¿Quién es Jesucristo?

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¿Quién es Jesucristo?

2 trimestre de 2015
El libro de Lucas
Notas de Elena G. de White
Lección 3
18 de abril 2015
¿Quién es Jesucristo?

Sábado 11 de abril

Jesús vino a este mundo en humildad. Era de familia pobre. La Majestad de los cielos, el Rey de gloria, el Jefe de las huestes angélicas, se rebajó hasta aceptar la humanidad y escogió una vida de pobreza y humillación. No tuvo oportunidades que no tengan los pobres. El trabajo rudo, las penurias y privaciones eran parte de su suerte diaria. “Las zorras tienen cuevas -decía- y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del hombre no tiene donde recline la cabeza” (S. Lucas 9:58)
Jesús no buscó la admiración ni los aplausos de los hombres. No mandó ejército alguno. No gobernó reino terrenal alguno. No corrió tras los favores de los ricos y de aquellos a quienes el mundo honra. No procuró figurar entre los caudillos de la nación. Vivió entre la gente humilde. No tuvo en cuenta las distinciones artificiosas de la sociedad. Desdeñó la aristocracia de nacimiento, fortuna, talento, instrucción y categoría social (El ministerio de curación, p. 149).
Domingo 12 de abril: Reacciones ante Jesús
Jesús estaba delante de la gente como exponente vivo de las profecías concernientes a él mismo… Su actitud impresionante y el maravilloso significado de sus palabras conmovieron a los oyentes con un poder que nunca antes habían sentido… Mientras sus corazones estaban movidos por el Espíritu Santo, respondieron con fervientes amenes y alabaron al Señor.
Pero cuando Jesús anunció: “Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos”, se sintieron inducidos repentinamente a pensar en sí mismos y en los asertos de quien les dirigía la palabra. Ellos, israelitas, hijos de Abrahán, habían sido representados como estando en servidumbre. Se les hablaba como a presos que debían ser librados del poder del mal; como si habitasen en tinieblas, necesitados de la luz de la verdad. Su orgullo se ofendió, y sus recelos se despertaron
¿Quién es este Jesús? preguntaron. El que se había arrogado la gloria del Mesías era el hijo de un carpintero, y había trabajado en su oficio con su padre José. Le habían visto subiendo y bajando trabajosamente por las colinas; conocían a sus hermanos y hermanas, su vida y sus ocupaciones…
Al abrir la puerta a la duda, y por haberse enternecido momentáneamente, sus corazones se fueron endureciendo tanto más. Satanás estaba decidido a que los ojos ciegos no fuesen abiertos ese día, ni libertadas las almas aherrojadas en la esclavitud. Con intensa energía, obró para aferrarlas en su incredulidad…
Las palabras de Jesús a sus oyentes en la sinagoga llegaron a la raíz de su justicia propia, haciéndoles sentir la amarga verdad de que se habían apartado de Dios y habían perdido su derecho a ser su pueblo. Cada palabra cortaba como un cuchillo, mientras Jesús les presentaba su verdadera condición. Ahora despreciaban la fe que al principio les inspirara. No querían admitir que Aquel que había surgido de la pobreza y la humildad fuese otra cosa que un hombre común.
Su incredulidad engendró malicia. Satanás los dominó, y con ira clamaron contra el Salvador. Se habían apartado de Aquel cuya misión era sanar y restaurar; y ahora manifestaban los atributos del destructor (El Deseado de todas las gentes, pp. 204-206).
En el encuentro de Cristo con los discípulos de Juan el Bautista encontramos una lección de fe. Cuando Juan el Bautista se encontraba prisionero en una mazmorra solitaria cayó en el desaliento, por lo que envió a sus discípulos a Jesús, preguntándole: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” (S. Mateo 11:3). Cristo conocía la misión que traían los mensajeros, y mediante una grandiosa demostración de su poder les dio evidencias inconfundibles de su divinidad. Volviéndose hacia la multitud habló, y los sordos oyeron su voz. Habló nuevamente, y los ojos de los ciegos fueron abiertos para ver las bellezas de la naturaleza… Extendió su mano y a su toque la fiebre abandonó a los enfermos. Por su mandato los endemoniados fueron sanados, y cayendo a sus pies le adoraron. Volviéndose luego hacia los discípulos de Juan dijo: “Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis” (vers. 4).
