Desde la Reforma en Adelante
Desde la Reforma en Adelante
I. Condiciones anteriores a la Reforma
La iglesia predominaba en todo durante la Edad Media: en el Estado, en la sociedad, en la ciencia, en el comercio, en la literatura y en las artes. Afirmaba que su poder se extendía aun más allá de la tumba y que podía abrir o cerrar las puertas del cielo. La gente prácticamente nacía en la iglesia; ser ciudadano significaba ser miembro de la iglesia.
Desde el siglo VI hasta el XII el papado llegó a ser, aunque no sin contratiempos, poder más centralizado en la cristiandad occidental, y alcanzó su cumbre máxima el siglo XIII; pero en los siglos siguientes hubo síntomas siempre crecientes de su desintegración. La gente tenía una preparación espiritual muy deficiente, y aumentaban las dudas y la confusión. La filosofía griega y el pensamiento pagano saturaban la teología, y se produjeron controversias. Muchos papas estaban más interesados en las guerras y en las artes que en sus deberes espirituales como dirigentes. Estas circunstancias, es cierto, fueron combatidas por algunos líderes y pensadores como el místico Bernardo de Claraval (o Clairvaux).
Intentos de reformar la iglesia.-
El papado, que Bernardo de Claraval y otros místicos deseaban que fuera esencialmente religioso, era en sí mismo una causa de desunión. Los papas habían encontrado muchos medios condenables para enriquecer los cofres de la iglesia; había aumentado muchísimo la simonía. Una iglesia, cuya mentalidad se había materializado por completo, creaba y ofrecía en subasta, uno tras otro, cargos lucrativos al mejor postor.
Además, los papas se imponían ante los reyes como árbitros y exigían que las diferencias políticas fueran sometidas a su arbitraje. Como ya se ha dicho, las controversias de los papas con los poderes seculares condujeron al papado a una división embarazosa, y finalmente hubo tres papas que simultáneamente exigían la cátedra de Pedro. Los concilios de la iglesia pudieron resolver los problemas referentes a la sucesión papal, pero no el más básico de todos: la reforma moral. El Concilio de Basilea, convocado en 1431, trató infructuosamente durante 17 años de reformar los abusos de la iglesia que la habían llevado a una completa bancarrota moral, un hecho que la mayoría de los clérigos reconocían deploraban. Juan Wyclef (c. 1320-1384).-
Los sucesos del continente europeo habían tenido repercusión en Inglaterra, en donde se resistía intensamente la interferencia del papa en los asuntos nacionales. El desagrado de Inglaterra fue especialmente pregonado por Juan Wyclef, educado en Oxford y posteriormente profesor en esa universidad. Oxford finalmente se transformó en el baluarte del movimiento de reforma de Juan Wyclef. Al principio ganó reputación como filósofo especulativo, y más tarde como líder en el campo de la política eclesiástica. En la década de 1370-1380 inició un movimiento cuyo propósito era suprimir los abusos de la iglesia.
En 1365, cuando el papa, que entonces estaba en Aviñón, impuso una contribución a Inglaterra por tributos atrasados durante 33 años, Wyclef se convirtió en el paladín de su país para oponerse a esa pretensión. Argumentó que Inglaterra no sólo tenía el derecho de no prestar atención al reclamo del papa Urbano V sino que debían devolverse a Inglaterra los fondos que habían sido mal administrados por la iglesia, y que, además, Inglaterra debía tomar la iniciativa para imponer ciertas reformas en la iglesia.
Mientras Wyclef estaba en Oxford mencionó en varias ocasiones, especialmente en sus Sermones, la gran impresión que le había causado la lectura de la Biblia y cómo le había abierto sus ojos para comprender la condición de la iglesia. La mayoría de sus ideas fueron presentadas en su Summa Theologiae, y más especialmente en su De Civili Dominio. Protestaba fuertemente contra el sistema de impuestos de Aviñón, y declaraba que la iglesia no debía actuar como un gobierno temporal o civil.
Wyclef tenía el temperamento y el valor de un reformador. Atacaba la doctrina de la transubstanciación y proclamaba la autoridad única de las Escrituras. Pero fue su concepto de la iglesia lo que más influyó para que el papa buscara los medios de eliminar esa crítica del proceder papal. La situación financiera de la iglesia convenció a Wyclef de que ella debía buscar la pobreza antes que el poder. Sus ideas coincidían con tendencias similares que había en la Europa continental, donde la pobreza era considerada como una virtud, y la riqueza, particularmente el dinero, como «la raíz de todos los males». Afirmaba que cuanto menos se ocupara la iglesia de dinero tanto mejor estaría espiritualmente. Los franciscanos, los espirituales, los valdenses y los Hermanos de la Vida Común consideraban, como Wyclef, que la riqueza era la causa de la corrupción.
Wyclef definía la iglesia como la comunidad de los que están predestinados para la bienaventuranza; y enseñaba que ninguno de los que están eternamente perdidos tiene parte alguna en ella; que no hay sino una iglesia universal, y Cristo es su cabeza; que la iglesia continúa existiendo aunque no tenga cabeza visible; pero que debe haber un liderazgo humano de la debida clase, y que el dirigente legítimo no es el que escogen los cardenales sino el «elegido» por Dios. Advertía Wyclef que si un elector no está entre los elegidos, entonces podría escoger a un falso conductor, a un anticristo. El verdadero dirigente es aquel cuyas enseñanzas y cuya vida siguen más de cerca a las de Cristo, cuyo reino no es de este mundo. Estas ideas acerca de la iglesia se destacan en los últimos capítulos de la Summa, titulados, «Acerca de la simonía», «Acerca de la apostasía» y «Acerca de la blasfemia».
Wyclef tradujo el NT al inglés tomando como base la Vulgata. La traducción del AT fue obra de Nicolás de Hereford. Wyclef organizó un movimiento popular de evangelismo, y enviaba sacerdotes y laicos de dos en dos, descalzos pero sin que estuvieran sometidos a votos, para que predicaran por todas partes en Inglaterra. Esos enviados, a los que Gregorio IX llama en una bula «los lolardos» (sembradores de cizaña), sobrevivieron a Wyclef y pusieron el fundamento para la Reforma inglesa posterior. Un contemporáneo afirmaba: «Cada hombre instruido con que te encuentres es un lolardo». Los discípulos de Wyclef con frecuencia eran llamados hombres de la Biblia.
Juan Hus (1369-1415).-
La influencia de Wyclef se extendió mucho más allá de su propio país. Se hizo sentir especialmente en Bohemia. Juan Hus fue el más fiel de los discípulos de Wyclef, pues siguió sus enseñanzas casi literalmente. Hus era un erudito, un profesor de la Universidad de Praga, elocuente predicador y ardiente patriota. Estaba determinado, como Wyclef, a reformar la iglesia, especialmente las costumbres del clero. También escribió un ensayo acerca de las funciones de la verdadera iglesia. En el debate de 1412 acerca de las indulgencias, citó a De Ecclesia, de Wyclef. Hus protestó con gran vehemencia cuando el papa Juan XXIII (más tarde omitido de las listas como falso papa) ofreció una indulgencia plenaria a todos los que combatieran contra el rey de Nápoles, argumentando que la iglesia no debe ocuparse de guerras, y que, además, el papa no tenía derecho a vender el perdón de sus pecados. Al referirse a estos temas, sus sermones son también una reproducción exacta de los de Wyclef.
Cuando Hus fue condenado por el papa, declaró que Dios era su protector, la única cabeza de la iglesia. Cuando fue llamado ante el Concilio de Constanza en 1415, Hus llevaba un salvoconducto imperial; pero rehusó retractarse de sus supuestos «errores» a menos que se lo convenciera con las Escrituras. Afirmó: «Sin mentir ante mi conciencia, no puedo considerar que he cometido los errores de los cuales soy acusado».
Hus proclamaba como Wyclef que la Biblia era la única autoridad en asuntos de que la iglesia estaba constituida por los verdaderos creyentes, los elegidos, y que el papa no era infalible. Hus, tildado de hereje peligroso, fue quemado vivo en 1415.
Jerónimo Savonarola (1452-1498).-
Dante se refirió a Italia como a una «morada de dolores», pero otros la consideraban como un inmenso campo de recreo. El papa repudió el ascetismo medieval y se entregó a un torbellino de fiestas. Algunos sacerdotes, como fue el caso de Ficino, se dedicaron a la literatura pagana porque creían que la iglesia no podía ofrecerles solaz ni salvación. El empeoramiento de las condiciones morales marchaba paralelamente con la glorificación del paganismo. En Florencia, donde gobernaban los Médicis y se habían suprimido las libertades viles, un predicador dominico del convento de San Marcos, Jerónimo Savonarola, convenció de que Dios le ordenaba que condenara la corrupción y la tiranía de la iglesia y a sus dirigentes degenerados. Predecía que Dios castigaría a la iglesia a menos que se arrepintiera. En gran medida debido a su influencia, el pueblo de Florencia expulsó por algún tiempo a los Médicis, puso en práctica una reforma de las costumbres, castigó la blasfemia y destruyó todo lo que se usaba para diversiones o juegos por dinero. El papa intentó calmar a Savonarola ofreciéndole un capelo cardenalicio, pero esto sólo aumentó su fervor por una reforma.
Savonarola predicaba intrépidos sermones inspirados por los mensajes de los profetas de la Biblia, e insistía en la salvación mediante Cristo únicamente y no por obras meritorias. Clamaba: «Cuando todo el poder eclesiástico está corrompido, es necesario ir a Cristo quien es la causa primera, y decirle: Tú eres mi Confesor, mi Obispo y mi Papa» (Eugenio Choisy, Histoire Générale du Christianisme, 4ª. ed., p. 80).
Savonarola sufrió la oposición de los jóvenes nobles, de la orden de los franciscanos, de los defensores de los Médicis y especialmente del papa Alejandro VI (de la familia Borgia). Abandonado por algunos de los que lo apoyaban, Savonarola fue acusado de ser un falso profeta y hereje, y fue estrangulado y después quemado en la hoguera en 1498, por orden del papa Alejandro. El pontífice estaba particularmente molesto por sus ataques contra el papado y porque pedía que se convocara un concilio de la iglesia para que depusiera al papa por impío y corrupto.
II. El mundo en vísperas de la Reforma
Lentamente surgió a la vida un nuevo mundo alrededor del año 1500. La transición entre el mundo medieval y la Edad Moderna fue gradual y por lo general, imperceptible. Las fuerzas que en gran medida habían estado adormecidas antes del período de la Reforma se manifestaron y se dejaron sentir con fuerza y premura.
Durante más de 800 años la amenaza máxima para el Occidente había sido la presión musulmana. Los moros se habían establecido en España, y los turcos continuaban avanzando desde el Oriente aproximándose más y más al corazón de Europa. El peligro musulmán se hacía sentir aún más en los países donde se había producido la Reforma. Durante un tiempo Lutero estuvo tan impresionado por la amenaza turca, que en varias ocasiones predicó sermones instando a una cruzada contra los turcos. También temía que se produjera el fin del mundo antes de que pudiera completar la traducción del Antiguo Testamento al alemán.
Entre los factores más significativos que se presentaron en la Europa occidental aproximadamente a comienzos del siglo XVI, están los siguientes:
Aparición del nacionalismo.-
Surgieron Estados fuertes y centralizados que amenazaban tanto al poder internacional, más o menos indiscutido, que mantuvo el papado durante la Edad Media, como al predominio del Santo Imperio Romano Germánico en la Europa central. Gradualmente evolucionaron naciones independientes que se transformaron en monarquías absolutas, cuyas formas de gobierno finalmente se convirtieron en modelos para toda la Europa occidental.
España predominó durante el siglo XVI. Las enormes riquezas que obtenía del Nuevo Mundo y el rápido acrecentamiento de su poder naval, significaban una gran amenaza para otras naciones. Francia, donde existían fuertes partidos protestantes dentro de su estructura política, fue arrastrada a una serie de sangrientas guerras civiles y religiosas. Finalmente Enrique IV de Navarra, el primer rey borbón, un ex hugonote, impulsó a Francia por una senda de expansión y colonialismo que dio como resultado, en el siglo siguiente, el absolutismo monárquico de Luis XIV y la hegemonía de Francia en el continente.
El espíritu nacionalista se impuso en Inglaterra en el siglo XVI cuando, bajo el gobierno de los Tudor, el país se expandió independiente de la interferencia papal, y se desarrolló como una nación que finalmente logró el dominio de los mares superando a España y a Holanda y adquiriendo un vasto imperio colonial. Esta tendencia irresistible hacia el nacionalismo individual tuvo que ver con la Reforma religiosa.
En el siglo XVI la religión era el factor predominante. Los grandes soberanos de Europa tenían que hacer frente a esa realidad que afectaba a sus países. En Inglaterra, Enrique VIII (1509- 1547) entró en conflicto con Roma. En Francia, Francisco I (1515-1547) oscilaba constantemente entre la influencia católica y la protestante, dependiendo de la forma en que soplaban los vientos de la política. Cuando el rey necesitó la alianza o el apoyo de los príncipes luteranos de Alemania en su lucha contra Carlos V, transitoriamente se permitió en Francia una forma atenuada de protestantismo. Carlos V (1519-1556), cabeza del Santo Imperio Romano Germánico, emperador de Austria y soberano de los Estados alemanes, fue el más poderoso gobernante de la Europa central. Sus dominios se extendían desde Austria hasta el Nuevo Mundo, y desde los Países Bajos (hoy Holanda y Bélgica) hasta España e Italia.
Esta situación política favoreció directamente a la Reforma, pues las ambiciones del emperador de Austria y del rey de Francia dieron como resultado un constante estado de guerra entre los dos soberanos. Esta circunstancia desvió repetidas veces la atención de Carlos V del propósito de toda su vida: aplastar la Reforma. Era un firme católico, movido por el anhelo de mantener el orden y de establecer la unidad de sus vastos dominios esparcidos por todo el globo, y Felipe II, su hijo, fue un católico aún más fanático.
Apertura de las rutas marítimas.-
Con el comienzo del siglo XVI se ampliaron los horizontes y se descubrieron nuevos continentes. Los navegantes portugueses, españoles e italianos encontraron rutas marítimas a la India y a las Indias Orientales, el gran emporio de las especias. Colón llegó a las playas de las islas del mundo occidental en 1492. El globo fue circuido por primera vez por el portugués Magallanes en 1519-1522, y al mismo tiempo, los españoles comandados por Cortés conquistaron a México. Algunos de esos aventureros eran religiosos. Cristóbal Colón creía que el fin de todas las cosas se estaba aproximando, y uno de los motivos de sus viajes que expuso era la conversión de los pueblos que descubriera. El príncipe Enrique el Navegante, de Portugal, el «cerebro» de muchas expediciones a través de los mares desconocidos, albergaba el deseo de propagar el cristianismo. Magallanes, cuya expedición le dio la vuelta al mundo, también tenía profundos sentimientos religiosos.
Desarrollo cultural.-
El Renacimiento de las artes en el siglo XV y comienzos del XVI, que siguió el modelo de los maestros clásicos griegos, consistía en la creación de nuevos estilos arquitectónicos, un reavivamiento de las letras y el fomento de las bellas artes patrocinados por ricos mecenas, como los Médicis de Florencia, los reyes y los papas. Los grandes maestros italianos crearon en Italia, Holanda y Alemania obras de arte en pintura y escultura de un incomparable grado de belleza clásica, mientras que Francia sobresalía en arquitectura. En el siglo XVI hubo muchos hombres e ideas importantes; algunos fueron de genio creador; otros, sediciosos. Hombres intrépidos y temerarios entraron en nuevas líneas de pensamiento, descartando así los reverenciados conceptos del pasado. Esta irresistible corriente arrastró a artistas, eruditos, soldados y filósofos. Lo que había sido considerado una quimera, se convirtió en realidad; desapareció lo que había sido considerado como real. Los trovadores seguían entonando sus cantos de castillo en castillo, pero el feudalismo gradualmente desaparecía. El renacimiento de las artes hizo que reapareciera la visión de la belleza de la antigüedad, mientras que la prensa se convertía en un medio eficaz de propaganda. El intenso deseo de ser libres hizo que algunos captaran la luz procedente del «abismo de la ciencia» al que se refirió Rabelais. Hasta el cuerpo humano perdió sus misterios. Mientras que el joven Miguel Servet descubría la circulación pulmonar de la sangre, Rabelais explicaba en Lyon por medio de una disección anatómica y frente a un interesado auditorio, la fabricam corporis (la estructura del cuerpo).
La ciencia.-
Copérnico (1473-1543), contemporáneo de Lutero, defendía la idea revolucionaria de que el Sol, y no la Tierra, era el centro del universo, y que la Tierra giraba alrededor del Sol, y no éste alrededor de ella. Esto era herejía. La iglesia se aferraba a la antigua teoría de Tolomeo de que la Tierra era el centro del universo y que todos los cuerpos celestes giraban alrededor de ella. Pedro Lombardo (c. 1100-c. 1160) había declarado: «Así como el hombre ha sido hecho por causa de Dios, es decir, para que pueda servirle, así también el universo está hecho por causa del hombre, es decir, para que pueda servirle; por lo tanto, el hombre está colocado en el centro del universo» (citado por Albert C. Knudson, en Present Tendencies en Religious Thought, p. 43). Copérnico fue considerado como hereje por los protestantes y también por los católicos. No se atrevió a defender sus ideas públicamente como tampoco lo hizo Galileo (1564-1642), quien también creía que la Tierra rotaba sobre su propio eje mientras gira alrededor del Sol. Por esta herejía científica Galileo fue encarcelado y juzgado, y apenas escapó de la ejecución porque renunció aparentemente a sus opiniones científicas. Las supersticiones medievales predominaron hasta que, después de algún tiempo, los hombres vieron la luz y tuvieron el valor de seguirla.
