De los oidos a los pie
1 trimestre de 2015
Proverbios
Notas de Elena G. de White
Lección 2
10 de enero 2015
De los oídos a los pies:
Sábado 3 de enero
Todos los que reciben los mensajes que el Señor envía para purificarlos y limpiarlos de todos los hábitos de desobediencia a los mandamientos divinos, y de su conformidad con el mundo, y se arrepienten de sus pecados y se reforman acudiendo a Dios en busca de ayuda, y se encaminan por la senda de la obediencia a sus mandamientos, recibirán auxilio divino para corregir su mal proceder. Pero los que se arrepienten y buscan al Señor solo en apariencia, y sin embargo no se apartan del mal de sus obras, no solo se chasquearán a sí mismos, sino que cuando su proceder les sea presentado en símbolos o parábolas sentirán vergüenza y dolor porque han chasqueado al Señor. Han puesto su confianza y esperanza en su propia conducta. Como pueblo han sido reprobados, y sin embargo no han eliminado las malas obras que causaron el reproche (Comentario bíblico adventista, t. 4, p. 1180).
Muchos dicen: “¿Cómo me entregaré a Dios?”. Deseáis hacer su voluntad, mas sois moralmente débiles, sujetos a la duda y dominados por los hábitos de vuestra mala vida. Vuestras promesas y resoluciones son tan frágiles como telas de araña. No podéis gobernar vuestros pensamientos, impulsos y afectos. El conocimiento de vuestras promesas no cumplidas y de vuestros votos quebrantados debilita vuestra confianza en vuestra propia sinceridad y os induce a sentir que Dios no puede aceptaros; mas no necesitáis desesperar. Lo que necesitáis comprender es la verdadera fuerza de la voluntad. Este es el poder que gobierna en la naturaleza del hombre: el poder de decidir o de elegir.
Domingo 4 de enero; ¡Oíd!
“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna”. Escudriñar significa buscar diligentemente algo que se ha perdido. Investigad los tesoros escondidos en la Palabra de Dios. No podéis pasar sin ellos. Estudiad los pasajes difíciles, comparando versículo con versículo, y hallaréis que la Escritura es la llave que abre la Escritura.
Los que estudian la Biblia con oración, salen de cada investigación más sabios que antes. Algunas de sus dificultades han sido resueltas porque el Espíritu Santo ha hecho la obra de la cual se, habla en el capítulo catorce de Juan: “El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho”. Sin esfuerzo ferviente, perseverante, no se obtiene nada que valga la pena. En asuntos de negocios, solo aquellos que tienen voluntad de hacer una cosa, tienen buen éxito. No podemos esperar obtener un conocimiento de las cosas espirituales sin trabajo afanoso y ferviente. Los que obtienen las joyas de la verdad tienen que cavar por ellas como el minero cava para sacar el oro precioso oculto en la tierra.
Nunca tendrán éxito los que trabajan indiferentemente y sin entusiasmo. Tanto los jóvenes como los ancianos debieran leer la Palabra de Dios, y no solo debieran leerla sino estudiarla con diligente fervor, orando, creyendo e investigando. De este modo hallarán el tesoro escondido, pues el Señor avivará su entendimiento (Mensajes para los jóvenes, p. 257, 258).
Esta parábola ilustra el valor del tesoro celestial y el esfuerzo que deberíamos hacer para obtenerlo. El que encontró el tesoro en el campo estaba listo para abandonar todo lo que tenía y realizar una labor incansable, a fin de obtener las riquezas ocultas. Así el que halla el tesoro celestial no debe considerar ningún trabajo demasiado grande y ningún sacrificio demasiado caro para ganar los tesoros de la verdad.
En la parábola, el campo que contiene el tesoro representa las Sagradas Escrituras. Y el evangelio es el tesoro. La tierra misma no se halla tan entretejida de vetas de oro ni está tan llena de cosas preciosas como sucede con la Palabra de Dios.