El mismo Jesús que realizó aquellas obras poderosas es hoy nuestro Salvador y está dispuesto a manifestar su poder en nuestro favor como lo hizo en favor de Juan el Bautista. Cuando estemos rodeados por circunstancias adversas, asediados por dificultades que parecen imposibles de vencer, no debemos murmurar, sino recordar la amante benevolencia del Señor en lo pasado. Mirando a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe, podremos mantenemos como viendo al Invisible, y esto impedirá que nuestras mentes sean nubladas por la sombra de la incredulidad (Reflejemos a Jesús, p. 344).
Lunes 13 de abril: Hijo de Dios
Desde el principio ha sido el plan ideado por Satanás hacer que los hombres se olvidaran de Dios para poder aprisionarlos. Ha procurado, pues, desfigurar el carácter de Dios a fin de que los hombres tengan un falso concepto de él. Ante la mente de ellos, el Creador ha sido presentado como revestido con los atributos del príncipe del mal -como arbitrario, severo e implacable- para que fuera temido, rehuido y aun odiado por los hombres…
Cristo vino para revelar a Dios ante el mundo como un Dios de amor, de misericordia, ternura y compasión. El Redentor del mundo despejó las densas tinieblas con las que Satanás había recubierto el trono de la Deidad, y otra vez el Padre se manifestó a los hombres como la Luz de la vida (En lugares celestiales, p. 8).
La dignidad de Cristo como Maestro divino era de un orden superior a la de los sacerdotes y gobernantes. Era diferente de toda la pompa mundana, pues era divina. Hacía caso omiso a toda ostentación mundanal, y mostraba que consideraba los niveles sociales, fijados por la opulencia y el rango, como enteramente sin valor. Él había descendido. .. de su alto puesto de comando para traer a los seres humanos el poder de llegar a ser hijos de Dios; y el rango terrenal no tenía el más mínimo valor para él. Podría haber traído consigo a diez mil ángeles si le hubieran podido ayudar en la obra de redimir a la raza caída (Reflejemos a Jesús, p. 220).
Cristo es la fuente de toda sabiduría porque está al mismo nivel del Dios eterno. En su humanidad, la gloria de la luz divina se reflejaba directamente sobre él, iluminando a su vez al mundo y a los que le recibían y creían en él. Su personalidad humana mostraba su perfección y excelencia de carácter, y su voz, aunque usaba el simple lenguaje humano, tenía autoridad como la voz de Dios, porque estaba en perfecta unidad con él y provenía del centro de su gloria (Fundamentáis of Christian Education, p. 406).
El soberano del universo no estaba solo en su obra benéfica. Tuvo un compañero, un colaborador que podía apreciar sus designios, y que podía compartir su regocijo al brindar felicidad a los seres creados. “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios” (S. Juan 1:1,2). Cristo, el Verbo, el Unigénito de Dios, era uno solo con el Padre eterno, uno solo en naturaleza, en carácter y en propósitos; era el único ser que podía penetrar en todos los designios y fines de Dios. “Y llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. “Sus salidas son desde el principio, desde los días del siglo” (Isaías 9:6; Miqueas 5:2). Y el Hijo de Dios, hablando de sí mismo, declara: “Jehová me poseía en el principio de su camino, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternalmente tuve el principado… Cuando establecía los fundamentos de la tierra; con él estaba yo ordenándolo todo; y era su delicia todos los días, teniendo solaz delante de él en todo tiempo” (Proverbios 8:22-30).
El Padre obró por medio de su Hijo en la creación de todos los seres celestiales. “Porque por él fueron criadas todas las cosas… sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue criado por él y para él” (Colosenses 1:16). Los ángeles son los ministros de Dios, que, irradiando la luz que constantemente dimana de la presencia de él y valiéndose de sus rápidas alas, se apresuran a ejecutar la voluntad de Dios. Pero el Hijo, el Ungido de Dios, “la misma imagen de su sustancia”, “el resplandor de su gloria” y sostenedor de “todas las cosas con la palabra de su potencia”, tiene la supremacía sobre todos ellos. Un “trono de gloria, excelso desde el principio”, era el lugar de su santuario; una “vara de equidad”, el cetro de su reino. “Alabanza y magnificencia delante de él: fortaleza y gloria en su santuario”. “Misericordia y verdad van delante de tu rostro” (Hebreos 1:3, 8; Jeremías 17:12; Salmo 96:6; 89:14) (Patriarcas y profetas, pp. 11, 12).

