El llamado al discipulado
2 trimestre de 2015
El libro de Lucas
Notas de Elena G. de White
Lección 4
25 de abril 2015
El llamado al discipulado
Sábado 18 de abril
Cuando Cristo llamó a sus discípulos para que le siguieran, no les ofreció lisonjeras perspectivas para esta vida. No les prometió ganancias ni honores mundanos, ni tampoco demandaron ellos paga alguna por sus servicios. A Mateo, sentado en la receptoría de impuestos, le dijo: “Sígueme. Y dejadas todas las cosas, levantándose, le siguió” (S. Lucas 5:27, 28). Mateo, antes de prestar servicio alguno, no pensó en exigir paga igual a la que cobrara en su profesión. Sin vacilar ni hacer una sola pregunta, siguió a Jesús. Le bastaba saber que estaría con el Salvador, oiría sus palabras y estaría unido con él en su obra.
Otro tanto había sucedido con los discípulos llamados anteriormente. Cuando Jesús invitó a Pedro y a sus compañeros a que le siguieran, en el acto dejaron todos ellos sus barcos y sus redes. Algunos de estos discípulos tenían deudos a quienes mantener; pero cuando oyeron la invitación del Salvador, sin vacilación ni reparo acerca de la vida material propia y de sus familias, obedecieron al llamamiento. Cuando, en una ocasión ulterior, Jesús les preguntó: “Cuando os envié sin bolsa, y sin alforja, y sin zapatos, ¿os faltó algo?” contestaron: “Nada.” (S. Lucas 22:35).
El Salvador nos llama hoy a su obra, como llamó a Mateo, a Juan y a Pedro. Si su amor mueve nuestro corazón, el asunto de la compensación no será el que predomine en nuestro ánimo. Nos gozaremos en ser colaboradores con Cristo, y sin temor nos confiaremos a su cuidado. Si hacemos de Dios nuestra fuerza, tendremos claras percepciones de nuestro deber y aspiraciones altruistas; el móvil de nuestra vida será un propósito noble que nos elevará por encima de toda preocupación sórdida (El ministerio de curación, pp. 380, 381).
Domingo 19 de abril: Pescadores de hombres
La noche era el único tiempo favorable para pescar con redes en las claras aguas del lago. Después de trabajar toda la noche sin éxito, parecía una empresa desesperada echar la red de día. Pero Jesús había dado la orden, y el amor a su Maestro indujo a los discípulos a obedecerle. Juntos, Simón y su hermano, dejaron caer la red. Al intentar sacarla, era tan grande la cantidad de peces que encerraba que empezó a romperse. Se vieron obligados a llamar a Santiago y Juan en su ayuda. Cuando hubieron asegurado la pesca, ambos barcos estaban tan cargados que corrían peligro de hundirse.
Pero Pedro ya no pensaba en los barcos ni en su carga. Este milagro, más que cualquier otro que hubiese presenciado era para él una manifestación del poder divino. En Jesús vio a Aquel que tenía sujeta toda la naturaleza bajo su dominio. La presencia de la divinidad revelaba su propia falta de santidad. Le vencieron el amor a su Maestro, la vergüenza por su propia incredulidad, la gratitud por la condescendencia de Cristo, y sobre todo el sentimiento de su impureza frente a la pureza infinita. Mientras sus compañeros estaban guardando el contenido de la red, Pedro cayó a los pies del Salvador, exclamando: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador”… Sin embargo, se aferraba a los pies de Jesús, sintiendo que no podía separarse de él. El Salvador contestó: “No temas: desde ahora pescarás hombres”. Fue después que Isaías hubo contemplado la santidad de Dios y su propia indignidad, cuando le fue confiado el mensaje divino. Después que Pedro fuera inducido a negarse a sí mismo y a confiar en el poder divino fue cuando se le llamó a trabajar para Cristo (El Deseado de todas las gentes, pp. 212, 213).
Siendo colaboradores con Cristo en la gran obra por la cual dio su vida, encontraremos el verdadero descanso. Cuando éramos pecadores, él dio su vida por nosotros. Quiere que vayamos a él y aprendamos de él. Así debemos encontrar descanso. Él dice que nos dará descanso: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Al hacer esto, encontraréis en vuestras propias experiencias el descanso que da Cristo, el descanso que se deriva de llevar su yugo y levantar sus cargas.
Al aceptar el yugo de restricción y obediencia de Cristo, usted hallará que le es de la más grande ayuda. Al llevar ese yugo se mantendrá cerca del costado de Cristo, y él llevará la parte más pesada de la carga.
“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Aprender las lecciones que enseña Cristo es el más grande tesoro que pueden descubrir los estudiantes. Reciben el descanso cuando comprenden que están tratando de agradar al Señor (Comentario bíblico adventista, t. 5, pp. 1065. 1066).
