El Bautismo – 1ra. Parte
I. El bautismo de Juan
Se han hecho diversas sugerencias en cuanto a los orígenes del bautismo
cristiano: lavados ceremoniales judíos, ritos de purificación
de Qumrán, bautismo de prosélitos, el bautismo de Juan. Este último,
el acto ritual que dio a Juan el Bautista su sobrenombre, es el candidato más
probable: como Juan es el precursor de Jesús, así su bautismo
es precursor del bautismo cristiano. Se establece una relación directa
a través del propio bautismo de Jesús por Juan; algunos de los
primeros discípulos de Jesús casi seguramente habían sido
bautizados por Juan (Jn. 1.35–42) ; Jesús, o algunos de sus discípulos,
parecen haber continuado la práctica de Juan al comenzar aquel su propio
ministerio (Jn. 3.22s, 26; pero 4.1s); y en el caso de los discípulos
en Pentecostés como en el de Apolos, evidentemente no se creyó
necesario agregar a su bautismo por Juan el bautismo en el nombre de Jesús
(Hch. 2; 18.24–28). Por lo tanto lo más probable es que fuera esta
práctica anterior la que fue reiniciada a partir de Pentecostés,
tal como la ratificó el Cristo resucitado y que debía realizarse
en su nombre (Mt. 28.19; Hch. 2.38; etc.). El bautismo de Juan quizás
se entienda mejor como una adaptación de los lavados rituales judíos,
con alguna influencia de Qumrán en particular.
El bautismo de Juan era primariamente un bautismo de arrepentimiento (Mt. 3.11;
Mr. 1.4; Lc. 3.3; Hch. 13.24; 19.4). Al aceptar el bautismo a manos de Juan,
los que se bautizaban expresaban su arrepentimiento (Mt. 3.6; Mr. 1.5) y su
deseo de obtener perdón.
Era también un acto preparatorio y simbólico: preparaba a los
que se bautizaban para el ministerio de aquel que había de venir; y simbolizaba
el juicio que traería consigo. En el vivido lenguaje de Juan ese juicio
sería como una poda o un aventamiento (Mt. 3.10, 12; Lc. 3.9, 17), o
como un bautismo en Espíritu y en fuego (Mt. 3.11; Lc. 3.16). Es muy
improbable que el Bautista se refiriera en este caso a otro acto ritual semejante
al suyo. Más bien estaría recurriendo al vigoroso lenguaje figurado
de pasajes tales como Is. 4.4; 30.27s; 43.2; Dn. 7.10 (posiblemente bajo la
influencia de Qumrán: cf. 1QS 4. 21; 1QH 3. 29ss). Si el juicio divino
podía asemejarse a una corriente del aliento ardiente de Dios (= Espíritu:
la misma palabra en heb. y en gr.), luego el ministerio de juicio de aquel que
vendría podía con toda propiedad asemejarse a una inmersión
en esa corriente. Aquellos que se sometieran a un acto que simbolizaba ese juicio,
como expresión de su arrepentimiento frente al mismo, encontrarían
que se trataba de un juicio que purificaba y limpiaba. Aquellos que rechazaban
el bautismo de Juan y rehusaban arrepentirse experimentarían el “bautismo”
de aquel que vendría en todo su furor y serían como los árboles
secos y la paja, consumidos por el mismo (Mt. 3.10–12).
II. El bautismo de Jesús
por Juan
El que Jesús se haya sometido a un bautismo de arrepentimiento fue causa
de dificultades para los primitivos cristianos (cf. Mt. 3.14s; Jerónimo,
contra Pelag. 3.2). Cuando menos habrá representado para Jesús
una expresión de su dedicación a la voluntad de Dios y al ministerio,
quizás también una expresión de su entera identificación
con su pueblo ante Dios.
Luego de ser bautizado, el Espíritu descendió sobre Jesús
(Mt. 3.16; Mr. 1.10; Lc. 3.21s . Muchos verían aquí el arquetipo
del bautismo cristiano: bautismo en agua y en Espíritu. Pero mientras
los evangelistas vinculan estrechamente el descenso del Espíritu con
el bautismo de Jesús (que se produce inmediatamente después de
su bautismo), no equiparan ambas cosas ni las unen bajo el término único
de “bautismo”. Además ninguno de los escritores del NT habla
del bautismo de Jesús como el modelo del bautismo cristiano. En cada
caso el evangelista enfoca la atención del lector sobre el ungimiento
del Espíritu y sobre la voz celestial (Jn. 1.32s ni siquiera menciona
el bautismo de Jesús; cf. Hch. 10.37s; 2 Co. 1.21: Dios nos establece
en Cristo y nos ha “encristado”/ungido; 1 Jn. 2.20, 27). No se indica
la razón por la cual Jesús no continuó con el bautismo
de Juan. Quizás porque, como símbolo de juicio, era menos apropiado
para el enfoque del ministerio de Jesús en el cumplimiento de las promesas
y la bendición escatológica, en la postergación del juicio
más bien que en su cumplimiento (cf., p. ej., Mt. 11.2–7; Mr. 1.15;
Lc. 4.16–21; 13.6–9). El bautismo del juicio en todo su furor, la
copa de la ira divina, era algo que él mismo tendría que afrontar
(en favor de otros) hasta la muerte (Mr. 10.38; 14.24, 36; Lc. 12.49s).
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