglesia se ha expandido considerablemente en todo el imperio romano y (en el E) más allá de sus fronteras; Israel ha sido repudiada en el año 70 d.C., y así ha llegado a su fin toda posible primacía efectiva de la iglesia de Jerusalén. El nombre de “Padres apostólicos”, que originalmente designaba a los hombres que estuvieron en contacto con los apóstoles, o que fueron nombrados por ellos, se usa desde hace mucho tiempo para identificar los escritos relacionados con este período; pero las listas de los Padres apostólicos varían considerablemente. A tres de ellos—Clemente de Roma, Ignacio, Policarpo—se les aplica este título regularmente, aunque solamente en el caso de Policarpo tenemos pruebas inconfundibles de que tuvo contacto directo con los apóstoles. Todos estos escritos primitivos son prácticos, y no de carácter académico o especulativo. Si se capta el inmediato descenso con respecto al NT, el contraste entre su estilo directo y el tortuoso intelectualismo de, pongamos por caso, el Evangelio de la verdad, obra contemporánea de los mencionados, o la fétida atmósfera de los apócrifos, es también marcado.
Las obras que mencionamos a continuación representan algunos de los escritos patrísticos primitivos.

I. Clemente de Roma
Nos ha llegado con el nombre de Clemente (1 Clemente) una larga carta gr. dirigida por la iglesia de Dios que estaba en Roma a la de Corinto. No hay razones para identificarlo con el Clemente de Fil. 4.3, o con Flavio Clemente, primo de Domiciano. Sin duda se trata de la persona que aparece en tercer lugar en las listas romanas de la sucesión episcopal, pero la expresión “obispo de Roma” empleada en el sentido usual sería un anacronismo, porque en la carta “obispo” equivale a “presbítero”.

El motivo de la carta es un tumulto en la iglesia de Corinto, de la que han sido expulsados presbíteros nombrados legítimamente. Clemente, en nombre de su iglesia, hace un llamado a la paz y al orden, y les pide que recuerden la analogía del culto ordenado de la antigua Israel y el principio apostólico de nombrar a una sucesión de hombres de buena reputación.
La fecha es casi seguramente alrededor de la época de la persecución de Domiciano, en los años 95–96 d.C., e. d. dentro del período del NT.

La llamada segunda Epístola de Clemente (2 Clemente) es una homilía de autor y fecha desconocidos (aunque del ss. II). Cf. K. P. Donfried, The Setting of Second Clement in Early Christianity, 1974.

II. Ignacio
Ignacio, obispo de Antioquía, iba camino a su martirio en Roma durante el reinado de Trajano (98–117 d.C., probablemente a fines de dicho período) cuando escribió siete cartas, que fueron reunidas en un solo corpus: a las iglesias asiáticas en Éfeso, Magnesia, Tralles, Filadelfia, y Esmirna, a su amigo Policarpo, obispo de Esmirna, y a la iglesia de Roma, en las que les pide que no intervengan para evitar su martirio.

Ignacio se aproxima a la sublimidad más que cualquier otro escritor del ss. II cuando escribe sobre los misterios de la encarnación y la salvación. Pero escribe apresuradamente y con frecuencia en forma oscura; además, lo consume el deseo de llegar al martirio, y lo obsesiona la necesidad de una estrecha adhesión al obispo. Algunos han interpretado esto como una indicación de que el gobierno por un solo obispo, a diferencia de los presbíteros, era todavía algo bastante nuevo en Asia. Ignacio no menciona obispo alguno cuando escribe a Roma.

Sus cartas tienen muchas interpolaciones, y algunos falsificadores añadieron otras, generalmente fechadas en el ss. IV (pero véase J. W. Hannah, JBL 79, 1960, pp. 221ss). Sobre el escenario véase V. Corwin, St. Ignatius and Christianity in Antioch, 1960.

III. Policarpo
Policarpo fue una de las figuras más veneradas de la antiguedad cristiana. Era obispo de Esmirna cuando escribió Ignacio; murió en el martirio a edad avanzada. Se disputa la fecha de su martirio, del cual perdura una emotiva narración de temprana data: se proponen 155/6 d.C. y 168 d.C. (véase W. Telfer, JTS s.n. 3, 1952, pp. 79ss). Conoció a los apóstoles, y a Juan en particular, y fue maestro de Ireneo (Ireneo, Adv. Haer. 3. 3. 4; Eusebio, HE 5.20). Establece, por lo tanto, un vínculo entre la era apostólica y la iglesia de fines del ss. II. Nos queda una carta a los filipenses, ardiente y llena de gracia. El cap(s). 13 se escribió sin dar noticias sobre la suerte de Ignacio. P. N. Harrison (Polycarp’s Two Epistles to the Philippians, 1936) argumenta que se trata de una carta aparte de temprana época, y que los cap(s). 1–12 fueron escritos ca. 135–137 d.C. y añadidos a ella.

