Comentario Lección EGW 12 Enero – Marzo 2012
I Trimestre de 2012
Vislumbres de nuestro Dios
Notas de Elena G. de White
Lección 12
24 de Marzo de 2012
Historias de amor
Sábado 17 de marzo
Cuando buscamos el lenguaje apropiado para describir el amor de Dios, las palabras parecen demasiado débiles, demasiado insípidas, demasiado alejadas del tema; dejamos a un lado nuestra pluma y decimos: “No; no puede ser descrito. Solo podemos decir con el amado discípulo: ‘Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios’ (1 Juan 3:1)”. Al intentar hacer una descripción de ese amor parecemos infantes que están comenzando a balbucear. Adoramos en silencio, porque en este tema el silencio es elocuencia. Es el misterio del Dios encarnado; la divinidad en la humanidad. Cristo que se humilla hasta lo máximo para poder ser exaltado hasta lo sumo y exaltar con él a los que creen en él y elevarlos hasta su trono. Todos los que miran con fe a Jesús serán sanados de las llagas y las heridas que el pecado les ha producido y serán curados (Fundamentals of Christian Education, pp. 179, 180).
Domingo 18 de marzo:
El primer romance
[Jesús] Se refirió a los días bienaventurados del Edén, cuando Dios declaró que todo “era bueno en gran manera”. Entonces tuvieron su origen dos instituciones gemelas, para la gloria de Dios y en beneficio de la humanidad: el matrimonio y el sábado. Al unir Dios en matrimonio las manos de la santa pareja diciendo: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”, dictó la ley del matrimonio para todos los hijos de Adán hasta el fin del tiempo. Lo que el mismo Padre eterno había considerado bueno era una ley que reportaba la más elevada bendición y progreso para los hombres.
Como todas las demás excelentes dádivas que Dios confió a la custodia de la humanidad, el matrimonio fue pervertido por el pecado; pero el propósito del evangelio es restablecer su pureza, y hermosura. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, se emplea el matrimonio para representar la unión tierna y sagrada que existe entre Cristo y su pueblo, los redimidos a quienes él adquirió al precio del Calvario. Dice: “No temas… porque tu marido es tu Hacedor; Jehová de los ejércitos es su nombre; y tu Redentor, el Santo de Israel; Dios de toda la tierra será llamado”. “Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy vuestro esposo”. En el Cantar de los Cantares oímos decir a la voz de la novia: “Mi amado es mío, y yo suya”. Y el “señalado entre diez mil” dice a su escogida: “Tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 57).
Dios mismo dio a Adán una compañera. Le proveyó de una “ayuda idónea para él”, alguien que realmente le correspondía, una persona digna y apropiada para ser su compañera y que podría ser una sola cosa con él en amor y simpatía. Eva fue creada de una costilla tomada del costado de Adán; este hecho significa que ella no debía dominarle como cabeza, ni tampoco debía ser humillada y hollada bajo sus plantas como un ser inferior, sino que más bien debía estar a su lado como su igual, para ser amada y protegida por él. Siendo parte del hombre, hueso de sus huesos y carne de su carne, era ella su segundo yo; y quedaba en evidencia la unión íntima y afectuosa que debía existir en esta relación. “Porque ninguno aborreció jamás a su propia carne, antes la sustenta y regala”. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y allegarse ha a su mujer, y serán una sola carne” (Efesios 5:29; Génesis 2:24).
Dios celebró la primera boda. De manera que la institución del matrimonio tiene como su autor al Creador del universo. “Honroso es en todos el matrimonio” (Hebreos 13:4). Fue una de las primeras dádivas de Dios al hombre, y es una de las dos instituciones que, después de la caída, llevó Adán consigo al salir del paraíso. Cuando se reconocen y obedecen los principios divinos en esta materia, el matrimonio es una bendición: salvaguarda la felicidad y la pureza de la raza, satisface las necesidades sociales del hombre y eleva su naturaleza física, intelectual y moral (Patriarcas y profetas, pp. 26, 27).