El aumento de la ciencia y de la riqueza fueron también un reto y una amenaza para el cristianismo; una amenaza, porque aumentó el deseo de riquezas y fomentó la explotación por motivos egoístas de los continentes recién descubiertos. La avidez por el oro con frecuencia resultó en la opresión de los aborígenes y aun en su extinción; sin embargo, los cristianos fueron impulsados como nunca antes a llevar el cristianismo hasta los lugares más lejanos. La idea de ir como misioneros a ultramar fue el resultado natural de la conquista y la colonización y una motivación para esa clase de misiones. Para la Iglesia Católica fue una amenaza porque incitaba a los hombres a pensar por sí mismos.
Inquietud intelectual.-
El reavivamiento de la cultura liberal y un nuevo espíritu de examinar bien las cosas, ayudó a desenmascarar ciertos documentos fraudulentos que se habían usado durante unos ocho siglos para fundamentar la autoridad de la iglesia; por ejemplo, las Seudodecretales de Isidoro y la Donación de Constantino. El vacilante fundamento de los sistemas medievales fue afectado por la nueva forma de pensar. Los nuevos conceptos elaborados por los humanistas de la Europa del norte se difundían rápidamente en las universidades y mediante folletos provenientes de las prensas de Basilea y París. El entusiasmo por la nueva cultura fue también un estímulo y una amenaza para los cristianos; un estímulo, porque ofrecía posibilidades casi ilimitadas para la propagación del Evangelio, para lo cual los nuevos inventos eran una ayuda inesperada; y una amenaza, porque el espíritu de crítica escéptica podía minar fácilmente los fundamentos de una fe cristiana positiva. Esta posibilidad se puso de relieve en la disputa entre Lutero y Erasmo acerca de la libertad de la voluntad humana. Erasmo sostenía la idea de que la voluntad es libre, mientras que Lutero argumentaba, apoyándose supuestamente en la Biblia, que la voluntad está sometida a servidumbre. Erasmo no se ganó la confianza de todos los protestantes, y la jerarquía católica colocó sus libros en el Index después del Concilio de Trento (1545-1564).
Erasmo de Rotterdam (1466?-1536) es llamado el príncipe de los humanistas. Su viva inteligencia y su vasto conocimiento contribuyeron mucho al movimiento de reforma en su tiempo. El ideal de Erasmo era llegar a la conciencia de la cristiandad mediante los Escritos Sagrados, y para ese fin publicó (1516) el NT en griego. El texto estaba acompañado de una traducción literal con anotaciones. Lutero usó este texto en sus conferencias sobre Gálatas, y pudo darse cuenta mediante el texto de Erasmo de las inexactitudes de la Vulgata. Este texto griego hizo posible que Martín Lutero tradujera el NT en el corto lapso de unos pocos meses. Alemanes de renombre, como Reuchlin por ejemplo, también contribuyeron al conocimiento y divulgación del Evangelio.
Tomás Moro (o More), el autor de Utopía, concebía en Inglaterra un mundo ideal de felicidad y justicia social, en tanto que Juan Colet, de Oxford, procuraba resolver los problemas de su tiempo por medio de la educación. Los humanistas, que eran los intelectuales de la era de la Reforma, procuraban llegar a la solución de las dificultades de su época volviendo al modo de pensar de la antigüedad griega y romana. Sostenían que el hombre puede salvarse por sí mismo, y que la forma en que mejor puede ser ayudado es por medio de la educación y un liderazgo bien instruido. Colocaban el énfasis del progreso en los medios humanos y no en los divinos.
Inquietud económica.-
Otra característica significativa de este período fue un gran aumento de la riqueza, lo que se debió en parte al descubrimiento de oro en los continentes recién descubiertos y, en parte, debido a mejores métodos comerciales; sin embargo, esa riqueza en gran medida estaba a disposición de unos pocos príncipes y la mayor parte de las tierras estaban en poder de la iglesia. En Alemania, por ejemplo, la Iglesia poseía casi la mitad de la tierra; la situación era similar en Francia. Los siervos y los campesinos que trabajaban los campos estaban ligados a éstos y no tenían libertad. Les estaba prohibido pescar o cazar en la tierra donde trabajaban, y podía castigar hasta con pena de muerte derribar un árbol en esa propiedad.
La gente de los días del Renacimiento generalmente sufría de hambre y de frío. La gran mayoría no podía vivir con sus míseros ingresos. Martín Lutero se refirió a esas deplorables condiciones económicas en su tratado de 1520, dirigido A la nobleza cristiana de la nación alemana. Indicaba que los tiempos habían cambiado y que los pobres no podían ser oprimidos por más tiempo. Los campesinos entendieron que eso significaba que Lutero de allí en adelante sería su portavoz y defensor.
Supersticiones.-
La creencia en los méritos de las obras y en el poder milagroso de las reliquias fue cínicamente respaldada y fomentada por la iglesia. Casi cada príncipe y con seguridad cada iglesia, tenían reliquias que eran una importante fuente de ingresos. La «religión de las reliquias» predominaba en los días de Lutero. Federico el Sabio, elector de Sajonia, príncipe y amigo de Lutero, era un celoso coleccionista de reliquias. En 1509 tenía 5,005 objetos en su colección, y en 1520 había aumentado hasta el punto de incluir 19,013 «huesos sagrados». Los que contemplaban las reliquias en el Día de Todos los Santos (l.º de noviembre) y entregaban la contribución estipulada, podían recibir indulgencias papales para la reducción del tiempo de castigo en el purgatorio para sí mismos o para otros, hasta un total de 1,902,202 años y 270 días. Lutero exclamó con sumo desprecio en una ocasión: «¡Qué de mentiras hay en cuanto a las reliquias! Uno pretende tener una pluma del ala del ángel Gabriel, y el obispo de Mainz tiene una llama de la zarza ardiente de Moisés. ¿Y cómo es que hay dieciocho apóstoles sepultados en Alemania cuando Cristo sólo tuvo doce?» (Rolando H. Bainton, Here I Stand, p. 296).
Frente a la iglesia de San Juan de Letrán, en Roma, está la Scala Sancta, con los 28 escalones que se suponía que habían estado frente al palacio de Pilato. El que ascendía esos escalones sobre sus rodillas, repitiendo un Padrenuestro en cada uno, se creía que conseguía la liberación de un alma del purgatorio.
Indulgencias.-
En la iglesia se enseñaban y practicaban penitencias desde antes el Concilio de Nicea (325 d. C.). Estas incluían los siguientes pasos:
(1) contrición del corazón, (2) confesión de boca, (3) satisfacción mediante buenas obras y (4) absolución o perdón de los pecados, que era pronunciada por el sacerdote en el nombre de Dios. Durante el siglo VIII, en algunos países, por lo menos algunas de las buenas obras podían ser sustituidas por una compensación monetaria hecha a la iglesia. Este fue el origen de las indulgencias. Las primeras fueron concedidas en el siglo XI a los que «con devoción» fueron a las cruzadas y también a los que hacían ciertas contribuciones para los cruzados o, más tarde, para los varios proyectos de la iglesia. La absolución precedía ahora a la prescripción de la penitencia. La penitencia fue declarada un sacramento en el siglo XIII ; pero transcurrió más de un siglo antes de que la teología de las indulgencias fuera explicada como un pago de la deuda de la penitencia a la «tesorería de los méritos» de la iglesia, del cual el papa podía sacar y conceder. Se prometía que junto con la confesión del penitente al sacerdote, Dios perdonaba al culpable los pecados confesados y lo libraba del castigo eterno; pero que el pecador aún tenía que sufrir el castigo temporal en esta vida o en el purgatorio antes de que pudiera entrar en el cielo. Una indulgencia era el perdón de todo o de parte del castigo temporal que era necesario pagar debido al pecado aun después de que el pecador había sido perdonado. El perdón era concedido con la condición de la penitencia y de hacer las buenas obras que se prescribían, como oraciones u otras buenas obras, o dar dinero a la iglesia.
La tesorería de méritos.-
Se creía que los mártires, los santos, los apóstoles y especialmente nuestro Señor y su madre, habían sobreabundado en buenas obras, y que lo que excedía de lo necesario para su propia salvación había sido depositado en un supuesto «tesoro de méritos». Se decía que ese excedente de los méritos de los santos se podía transferir a aquellos cuya deuda con la divina justicia no estaba cancelada, y, por supuesto, el papa, como pretendido sucesor de San Pedro, tenía las llaves de la «tesorería de los méritos» y podía liberar a una persona del castigo temporal dándole un crédito de esa «tesorería». Esa transacción se llamaba indulgencia. Lutero discutió más tarde este punto ante el cardenal Cayetano en Augsburgo, en 1518.
Por lo tanto, el valor práctico de las indulgencias era el perdón del castigo que le correspondía a una persona después de que había recibido la absolución. Pero precisamente 50 años antes del tiempo de Lutero, el papa Urbano IV había declarado que la eficacia de las indulgencias se extendía hasta el purgatorio para beneficio de los muertos como un medio de sufragio, y también para los vivos como un medio para perdón de los pecados y remisión de los castigos correspondientes. De ese modo las indulgencias no sólo prometían la reducción del castigo sino aun el perdón de los pecados.
Tendencias encubiertas de reforma.-
Aun antes de que Martín Lutero comenzara a demandar una reforma en la Iglesia, entre piadosos y sencillos cristianos se había propagado una fe que se remontaba a los lolardos, los husitas, los valdenses y los Hermanos de la Vida Común. Todos ellos pedían la traducción y circulación de la Biblia y la lectura de publicaciones de índole religiosa. Muchos de esos movimientos anteriores a la Reforma fueron básicamente místicos. Los místicos verdaderamente evangélicos ponían énfasis en una vida de oración y meditación y en llegar hasta Dios sin necesidad de un sacerdocio intermediario. Destacaban la necesidad de una religión del corazón y de los sentimientos, y no dependiente de los teólogos. Esta profunda vida religiosa y piadosa fue un medio importante para preparar el camino de la Reforma en el corazón de millares.
En términos generales, esos primeros intentos de reforma no tenían el propósito de producir una separación de la Iglesia Católica; en realidad, ninguno había comenzado con la intención de desprenderse de la iglesia. Muchos de esos grupos anteriores a la Reforma continuaban aceptando a los sacerdotes y los ritos de la iglesia, pero sólo como una ayuda para la vida espiritual. Aun Martín Lutero no pensó al principio en separarse de la iglesia; sólo quería corregir los abusos. En realidad, los grandes reformadores no se separaron de la iglesia porque estuviera corrompida en sus prácticas y en su enseñanza, sino porque la iglesia se negó a aceptar el principio de las Sagradas Escrituras como la base de sus enseñanzas. Los reformadores se preocupaban porque hubiera una transformación en la vida, pero aún más por la aceptación del principio de la justificación por la fe. El choque principal de los reformadores con la Iglesia Católica se debió a la aceptación o el rechazo de los grandes principios de la Reforma:
(1) la Biblia como la única autoridad aceptable en cuanto a fe y conducta, (2) únicamente la justificación por la fe sin el mérito de las buenas obras, y (3) el sacerdocio de todos los creyentes. Cuando la Iglesia Católica rechazó estos principios, fue inevitable el gran cisma en la iglesia occidental.
III. La Reforma en Alemania
Primeras experiencias de Martín Lutero.-
En varios lugares surgieron simultáneamente movimientos tendientes a una ruptura con Roma y a la liberación de la conciencia. Las raíces del protestantismo se remontan a la iglesia primitiva, a Agustín, a los valdenses, a los predicadores místicos y a las sectas místicas de la Edad Media, a Wyclef y a Juan Hus. Pero por sobre todo, la enseñanza protestante tiene sus raíces en la Biblia, especialmente en las epístolas de Pablo.
Martín Lutero, el más destacado de todos los reformadores, nació en Eisleben, Alemania, el 10 de noviembre de 1483. Sus padres fueron personas laboriosas y estrictas en la educación de sus siete hijos. Martín fue criado en un típico hogar cristiano alemán. El temor de Dios y la creencia en la realidad de los ángeles y de los demonios lo afectó profundamente. Aprendió a conformarse estrictamente con las enseñanzas de la Iglesia Católica Romana. Vivió como un campesino, y retuvo toda la vida ese lenguaje y temperamento. Era robusto, diligente, brillante, y se lo consideraba como un excelente estudiante. Sus estudios se amoldaron al modelo común en la Edad Media. Asistió a la famosa Universidad de Erfurt, donde se educó con maestros que eran discípulos del famoso Guillermo Occam, es decir, los modernistas de esa época. Occam había enseñado que el cristianismo no puede ser demostrado por la razón sino que debe ser aceptado por fe conforme a la autoridad de las enseñanzas de la iglesia. Sin duda Occam ejerció alguna influencia en los comienzos de los estudios de Lutero; pero más tarde éste se volvió contra esos «porcunos teólogos», como él los llamaba. Después de recibir su título de magister, comenzó a estudiar leyes en armonía con los deseos de su padre.
Dos meses más tarde, en julio de 1505, súbitamente anunció su decisión de hacerse monje. Como se impresionaba muy fácilmente, fue aterrorizado por un rayo, y ante la amenaza de muerte le prometió a Santa Ana que se haría monje si le salvaba la vida. Aunque la decisión fue súbita, su temperamento nervioso y su conciencia sensible lo habían preparado para dar ese paso. En Erfurt fue víctima de sus primeros accesos de depresión, que fueron más frecuentes en la última parte de su vida. Entró en uno de los monasterios de los agustinos de Erfurt. Es significativo que se hiciera discípulo de Agustín, de quien se afirma que procede una gran parte de la teología protestante. Como Lutero mismo afirmó, fue llevado al monasterio y no atraído a él. Sus amigos estaban sorprendidos y su padre sumamente disgustado porque ese hecho lo privaba de su acariciada esperanza de que su hijo fuera el amparo de su vejez. Pero Martín Lutero había hecho un voto a Santa Ana, y a propósito eligió una orden donde se exigía estricta disciplina, pues en ese tiempo sólo eso parecía prometer paz para su mente y salvación para su alma.
Pero la vida monástica no le proporcionó ni paz en el alma ni la convicción de haber recibido la salvación. Staupitz, el vicario general para Alemania, le ordenó que estudiara teología, y en 1507 fue ordenado como sacerdote. Cuando celebró su primera misa se sintió tan aterrorizado ante la idea de entrar en la misma presencia de Dios, que, como lo dijo más tarde, estuvo a punto de salir corriendo. Siguieron muchos meses de angustia en su alma. Con frecuencia se refería a ese período de ansiedad en el monasterio describiendo sus angustiosos terrores, especialmente cuando disertaba sobre Gálatas. Ayunaba con frecuencia, oraba con fervor, se mortificaba el cuerpo, se confesaba largamente cada día, y sin embargo no lograba la seguridad de la salvación, hasta que al fin su angustia se volvió insoportable.
En 1511 fue de visita a Roma, y mientras atendía asuntos de su orden quedó horrorizado ante el descuido del clero italiano y la corrupción de una Roma repleta de reliquias. Subió de rodillas por la escalera de Pilato, pues se afirmaba que el que lo hacía liberaba a un alma del purgatorio. Cuando Pablo, el hijo de Lutero, tenía once años oyó a su padre contar el episodio de la escalera, al cual se refirió en 1582, 36 años después de la muerte del reformador. Entonces Pablo, escribiendo en cuanto a su padre, afirmó que cuando Martín Lutero «estaba repitiendo sus rezos en los peldaños de la escalera de Letrán, penetró en su mente el versículo del profeta Habacuc: …’el justo por su fe vivirá’ » (Dokumente zu Luthers Entwicklung [1929], p. 210).
Sin embargo, Lutero parece contradecir este informe posterior de su hijo cuando recuerda el episodio de la escalera en sus sermones y comentarios. Su afirmación más significativa fue presentada en 1545 (un año antes de su muerte). Recordando ese episodio, dijo: «En Roma, yo quería liberar a mi abuelo del purgatorio, y subí la escalera de Pilato recitando en cada peldaño un ‘Padrenuestro’, pues se creía que el que rezaba en esa forma salvaba un alma. Pero cuando llegué arriba estaba pensando: ‘¿Quién sabe si esto es verdad?’ » (Predigten des Jahres 1545, col. 1, 9 y siguientes, 15 de noviembre de 1545, op. cit. p. 197). Ambos recuerdos podrían ser fidedignos; no se contradicen.
Cuando regresó a Alemania continuó sus estudios teológicos de acuerdo con las instrucciones de sus superiores; pero su pensamiento había recibido la fuerte influencia de Gabriel Biel, de los Hermanos de la Vida Común. Biel era discípulo de Occam y sus ideas estaban en boga en la Alemania de los días de Lutero. El futuro reformador también leía diligentemente a Pedro d’Ailly, Gerson, Bernardo de Claraval, Tomás de Aquino y especialmente a Agustín. La doctrina de la predestinación lo inquietaba particularmente y lo angustiaba más que nunca. El pensamiento de un Dios arbitrario que predestinaba la salvación de un hombre, le causaba gran angustia. En realidad, temía a Dios, hasta el punto de decir que llegó a «odiar» a Dios. Sus pesados deberes no daban descanso a su alma. Fue nombrado profesor de teología en Wittenberg, una universidad que había sido fundada en 1502 por el elector de Sajonia, Federico el Sabio, quien se convirtió más tarde en el afectuoso protector de Lutero.
