La perfección de nuestra fe 3
Introducción
Santiago se dirigió a sus hermanos de la iglesia, exhortándolos a que enfrentaran las dificultades con serenidad. Algunos han considerado esto como un indicio de que el apóstol habría escrito estas palabras durante un período de intensa persecución promovida por los romanos. No obstante, el período en el que la carta de Santiago fue escrita la coloca fuera de la época de las principales persecuciones romanas.
Si Santiago habló de persecuciones, debía estarse refiriendo a las persecuciones realizadas por los judíos a los primeros cristianos. Aun cuando podría haberse dado esta posibilidad, las persecuciones no parecen haber sido el motivo central de las exhortaciones de Santiago a perseverar ante las dificultades.
La fe perdura
Lo que incomodaba a Santiago era la actitud pasiva ante las fuerzas malignas. El apóstol estaba llamando a las iglesias cristianas a resistir la incursión del mal en su medio. Percibía que muchos cristianos estaban divididos a causa de los conflictos internos y a la indiferencia de la iglesia, lo que generaba incomprensiones y malos sentimientos. Su esperanza era que los miembros aprovecharan a las dificultades como un medio para fortalecerse, haciéndose perseverantes (Santiago 1:3).
Además, el versículo 3 califica a las pruebas (peirasmois) mencionadas en 1:2, llamándolas “prueba” (dokímion), una palabra prácticamente ilegible en los más antiguos manuscritos, pero que hacía referencia al acto de aquilatar monedas para atribuirles valor. El marco del juzgamiento del carácter es, por lo tanto, más compatible con el tenor del pasaje que la suposición de que Santiago estuviera hablando de persecuciones religiosas.
Perfección
Santiago presentó su ideal para la iglesia utilizando una figura del lenguaje conocida como anticlímax. Primero exigió lo que consideraba más difícil, y después atenuó su declaración con exigencias menores. Así, siguiendo el orden propuesto por el texto griego, pidió perfección en primer lugar, luego madurez, y finalmente se contenta con la ausencia de fallas excesivas (Santiago 1:4).
Tanto la expresión “perfectos” (téleioi) como el término “maduros” (holóklēroi) eran utilizados por los primeros cristianos en referencia al proceso del desarrollo en la vida cristiana. Obviamente, el converso primero se convertía en “maduro” (holóklēros) y luego en “perfecto” (téleios). Estas expresiones figuradas enfatizan el estado del hombre interior no parece encajar en un contexto en el que las personas habrían estado muriendo o siendo torturadas por amor al evangelio.
Santiago tenía delante de sí a iglesias semejantes a las nuestras de la actualidad. Él quería despertar el sentido de responsabilidad cristiano, y por ello demostró su preocupación con lo que está en el corazón humano. Esto hace de su mensaje algo admirablemente pertinente para nuestros días.
El anticlímax de Santiago enfatiza que la perfección, a los ojos de Dios, no es un concepto absoluto. La perfección se exige inicialmente, pero el énfasis de la frase reside en la recomendación final del versículo 4: una vida con menos errores, menos injusticias, menos vanidad, menos orgullo, menos todas esas cosas que afectan decididamente nuestro progreso espiritual. Hay una diferencia abismal entre ser perfecto (téleios) y no carecer de aquello que es esencial (1:4). El mundo es imperfecto, y no siempre nuestras acciones justas son percibidas de ese modo por nuestros semejantes. Peor aún, muchas veces las personas tienen razones para no considerarlas justas, pues nuestra perspectiva sucumbe por lo que nuestro corazón imprime al sentido común. Desde el punto de vista de Santiago, la perfección, aquí en la tierra, jamás será una cuestión de absolutos. Entonces, debemos ser “perfectos” en nuestra esfera humana, así como Dios es “Perfecto” en su esfera divina (Mateo 5:48). Por lo tanto, el cristiano no debería desanimarse ante sus intentos frustrados de alcanzar la perfección, sino animarse porque, a través del poder del Espíritu Santo, podemos convertirnos cada vez más en “semejantes” al Salvador.
Pedir con fe
Es precisamente en el contexto de la exhortación a que el cristiano no carezca de lo que es esencial a la fe, que Santiago presenta cuatro grandes razones por las que la oración debiera ser una constante en nuestra vida (Santiago 1:5).
