Comentario Lección EGW 13 Enero – Marzo 2012

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Vislumbres de nuestro Dios 

Notas de Elena G. de White

Lección 13
31 de Marzo de 2012

La promesa de su retorno

Sábado 24 de marzo

En esta escena de la resurrección del Hijo de Dios se da una imagen viviente de la gloria que será revelada en la resurrección general de los justos, cuando Cristo aparezca por segunda vez en las nubes del cielo. Entonces los muertos que están en sus tumbas oirán su voz y saldrán a resurrección de vida; y no solo la tierra sino los cielos mismos serán sacudidos. Unas pocas tumbas se abrieron cuando resucitó Cristo, pero en su segunda venida todos los preciosos muertos, desde el justo Abel hasta el último santo que muera, serán despertados a la vida gloriosa e inmortal.

Si los soldados que estaban cerca del sepulcro se llenaron de tanto terror ante la aparición de un ángel revestido de luz y fortaleza celes­tiales, hasta el punto de que cayeron como muertos, ¿cómo estarán sus enemigos ante el Hijo de Dios cuando venga con poder y gran gloria acompañado por miríadas de miríadas y millares de millares de ángeles procedentes de las cortes celestiales? Entonces la tierra temblará como un ebrio y será removida como una choza. Los elementos arderán y los cielos se enrollarán como un pergamino (Comentario bíblico adventis­ta, tomo 5, p. 1085).

Domingo 25 de marzo:
El principio y el fin

Antes de que el Hijo del Hombre aparezca en las nubes del cielo todo estará convulsionado en la naturaleza. Rayos del cielo unidos con el fuego interno de la tierra harán que las montañas ardan como un horno y que hagan fluir sus torrentes de lava sobre aldeas y ciudades. Masas de rocas derretidas, arrojadas dentro del agua por el solevanta- miento de cosas ocultas dentro de la tierra, harán que hierva el agua y despida rocas y tierra. Habrá formidables terremotos y gran destrucción de vidas humanas. Pero así como Noé fue protegido en los días del gran diluvio dentro del arca que Dios había preparado para él, así también en estos días de destrucción y calamidad Dios será el refugio de los que creen en él…

A la mano de la Omnipotencia no le faltan formas y medios para cumplir sus propósitos. Podría penetrar en las entrañas de la tierra en busca de sus armas, aguas allí ocultas, para que ayudaran en la destruc­ción de los corrompidos habitantes del envejecido mundo…

El agua no volverá nunca a destruir la tierra; pero las armas de Dios están ocultas en las entrañas de la tierra. El las extraerá para unirlas con el fuego del cielo y cumplir su propósito de destruir a todos los que no reciban el mensaje de amonestación y purifiquen sus almas obedecien­do a la verdad y siendo obedientes a las leyes de Dios (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 958).

Cuando el diluvio de aguas llegó a su altura máxima sobre la tierra, ésta tenía la apariencia de un lago sin orillas. Cuando Dios finalmente purifique la tierra, parecerá un lago de fuego sin orillas. Así como Dios protegió el arca en medio de las conmociones del diluvio porque en ella había ocho personas justas protegerá a la nueva Jerusalén, donde están todos los fieles de todos los siglos desde el justo Abel hasta el último santo que vivió. Aunque toda la tierra, con excepción de aquella parte donde descansa la ciudad, estará envuelta en un mar de fuego líquido, sin embargo la ciudad será protegida mediante un milagro del Todopoderoso, como lo fue el arca. Estará a salvo en medio de los elementos devoradores (Comentario bíblico adventista, tomo 7, p. 997).

Jesús era ya la luz de su pueblo, la luz del mundo, antes de venir a la tierra en forma humana. El primer rayo de luz que penetró la lobre­guez en que el pecado había envuelto al mundo, provino de Cristo. Y de él ha emanado todo rayo de resplandor celestial que ha caído sobre los habitantes de la tierra. En el plan de la redención, Cristo es el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo (Patriarcas y profetas, p. 383).