Se dice que los tesoros del evangelio están escondidos. Aquellos que son sabios en su propia estima, los que están hinchados por la enseñanza de la vana filosofía, no perciben la hermosura, el poder y el misterio del plan de la redención. Muchos tienen ojos, pero no ven; tienen oídos, pero no oyen; tienen intelecto, pero no disciernen el tesoro escondido (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 76).
Lunes 5 de enero: Protege tu familia
Aquel que conoce bien su propio carácter, que sabe cuál es el pecado que más fácilmente lo asedia, y las tentaciones que tienen más probabilidades de vencerlo, no debe exponerse innecesariamente e invitar la tentación colocándose en el terreno del enemigo. Si el deber lo llama a actuar en circunstancias desfavorables, recibirá ayuda, especial de Dios, lo cual lo fortificará especialmente para sostener un conflicto con el enemigo.
El conocimiento propio salvará a muchos de caer en graves tentaciones, y evitará más de una deshonrosa derrota. A fin de conocernos a nosotros mismos, es esencial que investiguemos fielmente los motivos y principios de nuestra conducta, comparando nuestras acciones con la norma de deber revelada en la Palabra de Dios (Obreros evangélicos, p. 293).
En el uso del lenguaje no hay quizá error que tanto los viejos como los jóvenes estén más listos a tolerarse a sí mismos livianamente que el de la expresión apresurada, impaciente. Creen que es excusa suficiente decir: “No estaba en guardia, y no tenía realmente intención de decir lo que dije”. Pero la Palabra de Dios no lo trata ligeramente. La Escritura dice: “¿Has visto hombre ligero en sus palabras? Más esperanza hay del necio que de él”. “Como ciudad derribada y sin muro, es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda”.
La mayor parte de las contrariedades de la vida, de sus dolores de corazón, de sus irritaciones, se deben al genio indómito. En un momento, las palabras precipitadas, apasionadas, descuidadas, pueden hacer un daño que el arrepentimiento de toda una vida no pueda reparar. ¡Oh, cuántos corazones quebrantados, amigos distanciados, vidas arruinadas por las palabras precipitadas y rudas de aquellos que podían haber proporcionado ayuda y curación! (Mensajes para los jóvenes, p. 133).
En todas nuestras pruebas, tenemos un Ayudador que nunca nos falta. Él no nos deja solos para que luchemos con la tentación, batallemos contra el mal, y seamos finalmente aplastados por las cargas y tristezas. Aunque ahora esté oculto para los ojos mortales, el oído de la fe puede oír su voz que dice: “No temas; yo estoy contigo. Yo soy ‘el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos’. He soportado vuestras tristezas, experimentado vuestras luchas, y hecho frente a vuestras tentaciones. Conozco vuestras lágrimas; yo también he llorado. Conozco los pesares demasiado hondos para ser susurrados a ningún oído humano. No penséis que estáis solitarios y desamparados. Aunque en la tierra vuestro dolor no toque cuerda sensible alguna en ningún corazón, miradme a mí, y vivid. ‘Porque los montes se moverán, y los collados temblarán; mas no se apartará de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz vacilará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti’” (El Deseado de todas las gentes, p. 446, 447).
Martes 6 de enero: Protege a tus amistades
La práctica de conseguir dinero prestado para aliviar alguna necesidad urgente, sin hacer cálculos para cancelar la deuda, aunque es muy común, es desmoralizadora. El Señor desea que todos los que creen en la verdad se conviertan de estas prácticas engañosas. Deberían preferir antes sufrir necesidad que cometer un acto falto de honradez. Ningún alma puede recurrir a la prevaricación o la falta de honradez en el manejo de los bienes del Señor, y quedar sin culpa delante de Dios. Todos los que hacen esto niegan a Cristo en sus obras, mientras profesan guardar y enseñar los mandamientos de Dios. No mantienen los principios de la ley de Dios. Si los que ven la verdad no cambian en carácter en una medida correspondiente a la influencia santificadora de la verdad, serán un sabor de muerte para muerte. Representarán mal la verdad, acarrearán oprobio sobre ella y deshonrarán a Cristo quien es verdad (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 269).