Finalmente la luz penetró en el alma de Lutero. El reformador halló a Dios directamente cuando se hizo claro en su mente a través de la meditación y del estudio, que el hombre es justificado únicamente por la fe sin las obras de la ley ni los méritos de las buenas obras. Se abrió ante él el camino a la paz y la salvación. En sus disertaciones sobre los Salmos (1513), Romanos (1515) y Gálatas (1517) reafirmó que la fe no es únicamente una entrega intelectual a la voluntad de Dios, sino un rendirse completamente y una entera confianza en Dios por medio de Cristo. Su insistencia en la fe era tan definida, que cuando tradujo el NT añadió la palabra «solamente» a «fe» en Rom. 3:28. Esta palabra no está en las Escrituras, y él bien lo sabía; pero argumentó que había sido usada antes por otros, como Ambrosio, al traducir este pasaje, y quedó satisfecho porque este concepto está en armonía con el espíritu de la enseñanza de la Biblia. Aunque no eliminaba las buenas obras de la vida cristiana, las descartaba totalmente como un medio para ganar la gracia de Dios.
El proceder de Lutero quedó definido cuando vio la luz del Evangelio. Su problema quedó resuelto en cuanto a la salvación; pero eso no impidió que pasara por momentos de depresión de vez en cuando. Su opinión en cuanto a la vida cristiana, en realidad, que un verdadero cristiano está justificado, pero que continúa siendo pecador hasta el último día de su vida. Desde ese momento se sintió impulsado a participar a otros lo que había experimentado, particularmente por medio de sus disertaciones, sermones y escritos. Como otros sacerdotes de su tiempo, se afanó con persistencia para lograr la reforma moral de la iglesia.
Comienzo de la Reforma.-
Juan Tetzel, un monje dominico, en 1517 se hallaba vendiendo indulgencias por toda Alemania. Oficialmente se hacía para ayudar en la construcción de la catedral de San Pedro, en Roma, lo que parecía ser un digno propósito para la mayoría de las personas; pero en realidad, 50 por ciento del producto de la venta de las indulgencias estaba destinado al pago de una deuda que había contraído Alberto de Brandeburgo, quien había comprado, entre otros, el arzobispado de Mainz. Como ya se explicó, las indulgencias se vendían basándose en la creencia de que el papa podía sacar de la «tesorería de méritos» -que se suponía que habían sido acumulados por Cristo y los santos- lo necesario de obras buenas para condonar los castigos temporales por el pecado, tanto para los vivos como para las almas en el purgatorio.
Lutero había cuestionado abiertamente durante algún tiempo la validez de las indulgencias, mayormente porque las personas que las compraban creían equivocadamente que estaban comprando el perdón de Dios y el derecho a la absolución. Para Lutero ese tráfico era un escándalo, pues el perdón es la dádiva gratuita de Dios y no se puede ni comprar ni vender. Dios perdona gratuitamente, como Lutero bien lo sabía por experiencia. No se necesita ningún sacerdocio intermediario ni la iglesia tiene poder para perdonar. Argumentaba que la verdadera tesorería de Cristo es el tesoro de la infinita gracia de Dios. Lutero atacó todo el sistema de penitencias e indulgencias en sus «95 tesis» escritas en latín, que colocó en la puerta la iglesia del castillo de Wittenberg el 31 de octubre de 1517. Generalmente se considera que este acontecimiento y esta fecha marcan el comienzo de la Reforma Protestante.
Las «95 tesis» obtuvieron un éxito inmediato inmenso. Lutero mismo quedó sorprendido, y más tarde pensó que si se hubiera dado cuenta del efecto que iban a tener entre la gente quizá no las hubiera redactado. Seis meses más tarde escribió para disculparse ante el papa; pero la batalla ya había comenzado y Lutero no era hombre capaz de retroceder. Sus adversarios, como Prierias, argumentaban que iglesia estaba en lo correcto y que el papa no se equivocaba. En el transcurso de la contienda Lutero afirmó poco a poco que tanto el papa como los concilios pueden equivocarse. «Sólo la Palabra de Dios es infalible» -declaraba-, con lo cual quería decir que la autoridad del papa debía ser rechazada (Choisy, Histoire Générale du Christianisme, 4.ª ed. p. 88).
El legado papal, el cardenal Cayetano, pidió a Lutero en Augsburgo, en 1518, que se sometiera a la autoridad del papa; pero Lutero ya se había convertido en un cristiano firme en su fe, y se negó a someterse a cualquier papa. Sólo aceptaba la autoridad de las Escrituras, y por eso dijo: «Antes moriría e iría a la hoguera o al exilio, que ir en contra de mi conciencia» (Id. [ed. de 1923], p. 95). La actitud de Lutero se parecía mucho a la de Hus, un siglo antes, en el Concilio de Constanza. Esta analogía fue inmediata y astutamente aprovechada en el debate de Leipzig, en 1519, donde Lutero fue interrogado por el Dr. Juan Eck, un humanista profesor de la Universidad de Ingolstadt. Para entonces la causa de Lutero ya era apoyada por nuevos amigos, entre los que se destacaba Felipe Melanchton (1497-1560), quien acudió para defenderlo. A pesar de las advertencias de sus amigos, Lutero efectuó ciertas declaraciones que inevitablemente iban a hacer que fuera acusado por la iglesia, tales como: «Al condenar las enseñanzas de Hus acerca de la iglesia, el Concilio de Constanza condenó la verdad» (Id., 4.ª ed., p. 89).
Generalmente se cree que las enseñanzas teológicas de la Iglesia Católica están unificadas; pero la verdad es que antes de la Reforma había en ellas muchísimas discrepancias y una confusión completa. La Reforma fue, sin duda, lo que finalmente obligó a la Iglesia Católica a revisar y unificar su teología, y lo hizo en el Concilio de Trento (1545 -1563). Dentro de la iglesia de Roma hay aún una mayor diversidad de pensamiento, aunque sin confusión visible, de lo que captan la mayoría de protestantes y católicos. Martín Lutero fue el primer reformador evangélico que abrió una senda orientada por la Biblia a través de la selva teológica. No tenía por qué disculparse por el hecho de que él y sus amigos eran «todos, sin saberlo, seguidores de Hus». El debate de Leipzig claramente clasificó a Lutero junto con el hereje (Hus) que había sido quemado en la hoguera unos cien años antes. Se había separado de la Iglesia Católica Romana y contra ella colocó la Biblia como único guía e intérprete para el cristiano.
En 1520 Lutero defendió sus puntos de vista en una serie de tratados de la Reforma. Los más conocidos de ellos son: La alocución a la nobleza cristiana de la nación alemana, en el que advertía a los príncipes que los tiempos habían cambiado y que debían cooperar con el nuevo movimiento de reforma si querían sobrevivir; El cautiverio babilónico, en el cual Lutero desarrollaba el pensamiento de que el papado debía ser rechazado en su forma de culto y en los sacramentos; y La libertad del cristiano, una exposición mística del hecho de que el cristiano justificado por la fe, es libre, y sin embargo es siervo de Dios y sus hermanos.
En 1520 Lutero fue condenado debido a 41 errores que el Vaticano aseguraba que había encontrado en sus escritos, y fue excomulgado por la bula papal Exsurge, Domine. Se le concedieron los 60 días de rigor para que se sometiera antes de que el decreto se hiciera efectivo; pero en vez de hacerlo, el 10 de diciembre de 1520, ante los profesores y alumnos de la Universidad de Wittenberg, echó en el fuego la bula papal junto con algunos de los escritos que habían apoyado la autoridad del papa, como las Decretales de Isidoro.
Lutero en Worms.-
En 1521, un año después de que fuera condenado por la iglesia, Lutero fue citado para que se presentara ante la dieta imperial que Carlos V (1519-1556), el joven gobernante que acababa de ser coronado emperador, había convocado para que examinara, entre otros asuntos, la cuestión religiosa. El luteranismo se había convertido en un asunto importante en Alemania, y como la principal preocupación del emperador era la unidad del imperio, era obvio que la herejía era un grave peligro político y religioso. Lutero ya había sido excomulgado por la iglesia, por lo tanto, el Estado tenía la responsabilidad de ocuparse de él en el aspecto civil y político. Para entonces el luteranismo había ganado muchísimo la simpatía del pueblo y también de los príncipes de los Estados alemanes. Cuando Lutero supo que se lo emplazaba para que se presentara ante la dieta imperial en Worms, escribió: «Responderé al emperador que si soy invitado sencillamente para que me retracte, no iré. Si mi retractación es todo lo que se desea, puedo hacerlo perfectamente desde aquí mismo. Pero si me está invitando para que yo muera, entonces iré sin vacilación. Espero que ninguna persona, con la excepción de los papistas, manche sus manos con mi sangre. El anticristo reina. Sea hecha la voluntad del Señor» (Rolando H. Bainton, Here I Stand, p. 179).
Cuando Lutero se presentó ante la dieta el 17 de abril de 1521, se le hicieron dos preguntas:
(1) si los libros amontonados ante él eran suyos, y (2) si se retractaba de todos o de parte de sus puntos de vista. Respondió afirmativamente a la primera pregunta, y en cuanto a la segunda pidió tiempo para reflexionar. Al día siguiente dio una respuesta que reflejaba su valor como cristiano: «Puesto que vuestra majestad y vuecencias deseáis una respuesta sencilla, contestaré sin cuernos y sin dientes. Si no se me convence por las Escrituras y por la clara razón, no acepto la autoridad de papas y concilios pues se han contradicho mutuamente. Mi conciencia está sometida a la Palabra de Dios. No puedo retractarme de ninguna cosa, ni lo haré, pues no es correcto ni seguro ir contra la conciencia. Dios me ayude, amén» (Id., p. 185).
Fue un momento dramático. Ese sencillo monje y profesor universitario de origen campesino arriesgó su vida desafiando la autoridad del Estado después de que la iglesia lo había declarado hereje y lo había excomulgado. Martín Lutero estaba convencido por sobre todo de que no podía hacer nada contra su propia conciencia de la cual estaba «cautivo». La semilla de la libertad moderna estaba contenida en su acto de humilde obediencia a la voz de su conciencia, y todo el protestantismo se somete junto con él sólo a las Escrituras y reconoce la entrega plena de la voluntad a Cristo.
La traducción del Nuevo Testamento hecha en Wartburgo.-
Un edicto imperial condenó inmediatamente a Lutero como «cismático obstinado y hereje público». Debía ser encarcelado por el resto de su vida; él y sus amigos debían ser privados de su libertad. No se les debía dar hospitalidad en ninguna parte. Se prohibía la impresión y la venta de sus libros. Lutero permaneció bajo la amenaza de este edicto por el resto de su vida; pero esa orden nunca tuvo vigencia dentro de los límites del electorado de Sajonia. Su príncipe amigo, Federico el Sabio de Sajonia, lo ocultó en el castillo de Wartburgo, en Sajonia. Allí permaneció Lutero bajo un nombre supuesto durante unos nueve meses. En ese lapso escribió una cantidad de libros y sermones; pero pasó la mayor parte de su tiempo traduciendo el NT del texto griego al alemán. Posteriormente también tradujo el AT. La Biblia alemana de Lutero es una de las más grandes realizaciones del reformador. Tiene para los lectores alemanes tanta importancia como la versión de Casiodoro de Reina para los de habla española. No fue la primera traducción de la Biblia al alemán, pero revela el genio de Lutero al hacer que la Biblia hablara en un alemán que podía ser entendido por la gente sencilla y por los habitantes de diferentes regiones, quienes hablaban distintos dialectos. La Biblia alemana llegó a tener un valor inmenso no sólo porque ayudó a uniformar el idioma, sino porque también hizo que, en una forma viviente, la Palabra de Dios influyera en forma decisiva en la vida diaria.
La revolución religiosa no pudo ser detenida en Alemania, y con frecuencia alcanzó proporciones alarmantes. Lutero tuvo que abandonar transitoriamente el lugar donde se ocultaba para tomar el liderazgo del movimiento y oponerse a los extremistas que se llamaban a sí mismos «profetas» de Zwickau, cuyo fanatismo era fomentado por Tomás Münzer. Aunque Lutero era un dirigente dinámico no pudo retener la lealtad de todos los que habían anhelado un cambio. Muchos humanistas, reformadores y sectores enteros de la población, como sucedió con los campesinos, lo abandonaron y se le opusieron.
La revolución de los campesinos.-
El año 1525 fue sumamente importante en la vida de Martín Lutero. Se casó con Catalina von Bora. El casamiento es un asunto personal; pero el suyo tuvo un significado particular, pues demostró que había renunciado al voto de celibato, al que se había sometido cuando se hizo sacerdote. Ya había expresado algunas de sus opiniones acerca del matrimonio en sus Votos monásticos (1522), opúsculo que dedicó a su «amadísimo padre». Esta obra, según Justo Jonas, colaborador de Lutero, «vació los claustros». Lutero argumentaba que los votos monásticos descansan sobre el falso concepto de que las llamadas «órdenes sagradas» confieren a una persona un carácter especial e inalterable. El casamiento de Lutero fue significativo porque con este paso el reformador rompió irrevocablemente con los ideales monásticos medievales y adoptó firmemente la forma de vida normal, basada en la Biblia, para las personas dedicadas a las actividades religiosas. Cuando Lutero tomó esa decisión revolucionaria sabía que sería criticado por ella quizá más que por cualquier otra cosa. Insistía en que el casamiento no era un sacramento de la iglesia sino una institución civil, y al mismo tiempo un estado santo y sagrado.
En ese mismo año tuvo lugar una cruenta revolución de los campesinos en el sur de Alemania. Unos pocos años antes, cuando Martín Lutero escribió a la nobleza de la nación alemana que «en Cristo no hay siervo ni libre», los campesinos creyeron que se uniría a ellos para luchar por la libertad. Tenían la idea de que la Reforma era el medio para conquistar esa liberación, aun mediante el uso de la fuerza. En algunos sectores de Alemania, como por ejemplo en Hesse, los campesinos habían llegado a un acuerdo con su príncipe. En Suabia las quejas de ellos se expresaron en «doce artículos», en los que exigían la eliminación de abusos intolerables, la reducción de impuestos y el derecho de pescar y cazar. Los campesinos quizá habrían llegado a un convenio también en el sur de Alemania, si no hubiera sido por el fanatismo de dirigentes extraviados como Tomás Münzer.
Lutero afirmaba que los campesinos nunca debían usar la fuerza, y claramente les advertía que si tomaban la espada perecerían a espada; sin embargo, esas advertencias no fueron escuchadas y los campesinos comenzaron a dedicarse al pillaje, a asesinar y a invadir las tierras de sus señores. Lutero se sintió obligado a actuar. En su furibundo opúsculo Contra las hordas de campesinos asesinos y ladrones declaraba que puesto que los campesinos habían desoído sus advertencias y tomado la espada, se sentía obligado a exhortar a los señores para que establecieran el orden por la fuerza de las armas. «Heridlos, matadlos, apuñaladlos» como a perros rabiosos, ordenaba (Bainton, Id., p. 280). Desde ese momento los campesinos del sur de Alemania consideraron a Lutero como un traidor; y esa actitud del reformador fue una razón para que se perdieran para el protestantismo los Estados del sur de Alemania. Aunque Lutero prácticamente no tenía otras opciones en este asunto, a partir de ese momento dio su apoyo a los príncipes antes que al pueblo cuando los intereses de ambos estaban en pugna. Este proceder de Martín Lutero es defendido por algunos historiadores como inevitable; otros lo condenan como un error irreparable.
Lutero también encontró dificultades con el radicalismo y fanatismo crecientes de ciertos extremistas religiosos a quienes se refería como Schwärmer (fanáticos). Entre ellos estaba su ex colega Andrés von Carlstadt, el cual tenía puntos de vista divergentes en cuanto a la Santa Cena, que consideraba como un mero recordativo y no un sacramento . Ulrico Zwinglio, de Zurich, tenía la misma opinión de Carlstadt, y puesto que esta enseñanza acerca de la Cena del Señor era otra amenaza para la unidad de los protestantes, el príncipe Felipe de Hesse pidió que los paladines de cada facción se reunieran en Marburgo, en 1529, para allanar sus diferencias. Es evidente que el príncipe también tenía el propósito de que hubiera unidad política. No desaparecieron las diferencias de opiniones entre Lutero y los otros, y se amplió la brecha entre los luteranos, por un lado, y los reformados o evangélicos, por el otro. La dieta de Augsburgo y la liga de Esmalcalda.-
Los partidarios de Lutero presentaron su confesión de fe, la Confessio Augustana, redactada por Felipe Melanchton, ante la dieta imperial de Augsburgo, en Baviera, en 1530. Lutero no estuvo presente en Augsburgo porque estaba bajo el entredicho imperial y no podía salir de Sajonia. Esta confesión fue una declaración de las creencias luteranas notablemente completa y bien meditada, completamente libre de elementos de polémica. En realidad, parecía demasiado suave para muchos, incluso para Lutero, que esperaba en el castillo de Coburgo, en el sur de Sajonia, mientras sus correligionarios luteranos estaban en Augsburgo.