Cuando los estudiantes de la profecía se dediquen de corazón a conocer las verdades del Apocalipsis, se darán cuenta de cuánta impor­tancia tiene esa búsqueda. Cristo Jesús es el Alfa y la Omega, el Génesis del Antiguo Testamento y el Apocalipsis del Nuevo Testamento. Ambos se reúnen en Cristo. Adán y Dios son reconciliados por la obediencia del segundo Adán, quien cumplió la obra de vencer las ten­taciones de Satanás y de reparar el vergonzoso fracaso y caída de Adán (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1092).

Lunes 26 de marzo:
Promesa y expectativa

Hay momentos cuando es necesario pasar por lugares estrechos, pero en ese tiempo no debemos poner nuestra confianza en el brazo de carne sino en el Dios viviente. Él es quien está a nuestro lado y puede decirnos qué pasos tomar en tiempos de perplejidad y prueba. Él sabe todas las cosas, y si su pueblo confía en él, les mostrará su poder y su gloria.

Estamos viviendo en los últimos días. Las escenas finales de la historia de este mundo, las que nuestro Salvador predijo que ocurrirían antes de su venida, se están cumpliendo ante nosotros. Él dijo: “Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre”. Los habitantes del mundo antediluviano no quisieron escuchar las adver­tencias dadas por Noé, y el diluvio los tomó por sorpresa. Si hubieran escuchado las amonestaciones, habrían abandonado su maldad. Su incredulidad no evitó que llegara la destrucción así como la increduli­dad del mundo actual no cambia la certidumbre de la venida de Cristo en las nubes del cielo con poder y grande gloria.

La esperanza en la pronta venida de Cristo llena nuestros corazo­nes de gozo. Cuando aparezca, los que estén preparados para recibirle podrán exclamar: “He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación”.

Yo amo a mi Señor porque él me amó primero. Alabo a mi Padre celestial porque sé que Cristo está siempre a mi lado como lo ha pro­metido: “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. ¿Les parece que hay algo en el mundo que me tiente a sepa­rarme de la Palabra de Dios? ¡Oh, no! Tengo una firme fe en Jesús y estoy esperando ver al Rey en su hermosura. Pronto las puertas de la ciudad de Dios se abrirán y las naciones que han guardado la verdad entrarán por ellas, para escuchar las palabras: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. Y pulsando sus arpas de oro llenarán el cielo de música y canciones al Cordero.

Una corona de vida está reservada en el cielo para los redimidos, los que serán reyes y sacerdotes para Dios. Esa es la esperanza que está delante de nosotros, ¡y qué esperanza es ésta! ¡Oh, que todos este­mos preparados para recibirle! ¡Que todos podamos ser victoriosos! (Sermons and Talks, tomo 2, pp. 178, 179).

Mirando hacia adelante a través de los siglos hasta el tiempo del fin, [Pedro] fue inspirado a señalar las condiciones que habrían de existir en el mundo precisamente antes de la segunda venida de Cristo. “En los postrimeros días vendrán burladores —escribió— andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación” (2 Pedro 3:3, 4). Pero [Pablo asegura] “cuando dirán: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción de repente” (1 Tesalonicenses 5:3). No todos, sin embargo, serían engañados por los artificios del ene­migo. Cuando el fin de todas las cosas terrenales esté cerca, se encon­trarán fieles creyentes capaces de discernir las señales de los tiempos… Habrá un remanente que resistirá hasta el fin.

Pedro guardaba viva en su corazón la esperanza del regreso de Cristo, y aseguró a la iglesia del infalible cumplimiento de la promesa del Salvador: “Y si me fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:3) (Exaltad a Jesús, p. 349).

En la primera resurrección el Dador de la vida llamará a su pose­sión adquirida, y hasta esa hora de triunfo, cuando resuene la trompeta final y marche ese vasto ejército hacia la victoria eterna, todo santo que duerme estará en un lugar seguro, y será guardado como joya preciosa, a quien Dios conoce por su nombre. Gracias al poder del Salvador que moraba en ellos mientras vivían, y debido a que fueron participantes de la naturaleza divina, serán levantados de entre los muertos.

