Más sobre la Trinidad
Más sobre la Trinidad
Beatrice S. Neall
Especialista en Religión
Veo a Jesús en una nueva dimensión desde que estudié la doctrina de la Trinidad. La Primera Familia del universo, es para cada familia humana en esta tierra un modelo de lealtad, cooperación gozosa, creatividad exuberante, admiración mutua y amor abnegado. La medida de su interacción es extraordinaria. Jesús procede de una familia espléndida.
Me alegra saber que Dios es una familia. Si fuera un individuo, entonces en la eternidad del pasado» antes de crear a alguien mas, habría estado muy solo. Pero Dios es amor y siendo que el amor no puede ser solitario, tuvo que haber siempre alguien más a quien amar. La Biblia entonces presenta a Dios como una maravillosa familia compuesta de tres seres viviendo juntos en exquisita armonía. El número tres es la cifra de la generosidad o el altruismo. Uno puede absorberse en sí mismo, como el demiurgo, el dios de Platón. Dos pueden quedar envueltos uno en el otro, excluyendo a todos los demás. Tres es el número de la apertura, que requiere la habilidad de amar imparcialmente.
¿No sería entonces correcto decir que servimos a tres dioses? No, este sería un gran error. Debemos aferramos al concepto de la unicidad de la Trinidad. «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es» (Deut. 6:4). Tres Dioses significarían tres seres separados y rivales. Lucharían por la supremacía sobre el universo. Si fueran iguales en poder, cada uno establecería control sobre una tercera parte del territorio.
Inmediatamente desaparecería el universo, para dar lugar a un multiuniverso, con cada una de sus secciones contando con diferentes propiedades y leyes. No habría un Ser Supremo, sino tres dioses menores con dominios menores. Ese es el estado de todas las religiones politeístas. Dios es ciertamente uno porque tiene un solo carácter. La palabra hebrea para uno, que es echad, proviene del verbo yachad, que significa hacer uno solo, unir. Dios dijo del esposo y la esposa: “… Y serán una sola carne» (Génesis 2:24) aun cuando son dos. El amor es el pegamento que mantiene unido un matrimonio, transformando a dos seres en uno solo. El amor mantiene unida a la Trinidad, convirtiendo a tres en uno solo.
Se nos presenta a la Trinidad desde el primer capítulo de la Biblia. «En el principio crió Dios…» La palabra usada para referirse a Dios, Elohim, no es singular, sino plural, mostrando con ello que Dios es un Ser «compuesto». El Espíritu entra en escena en el segundo versículo al «moverse» sobre la haz de las aguas. Más tarde escuchamos a los miembros de la Deidad hablando entre sí, cuando uno de ellos le dice a los otros: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza.» Entones Dios crea a la trinidad humana del hombre, la mujer y el hijo potencial, a semejanza de la Trinidad divina.
La razón por la que los escritores del Antiguo Testamento insisten en la unidad de Dios, es porque estaban combatiendo el politeísmo. Dios no deseaba que su pueblo pensara que Dios era como se concebía a los dioses paganos: un ser masculino con su consorte femenino e hijo, además de muchas otras deidades. Esto es consecuente con dioses pequeños, cada uno reinando sobre su propio territorio (2 Reyes 17:26), en última instancia más pequeños todavía que los humanos (Isaías 44:12-19). Así que Dios insistió en / su unicidad y soberanía sobre toda la creación. La razón por la cual el Antiguo Testamento dice muy poco acerca de Satanás (aun cuando aparece en algunos pasajes, tales como Génesis 3, Job 1 y Zacarías 3), es que la gente tiende a ignorar al dios benevolente y adora solamente a aquellos que teme que le hagan daño. ¡Habría adorado a Satanás! Así que Dios tomó sobre sí la responsabilidad por todo lo ocurrido, aun el mal: «crío el mal» (Isaías 45:7); «el espíritu malo por parte de Jehová» (1 Samuel 16:14); el Señor (Satanás) tentó a David (2 Samuel 24:1; 1 Corintios 21:1). Arriesgándose a ser mal interpretado, Dios se hizo responsable por todo lo que pasó, con tal de que su pueblo no adorara a Satanás.
Puede verse la presencia de la Trinidad en el Antiguo Testamento. Mientras el Padre -aparece sentado en el trono de su majestad (Isaías 6:1; Ezequiel 1:26-28; Daniel 7:9-10), Jesús es quien aparece frecuentemente en forma humana. Abraham negoció con él (Génesis 18:20-32), Jacob luchó con él (Génesis 32:22-30), Josué tuvo un encuentro con él como «príncipe del ejército de Jehová» (Josué 5:13-15), los tres hebreos caminaron con él en el horno de fuego (Daniel 3:25). Sabemos que fue Jesús el que dijo: «No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre y vivirá» (Éxodo 33:20). Jesús apareció en forma humana mucho antes de que se encarnara en Belén.
El Espíritu Santo apareció también en el Antiguo Testamento. Se movía sobre la haz de las aguas como una gallina sobre sus polluelos, para producir vida (Génesis 1:2). El llenaba el corazón de José (Génesis 41:38) y Josué (Números 27:18) y cambió a Saúl convirtiéndolo en una nueva persona (1 Samuel l0:6). David clamó después de su pecado: «y no alejes de mí tu Santo Espíritu» (Salmos 51:11).
En el Nuevo Testamento, Jesús nos dejó preciosas percepciones con respecto a las relaciones entre los miembros de la familia celestial. Viven juntos en una increíblemente cálida relación de amor y compañerismo. Son seres sociales, generosos y receptivos. Son maestros de la comunicación. Se ponen cada uno a disposición del otro y alcanzan logros tremendos al hacer cada uno la voluntad del otro. Se afirman y dan testimonio unos de otros. No solamente disfrutan de la intimidad, sino que abren ese círculo de intimidad a cualquiera que desee entrar en él.