Había muchas personas destacadas en Alemania que pensaban que aún era posible una reconciliación entre católicos y protestantes; pero fue evidente que sólo era un sueño, y se hizo necesario que los príncipes luteranos de Alemania formaran una alianza conocida como la Liga de Esmalcalda, en 1531. La guerra entre los dos bandos estalló 15 años más tarde. Los artículos protestantes de Esmalcalda, en 1537, claramente presentaban los puntos de diferencia con Roma. La paz de Augsburgo concedió en 1555 a luteranos y católicos iguales derechos en Alemania, sobre la base de un principio adoptado en 1526 en la dieta de Spira, que requería que un residente en cualquier Estado alemán aceptara la forma de religión profesada por su príncipe si deseaba permanecer en ese Estado.
IV. La Reforma en Suiza y Francia
Ulrico Zwinglio.-
Ulrico Zwinglio (1484-1531) nació en las montañas de la Suiza oriental, y estudió en Basilea, Berna y Viena. Durante diez años actuó como sacerdote en Glarus. Como sacerdote y más tarde como ministro del Evangelio, siempre se interesó en los soldados. Con frecuencia los acompañaba al campo de batalla como capellán, y finalmente murió como tal en un combate. Zwinglio fue atraído en su juventud por las enseñanzas de los humanistas. Se sintió especialmente conmovido por un poema de Erasmo, en el cual se quejaba de que los hombres no van a Jesucristo para resolver sus problemas religiosos, a pesar de que sólo en él pueden encontrar «felicidad, perdón y salvación». Zwinglio se había convencido desde muy temprano que la salvación sólo se obtiene por medio de la fe sin el mérito de las buenas obras.
Zwinglio fue a Zurich en 1518 como sacerdote de la catedral, e inmediatamente comenzó a predicar sermones en los que exponía el Evangelio según San Mateo. En 1520 renunció a la pensión papal que había recibido durante cinco años, y ávidamente leyó los escritos de Lutero. Se negó a aprobar el ayuno durante la cuaresma, con lo que escandalizó a su superior, el obispo de Constanza. Desde ese momento procuró basar sus enseñanzas y su vida únicamente en las Escrituras. Para él las Escrituras eran arjitéles: la primera y la última palabra. Pronto atacó el celibato de los sacerdotes, los votos monásticos y la salvación por las obras. Con otros diez sacerdotes pidió permiso al obispo y al gobierno de Zurich y a los gobernantes de varias regiones de Suiza para predicar el Evangelio.
En 67 tesis Zwinglio destacó la autoridad de la Biblia, la mediación de Cristo y la justificación por la fe. Inevitablemente tuvo que hacer frente al dilema de si el cristiano debe obedecer al Dios que habla en la Biblia, o a Roma. El día de pascua de resurrección del año 1525, un servicio de comunión celebrado en idioma alemán sustituyó a la misa en latín en la catedral de Zurich. Este fue el comienzo formal de la Reforma en esa ciudad. El gobierno de Zurich le quitó el liderazgo de la iglesia al obispo de Constanza. En 1528 la ciudad de Berna también adoptó la manera reformada del culto después de un debate dirigido por Zwinglio, Ecolampadio de Basilea y Bucero (Butzer) de Estrasburgo.
Si se compara a Zwinglio con Lutero se ve que las experiencias religiosas del primero no eran tan emotivas como las del reformador alemán, sino más tranquilas y en armonía con el humanismo. Lutero estaba angustiado por la pregunta, «¿cómo puedo ser justificado ante Dios?»; pero Zwinglio estaba profundamente agitado por el paganismo romano y por la ignorancia y la superstición que prevalecían en la cristiandad. Su meta era restaurar la sencillez evangélica, y no se sentía impresionado ni por el misticismo ni por una forma complicada de culto. Para él la Santa Cena era sencillamente un recordativo, y se oponía a la idea de la consubstanciación de Lutero. La reforma de la iglesia en Suiza produjo una guerra civil. En 1531 Zwinglio acompañó a las tropas protestantes al campo de batalla de Kappel, donde fue muerto. Era un ardiente patriota, un modelo para gobernantes cristianos. Su obra fue continuada en Zurich por Heinrich Bullinger.
Juan Calvino.-
Juan Calvino (1509-1564) pertenece a la segunda generación de reformadores. Comenzó su obra en Ginebra cuando Lutero virtualmente ya había terminado su tarea. Nació en la provincia de Picardía, en el noreste de Francia, y estudió humanidades en París y leyes en Orleans y Bourges. Llegó a la convicción de que la seguridad del perdón y la certeza de la salvación deben encontrarse en la Biblia. Mientras estaba en la Universidad de París también estudiaba allí Ignacio de Loyola, fundador de la orden de los jesuitas. Calvino se sentía dominado por el humanismo. Como estaba dotado de una mente perspicaz, influida por la sabiduría del pasado, si hubiese podido escoger a su gusto habría elegido la carrera de humanista antes que la de reformador religioso. Escribía con elegancia en latín, como lo testifica su comentario sobre De Clementia de Séneca. Tenía sólo 23 años de edad cuando esa obra atrajo la atención de los principales humanistas.
No se puede decir con exactitud cuándo y cómo Calvino se hizo protestante. Su trato con Erasmo y Lefevre d’Étaples, sus relaciones en Orleans, la lectura de los libros de Lutero y la influencia de Pedro Roberto Olivetán y algunos de sus maestros, influyeron en su conversión. Mientras era adolescente, su padre había comprado algunos beneficios eclesiásticos para él; pero en 1534, a la edad de 25 años, renunció a sus beneficios eclesiásticos cuando se negó a ser ordenado sacerdote. Calvino salió de Francia y fue a Basilea, donde publicó en latín la obra Institutio Religionis Christianae. Tenía sólo 26 años cuando la escribió. Esta obra es, con gran ventaja, la más Influyente de la enseñanza protestante. Tradujo ese libro al francés y lo revisó en 1541. Más tarde Calvino revisó y amplió su Institución hasta que llegó a su forma final en 1559: un libro de 83 capítulos que sólo tuvo seis en su primera edición.
La Institución sigue el orden del credo de los apóstoles, y trata de (1) el conocimiento de Dios como Creador y Soberano, (2) el conocimiento de Dios como Redentor en Cristo, (3) los medios por los cuales se puede obtener la gracia de Cristo y (4) los medios usados por Dios para conducirnos a Cristo. Aunque las ideas de Calvino no eran del todo nuevas, presentó en una forma novedosa lo que él pensaba que había sido enseñado en la iglesia cristiana antes de que la Iglesia Católica Romana alterara las enseñanzas básicas de los apóstoles. La Institución es la presentación sistemática más abarcante de la fe protestante que jamás se haya escrito. Por supuesto, Calvino consideraba que las Escrituras son el registro fidedigno de las obras de Dios. Todo el sistema de Calvino se basaba en la voluntad soberana de Dios que todo lo trasciende. Dedicó esta obra monumental al rey de Francia, ante quien procuraba presentar a los cristianos evangélicos como leales ciudadanos en vez de subversivos, como los acusaban sus enemigos.
Cuando Calvino pasó por Ginebra en 1536, el año en que se introdujo el culto reformado en esa ciudad, fue instado por Farel para que se quedara y lo ayudara en sus labores. Junto con Farel se esforzó por crear una iglesia modelo, un gobierno espiritual basado en una colaboración armoniosa entre la iglesia y el gobierno civil. Al darse cuenta de que entonces sería imposible llevar a cabo tal plan en Ginebra, permaneció allí sólo poco más de un año.
En abril de 1538 los dos reformadores fueron expulsados de Ginebra porque se opusieron a acceder a algunas medidas que consideraron como una interferencia civil en los asuntos eclesiásticos. Calvino se refugió en Estrasburgo, donde sirvió como pastor y maestro de la comunidad francesa, además de revisar su Institución. Contrajo matrimonio con Idelette de Bure, viuda de un anabaptista. En Estrasburgo también dio forma a la liturgia eclesiástica que llegó a ser la base de la organización de la iglesia en su obra posterior. Al asistir a algunas asambleas alemanas conoció a Melanchton, con quien trabó amistad. Mientras tanto se formó en Ginebra un gobierno más favorable a Calvino, y se le pidió que regresara; pero le repugnaba mucho el pensamiento de volver a una ciudad de la que había sido expulsado. Calvino escribió a Farel que preferiría soportar un millar de muertes antes que llevar esa cruz de volver a Ginebra. Pero Farel insistió y Calvino finalmente asintió. «Si se me diera a elegir, haría cualquier cosa antes que acceder en este asunto -le escribió a Farel-; pero como recuerdo que no me pertenezco, ofrezco mi corazón como si fuera muerto en sacrificio para el Señor» (Williston Walker, John Calvin, pp. 259-260).
Calvino luchó incesantemente con sus adversarios en Ginebra durante los siguientes catorce años. Más de cincuenta personas fueron deportadas, encarceladas o ejecutadas. El más sensacional de estos casos fue el de Miguel Servet, médico y teólogo español que fue quemado en 1553. Servet era considerado como hereje tanto por católicos como por protestantes, porque estaba en desacuerdo con enseñanzas básicas del cristianismo, especialmente la doctrina de la Trinidad. Calvino, que antes había tenido dificultad con esta doctrina en su controversia con Bolsec, consideró que era su deber librar a la iglesia cristiana de Servet, porque resultaba detestable no sólo para él mismo, en Ginebra, sino también para los dirigentes en otras partes de Suiza, cuya opinión acerca del teólogo español Calvino había solicitado y conseguido.
La condenación de Servet le dio a Calvino una ventaja decisiva en Ginebra, pues desde ese momento su posición fue indiscutido, y llevó adelante su plan de reformar las costumbres de la iglesia. Publicó la edición final de su Institución, e influyó para que Teodoro de Beza fuera llamado para dirigir la recién fundada academia de Ginebra. Calvino era de constitución física frágil y sufría constantemente de dolencias de varias clases; murió en 1564. Pero estableció sólidamente su gobierno eclesiástico en Ginebra y fijó un patrón de evangelismo que llevó la fe protestante no sólo a su Francia natal sino también a Holanda, Inglaterra y Norteamérica. Ginebra se convirtió en un centro de atracción para hombres prominentes de muchos países. Uno de ellos fue Juan Knox, de Escocia, quien vivió por algún tiempo en Ginebra.
Los rasgos característicos de la reforma calvinista son: (1) El lugar central que se da a la doctrina de la soberanía de Dios en la creación, en el gobierno y en la redención del mundo (predestinación). Durante más de cien años los historiadores han afirmado que la predestinación es el tema central de la teología de Calvino; pero es más aceptable afirmar que según la opinión de Calvino, la creencia en la predestinación es más bien el resultado final de nuestra fe en la gracia de Dios. En la primera edición latina de su Institución (1536) no se trata la predestinación como una doctrina separada. (2) La institución de la disciplina de la iglesia mediante el Consistorio, el conjunto de pastores y ministros de Ginebra que regían en los casos de desórdenes morales y reprimían las falsas enseñanzas. (3) El gobierno eclesiástico mediante dirigentes elegidos por miembros de la iglesia. Ese sistema sinodal presbiteriano dio gran importancia a la cooperación de los laicos en los asuntos de la iglesia e influyó directamente en la forma de gobierno representativo en los países democráticos. (4) La enseñanza de que en la Santa Cena el participante sincero recibe con el pan y el vino la virtud del cuerpo y de la sangre de Jesucristo, a saber, las gracias que están representadas por los emblemas. (5) El genio de Calvino como organizador y como propagador de la fe, que lo llevó a crear un sistema que capacitó al protestantismo para difundirse rápidamente. Uno de los principales métodos consistía en la preparación de ministros, evangelistas y maestros en la academia de Ginebra poco antes fundada. Esa academia se convirtió más tarde en la Universidad de Ginebra, a la que Tomás Jefferson se refirió como uno de los dos «ojos intelectuales» de Europa. En su opinión el otro «ojo» era Edimburgo.
Lutero pudo liberar la conciencia cristiana del legalismo romano. Zwinglio liberó al pensamiento cristiano de los errores y abusos del paganismo romano; pero Calvino fue el educador de la conciencia cristiana, que él sometía a la autoridad de Dios. Educando la conciencia cristiana y organizando magistralmente la iglesia cristiana, ayudó a preparar a hombres para el advenimiento de la libertad política y religiosa.
Los hugonotes de Francia.-
Humanistas y evangélicos hicieron intentos para reformar la iglesia durante el reinado de Francisco I (1515-1547). Entre ellos se destacaron los fabrisianos o seguidores de Lefèvre d’Étaples (Faber Stapulensis). En 1521 se congregaron alrededor de Guillermo Briconnet, obispo de Meaux. Se esforzaron por eliminar los abusos de la iglesia y para que hubiera una predicación más evangélica. La más influyente en auspiciar este movimiento humanístico precursor del calvinismo fue Margarita de Navarra, hermana del rey Francisco. Culta e interesada en las ideas de los «biblicistas» o expertos en la Biblia, invitaba a algunos de ellos para que predicaran en el Louvre, el palacio real de París. Ella escribió una cantidad de obras que tienen un sabor luterano, especialmente El espejo del alma Pecaminosa, en 1531. Dentro de unas condiciones políticas cambiantes, el rey de Francia intermitentemente estuvo interesado en las nuevas ideas y favoreció a los «luteranos» de Francia. Cuando necesitó de la ayuda de los príncipes luteranos alemanes, los luteranos de Francia tuvieron un intervalo de alivio. El primo del rey, Luis de Berquin, era un «luterano» francés destacado, pero mal aconsejado. Fue ejecutado por su fe en 1529. «Si Francisco lo hubiese apoyado hasta el fin, él [Berquin] hubiera sido el Lutero de Francia» (Teodoro de Beza, Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge, t. 2, p. 69).
Después de la muerte de Francisco I y de su inteligente hermana, los reyes de Francia trataron de restaurar el catolicismo romano. Entre tanto el grupo minoritario protestante -los hugonotes- se había convertido en partido político. Pronto los hugonotes contaron con algunos nobles destacados: Enrique de Navarra, Antonio de Borbón, el almirante Coligny y Luis de Condé, el mejor general de Francia en ese tiempo. En 1562 estalló en Francia una guerra civil religiosa intermitente. Se debió a causas políticas y religiosas, y duró hasta 1594. El acontecimiento más destacado de ella fue la sangrienta matanza de San Bartolomé en agosto de 1572. Cuando los dirigentes de los hugonotes vinieron a París para asistir al matrimonio de su rey Enrique de Navarra, miles de ellos fueron asesinados junto con muchos millares de otros hugonotes.
Al hugonote Enrique, rey de Navarra y nieto de Margarita, se le ofreció la corona de Francia con la condición de que abjurara del protestantismo. Lo hizo por motivos políticos; pero durante su reinado, como el primero de la dinastía de los Borbones (1589-1610), favoreció a los hugonotes nombrándolos como ministros y mensajeros. En 1598 promulgó el edicto de Nantes, que con sobrada ventaja fue el decreto más liberal concedido hasta ese entonces en la Europa occidental. En él se declaraba que la religión católica era la religión nacional, pero concedía un notable grado de libertad a los hugonotes. No se los perseguiría más debido a la religión, pero no se permitiría la celebración de servicios religiosos de los reformadores en París o dentro de un radio de 35 km. El decreto asignaba ciudades de refugio para los hugonotes, a quienes también se les daba el derecho de desempeñar cargos públicos. Enrique IV acababa de trazar con su ministro Sully un plan de paz y comprensión general, al que se denominaba el «gran proyecto», cuando fue asesinado por Ravaillac, un monje fanático, en 1610. El edicto de Nantes fue parcialmente abrogado por el cardenal Richelieu en 1628 y completamente revocado por Luis XIV en 1685.
Libertad de conciencia.-
La iglesia de Roma ha sido tradicionalmente intolerante por naturaleza y por principio, pues ha sostenido que como es la única iglesia verdadera ninguna otra tiene derecho de existir. Con claridad ha afirmado que sólo en la Iglesia Católica hay salvación y que los herejes deben volver al seno de la iglesia madre. Si se negaban a volver, era mejor que murieran pues no lograrían la salvación y constituían un constante peligro para los fieles. Desde el Concilio Vaticano II esta posición se ha suavizado. La Iglesia Católica ahora habla de la necesidad de ganar a los «hermanos separados», pero afirma que sólo debe usarse la persuasión para lograrlo.
El protestantismo claramente enunció el principio de libertad de conciencia; pero permaneció sólo como un principio durante mucho tiempo. El protestantismo también exigió en la práctica plena sumisión a la que consideraba Unam Sanctam, «La única santa iglesia». Los que se oponían a esas enseñanzas eran disciplinados y un muertos, como sucedió en Ginebra con Miguel Servet. Antes de la Revolución Francesa se esperaba que la gente aceptara y practicara la religión del príncipe que la gobernaba. Por ejemplo, en una región de Alemania, el Palatinado, los habitantes tuvieron que cambiar su religión seis veces en menos de un siglo debido a que sucesivos gobernantes representaron una fe religiosa diferente.
