El don de profecía, tema 1
La condición del hombre antes de la caída.
CONDICIÓN DEL HOMBRE ANTES DE LA CAÍDA
Las Sagradas Escrituras, en su primer libro, nos presentan un relato maravilloso de la creación del mundo y del hombre. El libro de Génesis, en su primer capítulo, relata en forma breve la portentosa obra de Dios al crear al mundo y al hombre en seis días de 24 horas cada uno. Al fin de cada día, el relato sagrado termina con las palabras: “vio Dios que era bueno”. Todo era perfecto, no había defecto alguno, excepto que al finalizar el sexto día de la creación, faltaba por hacer la obra maestra de la creación de Dios: El hombre.
El Creador se dio a la tarea de formar al hombre. Entonces, dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza… Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó” (Génesis 1:26-27).
El hombre era perfecto al salir de las manos de su Creador. Sus facultades mentales, sus sentidos internos y externos, su cuerpo mismo, eran perfectos. El proverbista dice: “Dios hizo al hombre recto” (Eclesiastés 7:29).
El salmista añade: “le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra” (Salmo 8:5).
La Educación, página 15: “Cuando Adán salió de las manos del Creador, llevaba en su naturaleza física, mental y espiritual, la semejanza de su Hacedor. ‘Creó Dios al hombre a su imagen’, con el propósito de que, cuanto más viviera, más plenamente revelara esa imagen, más plenamente reflejara la gloria del Creador. Todas sus facultades eran susceptibles de desarrollo; su capacidad y su vigor debían aumentar continuamente. Vasta era la esfera que se ofrecía a su actividad, glorioso el campo abierto a su investigación. Los misterios del universo visible, las maravillas del Perfecto en sabiduría’, invitaban al hombre a estudiar. Tenía el alto privilegio de relacionarse íntimamente, cara a cara, con su Hacedor. Si hubiese permanecido leal a Dios, todo esto le hubiera pertenecido para siempre. A través de los siglos eternos, hubiera seguido adquiriendo nuevos tesoros de conocimiento, descubriendo nuevos manantiales de felicidad y obteniendo conceptos cada vez más claros de la sabiduría, el poder y el amor de Dios. Habría cumplido cada vez más cabalmente el objeto de su creación; habría reflejado cada vez más plenamente la gloria del Creador.”
Tal era la condición del hombre en el Edén y tal el destino que aguardaba a Adán y a sus descendientes, si la primera pareja se hubiese mantenido leal a su Hacedor. El propósito de Dios al crearlos se hubiese cumplido. Pero todo se perdió por la desobediencia. No solo perdió el hombre su morada eterna, sino que sus facultades físicas, mentales y espirituales se debilitaron y él mismo y toda su descendencia quedaron sujetos a la ruina, la degradación y por fin a la muerte. Aunque el pecado mancilló la creación y ha degradado a la raza humana, el propósito de Dios al crear al hombre muy pronto se logrará cuando el plan de Dios se vea consumado.
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PROPÓSITOS DE DIOS AL CREAR AL HOMBRE
Triple propósito de Dios al crear al hombre. Al crear al hombre, Dios no lo colocó al azar sobre la tierra. La creación del hombre no fue un experimento por parte de Dios. El Creador tenía propósitos definidos y claros. Veamos a continuación algunos de ellos:
- Dios creó al hombre para poblar al mundo.
Isaías 45:18: “Así dice Jehová, el que creó los cielos, él es Dios el que formó la tierra y la compuso, no la creó en vano; para que fuese habitada la creó”.
Por lo tanto, Dios al crear al hombre y a la mujer, les dio la facultad de reproducirse, procreando seres semejantes a ellos y de la misma especie. A pesar del pecado, el propósito de Dios de poblar la tierra se ha cumplido.
- Dios creó al hombre para su gloria.
Isaías 43: “A todos los que llevan mi nombre, para gloria mía los he creado”.
A causa del pecado, el hombre no ha tributado la gloria debida al Creador. Los hombres han ignorado a Dios, otros lo han negado y aun otros lo desafían. Pero las Escrituras anticipan el día cuando delante de Dios y del Cordero, toda rodilla se doblará. Aun los impíos confesarán y dirán: “Al que está sentado en el trono y al
Cordero, sean la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 5:13).