Los tres miembros de la Trinidad son igualmente Dios. El evangelio del apóstol Juan presenta la visión más elevada de la deidad de Cristo. Comienza con la premisa de que Jesús es Dios (1:1) y concluye con el acto de Jesús aceptando adoración como Dios (Juan 20:28,29). Ocho veces Jesús se llama a sí mismo el YO SOY, correspondiente a Yahweh, el YO SOY del Antiguo Testamento.
Jesús se identifica a sí mismo tan estrechamente con el Padre, que verlo a él significa ver al Padre (Juan 14:9); creer en él, es creer al Padre (Juan 12:44); conocerlo a él, es conocer al Padre (Juan 8:19), deshonrarlo a él es deshonrar al Padre (Juan 5:23) y odiarlo a él, es odiar al Padre (Juan 15:23,24). El es uno con el Padre (Juan 10:30; 17:11,22). La relación entre él y el Padre es tan estrecha, que él está en el Padre y el Padre en él (Juan 10:38; Juan 14:11,12; Juan 17:21).
Aunque Jesús era Dios en su más elevada esencia, se sometió a su Padre. No hizo nada por sí mismo (Juan 5:19,30), porque todos sus poderes: levantarse de la tumba, ejecutar juicio, poner su vida y tomarla de nuevo, se derivaban del Padre (Juan 5:25-27; Juan 10:18). La totalidad de su estilo de vida era el no hacer su voluntad, sino la voluntad del Padre (Juan 4:34; Juan 5:30; Juan 6:38). Vino en nombre de su Padre (Juan 5:43) y vivió y murió para glorificar al Padre (Juan 12:28). El Espíritu tampoco habla sus propias palabras, sino las de Cristo (Juan 14: 26; Juan 16:13,14). Da testimonio de Cristo (Juan 15:26) y glorifica a Cristo (Juan 16:14).
Lo que nos pareciera como una subordinación, es algo realmente muy diferente. Cuando Jesús dijo: «No puedo yo de mí mismo hacer nada» (Juan 5:30), no estaba confesando la debilidad de su humanidad, sino que estaba diciendo en síntesis: «No actuamos por nosotros mismos. Yo no hago nada de mí mismo. Hacemos juntos todas las cosas» (véanse los verso 19-22). El Padre actúa de la misma manera que lo hacen Cristo y el Espíritu Santo. El no juzga por sí mismo (Juan 5:22), sino que obra siempre en conjunto con el Hijo (Juan 5:17) y lo toma en cuenta en todos sus concilios (Juan 5:20). El Padre obra juntamente con el Hijo y el Espíritu.
Hay diferentes funciones dentro de la Deidad. En la obra de creación, salvación y revelación, el Padre es el poder detrás del escenario, mientras que el Hijo es el agente activo que lleva a cabo la voluntad divina. El Padre creó el mundo a través del Hijo (Heb. 1:1). Reconcilió al mundo a través del Hijo (2 Cor. 5:19) y se reveló al mundo a través de su Hijo (Juan 1:18). El Espíritu pareciera ser el poder que penetra la materia y la mente y coopera también en la obra de la creación (Génesis 1:2), salvación (Efesios 4:30) y revelación (2 Pedro 1:20- 21). Siempre que un miembro de la Trinidad está obrando, los otros están apoyando y cooperando. Ninguno de ellos obra independientemente de los otros. En el capítulo 15 del evangelio de Lucas, Jesús relató tres parábolas para mostrar la forma como cada uno de los miembros de su familia obra para salvar a los seres humanos. El buen pastor que busca la oveja perdida es una imagen de Jesús (compárese con Juan 10:11). La mujer con la lámpara, que busca la moneda perdida, representa al Espíritu Santo (véase Apocalipsis 4:5). Y el que recibe de vuelta a su hijo perdido con los brazos abiertos, es el mismo Padre celestial.
Siendo que la familia celestial está unida en sus planes, se siente realizada al lograrlos. Era el deleite de Jesús su comida y bebida el hacer la voluntad de su Padre (Juan 4:34). Sintió una satisfacción inmensa cuando terminó la obra que Dios le había dado que hiciese (Juan17:4). El Padre se complacía en hacer lo que le pidiera su Hijo (Juan 12: 27,28).
La Familia celestial también encuentra satisfacción al traer gloria al otro miembro de la Deidad. El Hijo glorifica al Padre (Juan 17:4); el Padre glorifica al Hijo (Mateo 3:17) y el Espíritu glorifica al Hijo (Juan 16:14).
La Primera Familia del cielo no es exclusiva. Aunque habitan en una atmósfera de gloria, la puerta está siempre abierta para penetrar en su círculo de intimidad. Jesús oró en favor de la familia humana «Para que todos sean una cosa; como tú, oh Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una sola cosa» (Juan 17:21). Y la Deidad acepta también gozosamente la hospitalidad humana: Vendrán y harán su morada en cualquiera que ame a Dios (Juan 14:23). Nos invitan a su círculo de intimidad y aceptan nuestra invitación.
La visión de Jesús con respecto a su familia y la forma como él se relaciona con ella, nos da una idea de la forma como debemos relacionamos con nuestras familias: el hogar, la iglesia y el mundo. Al llegar a unimos con la familia celestial y absorber su amor, aprendemos a experimentar la unidad unos con otros (Juan 17:21). Somos capaces de amar con su amor. Y cuando ese amor procedente de la familia celestial envuelve a la familia humana, guía al mundo a creer en Jesús. (Juan 17:21).
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