Decídase a no incurrir nunca más en otra deuda. Niéguese mil cosas antes que endeudarse. Durante toda su vida usted se ha estado metiendo en deudas. Evítelo como evitaría la viruela.
Haga un pacto solemne con Dios prometiendo que mediante su bendición pagará sus deudas y luego a nadie deberá nada, aunque viva solamente de gachas y pan. Resulta muy fácil al preparar la mesa para la comida sacar de su cartera y gastar veinticinco centavos en cosas extras. Cuide los centavos y los pesos se cuidarán solos. Son los centavos aquí y los centavos allá gastados para esto, aquello, y lo de más allá, que pronto suman pesos. Niéguese a complacer el yo, por lo menos mientras está asediado por las deudas […]. No vacile, no se desanime ni se vuelva atrás. Niéguese a complacer su gusto, niéguese a satisfacer la complacencia del apetito, ahorre sus centavos y pague sus deudas. Elimínelas tan pronto como sea posible. Cuando nuevamente sea un hombre libre, no debiendo nada a nadie, habrá alcanzado una gran victoria (Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 271).
Estamos relacionados los unos con los otros en la gran tela de la humanidad, y en todas nuestras relaciones mutuas debiéramos manifestar la actitud de Cristo. Cerrar los ojos frente a las necesidades de los que perecen, dejar que los pecadores sigan sin amonestar, y que debido a nuestra indiferencia y egoísmo se sientan tentados a decir: “Nadie se preocupa de mi alma”, equivale a deshonrar a Dios y acarrear baldón sobre su causa. Nuestra obra debe edificarnos en la santísima fe.
Si no existe una armonía perfecta entre nosotros, no debiéramos pensar que no tenemos la culpa de esa situación. Si los pensamientos y los sentimientos de los demás no recorren los mismos cauces que los nuestros, no debiéramos creer que ellos están equivocados y nosotros en lo cierto. Debiéramos mantener constantemente afinada la mente para responder a la oración de Cristo que aparece en Juan 17:21-23. Necesitamos saber en qué consiste el yugo que Cristo quiere que llevemos, y las responsabilidades que tenemos que asumir en este tiempo, y tratar constantemente de demostrar con bondad y amor a nuestro hermano que nos interesamos en él, y poner amor en nuestras acciones cotidianas. Este es el oro afinado en fuego: La fe y el amor. Si viéramos que alguien está en error en algún aspecto, no debiéramos pasar a su lado sin decirle nada, sino que debiéramos tratar de traerlo de las tinieblas a la luz. Debiéramos cuidar los intereses de los demás como de los propios. No valoramos el alma como debiéramos. Tendríamos que unirnos en una gran hermandad, y ubicamos donde podamos soportar las faltas de los otros con toda paciencia y humildad, tratando de compartir las cargas de los demás (Cada día con Dios, p. 274).
Miércoles 7 de enero: Protege tu trabajo
En las leyes por las cuales Dios rige la naturaleza, el efecto sigue a la causa con certeza infalible. La siega testificará de lo que fue la siembra. El obrero perezoso será condenado por su obra. La cosecha testifica contra él. Así también en las cosas espirituales: se mide la fidelidad de cada obrero por los resultados de su obra. El carácter de su obra, sea él diligente o perezoso, se revela por la cosecha. Así se decide su destino para la eternidad (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 62).
Nunca podremos ser salvados en la indolencia y la inactividad. Una persona verdaderamente convertida no puede vivir una vida inútil y estéril. No es posible que vayamos al garete y lleguemos al cielo. Ningún holgazán puede entrar allí. Si no nos esforzamos para obtener la entrada en el reino, si no procuramos fervientemente aprender lo que constituyen las leyes de ese reino, no estamos preparados para tener una parte en él. Los que rehúsan cooperar con Dios en la tierra, no cooperarían con él en el cielo. No sería seguro llevarlos al cielo (Palabras de vida del Gran Maestro, p. 223).