Lunes 19 de marzo:
Romances bíblicos
Isaac fue sumamente honrado por Dios, al ser hecho heredero de las promesas por las cuales sería bendecida la tierra; sin embargo, a la edad de cuarenta años, se sometió al juicio de su padre cuando envió a un servidor experto y piadoso a buscarle esposa. Y el resultado de este casamiento, que nos es presentado en las Escrituras, es un tierno y hermoso cuadro de la felicidad doméstica: “E introdújola Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer; y amóla: y consolóse Isaac después de la muerte de su madre” (El hogar cristiano, p. 64).
Abraham comprendió la influencia que una esposa idólatra podría tener sobre Isaac; no quería poner en peligro su carácter moral y religioso conectándola con una mujer que no conociera a Dios. Su hijo mayor había contratado un matrimonio equivocado y el hogar de Ismael era miserable; sus hijos eran indisciplinados, descorteses e irrespetuosos; no se les había enseñado el conocimiento de Dios. Abraham no quería correr el riesgo de tomar para Isaac una esposa entre las naciones paganas; conocía de muchos otros casos que habían traído infelicidad, comenzando desde Caín hasta sus propios días.
No importa cuán puros y correctos sean los principios de una persona que teme a Dios, la sociedad con un compañero irreligioso puede llevar al alejamiento de Dios. Por eso Abraham estaba determinado a que Isaac se casara con alguien de su propia nación. Las mujeres de las naciones circundantes eran atractivas en su belleza exterior pero no en su belleza de carácter; estaban degradadas por seguir las imaginaciones e ideas de su propio corazón. En cambio las que temen a Dios son elevadas por su gracia, obedecen sus requerimientos, buscan su gloria, temen desagradarlo, y de esa manera reciben su bendición. Abraham había mantenido su confianza en Dios y la había impartido a su hijo. Pero sabía que aunque Isaac tenía una firme confianza en Dios, su carácter tenía una disposición a ceder ante las circunstancias, y había peligro de que una compañera de carácter opuesto lo llevara a renunciar a lo correcto (Signs of the Times, 10 de abril, 1879).
A veces los jóvenes manifiestan gran independencia en el asunto del matrimonio, como si el Señor no tuviera nada que ver con ellos en este asunto. Parecen creer que ni Dios ni sus padres deben tener participación o control; que el decidir en quién colocan sus afectos es un tema exclusivo de ellos mismos. Se equivocan seriamente. Pocos años después, la vida les enseñará que cometieron un error lamentable. Esta es la razón por la que existen tantos matrimonios infelices, faltos de amor verdadero y perdonador, donde ambos actúan como niños malcriados en lugar de esposos dignos y afectuosos.
Isaac había sido entrenado en el temor de Dios para una vida de obediencia, y a los cuarenta años se sometió a la decisión de su padre en la elección del siervo temeroso de Dios que elegiría a su esposa. Creía firmemente que Dios lo guiaría en la elección (Signs of the Times, 10 de abril, 1879).
Martes 20 de marzo:
El amor de Dios
Es de parte del hombre mortal la más grosera presunción aventurarse a hacer una especie de componenda con el Todopoderoso a fin de asegurar sus propios intereses temporales mezquinos. El emplear ocasionalmente el sábado para los negocios seculares es una violación tan flagrante de la ley como el rechazarla enteramente; porque es hacer de los mandamientos del Señor un asunto de conveniencia. “Yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso” (Éxodo 20:5), es lo que repercute con voz de trueno desde el Sinaí. Ninguna obediencia parcial, ningún interés dividido acepta Aquel que declara que las debilidades de los padres serán castigadas en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que le aborrecen, y que manifestará misericordia en millares de generaciones a aquellos que le aman y guardan sus mandamientos (Joyas de los testimonios, tomo 1, p. 499).
Este segundo mandamiento prohíbe adorar al verdadero Dios mediante imágenes o figuras. Muchas naciones paganas aseveraban que sus imágenes no eran más que figuras o símbolos mediante los cuales adoraban a la Deidad; pero Dios declaró que tal culto es un pecado. El tratar de representar al Eterno mediante objetos materiales degrada el concepto que el hombre tiene de Dios. La mente, apartada de la infinita perfección de Jehová, es atraída hacia la criatura más bien que hacia el Creador, y el hombre se degrada a sí mismo en la medida en que rebaja su concepto de Dios.