De acuerdo con el apóstol, en primer lugar debiéramos orar, porque Dios da. El hecho de que el Creador esté dispuesto a concederle dones a los hombres ya es motivo suficiente como para movilizarlo a pedir. En segundo lugar, Dios da con liberalidad. Dios no sólo concede dádivas a los hombres, sino que lo hace de manera generosa. En tercer lugar, Dios da liberalmente a todos. Una de las mayores preocupaciones de Santiago, al escribir su epístola, fue mostrar que Dios no tiene favoritismos. Dios no es Jacob, que reservó sus regalos más preciosos para José y Benjamín. Dios tiene el mismo placer en conceder su gracia tanto a su siervo más fiel, como al hombre más rebelde que pueda existir sobre la faz de la tierra. Finalmente, Dios da a todos sin reproche. ¡Cuán incómodo es hacer un pedido para luego ser reprochados por lo que hemos pedido! Dios no hace eso. Le podemos pedir lo que queramos. Y Él nos escucha cuando pedimos la cura de un cáncer, el éxito en la compra de un auto, la aprobación de un examen en la escuela, la simpatía de una muchacha que ha despertado sentimientos especiales en el corazón, el cabello que necesita estar presentable para una entrevista de trabajo… Dios no nos reprocha por lo que le pedimos. Él nos escucha y su misericordia lo mueve a responder, no a causa de nuestros méritos, sino en función de nuestra necesidad.
El otro lado de la moneda
Santiago les dijo a las iglesias que debían orar más. Les estaba faltando sabiduría (Santiago 1:4) y fe (1:6). El apóstol presentó, entonces, un hombre de dos caras que no tiene fe y que, por eso, acaba siendo comparado con las inestables olas del mar (1:6).
La descripción del texto griego es bastante clara: primero nace la duda, nos agita y, finalmente, nos descarría. Literalmente, el hombre de dos caras termina nadando en las dudas. Así, el apóstol presenta un océano en el que surge un vendaval que, primero agita, y luego arrecia, produciendo una gran tempestad. De manera análoga, nosotros nos preparamos para el desastre cuando alimentamos pensamientos dubitativos que hacen que la convivencia en la iglesia se vuelva aparentemente inútil, lo que finalmente termina apartándonos de Dios. El hombre de dos caras no es denominado simplemente de ese modo porque sea falso e hipócrita, sino porque permanece mirando a dos lados al mismo tiempo, tal como la antigua divinidad romana conocida como Jano (de donde surgió el nombre del primer mes) retratado como un personaje de dos caras que no lograba dejar de mirar al pasado y al futuro simultáneamente.
La advertencia de Santiago es que un hombre de dos caras no puede recibir dádivas de parte de Dios (Santiago 1:7). Esto sucede no porque Dios no quiera concederle bendiciones, sino porque ese hombre no se encuentra capacitado para recibirlas. Su problema es que se ha vuelto demasiado inconstante. Vive en dos mundos y tiene dos discursos (1 Timoteo 3:8). ¿Cuántas personas hay, tanto en la iglesia, como en el trabajo, en la escuela, en la vida, que se comportan de ese modo? Se han vuelto tan inconstantes que muestran sentido del humor por la mañana, irritación al mediodía, e hipocresía a la noche. No es de extrañar que no logren percibir las bendiciones en su vida. Están demasiado ocupadas, cambiando, variando, confundiendo, disimulando… Para Elena G. de White, tener un doble ánimo (dos caras) es lamentar, con los labios, la obra de Satanás, y –al mismo tiempo– cumplir con todos sus engaños.
La misma palabra griega (akatástatos) traducida en Santiago 1:8 como “inconstante” fue utilizada por Hipócrates, el médico más afamado de la Antigüedad, para las fiebres intermitentes que van y vienen. De este modo, este hombre inconstante de dos caras parece haber contraído una enfermedad mortal que hace que él dude de los elementos básicos de la fe, cediendo a sus propios deseos de proyección y otros impulsos comunes a nuestra era de consumismo fácil. La tragedia religiosa de nuestros días es, según lo que afirma Frédric Lenoir, ya no estamos siendo instados a renunciar a nuestras convicciones, sino a nuestras certezas.
El rico y el pobre
La segunda parte del primer capítulo de Santiago (1:9-18) comienza con una aparente rodeo del apóstol en relación a la conducta de los ricos en su convivencia mutua (1:9-11). Esto pareciera representar un vistazo al tema de las pruebas cristianas y la inconsistencia del hombre de dos caras ante las vicisitudes. Parece, pero no es así. El tema de la convivencia entre pobres y ricos, dentro y fuera de la iglesia, asume un carácter vital en la carta y se relaciona directamente con las dificultades para una vida cristiana madura y con la inconstancia de los que se preocupan más por las apariencias que por el hombre interior.