En ocasión de la Creación, el trabajo fue establecido como una bendición. Implicaba desarrollo, poder y felicidad. El cambio producido en la condición de la tierra, debido a la maldición del pecado, ha modificado también las condiciones del trabajo, y aunque va acompañado ahora de ansiedad, cansancio y dolor, sigue siendo una fuente de felicidad y desarrollo. Es también una salvaguardia contra la tentación. Su disciplina pone freno a la complacencia, y promueve la laboriosidad, la pureza y la firmeza. Forma parte, pues, del gran plan de Dios para que nos repongamos de la caída (La educación, p. 214).
Los propósitos del Señor no son los propósitos de los hombres. Dios no quería que éstos viviesen en la ociosidad. En el principio creó al hombre como caballero; pero aunque rico en todo lo que podía proveerle el Propietario del universo, Adán no había de quedar ocioso. Apenas fue creado, le fue dado su trabajo. Había de hallar empleo y felicidad en cultivar las cosas que Dios había creado; y en respuesta a su trabajo, sus necesidades iban a ser abundantemente suplidas con los frutos del jardín del Edén.
Mientras nuestros primeros padres obedecieron a Dios, su trabajo en el huerto fue un placer; y la tierra les daba de su abundancia para sus necesidades. Pero, cuando el hombre se apartó de la obediencia, quedó condenado a luchar con la semilla sembrada por Satanás, y ganar .su pan con el sudor de su frente. Desde entonces debía batallar con afanes y penurias contra el poder al cual había cedido su voluntad.
Era el propósito de Dios aliviar por el trabajo el mal introducido en el mundo por la desobediencia del hombre. El trabajo podía hacer ineficaces las tentaciones de Satanás y detener la marea del mal (Consejos para los maestros, p. 261, 262).
Dios vio que el sábado era esencial para el hombre, aun en el paraíso. Necesitaba dejar a un lado sus propios intereses y actividades durante un día de cada siete para poder contemplar más de lleno las obras de Dios y meditar en su poder y bondad. Necesitaba el sábado para que le recordase más vivamente la existencia de Dios, y para que despertase su gratitud hacia él, pues todo lo que disfrutaba y poseía procedía de la mano benéfica del Creador (Patriarcas y profetas, p. 29).
La observancia del sábado entraña grandes bendiciones, y Dios desea que el sábado sea para nosotros un día de gozo. La institución del sábado fue hecha con gozo. Dios miró con satisfacción la obra de sus manos. Declaró que todo lo que había hecho era “bueno en gran manera” (Génesis 1:31). El cielo y la tierra se llenaron de regocijo. “Las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios” (Job 38:7). Aunque el pecado entró en el mundo para mancillar su obra perfecta, Dios sigue dándonos el sábado como testimonio de que un Ser omnipotente, infinito en bondad y misericordia, creó todas las cosas. Nuestro Padre celestial desea, por medio de la observancia del sábado, conservar entre los hombres el conocimiento de sí mismo. Desea que el sábado dirija nuestra mente a él como el verdadero Dios viviente, y que por conocerle tengamos vida y paz (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 16).
Jueves 8 de enero: Protégete a ti mismo
El corazón del fariseo es un suelo árido e infructuoso, en el cual ninguna simiente de vida divina puede crecer. El que más completamente se entrega a Dios es el que le rendirá el servicio más aceptable. Porque mediante la comunión con Dios, los hombres llegarán a colaborar con él en cuanto a presentar su carácter a la humanidad.
El servicio prestado con sinceridad de corazón tiene gran recompensa. “Tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público”. Por la vida que vivimos mediante la gracia de Cristo se forma el carácter. La belleza original empieza a ser restaurada en el alma. Los atributos del carácter de Cristo son impartidos, y la imagen del Ser divino empieza a resplandecer. Los rostros de los hombres y mujeres que andan y trabajan con Dios expresan la paz del cielo. Están rodeados por la atmósfera celestial. Para esas almas, el reino de Dios empezó ya. Tienen el gozo de Cristo, el gozo de beneficiar a la humanidad. Tienen la honra de ser aceptados para servir al Maestro; se les ha confiado el cargo de hacer su obra en su nombre.