Martes 14 de abril: Hijo del Hombre
No podemos entender cómo Cristo se hizo un pequeño e indefenso bebé. Él pudo haber venido a la tierra con tal hermosura que se diferenciara totalmente de los hijos de los hombres. Su rostro pudo haber sido radiante de luz, y su cuerpo alto y hermoso. Pudo haber venido en una forma tal que encantara a los que lo miraran; pero ésta no fue la forma en la cual Dios planeó que apareciera entre los hijos de los hombres.
Debía ser semejante a los que pertenecían a la familia humana y a la raza judía. Sus facciones tenían que ser semejantes a las de los seres humanos, y no debía tener tal belleza en su persona que la gente lo señalara como diferente de los demás. Debía venir como miembro de la familia humana y presentarse como un hombre ante el cielo y la tierra. Había venido a tomar el lugar del hombre, a comprometerse en favor del hombre, a pagar la deuda que los pecadores debían. Tenía que vivir una vida pura sobre la tierra, y mostrar que Satanás había dicho una falsedad cuando afirmó que la familia humana le pertenecía a él para siempre, y que Dios no podía arrancarle a los hombres de sus manos (Exaltad a Jesús, p. 69).

Cristo dejó de lado los hogares de los ricos, las cortes de la realeza, los renombrados centros de educación, y se estableció en un hogar humilde y despreciado de Nazaret. Su vida, desde el principio hasta el fin, fue de humildad y modestia. La pobreza llegó a ser sagrada por su vida de pobreza. No quiso asumir una actitud de formalidad que hubiera impedido a los hombres y mujeres de condición más modesta que vinieran a su presencia y escucharan sus enseñanzas…
Ningún maestro honró de esa manera al hombre como lo hizo Jesucristo. Era conocido como amigo de publicanos y pecadores. Se mezclaba con todas las clases y sembraba la verdad en el mundo. En el mercado y la sinagoga proclamó su mensaje. Aliviaba toda suerte de sufrimiento, tanto físico como espiritual… Se entregó total y completamente a la obra de salvar almas…
Mientras andaba “haciendo bienes”, la experiencia de cada día era una entrega de su vida. Solo de una manera podía sostenerse esa vida. Jesús vivía en total dependencia de Dios y en comunión con él. Los hombres acuden de vez en cuando al lugar secreto del Altísimo, a la sombra del Omnipotente; permanecen allí por un tiempo, y los resultados se manifiestan en buenas obras; luego falla su fe, se interrumpe la comunión, y la obra de la vida se arruina. Pero la vida de Jesús fue de constante confianza, sostenida por una comunión continua; y su servicio para el cielo y la tierra no vio fracasos ni vacilaciones. Como hombre suplicaba al trono de Dios, hasta que su humanidad se cargaba con la corriente celestial que conectaba la humanidad con la divinidad. Recibía vida de Dios y la impartía a los hombres (Dios nos cuida, p. 333).

Miércoles 15 de abril: “El Cristo de Dios”
Jesús hizo entonces una segunda pregunta relacionada con los discípulos mismos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.
Desde el principio, Pedro había creído que Jesús era el Mesías. Muchos otros que habían sido convencidos por la predicación de Juan el Bautista y que habían aceptado a Cristo, empezaron a dudar en cuanto a la misión de Juan cuando fue encarcelado y ejecutado; y ahora dudaban que Jesús fuese el Mesías a quien habían esperado tanto tiempo. Muchos de los discípulos que habían esperado ardientemente que Jesús ocupase el trono de David, le dejaron cuando percibieron que no tenía tal intención. Pero Pedro y sus compañeros no se desviaron de su fidelidad. El curso vacilante de aquellos que ayer le alababan y hoy le condenaban no destruyó la fe del verdadero seguidor del Salvador. Pedro declaró: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. Él no esperó que los honores regios coronasen a su Señor, sino que le aceptó en su humillación.
Pedro había expresado la fe de los doce. Sin embargo, los discípulos distaban mucho de comprender la misión de Cristo. La oposición y las mentiras de los sacerdotes y gobernantes, aun cuando no podían apartarlos de Cristo, les causaban gran perplejidad. Ellos no veían claramente el camino. La influencia de su primera educación, la enseñanza de los rabinos, el poder de la tradición, seguían interceptando su visión de la verdad. De vez en cuando resplandecían sobre ellos los preciosos rayos de luz de Jesús; mas con frecuencia eran como hombres que andaban a tientas en medio de las sombras. Pero en ese día, antes que fuesen puestos frente a frente con la gran prueba de su fe, el Espíritu Santo descansó sobre ellos con poder. Por un corto tiempo sus ojos fueron apartados de “las cosas que se ven”, para contemplar “las que no se ven”. Bajo el disfraz de la humanidad, discernieron la gloria del Hijo de Dios.
Jesús contestó a Pedro: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos.” (El Deseado de todas las gentes, p. 379, 380).