Cuando fue revocado el edicto de Nantes, los hugonotes fueron perseguidos de nuevo en Francia. Las atrocidades que se cometieron en nombre de la unidad religiosa del reino finalmente despertaron la conciencia pública. Luis XVI concedió reconocimiento legal a los protestantes en 1787 mediante un edicto de tolerancia. En 1804 el emperador Napoleón proclamó que su intención y firme determinación que se mantuviera la libertad de cultos. Afirmó su convicción de que el dominio de la ley termina donde comienza el dominio de la conciencia, y que ni la ley ni los gobernantes pueden hacer nada contra esa libertad. Pero esa libertad fue oficialmente condenada por el papa Pío IX en el Syllabus Errorum en 1864. La separación formal y completa de la iglesia y el Estado sólo se hizo efectiva en Francia en 1905.
V. La Reforma en Inglaterra
Establecimiento de la Iglesia Anglicana.-
Con el camino ya preparado por los lolardos de Wyclef, la reforma inglesa avanzó a grandes pasos en el siglo XVI. Sin embargo, la reforma en Inglaterra fue diferente de la reforma en el continente europeo, en tres aspectos dignos de tenerse en cuenta. (1) Dos movimientos antipapales progresaron simultáneamente en Inglaterra en el siglo XVI: un movimiento religioso que había incorporado influencias humanistas, luteranas y de Wyclef, y un movimiento político que tenía el propósito de depositar toda la autoridad religiosa en el rey y no en el papa. (2) Hubo constantes conflictos, especialmente a fines de ese siglo, entre los bandos romanistas y protestantes dentro de la Iglesia Anglicana. (3) En Inglaterra hubo una notable tendencia de entrar en componendas en asuntos de doctrina y liturgia. Un hombre de profundas convicciones no podía mantener sus puntos de vista debido, en parte, a los obstinados soberanos de la dinastía de los Tudor, especialmente Enrique VIII. Por eso la teología anglicana no muestra el vigor ni la independencia de los sistemas religiosos de Calvino y Lutero.
Enrique VIII (1509-1547) dio varios pasos decisivos: se proclamó como único jefe de la Iglesia Anglicana, y más tarde disolvió los monasterios. El rey permaneció católico romano en doctrina y liturgia y aplastó toda oposición: los católicos eran ahorcados por traición y los protestantes por herejía. Su hijo, Eduardo VI (1547-1553) fue más favorable hacia el protestantismo. Líderes protestantes fueron invitados para ir del continente europeo a Inglaterra, y bajo la dirección de Tomás Cranmer, el Libro de oración común mostró en dos ediciones sucesivas (1549, 1552) una marcada tendencia hacia las enseñanzas protestantes. La sucesora de Eduardo VI, María Tudor (1553-1558) era una católica ferviente como su madre Catalina de Aragón; fue animada en sus empeños por su esposo, Felipe II de España, el hijo del emperador Carlos V. Varios centenares de líderes protestantes fueron ejecutados en los campos de Smithfield, cerca de Londres. Entre ellos Cranmer, Ridley, Hooker, Rogers, etc. Durante su reinado muchos protestantes escaparon y encontraron refugio en el continente europeo, en Francfort, Estrasburgo, Ginebra y diversas ciudades alemanas.
Con el advenimiento de Isabel I (1558-1603) el protestantismo recuperó vigor en Inglaterra. Muchos de los exiliados del período de María Tudor regresaron y trajeron consigo la convicción de que aunque la Iglesia Anglicana era la iglesia reconocida de Inglaterra, sus reformas doctrinales no habían ido suficientemente lejos. La reina Isabel estaba inclinada a la ostentación y a la pompa en la iglesia. Era protestante en doctrina, pero introdujo en la liturgia anglicana y en sus ritos muchas prácticas que desagradaban a los reformadores ingleses; sin embargo, el elemento puritano ganaba más y más importancia y exigía un cambio a una forma de culto más sencilla y menos sacerdotal.
Para definir la doctrina de la iglesia se promulgaron en 1571 los «treinta y nueve artículos de fe», una modificación de los «cuarenta y dos artículos» del reinado de Eduardo VI. Se exigía que todos los sacerdotes y ministros se sometieran a ellos. La Iglesia Anglicana fue defendida por eruditos eminentes como John Jewel, obispo de Salisbury, quien escribió la Apologia pro Ecclesia Anglicana (1562), la primera presentación metódica de la posición de la Iglesia de Inglaterra frente a la Iglesia de Roma. Aún más notable fue la obra de Richard Hooker, Of the Laws of Ecclesiastical Polity (1594, 1597). Hooker se definió contra el catolicismo y también contra los presbiterianos puritanos. Opinaba que la forma de gobierno episcopal era la mejor para la Iglesia de Inglaterra. Veía a la iglesia y al Estado como dos aspectos de la misma nación, y ambos debían estar bajo el gobierno directo del soberano.
Durante el reinado de Isabel I hubo un reavivamiento católico romano presidido por el cardenal William Allen (1532-1594), graduado en Oxford. No quiso prestar el juramento de fidelidad a Isabel, y más tarde viajó a Roma. En 1568 fundó un seminario en Douai, en el Flandes español, al otro lado del canal de la Mancha y fácilmente al alcance de los católicos ingleses. Allí fueron preparados muchos misioneros ingleses que regresaron a su país natal. Allí se preparó una traducción de la Biblia de origen católico: la versión Douai-Reims. El NT fue publicado en Reims en 1582, y el AT, en dos tomos, en Douai, en 1609. Los católicos ingleses tenían grandes esperanzas y usaron toda suerte de tretas e intrigas, algunas de las cuales giraban en torno de María Estuardo (1542-1587), reina de Escocia, quien por motivos de consanguinidad reclamaba el trono de Inglaterra.
Puritanos y separatistas.
Los puritanos fueron mucho más influyentes que los católicos durante el reinado de Isabel. Su meta era «purificar» la Iglesia Anglicana de todo vestigio de romanismo. Entre ellos había muchos que se habían preparado en el continente europeo, especialmente en Ginebra. Los puritanos diferían entre ellos en cuanto a la medida en que debían manifestar su lealtad al soberano. Algunos favorecían una forma presbiteriana de gobierno eclesiástico. Tomás Cartwright se destacó entre los principales puritanos presbiterianos en los días de Isabel. John Whitgift, arzobispo de Canterbury, manipuló las cosas para que Cartwright fuera destituido de su cátedra en Cambridge. Whitgift, cabeza nominal de la Iglesia Anglicana, se puso de parte de una lealtad absoluta a la política de uniformidad de Isabel.
Los separatistas o independientes eran aun más radicales que los puritanos. Los puritanos pedían permanecer dentro de la Iglesia Anglicana, la cual anhelaban que fuera limpiada de todo rastro de catolicismo. Pero los separatistas o independientes creían, como los anabaptistas en el continente europeo, que era una necesidad la formación de iglesias separadas de la iglesia estatal. Eran separatistas porque se apartaban de la Iglesia Anglicana, e independientes porque creían en la plena autonomía de la iglesia local. Su ideal era que cada congregación, con Cristo como su cabeza, fuera una iglesia que se gobernara a sí misma, que eligiera a su propio pastor y a otros dirigentes siguiendo lo que ellos suponían que era el modelo del Nuevo Testamento. Su dirigente pionero principal fue Roberto Browne (c. 1550-c.1633), graduado de Cambridge, quien comenzó siendo puritano.
Entre los que habían regresado del continente europeo durante el siglo XVI, estaba Juan Knox (c.1505-1572). Fue ordenado como sacerdote en Escocia, pero él y algunos de sus jóvenes seguidores se unieron a un grupo en el castillo de San Andrés y pronto comenzaron a predicar opiniones protestantes. Después de ser capturado y llevado a Francia durante 19 meses como prisionero condenado a las galeras, regresó a Inglaterra, donde la Reforma era favorecida por Eduardo VI. Durante el reinado de María Tudor huyó al continente europeo y fue a Ginebra. Allí se convirtió en un ardiente discípulo de Juan Calvino. Se casó con Margarita Bowes, con quien se había comprometido en Inglaterra después de abandonar el sacerdocio católico.
La visita de Juan Knox a Escocia en 1555 dio un gran ímpetu a la Reforma en ese país. En 1557 la nobleza de Escocia, por razones políticas y religiosas, hizo un pacto para establecer «la muy bendita palabra de Dios y su congregación»; por lo tanto, fueron llamados «los señores de la congregación». En 1561 Escocia oficialmente se definió en favor de la Reforma; pero la prohibición del regente de que se predicara la religión reformada produjo una guerra civil. El parlamento escocés adoptó una confesión de fe cuyo borrador había sido redactado por Knox y que era definidamente calvinista en espíritu. Knox pidió y consiguió la protección de las autoridades civiles para que se efectuaran los cambios que él creía necesarios. Para reorganizar la iglesia de acuerdo con los principios de él y basándose en el modelo de la iglesia de Calvino, en Ginebra, Knox escribió The First Book of Discipline. Se hicieron planes para que hubiera un sistema de escuelas y se impartiera educación superior en las universidades. Esta insistencia en la importancia de la educación recibió, por regla general, mucho énfasis de parte de los reformadores. The First Book of Discipline también promovió un sano espíritu de independencia. El culto público fue reorganizado de acuerdo con el Book of Common Order de Knox, adoptado en 1564. Este libro mostraba una notable influencia de Calvino y permaneció como una obra modelo en la Iglesia Presbiteriana hasta 1645.
María, reina de Escocia, casada con el rey Francés Francisco II, volvió a su país a la muerte de su esposo. Como era una leal católica asistía a misa en su capilla en Escocia. Desde su púlpito de Saint Gilles, en la catedral de Edimburgo, Knox clamaba contra esa reaparición de la misa y destacaba las frivolidades de la corte de María. Durante un tiempo pareció que el catolicismo tenía una buena oportunidal de lograr éxito otra vez en Escocia. Las desventuradas aventuras matrimoniales de María con Lord Darnley, católico, y sus intrigas para ocupar el trono inglés después del reinado de Isabel, que no tuvo hijos, no mejoraron su reputación entre los nobles protestantes de Escocia. La guerra civil de Escocia arrojó a María de su tierra natal e hizo que buscara refugio en Inglaterra, donde fue ejecutada en 1587 acusada de complicidad en un complot para asesinar a Isabel. Knox, el elocuente y fogoso luchador de parte del Señor, vivió para ver el triunfo de su causa en Escocia.
Los puritanos combaten el absolutismo real.-
Con la muerte de Isabel Tudor, una nueva dinastía ocupó el trono inglés: los Estuardos de Escocia. Jacobo VI de Escocia, hijo de María Estuardo, se convirtió en rey de Inglaterra con el nombre de Jacobo I (1603-1625). Desde el comienzo atacó por igual a los católicos y a los protestantes extremistas. En 1604 ordenó el destierro de los sacerdotes, y el parlamento confirmó las leyes de Isabel contra los católicos. Finalmente esto resultó en la famosa «Gunpowder Plot» (conspiración de la pólvora), que fue un intento para eliminar al rey y a la Cámara de los Lores. El descubrimiento de ese complot despertó un gran sentimiento anticatólico, lo que condujo a medidas todavía más represivas contra los católicos.
Los presbiterianos se oponían a la forma episcopal de gobierno de la iglesia y a la idea del derecho divino de los reyes. El rey estaba determinado a que el pueblo inglés se ciñera a la Iglesia Anglicana establecida. La actitud del rey lo único que logró fue aumentar el rigor y el dogmatismo de los puritanos, quienes favorecían una estricta observancia del domingo, la lectura de la Biblia, los servicios religiosos en los hogares, e insistían en la pureza de las costumbres. Entre los puritanos, en los días de Jacobo I, había varias facciones: (1) los presbiterianos, que preferían un gobierno eclesiástico mediante un cuerpo de presbíteros o ancianos regularmente elegidos; (2) los independientes, que insistían que en la iglesia, como una comunidad de creyentes, debía predominar la libre voluntad y la libertad, pues consideraban que el gobierno eclesiástico debía residir en la parroquia o congregación; (3) los bautistas, que procedían principalmente de los independientes, defendían el bautismo de los adultos por inmersión, considerando que el bautismo de las criaturas era incompatible con las verdaderas creencias y prácticas cristianas.
La Biblia del rey Jacobo.-
Jacobo I también se opuso al pedido de una reforma protestante moderada que le fue sometido por los puritanos en 1603, o sea la «petición milenaria», llamada así porque se suponía que la habían firmado mil personas. En 1604 se celebró una asamblea de obispos y puritanos en la residencia real de Hampton Court. Su único resultado tangible fue el comienzo de una nueva traducción de la Biblia. Durante la dinastía anterior se habían editado dos nuevas versiones de la Biblia: la Biblia de los Obispos, usada principalmente en las iglesias, y la Biblia de Ginebra, basada en la traducción del Nuevo Testamento de Tyndale y otra traducción del Antiguo Testamento, que básicamente era la misma que la de la Biblia de los Obispos. Para que se produjera esa nueva traducción, Jacobo nombró a 54 eruditos, divididos en seis grupos de nueve hombres cada uno, que trabajaban independientemente. Una comisión de doce repasó todo el texto. Se usaron los idiomas originales en los mejores textos disponibles. La obra comenzó en 1604 y terminó con la publicación de la traducción en 1611. Aunque en Inglés se hace referencia a ella como a «la versión autorizada», no hay ninguna prueba de que alguna vez tuviera la aprobación formal del rey. Esta versión no tiene el sello del genio de un individuo, como es el caso de la traducción alemana de Lutero o la española de Casiodoro de Reina. Fue el producto de muchas mentes, y a pesar de muchas otras traducciones que se han publicado, permaneció durante más de tres siglos y medio como el texto aceptado y amado por el mundo de habla inglesa.
Emigración de los separatistas a América.-
Cuando los separatistas o independientes fueron perseguidos en Inglaterra, algunos de ellos buscaron refugio en el continente europeo, particularmente en Holanda, que era un baluarte calvinista. Fue en Amsterdam donde se levantó la primera iglesia bautista inglesa en medio de los separatistas, bajo el liderazgo de John Smyth, quien murió en 1612. Los separatistas, que eran despreciados por los anglicanos conservadores y aun por un amplio sector de los puritanos ingleses, no encontraron la solución para sus problemas en Holanda y entablaron negociaciones con la Compañía de Virginia. Fueron invitados a ir a la colonia de Virginia por Sir Edwin Sandys, quien concedió tierras a la congregación de Leyden en lo que se llamaba las «partes del norte de Virginia»; pero el Mayflower, en el que habían embarcado 102 peregrinos, en vez de llevarlos al territorio convenido, los condujo en noviembre de 1620 a las áridas costas del cabo Cod, que pertenecía a la Compañía Plymouth. Los peregrinos no estaban legalmente autorizados para establecerse allí; además, no se había organizado ningún gobierno para esa región, por lo tanto, los colonizadores antes de desembarcar redactaron una carta constitucional propia, un documento llamado el «pacto del Mayflower». Cada miembro convino en apoyar a la mayoría. Todos los hombres constituían la asamblea, que se convirtió en un cuerpo tanto legislativo como judicial y que elegía a un gobernador y a sus ayudantes. A partir de esos comienzos formaron un sistema de gobierno sólido para las unidades locales a medida que aumentaba el número de habitantes y comunidades, y cada una de ellas enviaba representantes a la corte general o asamblea de toda la colonia. Debe aclararse que de los aproximadamente cien peregrinos que llegaron con el Mayflower, sólo doce constituyeron la feligresía de la primera iglesia.
Un segundo éxodo de disidentes ingleses que vinieron al Nuevo Mundo tuvo lugar durante el reinado de Carlos I, y entre ellos había una cantidad de puritanos. Un grupo de esos disidentes se reunió en Cambridge, Inglaterra, bajo la dirección de John Winthrop, y organizó una compañía cuyo control dependía de los que habían ido a América. Consiguieron el derecho a las tierras en la bahía de Massachusetts, al norte de Plymouth, y durante el año 1630 llegaron aproximadamente unos mil llamados «peregrinos». A esto se llama la «Gran Migración». Alrededor de 1642 había en la colonia unas dieciséis mil personas.
La colonia de la bahía de Massachusetts se basaba en principios teocráticos: la legislación del Antiguo Testamento era el modelo para el castigo de brujería, blasfemia, idolatría, juegos de azar y la profanación del «día del Señor». El proceder de estos colonizadores por lo menos era tan intolerante como el de aquellos de los cuales habían huido. Algunos desacuerdos que hubo en Massachusetts condujeron a la iniciación de otra Colonia, la de Rhode Island. Sus fundadores, el joven pastor Rogelio Williams y la Sra. Ana Hutchinson y sus seguidores, fueron expulsados de Massachusetts debido a sus puntos de vista en cuanto a la religión. En 1636 Williams y otros fundaron Providencia en la bahía de Narragansett, la que debía ser un «refugio para personas cuyas conciencias eran forzadas». Los seguidores de la Sra. Hutchinson se establecieron poco después en Portsmouth, en una isla cercana, y un poco después comenzó el establecimiento de Newport. En todos esos pueblos se concedía completa libertad de religión y de palabra, y en 1663 formaron una unión y recibieron una carta constitucional de Carlos II.