“Yo soy el Señor Dios tuyo, el fuerte, el celoso”. La relación estrecha y sagrada de Dios con su pueblo se representa mediante el símbolo del matrimonio. Puesto que la idolatría es adulterio espiritual, el desagrado de Dios bien puede llamarse celos (Patriarcas y profetas, p. 313).
Todo culto falso es adulterio espiritual. El segundo precepto, que prohíbe el culto falso, es también una orden de adorar a Dios y servirle solo a él. El Señor es un Dios celoso. Nadie lo tratará con ligereza impunemente. Ha hablado acerca de la manera en que debiera rendírsele culto. Detesta la idolatría pues su influencia es corruptora: envilece la mente y conduce a la sensualidad y a toda clase de pecados (Comentario bíblico adventista, tomo 1, p. 1120).
El creyente puede dar el testimonio en su vida y carácter de que Dios ama al instrumento humano que obedece sus órdenes como ama a su Hijo. ¡Cuán admirable es esta afirmación; casi va más allá de la comprensión de la mente finita! (Comentario bíblico adventista, tomo 5, p. 1116).
El amor que se inspira en el amor que tenemos por Jesús verá en cada alma, rica o pobre, un valor que no puede ser medido por la estimación humana. El mundo se hunde en la insignificancia en comparación con el valor de un alma. El amor de Dios revelado por el hombre está más allá de todo cómputo humano. Es infinito. Y el agente humano, que es participante de la naturaleza divina, amará como Cristo ama, trabajará como Cristo trabajó. Habrá una compasión íntima y simpatía que no fallará ni se desanimará. Este es el espíritu que se debe fomentar en cada corazón y se debe revelar en cada vida. Este amor solo puede existir y se puede conservar refinado, santo, puro y elevado mediante el amor del alma por Jesucristo, alimentado por la comunión diaria con Dios. Toda esta frialdad de parte de los cristianos es una negación de la fe. Pero este espíritu se desvanecerá ante los brillantes rayos del amor de Dios en el seguidor de Cristo. Voluntaria y naturalmente obedecerá la orden: “Que os améis unos a otros como os he amado” (El ministerio de la bondad, p. 88).
Miércoles 21 de marzo:
Un libro de romance
Se necesita religión en el hogar. Únicamente ella puede impedir los graves males que con tanta frecuencia amargan la vida conyugal.
Únicamente donde reina Cristo puede haber amor profundo, verdadero y abnegado. Entonces las almas quedarán unidas, y las dos vidas se fusionarán en armonía. Los ángeles de Dios serán huéspedes del hogar, y sus santas vigilias santificarán la cámara nupcial., Quedará desterrada la degradante sensualidad. Los pensamientos serán dirigidos hacia arriba, hacia Dios; y a él ascenderá la devoción del corazón (El hogar cristiano, p. 81).
Los que consideran la relación matrimonial como uno de los ritos sagrados de Dios, protegidos por su santo precepto, serán gobernados por los dictados de la razón.
Jesús no impuso el celibato a clase alguna de hombres. No vino para destruir la relación sagrada del matrimonio, sino para exaltarla y devolverle su santidad original. Mira con agrado la relación familiar donde predomina el amor sagrado y abnegado (El hogar cristiano, p. 106).
Dios deseaba colocar todas las naciones bajo su gobierno misericordioso. Deseaba que la tierra se llenara de gozo y paz. Creó al hombre para la felicidad, y anhela llenar el corazón humano con la paz del cielo. Desea que las familias terrenales sean un símbolo de la gran familia celestial (Palabras de vida del gran Maestro, p. 233).
Hay una distinción entre recreación y diversión. La recreación, cuando responde a su nombre, re-creación, tiende a fortalecer y reparar. Apartándonos de nuestros cuidados y ocupaciones comunes, provee refrigerio para la mente y el cuerpo y de ese modo nos permite volver con nuevo vigor al trabajo serio de la vida. Por otra parte, se busca la diversión para experimentar placer y con frecuencia se la lleva al exceso; absorbe las energías requeridas para el trabajo útil y resulta de ese modo un obstáculo para el verdadero éxito de la vida (El hogar cristiano, p. 465).