IV. La didajé
La Didajé es una obra problemática, que contiene enseñanzas (que aparecen en otros trabajos) sobre los caminos de la vida y la muerte, un breve tratado sobre orden eclesiástico, en el que se hace referencia al bautismo, el ayuno, la oración, la eucaristía, los ministros y profetas, y que termina con un apocalipsis. Tiene muchas características peculiares, que no concuerdan exactamente ni con el orden de la iglesia en el NT ni con lo que sabemos de la iglesia del ss. II. Se ha argumentado que se trata de una obra genuina de época temprana (p. ej. J. P. Audet, La Didachè, 1958, que le asigna la fecha 60 d.C.), que se trata de una reconstrucción de fines del ss. II, o que representa una iglesia fuera de la corriente principal. Aparentemente es una obra siria.

V. Papías
Papías fue obispo de Hierápolis a principios del ss. II, y dedicó mucho esfuerzo a una “Exposición de los oráculos del Señor”, en cinco tomos, que existe solamente en desesperantes fragmentos en Ireneo y Eusebio. Su fecha es incierta, y no es probable que haya sido posterior al año 130 d.C. De cualquier modo, estuvo en contacto con personas que oyeron a los apóstoles (Marcos, Evangelio de; Mar).

VI. Bernabé
La Epístola de Bernabé es probablemente alejandrina, de principios del ss. II. Su tono es fuertemente antijudío, y se destaca por una forzada exégesis alegórica. Incluye una forma de los “Dos caminos”. Es una obra anónima; indudablemente su atribución a Bernabé (si se refiere al apóstol) fue una conjetura de temprana data. Pero puede haber hecho, sin embargo, que se leyera durante un tiempo el algunas iglesias (cf. Eusebio, HS 3.25). Véase tamb. P. Prigent, L<EpéÆtre de BernabeŒ 1–16, 1962.

VII. Hermas
El Pastor de Hermas es una obra simbólica destinada a estimular a una iglesia poco dedicada y llamar al arrepentimiento a los cristianos que habían pecado, dejando en claro que no necesariamente era imperdonable el pecado cometido después del bautismo—cuestión indudablemente discutida—. Está dividida, bastante artificialmente, en Visiones, Tratados, y Mandatos.
Abundan los problemas críticos e históricos. El fragmento muratorio dice que la hahía escrito recientemente el hermano del obispo Pío de Roma (ca. 140 d.C.), pero tiene algunas marcas que indican que es anterior, y aunque actualmente nos parece una obra de calidad inferior, durante un tiempo fue leída como Escritura en algunas iglesias. Aparece en el códice sinaítico del NT. Véase H. Chadwick, JTS s.n. 8, 1957, pp. 274ss. Cf. tamb. J. Reiling, Hermas and Christian Prophecy, 1973, para un estudio del undécimo mandato.

Bibliografía. °J. Quasten, Patrología, 1961, 2 t(t).; °B. Altaner, Patrología, 1953; A. Di Benardino, Patrología, 1971; L. M. de Cádiz, Historia de la literatura patrística, 1954; S. Huber, Los Padres apostólicos, 1948; id., Los santos Padres, 1948, 2 t(t).; H. von Campenhausen, Los Padres de la iglesia, 1974; D. Ruiz Bueno, Padres apologetas griegos, 1979.
J. B. Lightfoot, The Apostolic Fathers, 5 t(t). (una mina de información y de juicios acertados, con textos de Clemente, Ignacio, y Policarpo); J. B. Lightfoot-J. R. Harmer, The Apostolic Fathers, 1891 (textos útiles y traducciones—al inglés), 1917–19; J. A Kleist, Ancient Christian Writers 1, 4, 1946–8; C. C. Richardson, Early Christian Fathers, 1953; R. M. Grant (eds.), The Apostolic Fathers, 1–6, 1964–8; T. F. Torrance, The Doctrine of Grace in the Apostolic Fathers, 1948; J. Quasten (eds.), Patrology, 1950; B. Altaner, Patrology, 1960; J. Lawson, A Theological and Historical Introduction to the Apostolic Fathers, 1961; L. W. Barnard, Studies in the Apostolic Fathers and their Background, 1966.

Categorías: Historia

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