Santiago elabora esta aparente divagación bajo el formato de paradoja, esto es, presenta una verdad con aspecto de algo no verdadero. El apóstol invita al pobre a ostentar su importancia (1:9) mientras que –al mismo tiempo– exhorta al rico a vanagloriarse de su insignificancia (1:10). La interpretación más común para este aparente contrasentido es que Santiago se estaría refiriendo, irónicamente, al momento en el que los justos e injustos serán juzgados. Dentro de esta manera de pensar, es difícil que el rico se salve (Mateo 19:24). Este fino, pero cruel escarnio tendría sentido en un Santiago más preocupado en denunciar las injusticias sociales que mostrarle al hombre el camino de la luz y la convivencia amante en la iglesia. Colocaría, por lo tanto, el veredicto de culpable sobre cualquiera que tuviera una alta posición.
No obstante, Santiago no tenía intenciones escatológicas en su carta, sino que simplemente pretendió hacer una exhortación a la solidaridad y la compostura. La vanagloria del pobre en su elevada dignidad y la vanagloria del rico en su insignificancia (1:9, 10), significan que el pobre debe tener en mente que es más que un indigente (pues forma parte del linaje del Rey del universo), y que el rico debe recordar que todo lo que tiene se lo debe al Rey del universo. Su intención, entonces, no es escatológica o irónica, sino exhortativa.
Consideraciones finales
En Santiago hay un claro incentivo a la solidaridad. Nadie es, de hecho, más que el otro. Por lo tanto, todos deben tratarse con respeto. Para dejar eso bien claro, Santiago confrontó, por primera vez, un problema contra el cual habló repetidas veces: la exagerada preocupación con la apariencia física y la ostentación. El rico debe gloriarse en el hecho de que es un hombre común, que pasará “como la flor de la hierba” (1:10). Al mencionar que el sol sale y seca la hierba, haciendo que su flor se marchite (1:11), el apóstol desarrolla la idea del pasaje de Isaías 40:6-8. Como el profeta, Santiago enfatizó la insignificancia del ser humano, frente a la muerte, al final de su vida. Sin embargo, a diferencia de Isaías, dejó bien en claro que se estaba refiriendo al hombre rico. Además, Santiago añade el detalla de la hermosa apariencia. El rico acaba por perder su imponente apariencia.
El tema de la hierba seca al sol nos remite a la parábola del sembrador de Marcos. Una comparación entre el texto del evangelista (especialmente Marcos 4:6 y Santiago 1:10, 11), nos muestra que el tema tiene vínculos con la cuestión de las pruebas según son tratadas en los versículos anteriores (1:2, 3). Son las dificultades de la vida las que hacen que nos desanimemos y nos desviemos de la fe, volviéndonos inconstantes, personas de doble cara, más preocupadas con la apariencia física de los demás que con su salvación. El sol seca la flor de la hierba (1:10, 11) y las pruebas minan la experiencia cristiana (Marcos 4:6), a no ser que sean enfrentadas con la actitud de quien sabe que algún bien siempre surge de nuestros tropiezos (Santiago 1:2-4).
Un detalle interesante de Santiago 1:11 es que la palabra griega poréia generalmente traducida como “caminos”, y relacionada a la expresión en español “emporio”, significa más que vías de transporte o desplazamiento. También puede significar “negocios”, o incluso “viajes de negocios” (tal como la forma verbal equivalente en Santiago 4:13). Así, cuando Santiago afirmó que “así también se marchitaré el rico en todas sus empresas” (1:11), estaba haciendo una importante advertencia a los ejecutivos y comerciantes de nuestra época: el rico se consume en sus negocios. ¿Para qué tanto esfuerzo en acumular riquezas que no podremos llevar con nosotros a nuestro destino final (Mateo 16:26)?
Pastor, con maestrías en Lingüística y Letras Clásicas; posee un doctorado en Arqueología Clásica. Está cursando el doctorado en Letras Clásicas y el posdoctorado en Estudios Literarios. Editor de la revista Protestantismo em Revista, es autor de diversos artículos y libros en el área de la Teología Bíblica. Actualmente se desempeña como coordinador de las carreras de Letras y Traductorado en la Universidad Adventista de San Pablo, Campus Engenheiro Coelho. Está casado con Tania M. L. Torres, y tiene dos hijos.
La expresión griega anēr dipsychos (“hombre de dos caras”) era el título de un famoso tratado escrito por Filón.
0 comentarios