Carlos I y los puritanos (1625-1649).-
La doctrina del derecho divino de los reyes, brillantemente defendida en Francia por el jesuita cardenal Richelieu, hizo del rey de Francia (Luis XIII, en este caso) un monarca que gobernaba por la gracia de Dios y que sólo era responsable ante Dios. Esta idea vino bien en Inglaterra en tiempo de los Estuardos, que estaban inclinados al concepto católico del gobierno. Carlos I, cuya esposa era hermana de Luis XIII, estaba convencido de que como rey debía gobernar por derecho divino, y que al procurar el bienestar del pueblo no debía someterse en nada a la fiscalización de sus súbditos o del parlamento. Carlos intentó que el parlamento interfiriera lo menos posible con su política, y la relación entre el rey y el parlamento se hizo tensa desde entonces en adelante. El rey, mal aconsejado por Strafford y Laúd, se propuso finalmente gobernar sin parlamento. Su intento de imponer el episcopado y el Libro de Oración Común en Escocia fue una de las razones para el conflicto entre el parlamento y el rey. Los puritanos, que favorecían los derechos parlamentarios y que constituían la mayoría de la cámara de los comunes, se oponían acerbamente al Libro de Oración Común y al episcopado. La guerra civil que sobrevino en 1642 fue peleada entre los partidarios del rey, que eran los caballeros, y los puritanos y el parlamento, llamados «cabezas redondas». La guerra se definió en favor de los puritanos, y el rey huyó a Escocia. Cuando volvió a Inglaterra fue juzgado, condenado por alta traición y decapitado en enero de 1649.
La Asamblea de Westminster.-
El parlamento abolió el Libro de Oración Común y lo reemplazó por una forma de culto modelada por la Asamblea de Westminster. Esta asamblea, convocada para aconsejar al parlamento en cuestiones religiosas, estaba compuesta por clérigos y laicos, mayormente puritanos, y se reunió en 1643. Además de las «Directivas para el culto público de Dios», redactó lo que generalmente se llama la «Confesión de fe» de Westminster, la cual se completó en 1647 y fue debatida en el parlamento; pero nunca fue autorizada oficialmente por ese organismo. La «Confesión de fe» respaldaba la forma puritana de culto, y se presentó en dos catecismos. Estos catecismos se convirtieron en el credo de las iglesias presbiterianas escocesas y determinaron el sistema de la teología reformada y la forma de administración eclesiástica. Fueron influidos mucho menos por Calvino o la teología agustiniana, que por la teología de los firmantes del pacto escocés de la reforma religiosa. La asamblea también sintió la influencia de los artículos irlandeses de fe de 1615, que fueron atribuidos al arzobispo Jacobo Ussher (1581-1656), de la Iglesia de Irlanda. Este arzobispo es más recordado por haber preparado una cronología bíblica que fue aceptada durante mucho tiempo. Sin embargo, el arzobispo se negó a estar presente en la Asamblea de Westminster.
La iglesia en tiempos de Oliverio Cromwell.-
La ejecución de Carlos I creó un vacío político después de la victoria del parlamento sobre los partidarios del rey. Se proclamó la república mientras aún sesionaba el llamado «Parlamento largo»; pero después de 1653 Oliverio Cromwell se convirtió en el Lord Protector del Commonwealth británico. Fortaleció la marina, luchó contra los católicos en Irlanda, se opuso a la expansión española y resistió la amenaza creciente del poder marítimo holandés. Pero por encima de todo, Cromwell convirtió a Inglaterra en una democracia puritana, en la cual se pretendía que el ejército peleaba las batallas del Señor. Los movimientos milenaristas continuaron creciendo o surgiendo, como los de los «vociferantes», los «cavadores», los «buscadores» y los «niveladores». También existían los «partidarios de la quinta monarquía», quienes estaban convencidos de que las cuatro monarquías de Daniel 2 ya habían pasado y que estaba por comenzar el reinado temporal de Cristo y sus santos, la quinta monarquía. Se proponían adelantar este reino aun pagando el precio de la violencia armada.
La era de Cromwell también fue un período de personajes, como Milton, Bunyan y Jorge Fox. La «Sociedad de los Amigos» o cuáqueros, fundada por Jorge Fox, pronto se arraigó sobre una base mucho más firme que la de otros movimientos religiosos. Cuando Fox, que era de cuna humilde, llegó a comprender en 1647 que debía experimentar la conversión siguiendo la «luz interior», todo el mundo le pareció nuevo y aun la tierra tenía un «nuevo olor». Renunció a la práctica de prestar juramento e insistía en la honradez y en hablar la verdad, practicaba la sencillez en el vestido, el alimento y las acciones, rehusó participar en guerras y condenaba el formalismo en la religión. El mensaje de Fox halló un gran eco en Inglaterra Y Gales, en el continente europeo y en Norteamérica. Muchos lo siguieron.
Cromwell se esforzó por evitar el caos religioso. Alcanzó un cierto grado de tolerancia religiosa, pero también apoyaba que hubiera una iglesia nacional sostenida por el Estado. El Libro de Oración Común no debía ser usado en los servicios eclesiásticos y no había obispos; en cambio debía predicarse la Biblia y, por lo tanto, los ministros debían ser cuidadosamente elegidos. Debían ser sostenidos con los diezmos, desde un fondo central. Todos los protestantes fueron tolerados, con excepción de los cuáqueros. Los clérigos podían ser presbiterianos, independientes o bautistas. Los episcopales podían reunirse para sus cultos si lo hacían en privado, y aun se toleró a los católicos si no perturbaban la paz pública. Inglaterra disfrutó de una libertad religiosa relativa que no había conocido antes.
Restauración de los Estuardos.-
Después de la muerte de Cromwell en 1658, el país cayó en la anarquía, y la restauración de la dinastía de los Estuardos fue inevitable. Carlos II (1660-1685), el «rey alegre», hijo del decapitado Carlos I, sintió mucho la influencia de la diplomacia católica. Admiraba e imitaba a Luis XIV de Francia. Procedió contra los puritanos mediante el Acta de Uniformidad (1662) que dio como resultado el destierro y el encarcelamiento de miles de puritanos. Por el Acta de Prueba (1673) se aprobó únicamente la profesión de la fe anglicana.
Jacobo II (1685-1688), hermano de Carlos II, lo sucedió en el trono. Aunque Jacobo II era católico romano profeso, el parlamento, con una mayoría «tory» en ese tiempo, no tomó ninguna medida represiva. Sin duda esto se debió, en gran medida, al hecho de que las dos hijas del rey, María y Ana, eran protestantes. Pero en 1688 le nació un hijo, Jacobo, que recibió el bautismo católico, lo cual hizo evidente que se iba a perpetuar el catolicismo romano. La comprensión de esto produjo un cambio incruento de gobierno, generalmente llamado la «Revolución gloriosa», que colocó en el trono a Guillermo de Orange y a María Estuardo. La principal consecuencia de la Revolución gloriosa fue que el parlamento promulgó la Ley de Derechos en 1689. Jacobo II había huido a Francia, y María y su consorte Guillermo de Orange, el estatúder de Holanda (jefe supremo de la antigua República de los Países Bajos), gobernaron como soberanos protestantes, constitucionales. La Ley de Derechos declaró ilegales muchas de las medidas del gobierno de Jacobo II y determinó que jamás un católico romano podría portar la corona de Inglaterra. La ley concedía libertad religiosa parcial a diversas confesiones protestantes. No se concedía libertad de culto a los católicos ni a los socinianos, y ninguno podía ejercer un cargo público ni matricularse en una universidad si no pertenecía a la comunión anglicana. El casamiento y el bautismo sólo serían válidos si eran impartidos por un sacerdote anglicano.
VI. La Contrarreforma católica
Los jesuitas.-
El protestantismo obligó a la Iglesia Católica a que definiera nuevamente su teología, a que se reorganizara como iglesia y a que evaluara de nuevo sus métodos de acción. Los jesuitas, fruto del catolicismo español, fueron el instrumento más activo en la Contrarreforma. Los católicos habían desarrollado un tremendo fanatismo religioso y patriótico en su lucha contra los moros. En el siglo XVI España se había convertido en la nación más importante del mundo, y la realeza española procuraba establecer su absolutismo en política y en religión.
Ignacio de Loyola (1491-1556) fue especial y eficazmente activo en la prosecución de esta última meta. El fundador de la orden de los jesuitas comenzó como soldado. Fue herido en 1521 en la batalla de Pamplona, abandonó la carrera militar, decidió convertirse en un soldado consagrado al papa y especializarse en la eliminación de los enemigos de la iglesia. Después de experimentar la angustia de luchas internas, ofreció sus servicios al papa para propagar la fe católica y reprimir la herejía. Fundó la Compañía de Jesús en Montmartre, París, en 1534. Esto fue aprobado por el papa Pablo III, en 1540, mediante la bula Regimini militantis Ecclesiae. Los jesuitas pronuncian los votos monásticos acostumbrados, y además hacen un voto particular de obediencia al papa. La orden fue fundada sobre el principio de una completa renuncia al juicio individual y la aceptación de una disciplina militar. Loyola escribió un tratado, Ejercicios espirituales, en el que indica cómo la voluntad del individuo puede y debe someterse y cómo cada persona debería someterse completamente a la voluntad de su superior, el cual personifica a Cristo. Este principio se opone a la idea protestante de que el individuo sólo debe obedecer a su conciencia iluminada por las Escrituras, que son la autoridad suprema en materia de fe.
Los jesuitas pudieron restaurar la confianza de los católicos alemanes. Se infiltraban en las escuelas y tomaban la iniciativa en todas las empresas importantes. También influían en los estadistas mediante un oportunismo maquiavélico y fomentaban la idea de la reserva mental. Deben ser considerados como instigadores de muchas acciones contra los protestantes, como la matanza de San Bartolomé y también las grandes crisis de Alemania que culminaron con la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Los jesuitas demostraron ser una milicia que hizo posible que la Iglesia aplicara sus métodos de autoridad absoluta y centralizara todo su poder en el papado.
El Concilio de Trento.-
El papa temía que se reuniera un concilio de la iglesia; pero el emperador Carlos V lo instó a convocar un concilio, pues aún tenía la ambición de alcanzar la unidad política y religiosa. El concilio, que fue organizado en 1542 en Trento, ciudad imperial italiana, se reunió en forma intermitente desde 1545 a 1563. El concilio debía haber tenido lugar antes; muchos sectores habían pedido una reunión tal, y aun Lutero al comienzo de su obra de reforma había pedido una convocación de esa clase. Cuando el papa Pablo III convocó ese concilio, temía que hubiera presión política; no era tranquilizador el precedente de los concilios reformadores del siglo XV. Pero los jesuitas le ofrecieron una ayuda efectiva. Carlos V, esperando que el problema de la unidad alemana se resolviera, pidió que hubiera una representación de príncipes protestantes y católicos. Pero el papa desde el comienzo estuvo interesado únicamente en doctrinas que deseaba que se definieran como opuestas a los puntos de vista protestantes proclamados en la Confesión de Augsburgo en 1530.
En el primer período (1545-1547) se definió la doctrina católica como una respuesta a los puntos de vista protestantes. Al principio predominaban los dominicos españoles, discípulos de Tomás de Aquino; pero pronto fueron desplazados por los jesuitas. Se decretó que la fuente de la verdad se halla en la Biblia y además en la tradición. Esto dio poder a la iglesia para interpretar la Biblia a su manera. En la definición de la justificación se confirmó la gracia divina como una enseñanza básica, pero también se retuvo la doctrina del mérito de las buenas obras. Se enseñó que el hombre coopera con la gracia divina mediante su libre albedrío, pero las buenas obras aumentan la posibilidad de la justificación. La justificación, se afirmó, depende de los sacramentos, que son medios de salvación, y comienza con el bautismo, el primero de los sacramentos. Se aumenta con la confirmación y la eucaristía, y si se pierde, puede recuperarse mediante la penitencia y la confesión auricular.
En el segundo período del concilio (1551-1552) el emperador exigió que los protestantes participaran de los debates; pero la influencia protestante fue tan débil en la primera fase del concilio que no fue tenida en cuenta; sin embargo, cuando el papa Julio III inauguró este concilio, parecía que podría haber una base de acuerdo entre las dos confesiones. Pero el deseo del emperador de que hubiera unión fue anulado inesperadamente por el retiro de Mauricio de Sajonia, quien abandonó al emperador para servir a la causa protestante. Esto forzó al soberano a alejarse súbitamente del Concilio de Trento y también terminó con toda participación de los protestantes en el concilio.
El Concilio de Trento reanudó sus actividades después de diez años de interrupción, y entró en su tercer período (1562-1563). Mientras tanto el protestantismo se había arraigado firmemente en Alemania y había sido reconocido oficialmente en la Paz de Augsburgo en 1555. En el sector católico los jesuitas habían vuelto a insistir en los métodos de la Inquisición, y se debatió muchísimo la delicada cuestión del poder episcopal. Desde allí en adelante se estableció que el principal dogma es el de la iglesia: una jerarquía divinamente instituida y divinamente preservada. El católico común debía permitir que el sacerdote fuera su guía, su «director espiritual». Un dirigente de influencia, el cardenal Borromeo de Milán, especialista en educación religiosa, instó a que se fundaran seminarios teológicos.
El concilio afirmó especialmente las siguientes instituciones religiosas básicas: (1) el papa, en cuyas manos está el poder de la iglesia, como vicario de Jesucristo; (2) el único texto de la Biblia que se aceptaba era el texto latino (la Vulgata), pero no al alcance de los laicos; (3) los siete sacramentos. Además debían construirse seminarios teológicos, y se creó la Congregación del Index para que examinara todo material impreso a fin de proteger la ortodoxia católica contra las publicaciones nocivas.
VII. Reavivamientos religiosos, aproximadamente de 1650 a 1750
El pietismo en Alemania.-
Después de la Paz de Augsburgo de 1555, se esperaba que se hubiera resuelto el problema de la convivencia pacífica de los católicos y de los protestantes alemanes; sin embargo, la situación empeoró a pesar del principio (adoptado quince años antes) de que cada región debía tener su propia religión, y finalmente las dos confesiones se constituyeron en dos facciones políticas. La tensión llegó a un trágico clímax en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), que comenzó con la revolución de los bohemios contra el Santo Imperio Romano Germánico. El conflicto fue precipitado por intentos que se hicieron para instalar gobernadores católicos en distritos que eran definitivamente protestantes, con lo que se violaba la Paz de Augsburgo. Además de las razones religiosas de esta guerra, hubo también motivos políticos. Después de algunos años Dinamarca fue arrastrada al conflicto, y a continuación lo fueron Suecia y finalmente Francia. El momento dramático llegó cuando entró en el conflicto el rey de Suecia, Gustavo Adolfo, al sentirse obligado a ayudar a los protestantes que estaban en apuros en el continente europeo y, sin duda, también para lograr ventajas políticas para Suecia. En Lützen, 1632, los suecos obtuvieron una brillante victoria; pero allí fue muerto Gustavo Adolfo.
El ministro francés, el cardenal Richelieu, que abrogó parcialmente el edicto de Nantes, intervino en favor de los protestantes en la Guerra de los Treinta Años, porque su ambición en la escena política era aplastar a la Casa de Austria, que era católica, pero también enemiga tradicional de Francia en el continente europeo. La guerra terminó con el importante tratado de Westfalia (1648) que, en términos generales, proporcionó paz religiosa en la Europa occidental. También fue un detallado documento político para los países de la Europa occidental, pues en él se reconoció a una cantidad de nuevos Estados soberanos. Pero apenas hubo terminado la Guerra de los Treinta Años, Luis XIV invadió el Palatinado en tres ocasiones diferentes para saquear e incendiar. Esto originó una emigración masiva de alemanes, a muchos de los cuales dio la bienvenida Guillermo Penn en su territorio de Pensilvania que poco antes había adquirido en Norteamérica.
En menos de cien años el luteranismo, con el cual había comenzado la Reforma, se convirtió en un movimiento formalista y dogmático. Surgió lo que podría llamarse un nuevo escolasticismo en la Alemania luterana, basado en un sistema teológico complicado y sutil. Muchos luteranos temerosos de Dios, entre el clero y también entre los laicos de la iglesia, se alarmaron ante ese formalismo religioso. En 1621 Johann Arndt recordó a sus contemporáneos que para ser un buen luterano era necesario comenzar siendo un buen cristiano. En una obra importante titulada Vom Wahren Christentum insistía en una profunda vida cristiana y destacaba la importancia de la piedad personal.
En la revolución contra la tendencia hacia una teología dogmática y un ritualismo formalista, surgió un movimiento desorganizado, pero eficaz, conocido como el pietismo, cuyo principal propósito era revivir la religión personal y experimental. Su principal caudillo en Alemania fue Felipe Spener. En 1660 Spener se relacionó con jean de Labadie, ex sacerdote jesuita que más tarde se convirtió en pastor de la Iglesia Reformada. Labadie insistía en que se organizaran, donde fuera posible, pequeños grupos de estudio.