“Vendrá hora” dijo Cristo “cuando todos los que están en los sepul­cros oirán su voz; y… saldrán” (Juan 5:28, 29). Esa voz resonará en todas las moradas de los muertos; y cada santo que duerme en Jesús despertará y dejará su prisión. Entonces el carácter virtuoso que hemos recibido por medio de la justicia de Cristo, nos vinculará con la verda­dera grandeza, del más alto nivel.

Gloriosa será la victoria de los santos que duermen en la mañana de la resurrección… El Dador de la vida coronará de inmortalidad a todos los que se levanten del sepulcro… Allí está la hueste resucitada. Su último pensamiento se refería a la muerte y sus angustias. Sus ideas postreras tenían que ver con el féretro y la tumba. Pero ahora excla­man: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1 Corintios 15:55)… Allí están en pie; y reciben el toque final de la inmortalidad cuando salen para encontrarse con el Señor en el aire… Hay dos filas de ángeles, una a cada lado… entonces la hueste angélica da la nota de victoria y las dos filas de ángeles inician el himno, y la hueste de los redimidos se les une como si ya lo hubieran entonado sobre la tierra; y en realidad, lo han hecho. ¡Oh, qué música! No hay una sola nota discordante. Toda voz proclama: “El Cordero que fue inmolado es digno”. El, por su parte, contempla el resultado de la angustia de su alma y se siente saciado (¡Maranata: El Señor viene!, p. 298).

La resurrección de Jesús fue una muestra de la resurrección final de todos los que duermen en él. El cuerpo resucitado del Salvador, su com­portamiento, el timbre de su voz, todo era familiar para sus seguidores. De la misma manera se levantarán otra vez los que duermen en Jesús. Conoceremos a nuestros amigos así como los discípulos conocieron a Jesús. Aunque pueden haber estado deformados, enfermos o desfigura­dos en esta vida mortal, sin embargo, en sus cuerpos resucitados y glo­riosos se conservará perfectamente su individualidad, y reconoceremos en el rostro radiante con la luz que brilla procedente del rostro de Jesús, las facciones de aquellos que amamos (Comentario bíblico adventista, tomo 6, p. 1092).

Una de las verdades más solemnes y más gloriosas que revela la Biblia, es la de la segunda venida de Cristo para completar la gran obra de la redención. Al pueblo peregrino de Dios, que por tanto tiempo hubo de morar “en región y sombra de muerte”, le es dada una valiosa esperanza inspiradora de alegría con la promesa de la venida de Aquel que es “la resurrección y la vida” para hacer “volver a su propio desterrado”. La doctrina del segundo advenimiento es verda­deramente la nota tónica de las Sagradas Escrituras. Desde el día en que la primera pareja se alejara apesadumbrada del Edén, los hijos de la fe han esperado la venida del Prometido que había de aniquilar el poder destructor de Satanás y volverlos a llevar al paraíso perdido. Hubo santos desde los antiguos tiempos que miraban hacia el tiempo del advenimiento glorioso del Mesías como hacia la consumación de sus esperanzas. Enoc, que se contó entre la séptima generación des­cendiente de los que moraran en el Edén y que por tres siglos andu­vo con Dios en la tierra, pudo contemplar desde lejos la venida del Libertador. “He aquí que viene el Señor, con las huestes innumerables de sus santos ángeles, para ejecutar juicio sobre todos” (Judas 14, 15, V.M.). El patriarca Job, en la lobreguez de su aflicción, exclamaba con confianza inquebrantable: “Pues yo sé que mi Redentor vive, y que en lo venidero ha de levantarse sobre la tierra… aun desde mi carne he de ver a Dios; a quien yo tengo de ver por mí mismo, y mis ojos le mirarán; y ya no como a un extraño” (Job 19:25-27, V.M.) (El conflicto de los siglos, p. 344).