“Ninguno puede servir a dos señores”. No podemos servir a Dios con un corazón dividido. La religión de la Biblia no es una influencia entre muchas otras; su influencia ha de ser suprema, impregnando y dominando todo lo demás. No ha de ser como un reflejo de color aplicado aquí y allá en la tela, sino que ha de impregnar toda la vida, como si la tela fuese sumergida en el color, hasta que cada hilo de ella quede teñido por un matiz profundo e indeleble (El Deseado de todas las gentes, p. 278, 279).
Usted debería controlar sus pensamientos. No será fácil; no podrá lograrlo sin un esfuerzo estricto y hasta severo. Pero Dios se lo requiere; es un deber que descansa sobre todo ser responsable. Usted tiene que responder ante Dios por sus pensamientos. Si se abandona a su vana imaginación, y permite que su mente se dedique a temas impuros, en cierto modo es tan culpable delante de Dios como si sus pensamientos se hubieran convertido en actos. Todo lo que impide que esto sea así es la falta de oportunidad.
Soñar de día y de noche y hacer castillos en el aire es un hábito malo y sumamente peligroso. Una vez que se ha consolidado, es casi imposible quebrantarlo y orientar los pensamientos hacia lo puro, santo y elevado. Tiene que convertirse en una fiel centinela de sus ojos, sus oídos y todos sus sentidos, si quiere controlar su mente e impedir que los pensamientos vanos y corrompidos le manchen el alma. Solo el poder de la gracia puede llevar a cabo esta obra tan deseable {Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 687, 688).
Cada alma tiene un cielo que ganar y un infierno que evitar. Y los seres angelicales siempre están dispuestos a venir en ayuda del alma probada y tentada. Él, el Hijo del Dios infinito, soportó la prueba y la aflicción en nuestro lugar. Delante de cada alma, se levanta vívidamente la cruz del Calvario. Cuando sean juzgados los casos de todos, ellos [los perdidos] sean entregados para sufrir por no haber deseado a Dios, por no haber tomado en cuenta el honor divino y por su desobediencia, nadie tendrá una excusa, nadie necesitará haber perecido. Dependió de su propia elección quién habría de ser su príncipe, Cristo o Satanás. Toda la ayuda que recibió Cristo la puede recibir cada hombre en la gran prueba. La cruz se levanta como una promesa de que nadie necesita perderse, de que se da abundante ayuda para cada alma. Podemos vencer a los mismos agentes satánicos, o podemos unirnos con los poderes que procuran contrarrestar la obra de Dios en nuestro mundo (Mensajes selectos, t. 1, p. 112).
Es probable que nunca sepáis el resultado de vuestra influencia diaria, pero debéis tener la seguridad de que la ejercéis para el bien o para el mal. Muchos que tienen un corazón bondadoso y buenos impulsos permiten que su atención sea absorbida en cuestiones mundanales o en el placer, mientras las almas que esperan dirección de su parte van a la deriva y hacia la destrucción inevitable. Tales personas pueden tener una elevada profesión y gozar de la opinión favorable de los hombres, y aun como cristianos, pero en el día de Dios, cuando nuestras obras se comparen con la ley divina, entonces se encontrará que no han estado a la altura de las normas establecidas. Otros que conocían su comportamiento cayeron más bajo que ellos, y aun otros tuvieron un comportamiento peor, y en esa forma continuó la obra de degeneración.
Si lanzamos una piedra en un lago se formará una multitud de ondas concéntricas; y a medida que aumentan, el círculo se amplía hasta que llega a todas las márgenes. También nuestra influencia, aunque aparentemente sea insignificante, puede continuar extendiéndose mucho más allá de nuestro conocimiento o control. (Consejos sobre la salud, p. 410, 411).
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