No es suficiente que creamos que Jesús no es un impostor, y que la religión de la Biblia no consiste en fábulas arteramente compuestas. Podemos creer que el nombre de Jesús es el único nombre debajo del cielo por el cual el hombre puede ser salvo, y sin embargo, no hacer de él, por la fe, nuestro Salvador personal. No es suficiente creer la teoría de la verdad. No es suficiente profesar fe en Cristo y tener nuestros nombres registrados en el libro de la iglesia. ‘‘El que guarda sus mandamientos, está en él, y él en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado”. “Y en esto sabemos que nosotros le hemos conocido, si guardamos sus mandamientos”. Esta es la verdadera evidencia de la conversión. No importa cuál sea nuestra profesión de fe, no nos vale de nada a menos que Cristo se revele en obras de justicia (Palabras de vida del gran Maestro, p. 254).

Jueves 16 de abril: La Transfiguración
La fe de los discípulos fue grandemente fortalecida en ocasión de la transfiguración, cuando se les permitió contemplar la gloria de Cristo y oír la voz del cielo atestiguando su carácter divino. Dios decidió dar a los seguidores de Jesús una prueba categórica de que era el Mesías prometido, para que en su acerbo pesar y chasco por su crucifixión, no perdiesen completamente su confianza. En ocasión de la transfigu­ración el Señor envió a Moisés y a Elías para que hablasen con Jesús acerca de su sufrimiento y su muerte. En vez de elegir ángeles para que conversasen con su Mijo, Dios escogió a quienes habían experimentado ellos mismos las pruebas de la tierra.
Elías había andado con Dios. Su obra había sido dolorosa y dura, porque por su intermedio el Señor había reprendido los pecados de Israel. Elías era profeta de Dios, y sin embargo se vio obligado a huir de lugar en lugar para salvar la vida. Su propia nación lo buscaba como una fiera para destruirlo. Pero Dios trasladó a Elías. Los ángeles lo llevaron en gloria y triunfo al cielo.
Moisés fue mayor que cuantos vivieran antes que él. Dios lo honró en extremo, concediéndole el privilegio de hablar con él cara a cara, como un hombre habla con un amigo. Le fue permitido ver la brillante luz y la excelsa gloria que envuelve al Padre. Por medio de Moisés libró el Señor a los hijos de Israel de la esclavitud de Egipto. Fue Moisés un mediador entre Dios y su pueblo, y a menudo se interpuso entre ellos y la ira del Señor. Cuando Dios se irritó en extremo contra Israel por su incredulidad, sus murmuraciones y sus horrendos pecados, fue probado el amor de Moisés por los israelitas. Dios se propuso destruir al pueblo de Israel y hacer de la posteridad de Moisés una nación poderosa; pero el profeta demostró su amor por Israel intercediendo fervorosamente por ese pueblo. En su angustia suplicó a Dios que borrase su nombre de su libro o que aplacara su ira y perdonase a Israel…
Era el designio de Dios colocar frecuentemente a su pueblo en condiciones adversas, para librarlo de ellas por su poder, a fin de que reconociese su amor y solicitud por ellos, y así fuesen inducidos a ser­virle y honrarle…
Jesús había dicho a sus discípulos que algunos de los que con él estaban no gustarían la muerte antes de ver llegar el reino de Dios con poder. En ocasión de la transfiguración, esta promesa se cumplió. El semblante de Jesús mudóse allí de modo que brillaba como el sol. Sus vestiduras eran blancas y relucientes. Moisés representaba a los que resucitarán de entre los muertos al producirse el segundo advenimiento de Jesús. Y Elías, que fue trasladado sin conocer la muerte, representa­ba a los que, cuando vuelva Cristo, serán transformados en inmortales y trasladados al cielo sin ver la muerte. Los discípulos contemplaban con temeroso asombro la excelsa majestad de Jesús y la nube que los cobijaba, y oían la voz de Dios diciendo con terrible majestad: “Este es mi Hijo amado… a él oíd” (Primeros escritos, pp. 162-164).
Viernes 17 de abril: Para estudiar y meditar
El Deseado de todas las gentes, pp. 203-210

 

 

 

 

 


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