Dice el sabio: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud”. Pero no supongáis, ni por un momento, que la religión os hará tristes y sombríos y cerrará el camino del éxito. La religión de Cristo no borra ni siquiera debilita una sola facultad. No incapacita al individuo para gozar de la verdadera felicidad; no ha sido designada para disminuir vuestro interés en la vida o para haceros indiferentes a las demandas de los amigos y la sociedad. No cubre la vida de cilicio; no se la expresa en profundos suspiros y gemidos. No, no; aquellos para quienes Dios es lo primero, lo último y lo mejor, son las personas más felices del mundo. No se borran de su rostro las sonrisas y la luminosidad. La religión no hace tosco, desprolijo y descortés al que la acepta; al contrario, lo eleva y ennoblece, refina sus gustos, santifica su criterio, y lo hace apto para estar en la sociedad de los ángeles celestiales y para el hogar que Jesús ha ido a preparar.
No perdamos nunca de vista el hecho de que Jesús es un manantial de gozo. No se deleita en la miseria de los seres humanos, sino en verlos felices. Los cristianos tienen a su disposición muchas fuentes de felicidad y pueden decir con exactitud infalible qué placeres son lícitos y buenos. Gozarán de las recreaciones que no disipen la mente ni rebajen el alma, que no desilusionen ni dejen tías sí una triste influencia que destruye el respeto propio u obstruye el camino de la utilidad. Si pueden llevar consigo a Jesús y mantener un espíritu de oración, están perfectamente seguros (Mensajes para los jóvenes, p. 35).
Jueves 22 de marzo:
Jesús y el romance
El matrimonio recibió la sanción y bendición de Cristo y debe considerarse como una institución sagrada. La verdadera religión no contrarresta los planes del Señor. Dios ordenó que la mujer se uniera al hombre en santo matrimonio para formar familias coronadas de honra que fueran símbolos de la familia celestial… El matrimonio, cuando se forma con pureza y santidad, verdad y justicia, es una de las mayores bendiciones dadas a la familia humana…
El amor divino que emana de Cristo nunca destruye el amor humano, sino que lo abarca, refinado y purificado. Por él, el amor humano es elevado y ennoblecido. El amor humano nunca puede llevar su precioso ñuto hasta que sea unido con la naturaleza divina y ejercitado a crecer hacia el cielo. Jesús quiere ver matrimonios felices, hogares felices. El calor de la verdadera amistad y el amor que une los corazones del esposo y la esposa es un goce anticipado del cielo.
Dios ordenó que haya perfecto amor y armonía entre los que contraigan matrimonio. Que el esposo y la esposa se comprometan en la presencia del universo celestial a amarse el uno al otro como Dios lo ordenó…
Con una parte del hombre Dios hizo una mujer, a fin de que fuese ayuda idónea para él, que fuese una con él, que lo alegrase, lo alentase y bendijese, mientras que él a su vez debía ser su fuerte auxiliador. Todos los que contraen relaciones matrimoniales con un propósito santo —el esposo para obtener los afectos puros del corazón de una mujer, y ella para suavizar, mejorar y completar el carácter de su esposo— cumplen el propósito que Dios tiene para ellos…
El que formó a la primera pareja santa y el que creó un paraíso para ella, ha puesto su sello sobre la institución matrimonial, celebrada en el Edén por primera vez, cuando las estrellas de la mañana cantaban y se regocijaban todos los hijos de Dios (En lugares celestiales, p. 202).
Cristo vino a nuestro mundo para iluminar y hacer brillar la luz celestial en medio de las tinieblas morales. Deseaba que los hombres y las mujeres comprendieran que el matrimonio es una institución sagrada. Su presencia en las bodas de Caná le dio un fuerte apoyo a esta ordenanza (Manuscript Releases, tomo 10, p. 188).
“Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos” (Juan 2:1, 2).
Cristo no vino a este mundo para prohibir el casamiento ni para derribar o destruir la relación e influencia que existen en el círculo doméstico. Vino para restaurar, elevar, purificar y ennoblecer cada corriente de puro afecto, para que la familia de la tierra pudiera convertirse en un símbolo de la familia celestial (A fin de conocerle, p. 41).
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