La Idolatría Parte 2

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Tanto los pilares como las imágenes de Asera estaban prohibidos en Israel (cf. Dt. 12.3; 16.21–22). En los santuarios de Baal las imágenes de este dios (cf. 2 R. 10.27) y el poste de Asera estaban al lado del altar. Se consideraba al pilar como una representación estilizada de la presencia del dios en el santuario. Era objeto de gran veneración; a veces tenía partes ahuecadas para recibir la sangre de los sacrificios, y a veces, como puede verse por su superficie pulida, sus devotos lo besaban. La imagen de Asera era de madera, según se demuestra por su forma usual de destrucción, que era por fuego (Dt. 12.3; 2 R. 23.6), y probablemente su origen fue una planta perenne sagrada, símbolo de la vida. Su relación con los ritos cananeos de la fertilidad bastaban para hacerlos abominables ante Yahvéh.

La polémica del AT contra la idolatría, llevada a cabo principalmente por profetas y salmistas, reconoce las dos verdades que posteriormente iba a afirmar Pablo: la de que el ídolo no era nada, pero que, sin embargo, había una fuerza demoníaca que era necesario tener en cuenta y que, por lo tanto, el ídolo constituía una verdadera amenaza espiritual (Is. 44.6–20; 1 Co. 8.4; 10.19–20). En consecuencia, el ídolo no es nada: es obra del hombre (Is. 2.8) ; su misma composición y construcción proclaman su futilidad (Is. 40.18–20; 41.6–7; 44.9–20); su masa inerte provoca el escarnio (Is. 46.1–2); no tiene más que una apariencia de vida (Sal. 115.4–7). Burlonamente los profetas los llamaban gillulém (Ez. 6.4, y por lo menos otras 38 veces en Ezequiel), o “bolitas de estiércol” (Koehler, Lexicon), y lélém, ‘diosillos’.

Pero aunque se esté enteramente sujeto a Yahvéh (p. ej. Sal. 95.3), existen fuerzas espirituales malignas, y la práctica de la idolatría lleva a los hombres a un contacto mortal con estos “dioses”. Isaías, del que generalmente se dice que llevó a su punto máximo la burla irónica contra los ídolos, estaba muy al tanto de este mal espiritual. Sabe que hay un solo Dios (44.8), pero aun así, nadie puede tocar un ídolo, aunque no sea “nada”, y salir libre de consecuencias. El contacto del hombre con el falso dios lo infecta con una mortal ceguera espiritual, que afecta su corazón y su mente (44.18). Aunque lo que adora no es más que “cenizas”, está, de todos modos, lleno del veneno del engaño espiritual (44.20). Aquellos que adoran ídolos se vuelven igual que ellos (Sal. 115.8; Jer. 2.5; Os. 9.10). A causa de la realidad del espíritu de maldad detrás del ídolo, el ir en pos de ellos es abominación (toceba) a Yahvéh (Dt. 7.25), abominación y suciedad (siqqus) (Dt. 29.17), y el más grave de los pecados, el adulterio espiritual (Dt. 31.16; Jue. 2.17; Os. 1.2). No obstante ello, hay un solo Dios, y el contraste entre Yahvéh y los ídolos debe trazarse en función de vida, actividad, y gobierno. El ídolo no puede predecir ni provocar acontecimientos, Yahvéh sí puede (Is. 41.26–27; 44.7); el ídolo es una impotente pieza a la deriva en el río de la historia, sabio solamente después del hecho, e incapaz de hacer nada ante el mismo (Is. 41.5–7; 46.1–2), mientras que Yahvéh es el Señor de la historia, y el que la rige (Is. 40.22–25; 41.1–2, 25; 43.14–15, etc.).

El NT refuerza y amplía la enseñanza del AT. Ya hemos hecho notar su reconocimiento de que los ídolos no son nada pero que, al mismo tiempo, son potencias espirituales peligrosas. Además, Ro. 1 expresa el argumento del AT de que la idolatría representa una declinación de la verdadera espiritualidad, y no una etapa en el camino hacia el conocimiento puro de Dios. El NT reconoce, sin embargo, que el peligro de la idolatría existe, aun cuando no se fabriquen ídolos materiales; la asociación de la idolatría con los pecados sexuales en Gá. 5.19–20 debería ligarse con la equiparación de la codicia con la idolatría (1 Co. 5.11; Ef. 5.5; Col. 3.5), porque en la codicia Pablo incluye y destaca la lascivia (cf. Ef. 4.19; 5.3; 1 Ts. 4.6, gr.; 1 Co. 10.7, 14). Después de haber recalcado el carácter definitivo y pleno de la revelación en Cristo, Juan advierte que toda desviación es idolatría (1 Jn. 5.19–21). Idolo es todo lo que exige una lealtad que solamente pertenece a Dios (Is. 42.8).

La relación entre la enseñanza bíblica referente a los ídolos y su doctrina monoteísta de Dios no puede pasar inadvertida. Al reconocer el magnetismo de la religión idolátrica para Israel, como así también en su aparente aceptación de la existencia de otros dioses, como es el caso, p. ej., en Sal. 95.3, el AT no acepta la existencia real de los “dioses”, sino la existencia real de la amenaza que suponen para Israel, la amenaza de cultos y lealtades alternativos. Es así como mantiene constantemente su monoteísmo (como también lo hace el NT) en el marco de la religión y la atmósfera religiosa del pueblo de Dios.

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Categorías: Historia

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