Felipe Spener (1635-1705) nació en Ribeauville, en Alsacia. Estudió teología en Ginebra y fue escogido como ministro en Francfort, en 1666. Aprendió de Sebastián Schmidt, en Estrasburgo, que un estudio detallado de la Confesión de Fe debía ser reemplazado por un estudio exegético de la Biblia. El prefacio de Spener en el libro de Arndt, Wahres Christentum, llegó a ser la parte importante del libro, y se publicó por separado en 1675 con el título de Pia Desideria. Alcanzó una circulación mucho más amplia que el libro del cual originalmente era sólo el prefacio. Pia Desideria contiene los principios básicos del pietismo. Spener recomendaba un estudio continuo de la Biblia en reuniones de hogar (en grupos privados) y pequeñas reuniones de edificación y estímulo mutuo llamadas collegia pietatis. Insistía en que hubiera una participación más directa de los laicos en los asuntos de la iglesia. Pedía que hubiera métodos más sencillos en la enseñanza de la Biblia, e instaba a los pastores a que fueran menos ritualistas y dogmáticos y siguieran más de cerca las Escrituras en sus sermones. Ponía mucho énfasis en el estudio de las profecías y despertaba un nuevo interés en la escatología, especialmente en el segundo advenimiento de Jesucristo. Spener fue llamado para ser pastor de varias iglesias grandes, especialmente las de Dresden y Berlín. Pero el verdadero centro del pietismo en Alemania fue Halle, donde él llegó a ser administrador de la universidad. Spener llamó a su discípulo, Augusto Hermann Francke, para que fuera profesor, e insistía en que la Biblia debía ser enseñada y estudiada mediante principios exegéticos. De esa universidad salieron los primeros misioneros luteranos en 1695.
Uno de los más importantes resultados del pietismo fue la formación de la iglesia conocida como Unitas Fratrum, o Unidad de los Hermanos, que fue fundada por el ahijado de Spener, el conde Zinzendorf (1700-1760). Zinzendorf era aún muy joven cuando entregó su corazón al Señor; así lo escribió en su diario después de sentirse impresionado por un cuadro de Doménico Fetti, que representaba al Salvador coronado de espinas. El cuadro tenía esta leyenda: «Esto es lo que he hecho por ti. ¿Qué has hecho tú por mí?» En su propiedad de Herrnhut, en Sajonia, recibía a protestantes moravos refugiados de la persecución. Zinzendorf tuvo el don de conseguir que hombres de diferentes orígenes y temperamentos vivieran juntos armoniosamente en una iglesia que él llamaba «Unidad». De los husitas tomó la forma episcopal, de los pietistas una confesión de fe conservadora, de los calvinistas una estricta disciplina moral, de los presbiterianos la organización eclesiástica y de los luteranos la enseñanza central de la justificación por la fe. Combinó todos estos elementos en una forma morava de cristianismo que se expresó en los bellos himnos moravos que han sido un consuelo para la iglesia en todo el mundo. Zinzendorf tenía una notable inclinación evangelística y misionera. Los laicos debían trabajar diligentemente en diversos aspectos de la obra misionera local, en evangelismo y aun en las misiones extranjeras.
El pietismo tuvo desgraciadamente una tendencia exclusivista, y entre algunos de sus miembros surgió una forma de orgullo religioso en los «colegios de piedad». A veces los pietistas recomendaban métodos artificiales para inducir a los hombres al arrepentimiento; pero a pesar de estas faltas, el pietismo fue un movimiento de reforma digno dentro de la Iglesia Luterana y ejerció una gran influencia en los primeros metodistas.
Reavivamiento religioso en Inglaterra; los metodistas.-
Después de la Revolución gloriosa de 1688-1689 eran deplorables las condiciones morales y religiosas de Inglaterra. La Iglesia Anglicana, como la Iglesia Luterana, se había vuelto completamente formal en su culto y dogmática en su enseñanza. Era incapaz de elevar la visión de la gente o de ministrar a sus necesidades espirituales. Se necesitaba con urgencia un despertar, el cual comenzó en 1729, cuando unos pocos estudiantes de la Universidad de Oxford formaron un círculo religioso. Se los llamó despectivamente «metodistas» y a veces «el club santo» porque seguían un modelo metódico de vida, lo que incluía períodos regulares de ayuno, comunión semanal y oración en períodos señalados.
Juan Wesley (1703-1791), el líder del metodismo, siendo joven se relacionó con los moravos. Como sacerdote de la Iglesia Anglicana era sumamente cuidadoso en el cumplimiento de sus deberes religiosos y revelaba una enorme capacidad para el trabajo. En 1735 fue como misionero a Norteamérica para convertir a los indios. Cuando llegó a Georgia se encontró con un moravo, quien de buenas a primeras le preguntó si conocía a Jesucristo. A pesar de esa recepción inesperada, que lo resintió al principio, Wesley predicó ante grandes auditorios en Norteamérica; pero estaba dolorosamente consciente de que él mismo todavía no era un cristiano convertido.
Cuando regresó a Londres en 1738 disfrutó de su famosa y profunda experiencia religiosa. Mientras estaba en una reunión de los moravos, escuchó a un laico que leía el prefacio de la Epístola a los Romanos escrito por Martín Lutero, y sintió su corazón «extrañamente encendido», episodio que con frecuencia es considerado como la conversión de Wesley. Esa conversión evangélica, descrita en su propio diario, ocurrió el 24 de mayo de 1738. Cuando la Iglesia Anglicana le negó sus púlpitos a Wesley y a sus principales colaboradores especialmente a Jorge Whitefield, los metodistas comenzaron a predicar al aire libre, y después de 1739 se ocuparon de evangelismo popular. Organizaron a sus numerosos seguidores en una comunidad religiosa dividida en parroquias o «clases», encabezadas por pastores conservadores, a quienes se les pedía que se «trasladaran» cada tres años.
Wesley desplegó un talento excepcional como organizador y promotor. Teológicamente era arminiano, y por lo tanto se oponía al predestinacionismo determinista. Sus temas favoritos eran la perfección cristiana y la santidad. El metodismo cambió mucho el frío clima religioso de Inglaterra y trajo nueva vida y acción a la Iglesia Anglicana. También dio lugar a otros acontecimientos como la fundación de la Sociedad Misionera de Londres en 1795, la Sociedad Misionera de la Iglesia en 1799, la Sociedad de Tratados Religiosos en 1799 y la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera en 1804. El metodismo también tuvo influencia política y económica. La abolición de la esclavitud de los negros en las colonias británicas decretada por el parlamento en 1833 principalmente fue obra de Guillermo Wilberforce, quien recibió la poderosa influencia de los metodistas. Sin duda sería difícil precisar los efectos plenos de la predicación de Juan Wesley.
VIII. Acontecimientos descollantes de los últimos dos siglos
Racionalismo y deísmo.-
La Europa occidental no sólo fue desgarrada por las rivalidades entre protestantes y católicos, sino que entre los protestantes hubo interminables discusiones, a veces dentro de una misma denominación. Los luteranos trataron de definir completamente sus puntos de vista en la llamada Fórmula de Concordia (1580). Los calvinistas alcanzaron cierto entendimiento acerca de sus enseñanzas en el sínodo de Dort en 1618 y también mediante el Consenso Helvético de 1675. Las guerras de religión que torturaron a todos los países europeos hicieron que muchas personas repudiaran toda religión, y el resultado natural fue una reacción racionalista y anticristiano. Muchos deístas ingleses, que concebían a Dios como un Ser tan lejano y ocupado en otros asuntos, que prácticamente no tenía tiempo para este mundo y sus problemas, se definieron categóricamente contra el conservadurismo eclesiástico de la Iglesia Anglicana y también contra el dogmatismo de los puritanos. La meta que proclamaban era volver a una religión natural y descartar la religión revelada, es decir, la religión de la Biblia. El filósofo francés René Descartes (1596-1650) fue el padre del racionalismo. Su concepto de la verdad sostenía que todo lo que es percibido clara y distintamente es verdadero, y que incluso la vida puede ser percibida en el pensamiento tal como lo expresó en su bien conocida fórmula filosófica cogito ergo sum, «pienso, luego existo». Es un hecho que hubo una tendencia siempre creciente hacia la razón, hasta que ésta fue finalmente deificada y se le rindió culto por un corto período durante la Revolución Francesa.
Los que no descartaron del todo el cristianismo trataron de hacer que se conformara con la razón. John Locke (1632-1704) rechazó como inadmisible todo lo que fuera contrario a la razón. En su obra titulada The Reasonableness of Christianity (1695) sostenía que la Biblia contiene verdades que la razón humana no puede descubrir y que son confirmadas por milagros; pero también afirmaba que en el mensaje central de las Escrituras no hay nada que sea contrario a la razón, y que los milagros no son contrarios a la razón. Destacando la ética de Jesús y la concordancia del cristianismo con la razón, Locke esperaba pasar por alto la argumentación teológica. Era un ardiente partidario de la tolerancia religiosa.
Algunos hombres de ciencia mantuvieron su lealtad a las enseñanzas de la religión revelada tal como se presenta en las Escrituras. Un ejemplo notable fue Isaac Newton (1642-1727), verdadero genio en el campo de las matemáticas y de la física y autor de la teoría de la gravitación universal. Newton sostenía que las ideas sobre el tiempo y el espacio no son absolutas, conceptos que fueron examinados nuevamente por Alberto Einstein, quien en sus estudios acerca de la relatividad postuló que las nociones humanas en cuanto al tiempo y al espacio son relativas, pues dependen del observador. Newton fue un consagrado y ferviente estudiante de las profecías bíblicas. Einstein hablaba de Newton no sólo como de un inventor genial respecto a métodos específicos y a demostraciones matemáticas y físicas, sino también como un perfecto conocedor del material empírico conocido en sus días. En sus estudios Newton siguió la profecía bíblica a través de la historia. Estaba bien capacitado para hacerlo debido a su conocimiento de cronología y astronomía. Su obra póstuma Observations Upon the Prophecies of Daniel and the Apocalypse of St. John (1733), fue el resultado de muchos años de estudio.
Las ideas de Henry St. John Bolingbroke (1678-1751) fueron completamente opuestas a las de Newton. Despreciaba todas las sectas que eran el producto del entusiasmo, el fraude y la superstición; pero concedía al cristianismo el derecho de tener una verdad racional. Como defensor de la libertad de pensamiento, apoyaba que hubiera una iglesia oficial en bien de los intereses del Estado y de la moral pública. Fue aún mayor la influencia de David Hume (1711- 1776), cuya crítica deísta emancipó al método científico del concepto de deidad adquirido mediante la razón. Hume estaba en contra de demostrar la religión por otros medios que no fueran los racionales, y por eso dirigió su crítica contra los milagros. Admitía la posibilidad de que hubiera casos milagrosos, pero afirmaba que existía una posibilidad de error de parte del observador o del historiador. Entre los incrédulos, los que rechazan el concepto cristiano de la salvación, se destacaba Eduardo Gibbon (1737-1794), cuya Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano es un intento de presentar en forma digna y pragmática el surgimiento del cristianismo. Los principios fundamentales del deísmo estuvieron sometidos en el siglo XIX a la influencia del escepticismo, el pesimismo y el panteísmo; pero los conceptos de la llamada religión natural en gran medida retuvieron su antiguo carácter.
El deísmo tenía muchos aspectos. Los deístas creían generalmente en un Dios que creó la célula original de la vida. Pensaban que el Dios del universo, el gran Arquitecto y «relojero», hizo las leyes universales que concuerdan con la razón. Afirmaban que todas las prácticas y creencias que no pueden ser entendidas o sostenidas por la razón deben ser descartadas como superstición, pero que habían sido usadas por el clero para sacar provecho de ellas. Los deístas rechazaban la creencia de que Dios revela alguna vez su voluntad a los hombres; aceptaban a Dios como creador, pero negaban que mantuviese alguna relación con sus criaturas. En vista de que la revelación natural es suficiente, afirmaban, la Biblia y la revelación de Jesús no son necesarias para llevar al hombre a la felicidad y a la salvación.
La insistencia que en el siglo XVIII se puso sobre la razón se aplicaba no sólo a la filosofía y a la religión sino también a la política. Cuando los «déspotas ilustrados», como Federico II y José II, gobernaban en nombre de la razón, decretaban leyes en bien de sus súbditos; por ejemplo, la esclavitud debía ser abolida porque su abolición era razonable. Había un deseo general de ilustrar al pueblo y de popularizar el conocimiento científico. Los deístas, muchos de los cuales estaban entre los enciclopedistas, fomentaron ese gobierno ilustrado, especialmente en Francia. El más elocuente de los deístas franceses fue Voltaire (1694-1778), un inteligente y atrevido crítico que se lanzó a una brillante polémica contra la intolerancia en la iglesia y el Estado y contra las pretensiones de una iglesia dominante. Voltaire recibió muchísimo la influencia de Newton, pero sus ideas en cuanto a la tolerancia procedían principalmente de Locke y Shaftesbury. Sus ideas concordaban con las de los que se llamaban a sí mismos filósofos, los enciclopedistas, que sostenían que ciertamente Dios existía y que había creado el mundo, pero que todas las Instituciones religiosas son imposturas. Las afirmaciones de Voltaire eran claras y sumamente ingeniosas, pero el mismo Voltaire no era ni profundo ni metódico, y se puede hacer referencia a su obra como a «un caos de ideas claras». Era un enemigo declarado de las enseñanzas cristianas. Resumía sus puntos de vista afirmando que «el dogma conduce al fanatismo y a la contienda, pero que la moral [ética] conduce a la armonía». Su contribución máxima fue su valiente y elocuente defensa de la libertad de opinión y libertad de expresión. Abiertamente defendió a los que eran injustamente perseguidos debido a sus ideas. Arriesgó su fortuna y su reputación a fin de rehabilitar a las familias de protestantes, como la de Jean Calais, y de políticos, como el gobernador francés de la India, Lolly-Tollendal que había sido injustamente acusado de malos manejos. Voltaire era incrédulo porque rechazaba la enseñanza cristiana acerca de la salvación; pero no era ateo. Sus últimas palabras fueron: «Muero adorando a Dios, amando a mis amigos, no odiando a mis enemigos y detestando la superstición» (S. G. Tallentyre, Voltaire in His Letters, p. 222).
Su contemporáneo J. J. Rousseau (1712-1778), de Ginebra, consideraba que la conciencia individual era el centro de la religión. Concebía que el hombre es bueno por naturaleza, pero que se hace malo al relacionarse con otros hombres. En su obra Emilio, procedió a demostrar que el hombre debía ser educado sobre una base enteramente diferente de la usada hasta entonces. En su obra Discurso sobre la desigualdad entre los hombres, enseña que el hombre debe cambiar su concepto del mundo y de la justicia en general. El propósito de El control social, obra suya, es que el Estado debe ser reorganizado basándose en un convenio mutuo entre las diversas clases sociales. Sus ideas inspiraron directamente al socialismo del siglo XIX. Consideraba que el elemento básico de la religión es el sentimiento. Para Rousseau el sentimiento era la base de un sistema metafísico, y éste era el resultado de la experiencia bajo la influencia de la filosofía, pero liberado del formalismo mediante una referencia constante a los sentimientos y a las emociones como la fuente primaria de la religión. Rousseau encontraba la esencia de la religión no en el intelecto cultivado, sino en el entendimiento ingenuo y espontáneo de los indoctos. Con Rouseau la religión natural tuvo un nuevo significado: «naturaleza», la cual ya no consideró más como universalidad en el orden cósmico, sino como sencillez y sinceridad primitivas en contraste con artificialidad.
El racionalismo y el deísmo trataron de eliminar la misma esencia de la religión. El deísmo no es una respuesta a la pregunta de cómo puede alcanzar el hombre la salvación y obtener la redención y la reconciliación; es sólo un intento filosófico de explicar el mundo. Uno de los discípulos del racionalismo fue el filósofo alemán Emmanuel Kant (1724-1804), quien destacó los límites del intelecto humano usando los principios de la ética. Argumentaba que Dios y la realidad del alma viviente son los postulados de la razón práctica. La contribución de Kant, desde el punto de vista religioso y concreto, consiste en su insistencia sobre el deber y el hecho inmutable de la ley moral de Dios.
La Revolución Francesa y el cristianismo.-
La Edad Media fue favorable para el incremento del poder papal, pero la influencia del racionalismo y el aumento del conocimiento en el siglo XVIII ayudaron al desarrollo del poder civil y político. El secularismo encontró un terreno preparado especialmente en Francia. La Iglesia Galicana (francesa) había intentado poner un sello nacional sobre el catolicismo. Según el Concordato de Bolonia, 1516, los reyes tenían el derecho de nombrar a los obispos. El poder del Estado aumentó aún más debido a la Reforma. En la Francia del siglo XVII el papa sólo tenía una jurisdicción limitada; estaba estrictamente reducido a asuntos religiosos; se le negaba toda interferencia en asuntos temporales. Las comunidades civiles dejaron de ser consideradas como dependientes de la iglesia en el siglo XVIII, y el Estado ganó un ascendiente siempre mayor en Francia.
El Estado era considerado como un medio para alcanzar libertad y felicidad. Esta noción predominó en varios países occidentales y aun en las colonias, y es la idea básica en la declaración de la independencia norteamericana, donde «la vida, la libertad y la prosecución de la felicidad» se mencionan como derechos inalienables del hombre.
La Revolución Francesa fue otro producto de este mismo concepto. Había urgencia de construir un mundo basado en los principios de libertad, igualdad y fraternidad y de concretar, por lo menos, un orden de cosas que respetara los «derechos del hombre». Los hombres estaban listos para aceptar un cambio, y así terminó la sociedad feudal en Francia. Las nuevas ideas tuvieron la virtud de crear un clima para la revolución, que comenzó en 1789 cuando los representantes de los tres Estados de Francia se reunieron en Versalles. No tenían el propósito de derribar el gobierno de Luis XVI; sin embargo, había quejas contra los abusos en el sistema de impuestos, en la representación y por la injusticia general hacia la mayoría de la población que constituía el llamado «tercer Estado». Se redactó una minuciosa constitución que limitaba el poder absoluto de la monarquía. Una sección de ella era la llamada «constitución civil del clero», por la cual la asamblea nacional reconocía la supremacía del Estado y afirmaba que la iglesia debía someterse a éste.