Miércoles 28 de marzo:
“¿Dónde está la promesa de su venida?”

Tiempos difíciles están ante nosotros. El cumplimiento de las seña­les de los tiempos da evidencia de que el día del Señor está cercano. Los periódicos están llenos de indicaciones de un terrible conflicto futuro. Audaces robos ocurren con frecuencia. Las huelgas son comunes. Por todas partes se cometen latrocinios y asesinatos. Hombres poseídos por los demonios quitan la vida de hombres, mujeres y niños. Todas estas cosas testifican de que la venida de Cristo se halla a las puertas…

En los accidentes y las calamidades que ocurren en la tierra y en el mar, en las grandes conflagraciones, en los terribles tomados y en las horribles granizadas, en las tempestades, inundaciones, ciclones, maremotos y terremotos, en todo lugar y en miles de formas Satanás está ejerciendo su poder…

La crisis se aproxima gradualmente a nosotros. El sol brilla en el cielo, siguiendo su derrotero acostumbrado, y los cielos aun declaran la gloria de Dios. Los hombres aun comen y beben, plantan y edifican, se casan y se dan en casamiento. Los comerciantes todavía venden y compran. Los hombres se incitan unos contra otros, contendiendo por el puesto más elevado. Los amadores de los placeres aun colman los teatros, las carreras de caballos, las casas de juego. Prevalece la mayor excitación, y sin embargo la hora de gracia está próxima a su fin, y cada caso está por ser decidido para la eternidad. Satanás ve que su tiempo es corto. Ha puesto a todos sus agentes a la obra, para que los hombres sean engañados, ilusionados, ocupados y hechizados, hasta que el día de gracia concluya y la puerta de la misericordia se cierre para siempre. Estamos llegando a un tiempo cuando habrá una tristeza que ningún bálsamo humano podrá mitigar. Los ángeles guardianes están ahora reteniendo los cuatro vientos para que no soplen hasta que los siervos de Dios sean sellados en sus frentes; pero cuando Dios les ordene que los suelten, predominará una situación de contienda de tal naturaleza que ninguna pluma puede describirla (En lugares celestiales, p. 342).

Cristo va a venir en las nubes y con grande gloria. Le acompaña­rá una multitud de ángeles resplandecientes. Vendrá para resucitar a los muertos y para transformar a los santos vivos de gloria en gloria. Vendrá para honrar a los que le amaron y guardaron sus mandamientos, y para llevarlos consigo. No los ha olvidado ni tampoco ha olvidado su promesa. Volverán a unirse los eslabones de la familia. Cuando miramos a nuestros muertos, podemos pensar en la mañana en que la trompeta de Dios resonará, cuando “los muertos serán levantados sin corrupción, y nosotros seremos transformados”. Aun un poco más, y veremos al Rey en su hermosura. Un poco más, y enjugará toda lágrima de nuestros ojos. Un poco más, y nos presentará “delante de su gloria irreprensibles, con grande alegría”. Por lo tanto, cuando dio las señales de su venida, dijo: “Cuando estas cosas comenzaren a hacerse, mirad, y levantad vuestras cabezas, porque vuestra redención está cerca” (El Deseado de todas las gentes, p. 586).