3. Dios creó al hombre para repoblar el universo. Satanás, el enemigo de Dios, había seducido y engañado a la tercera parte de los ángeles y estos habían sido arrojados del cielo, juntamente con él. San Juan, en el Apocalipsis, nos presenta este trágico acontecimiento en palabras claras y contundentes (Apocalipsis 12:4, 6). A fin de repoblar el universo, Dios se dio a la tarea de formar al hombre.
Maravillosa gracia de Dios, página 344: Dios creó al hombre para su propia gloria, para que después de la prueba y la aflicción la familia humana pudiera llegar a ser una con la familia celestial. Era el propósito de Dios repoblar el cielo con la familia humana, si se manifestaban obedientes a cada palabra suya. Adán tenía que ser probado, para ver si sería obediente como los ángeles leales, o si sería desobediente. Si hubiera resistido la prueba, su instrucción para sus hijos hubiera sido como la mente y los pensamientos de Dios.—The S.D.A. Bible Commentary 1:1082.
La obediencia como base de la felicidad edénica. La condición esencial para que el hombre pudiese vivir eternamente en el hogar edénico del cual nos hablan los primeros dos capítulos del primer libro de la Biblia, era la obediencia; la obediencia absoluta a los requerimientos divinos. No había muchas reglas que obedecer, era solo una:
Génesis 3:3: “Pero del árbol que está en medio del huerto dijo Dios, no comáis de él ni le toquéis, para que no muráis.”
De la observancia de ese principio divino dependía la felicidad de nuestros primeros padres y de toda su posteridad. Dichoso hubiese sido el porvenir de la familia humana; glorioso su destino, si ellos hubieran obedecido la orden divina.
El pecado separó al hombre de su Creador. Antes de la caída, Dios se comunicaba con el hombre cara a cara. La relación entre Dios y sus criaturas inocentes era franca, abierta, sincera y total. Hablaban sin intermediarios, sin velo alguno que los separara de la santa presencia de Dios. Como el padre habla con el hijo, o la madre con la hija; como el hermano con el hermano. Cada día, de mañana y de tarde, Dios y los ángeles visitaban a la feliz pareja en el Edén. Este sitio se convirtió en una escuela en donde Dios y los ángeles eran los maestros, la naturaleza el libro de texto, y Adán y Eva los alumnos. Maravillosa escuela aquella en la que el mismo Dios, el que formó los mares y extendió los cielos con su poder, era el maestro. Era el plan de Dios que conforme pasaran las edades sin fin, la familia humana fuera asemejándose más y más a su Hacedor y logrando la perfección plena de todas sus facultades.9
Mas la desobediencia trajo separación entre Dios y sus criaturas. El pecado levantó una muralla que dividió y alienó al hombre de su Dios. El profeta Isaías refleja muy bien esta realidad:
Isaías 59:1-2: “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros
y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar su rostro de vosotros para no oír”
Por el pecado, el hombre no podría comunicarse más con su Dios. Adán y Eva tuvieron que abandonar su hogar edénico y salir para arrostrar las consecuencias de la desobediencia. Su relación se había cortado. De allí en adelante, no podrían ver su rostro y vivir (Éxodo 33:20; Juan 1: 18). Habían quedado incomunicados con la divinidad; estarían a merced del enemigo a quien habían obedecido y quien ahora se convertía en usurpador de los bienes una vez otorgados al hombre. Y así hubiera permanecido el hombre por las edades sin fin, si Dios no hubiese restablecido la comunicación mediante sus santos profetas.
Patriarcas y profetas en la página 382: “Desde que pecaron nuestros primeros padres, no ha habido comunicación directa entre Dios y el hombre. El Padre puso el mundo en manos de Cristo para que por su obra mediadora redimiera al hombre y vindicara la autoridad y santidad de la ley divina.
“Toda comunicación entre el cielo y la raza caída se ha hecho por medio de Cristo. Fue el Hijo de Dios quien dio a nuestros primeros padres la promesa de la redención. Fue él quien se reveló a los patriarcas…. Estos santos varones de antaño (los patriarcas) comulgaron con el Salvador que iba a venir al mundo en carne humana; y algunos de ellos hablaron cara a cara con Cristo y con sus ángeles celestiales.
“Fue Cristo quien habló a su pueblo por medio de los profetas… Es la voz de Cristo la que nos habla por medio del Antiguo Testamento”.
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