Cuando Francia declaró la guerra a Austria en 1792, la revolución apresuró el paso y se hizo más agresiva y violenta eliminando a los viejos «enemigos» del pueblo: los aristócratas y las instituciones sociales y políticas mediante las cuales ellos habían impuesto su voluntad. La constitución fue anulada en junio de 1792, y en agosto el primer levantamiento popular serio condujo al aprisionamiento del rey y a su juicio y ejecución cinco meses más tarde. Una ola anticristiana barrió el país en 1793 y se declaró la guerra a la religión. La razón fue deificada y las iglesias se convirtieron en los llamados «templos de la razón». Los más violentos ateos dispusieron de un poder absoluto durante varias semanas; pero después de un corto lapso el culto de la razón fue reemplazado por el culto del Ser Supremo. Cuando Napoleón llegó a ser primer cónsul celebró un concordato con la iglesia en 1801, en el que concedía al papado muchos de sus antiguos privilegios.
La Iglesia Católica en el siglo XVIII; los jansenistas.-
Los jesuitas se destacaron en el arte de transformar los así llamados pecados mortales en pecados veniales llevando al extremo la «reserva mental» y empleando un lenguaje confuso (anfibológico). Llegaron al punto de afirmar que uno puede ir en contra de su propia conciencia mientras esté a su alcance una «opinión probable». El maestro del probabilismo fue el jesuita español Antonio de Escobar (1589-1669). Aun el papado condenó sus ideas, y, por lo tanto, en 1687 Escobar repudió formalmente sus propias enseñanzas sobre el probabilismo, aunque continuó enseñándolas en otra forma. Los más serios enemigos de los jesuitas fueron los jansenistas, que volvieron al concepto agustiniano de la salvación sólo por la gracia. El fundador del jansenismo fue un profesor holandés de Lovaina, Cornelio Jansenio (1585-1638). Seguía muy de cerca las enseñanzas de Agustín, cuyas obras había leído treinta veces. Jansenio se sentía especialmente atraído por la enseñanza de Agustín acerca de la gracia que éste había escrito en su lucha contra los pelagianos. En su obra Augustinus, Jansenio enseñaba que la gracia de Dios es el único medio de salvación. Apoyaba la doctrina de la doble predestinación: los hombres están predestinados ya sea para la salvación o para la condenación. Pero los jesuitas insistían en la doctrina de que el hombre mediante su libre albedrío coopera en su propia salvación y realiza su propia redención en gran medida. El centro del jansenismo en Francia era la abadía de PortRoyal, cerca de París, donde vivieron de acuerdo con las ideas de Jansenio una cantidad de personas notables como Nicole, los Arnauld, Du Vergier, el prior de San Cirano, y especialmente el brillante físico y matemático Blas Pascal (1623-1662).
Pascal se propuso estigmatizar y poner de manifiesto los falaces razonamientos de la casuística de los jesuitas. En sus Cartas provinciales (la primera de las cuales apareció en 1656), publicadas en sesenta ediciones, mediante sus brillantes y algo irónicas invectivas, Pascal hábilmente refutó el sistema de los jesuitas. También comenzó a escribir una apología del cristianismo desde el punto de vista de un hombre de ciencia, pero la muerte lo sorprendió cuando todavía era relativamente joven. Sus apuntes y anotaciones para esta obra se publicaron como Pensées (Pensamientos), que han quedado como una de las bellas y magistrales apologías del cristianismo.
En cuanto a los jesuitas, sus actividades incluyeron muchos campos de acción. Lo hacían sugiriendo métodos maquiavélicos aun en finanzas públicas, comercio y política. El resultado fue un profundo resentimiento, y pronto los jesuitas sintieron la oposición de varios gobiernos. Esta orden religiosa fue expulsada de Portugal en 1759, de Francia en 1764, y de Nápoles en 1767. En 1773 el papa Clemente XIV suspendió la orden; pero su sucesor se apresuró a restablecerla.
La Iglesia Católica en el siglo XIX.-
La Iglesia Católica también fue afectada por el liberalismo debido a los esfuerzos de Roberto de Lamennais; pero en 1850 esta tendencia hacia el liberalismo fue suprimida por lo que se conoce como el ultramontanismo («más allá de las montañas»), una referencia a la sede del papa, más allá de los Alpes. Los ultramontanos querían reformar la iglesia y hacerla depender enteramente del papa. Pío IX (1846-1878) eliminó completamente del catolicismo todo rastro de moderación. En 1854 se proclamó el dogma de la inmaculada concepción de María. El Syllabus (1864) acusaba a los Estados modernos de ser un medio de propagar indiferencia e irreligión. Condenaba como «plagas» la libertad de conciencia y las Sociedades Bíblicas. El Concilio Vaticano I proclamó en 1870 la doctrina de la infalibilidad papal y la hizo retroactiva. «Infalibilidad» significa que una decisión papal pronunciada ex cátedra -con el propósito de instruir a la iglesia en lo que debe creer y hacer- no puede ser errónea y tiene completa autoridad para la iglesia. De ese modo oficialmente se le puso fin a la cuestión de la autoridad suprema de la iglesia sobre la conciencia, que el Concilio de Trento dejó sin decidir. La promulgación de este dogma causó una división en la iglesia. Hubo hombres como Gratry, Dupanloup y Maret, que prefirieron considerar los concilios como la última autoridad pero sólo dentro del ámbito de la iglesia. Estos «viejos católicos» rehusaron aceptar la doctrina de la infalibilidad papal, y se apartaron de la Iglesia Católica Romana. Pero en la práctica los jesuitas y los redentoristas (orden fundada por Alfonso María de Ligorio en 1732) pudieron hacer que la victoria de la iglesia fuera completa.
Los acontecimientos siguieron otra dirección en Alemania. En 1873 Bismarck ordenó que tanto el culto católico como el protestante estuvieran bajo el control estatal. Los ministros debían ser preparados y nombrados por el Estado. Por supuesto, los católicos ultramontanos se opusieron a esa política y lograron triunfar en una descomunal contienda conocida como Kulturkampf («lucha por la cultura»), y en 1880 obligaron a Bismarck, conocido como el «canciller de hierro y sangre» a que aceptara sus demandas y desistiera de seguir atacando a la Iglesia Católica. Como necesitaba los votos de los católicos, llegó a un arreglo con el papa León XIII. Una situación similar existía en Francia, donde surgió un creciente y poderoso movimiento anticlerical presidido por León Gambetta. Su santo y seña era «Clericalismo, éste es el enemigo». Se hicieron grandes esfuerzos para liberar al país de la dominación de los sacerdotes, a quienes no se les permitió que siguieran enseñando en las escuelas públicas. Pero el peligro del ultramontanismo continuó existiendo, como quedó demostrado por el sensacional caso Dreyfus en 1898. Finalmente, en 1905 se produjo en Francia la separación de la iglesia del Estado. La República garantizó la libertad de culto y se negó a reconocer o subvencionar a confesión religiosa alguna. Las propiedades de la iglesia continuaron perteneciendo al Estado, el cual las ponía gratuitamente a disposición de cualquier iglesia debidamente constituida que celebraba cultos en ellas. El papa se opuso a esa ley de separación, y además manifestó su preocupación no sólo por la libertad de religión sino por el aumento del modernismo en las filas religiosas. Así lo expresó Pío X en su encíclica Pascendi Dominici Gregis, de 1907.
La Iglesia Anglicana en el siglo XIX.-
Los metodistas habían logrado que el espíritu evangélico reviviera en cierta medida dentro de la Iglesia Anglicana. Esta tendencia se concretó en lo que vino a llamarse la Low Church (literalmente, «iglesia baja» o «no ritualista»). Esta tendencia predominó en la primera mitad del siglo XIX. La llamada High Church (literalmente, «iglesia alta») es la rama de la Iglesia Anglicana que pone énfasis en el supuesto origen apostólico y divino de la iglesia, y da mucha importancia a la forma y al ritual, en tanto que la «iglesia baja» considera que la iglesia es una institución principalmente humana en su origen, y resta importancia a la forma y al ritual. El elemento evangélico de la «iglesia baja», especialmente bajo el liderazgo de Lord Shaftesbury, fue el principal factor para la supresión de ciertos abusos sociales, y para la creación de muchas instituciones dedicadas a beneficencia y a empresas misioneras locales y en el extranjero. Las cuestiones teológicas y las formas de culto no preocupaban a la «iglesia baja». Su dogmatismo no muy elaborado ayudó a producir el surgimiento de una reacción mística y ritualista llamada «Movimiento de Oxford» y también «puseísmo», debido a que su caudillo, Eduardo Bouverie Pusey (1800-1892), era profesor de hebreo en Oxford.
Pusey y sus amigos Juan Enrique Newman (1801-1890) y Juan Keble (1792-1866) comenzaron en 1833 a publicar una serie de Tracts for the Times, en los cuales diversos teólogos de Oxford insistieron en que los sacramentos son el único recurso mediante el cual la gracia divina puede llegar al pecador, pero sólo cuando son adecuadamente administrados por un sacerdote debidamente ordenado. La convicción de esos hombres era que la verdadera iglesia del siglo XIX debía volverse a la iglesia del siglo IV y que la Iglesia Anglicana tenía sus raíces en la iglesia de los padres católicos. Según ellos, sólo la iglesia puede ser un vehículo que lleve la salvación y enseñe el verdadero significado de las Escrituras. Newman se convirtió al catolicismo romano en 1845. Los miembros del «Movimiento de Oxford» eran notablemente inteligentes y entusiastas, y pudieron llegar hasta ciertos hombres y mujeres con quienes no se había podido relacionar el metodismo. En oposición a estos anglocatólicos estaba la rama de la Iglesia Anglicana llamada Broad Church (literalmente, «iglesia amplia» o «latitudinaria»). Sus miembros eran decididos racionalistas que se oponían al formalismo ritualista de los puseístas y al dogmatismo literalista de los calvinistas.
Teología moderna.-
Federico Schleiermacher (1768-1834), al que a veces se ha llamado «padre de la teología moderna», enseñaba que, por encima de todo lo demás, el cristianismo es una forma de vida y que la piedad es la mejor fuente de la enseñanza cristiana. Alejandro Vinet tuvo una influencia similar en la teología francesa. Al igual que Pascal, Vinet se refería a la conciencia como la esencia del cristianismo. El radicalismo teológico -la escuela de Tubinga- prefirió el método histórico-crítico en el estudio de la Biblia y su fundamento (ver t. V, p. 170). Fernando Cristián Baur (1792-1860) se esforzó por establecer las fechas de los escritos del Nuevo Testamento. David Federico Strauss (1808-1874), en su primera Vida de Jesús (1835) presentaba la historia del Evangelio como un mito creado por la imaginación de los primeros cristianos y condicionado por profecías y esperanzas mesiánicas. En Francia, Ernesto Renan (1823-1892) describió la poderosa personalidad de Cristo; pero Renan veía en Jesús a un visionario que no era sino creación y víctima de su tiempo (Vida de Jesús, 1862). En el siglo XIX se publicó un gran número de otras » vidas de Jesús» que siguieron el método histórico o racional. La alta crítica consideraba que la Biblia no era diferente de cualquier otro libro, y al negar el hecho básico de la revelación divina analizaba las Escrituras como lo hubiera hecho con un texto cualquiera.
El liberalismo del siglo XIX fue una revolución contra el despotismo del Estado y una consecuencia natural del racionalismo. Fue una época en que surgieron numerosas iglesias libres. Hubo también un despertar religioso, evangélico, según el cual debía hacerse caso a la conciencia y a los sentimientos. Las dos corrientes -el liberalismo y el evangelicalismo- se opusieron al control del Estado sobre la iglesia.
Intentos de unificar el protestantismo.-
El catolicismo centralizó sus enseñanzas en el Concilio de Trento y fortaleció el poder del papa mediante la proclamación de la infalibilidad papal en 1870; mientras tanto los protestantes han estado obsesionados con el sueño de una federación de todas las iglesias. Ha ido creciendo la convicción de que las diferencias que existen no deberían impedir que las grandes denominaciones y las llamadas iglesias históricas se unan, consoliden sus recursos y lleven a cabo un programa común de actividades locales y en el extranjero.
La iglesia cristiana ha estado dividida desde sus comienzos debido a la herejía y la idolatría internas y a la oposición externa. Los dos grandes golpes contra la unidad de la cristiandad ocurrieron en el siglo XI, cuando se dividieron el Oriente y el Occidente, y en el siglo XVI, cuando la Reforma quebrantó a la Iglesia Católica occidental. Las divisiones dentro del protestantismo son tan grandes hoy día, que los líderes del ecumenismo -el movimiento en pro de la unión de las iglesias- no piensan ahora en tratar de unir todas las denominaciones; su propósito principal es circunscribirse a la unidad de las «iglesias» y no de la «iglesia». El ecumenismo pretende que las iglesias se respeten mutuamente, que cooperen en proyectos de beneficencia y misión, y que juntas -sin anular sus «tradiciones» respectivas- luchen por el bienestar físico, político, social y espiritual de todo el mundo.
El intento de unir el protestantismo comenzó en Escocia en 1846 con la creación de la Alianza Evangélica, cuando aceptaron la exhortación a la unidad 200 clérigos pertenecientes a 217 denominaciones diferentes, todas las cuales pretendían formar parte del protestantismo ortodoxo. Otro esfuerzo similar fue la Alianza de Jóvenes Cristianos, con sede en Ginebra. La Unión del Esfuerzo Cristiano Mundial formó una federación de jóvenes cristianos en 1895. Muy significativa fue la Federación Mundial de Estudiantes Cristianos, fundada en 1895 por Juan R. Mott.
El movimiento ecuménico del siglo XX comenzó en 1910 con su primera reunión celebrada en Edimburgo. Juan R. Mott fue quien organizó y presidió esta conferencia misionera mundial. En esa ocasión se trató la necesidad urgente de un esfuerzo cristiano unido, especialmente en lo que se refería a las misiones. También se hicieron planes para una asamblea de Fe y Orden, que fue cancelada pues la Primera Guerra Mundial hizo imposible que se reunieran los delegados. La conferencia de Lambeth en 1920, en la que tomaron la iniciativa los anglicanos, proclamó una exhortación en pro de la unidad de los cristianos. En 1925 se reunió en concilio el Consejo Cristiano Universal para Vida y Obra; su patrocinador fue el talentoso obispo sueco, el luterano Natán Söderblom. En 1927 se reunió en Lausana, Suiza, la conferencia mundial de Fe y Orden. En 1937 se celebraron dos reuniones, una conferencia de «Vida y Obra» en Oxford (que destacaba el cristianismo práctico), y una conferencia de «Fe y Orden» en Edimburgo, presidida por el pastor francés Marcos Boegner. En una conferencia similar celebrada en Utrecht, en 1938, los clérigos dirigentes fueron el arzobispo William Temple y Juan R. Mott.
Una importante asamblea ecuménica se reunió en 1948, en Amsterdam, con el lema: «El desorden del hombre y el propósito de Dios». Asistieron 450 delegados; allí fue donde oficialmente comenzó su existencia el Consejo Mundial de Iglesias. Muchas entidades religiosas no estuvieron presentes, como los unitarios, luteranos (sínodo de Misuri), los adeptos a la Ciencia Cristiana, los mormones, bautistas del sur, adventistas del séptimo día y, por supuesto, los católicos romanos. Aunque es concebible que el ecumenismo pueda unir las iglesias por lo menos exteriormente, hay obstáculos internos fundamentales que parecen casi insuperables.
Desde la Asamblea General del Concilio Mundial de Iglesias en 1961, en Nueva Delhi, India, cuando la mayoría de las iglesias ortodoxas se reunieron con el Concilio Mundial, ha habido un más grande interés para que la Iglesia Católica, que tiene unos 700 millones de miembros, se una en el futuro al Concilio Mundial de Iglesias. La sexta asamblea, celebrada en Vancouver, Canadá, en 1983, tuvo delegados de 301 iglesias miembros del Concilio Mundial. Se destacó allí la importancia de fortalecer la comunidad ecuménica entre las iglesias, con el fin de llegar a una teología vital y coherente que incorpore la rica diversidad de enfoques teológicos que surgen de las variadas experiencias de las iglesias de todo el mundo.
Bibliografía
Sobre los tiempos previos a la Reforma
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Lortz, Joseph. Historia de la Reforma (2 t.). Madrid: Taurus, 1963. La primera parte trata acerca de las causas de la Reforma, las condiciones reinantes en la Iglesia Católica, las condiciones políticas, sociales e intelectuales en Alemania antes de la Reforma, la vida religiosa antes de la Reforma en Alemania.
Ozment, Steven. The Age of Reform: 1250-1550. New Haven, Conn.: Yale University Press, 1980. Si bien esta no es la época tradicionalmente considerada como de la Reforma, esta obra relata los intentos de cambio, dentro y fuera de la iglesia durante los siglos indicados.
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Sobre la Reforma
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Sobre la Reforma en las Islas Británicas
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