El propósito de Dios es que su pueblo fije sus ojos en el cielo, para aguardar la gloriosa aparición de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Mientras la atención de los mundanos se concentra en diversas empre­sas, la nuestra debería fijarse en el cielo; nuestra fe debería penetrar más y más en los gloriosos misterios del tesoro celestial, para que los preciosos y divinos rayos del santuario celestial resplandezcan en nuestros corazones, como resplandecen en el rostro de Jesús. Los burladores se mofan de los que esperan y velan, y preguntan: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?” Os habéis chasqueado. Uníos a nosotros y prosperaréis en las cosas terrenales. Ganad dinero y seréis honrados por el mundo”. Los que aguardan miran hacia lo alto y res­ponden: “Estamos velando”. Y al apartarse de los placeres terrenales y la fama mundanal, y del engaño de las riquezas, demuestran que han asumido esa actitud. Al velar, se fortalecen; vencen la negligencia, el egoísmo y la comodidad. Los fuegos de la aflicción arden sobre ellos, y el tiempo de espera parece largo. A veces se entristecen y la fe flaquea; pero se unen de nuevo, vencen sus temores y dudas, y mientras sus ojos están dirigidos al cielo, le dicen a sus adversarios: “Estamos velando, estamos esperando el regreso de nuestro Señor. Nos gloriaremos en la tribulación, en la aflicción, en las necesidades” (Testimonios para la iglesia, tomo 2, pp. 176, 177).

“Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy presuroso” (Sofonías 1:14). Jesús dice: “He aquí, yo vengo presto” (Apocalipsis 22:12). Debemos tener siempre presentes estas palabras, y obrar como quienes creen de veras que la venida del Señor se acerca, y que somos peregrinos y advenedizos en la tierra. Las energías vitales de la iglesia de Dios deben ser puestas en activo ejercicio para el gran objeto de la renovación propia; cada miembro debe ser agente activo de Dios. “Por él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino juntamente ciudadanos con los santos, y domésticos de Dios; edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo; en el cual, compaginado todo el edificio, va creciendo para ser un templo santo en el Señor: en el cual vosotros también sois juntamente edificados, para morada de Dios en Espíritu” (Efesios 2:18-22). Esta es una obra particular, que debe ser llevada a cabo con toda armonía, unidad de espíritu, y vínculos de paz. No debe darse cabida a las críticas, las dudas y la incredulidad (Joyas de los testimonios, tomo 2, p. 99).

“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompen­sar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).

Nuestra tarea aquí está por terminar, y cada cual recibirá su recom­pensa de acuerdo con su propia labor. Se me mostró la recompensa de los santos, la herencia inmortal, y vi que los que habían padecido más por causa de la verdad no estimarían que habían pasado por tiempos difíciles, sino que considerarían que el cielo les había resultado fácil de alcanzar.

Cada día lleva su propia carga de deberes no cumplidos, de descui­do, de egoísmo, de engaño, de fraude, de astucia. ¡Cuántas malas obras acumuladas para el juicio final! Cuando Cristo venga, “su recompensa” estará “con él, y delante de él su obra” para dar a cada hombre según sus obras ¡Que revelación será aquélla! ¡Qué confusión de rostro para algunos cuando los hechos de su vida sean revelados en las páginas de la historia!

Todo acto bueno o malo, y su influencia sobre los demás, no pasa inadvertido para el que escudriña los corazones, a quien se revela todo secreto. Y la recompensa estará de acuerdo con los motivos que promo­vieron la acción.

La venida de Cristo se acerca apresuradamente. El tiempo que nos queda para trabajar es corto, y hay hombres y mujeres que perecen… Es necesario que la potencia convertidora de Dios tome posesión de nosotros, para que podamos comprender las necesidades de un mundo que perece. El mensaje que estoy encargada de anunciaros es éste: Preparaos, preparaos para el encuentro con el Señor. Aderezad vuestras lámparas y que la luz de la verdad brille en las encrucijadas y los valla­dos. Hay un mundo entero que espera le sea anunciada la proximidad del fin de todas las cosas.

Procuremos una nueva conversión. Necesitamos de la presencia del Santo Espíritu de Dios para enternecer nuestros corazones y evitar un espíritu duro en nuestro trabajo. Ruego a Dios que su Santo Espíritu tome plena posesión de nuestros corazones. Procedamos como hijos de Dios, que buscan su consejo y están listos para seguir sus planes donde­quiera que les sean presentados. Dios será glorificado por un pueblo tal y los testigos de nuestro celo dirán: Amén, amén (¡Maranata: El Señor viene!, p. 310).

Categorías: La Deidad

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