Lunes 20 de abril: La selección de los doce
Solo, sobre un monte cerca del mar de Galilea, Jesús había pasado la noche orando en favor de estos escogidos. Al amanecer, los llamó a sí y con palabras de oración y enseñanza puso las manos sobre sus cabezas para bendecirlos y apartarlos para la obra del evangelio. Luego se dirigió con ellos a la orilla del mar, donde ya desde el alba había principiado a reunirse una gran multitud (El discurso maestro de Jesucristo, p. 9).
Mientras educaba a sus discípulos, Jesús solía apartarse de la confusión de la ciudad a la tranquilidad de los campos y las colinas, porque estaba más en armonía con las lecciones de abnegación que deseaba enseñarles. Y durante su ministerio se deleitaba en congregar a la gente en derredor suyo bajo los cielos azules, en algún collado hermoso, o en la playa a la ribera del lago. Allí, rodeado por las obras de su propia creación, podía dirigir los pensamientos de sus oyentes de lo artificial a lo natural…
Estaba por darse el primer paso en la organización de la iglesia, que después de la partida de Cristo había de ser su representante en la tierra. No tenía ningún santuario costoso a su disposición, pero el Salvador condujo a sus discípulos al lugar de retraimiento que él amaba, y en la mente de ellos los sagrados incidentes de aquel día quedaron para siempre vinculados con la belleza de la montaña, del valle y del mar.
Jesús había llamado a sus discípulos para enviarlos como testigos suyos, para que declararan al mundo lo que habían visto y oído de él. Su cargo era el más importante al cual hubiesen sido llamados alguna vez los seres humanos, y únicamente el de Cristo lo superaba. Habían de ser colaboradores con Dios para la salvación del mundo. Como en el Antiguo Testamento los doce patriarcas se destacan como representantes de Israel, así los doce apóstoles habían de destacarse como representantes de la iglesia evangélica.
El Salvador conocía el carácter de los hombres a quienes había elegido; todas sus debilidades y errores estaban abiertos delante de él; conocía los peligros que tendrían que arrostrar, la responsabilidad que recaería sobre ellos; y su corazón amaba tiernamente a estos elegidos. A solas sobre una montaña, cerca del mar de Galilea, pasó toda la noche en oración por ellos, mientras ellos dormían al pie de la montaña. Al amanecer, los llamó a sí porque tenía algo importante que comunicarles (El Deseado de todas las gentes, pp. 257, 258).
La ilustración más completa de los métodos de Cristo como maestro, se encuentra en la educación que él dio a los doce primeros discípulos. Esos hombres debían llevar pesadas responsabilidades. Los había escogido porque podía infundirles su Espíritu y prepararlos para impulsar su obra en la tierra una vez que él se fuera. A ellos más que a nadie les concedió la ventaja de su compañía. Por medio de su relación personal dejó su sello en estos colaboradores escogidos. “La vida fue manifestada -dice Juan, el amado- y la hemos visto, y testificamos”.
Solamente por medio de una comunión tal -la comunión de la mente con la mente, del corazón con el corazón, de lo humano con lo divino- se puede transmitir esa energía vivificadora, transmisión que constituye la obra de la verdadera educación. Solo la vida engendra vida (La educación, p. 84).
Martes 21 de abril: Comisión de los apóstoles
El Señor está esperando para manifestar por medio de su pueblo su gracia y su poder. Pero requiere de los que se han alistado a su servicio que mantengan la mente siempre dirigida hacia él. Cada día debieran disponer de tiempo para leer la Palabra de Dios y para orar…
Debemos caminar y hablar con Dios individualmente; entonces la sagrada influencia del evangelio de Cristo en todo lo que tiene de precioso aparecerá en nuestras vidas.
Hay en la vida tranquila y consecuente de un cristiano puro y verdadero una elocuencia mucho más poderosa que la de las palabras. Lo que un hombre es tiene más influencia que lo que dice…
Nuestro carácter y experiencia determinan nuestra influencia en los demás. Para convencer a otros del poder de la gracia de Cristo, tenemos que conocer ese poder en nuestro corazón y nuestra vida. El evangelio que presentamos para la salvación de las almas debe ser el evangelio que salva nuestra propia alma. Solo mediante una fe viva en Cristo como Salvador personal nos resulta posible hacer sentir nuestra influencia en un mundo escéptico. Si queremos sacar pecadores de la corriente impetuosa, nuestros pies deben estar afirmados en la Roca: Cristo Jesús.
El símbolo del cristianismo no es una señal exterior, ni tampoco una cruz o una corona que se lleven puestas, sino que es aquello que revela la unión del hombre con Dios. Por el poder de la gracia divina manifestada en la transformación del carácter, el mundo ha de convencerse de que Dios envió a su Hijo para que fuese su Redentor (La maravillosa gracia de Dios, p. 276).
El Señor está llamando a su pueblo a emprender diferentes líneas de obra misionera. Quienes transitan por caminos y vallados han de escuchar el salvador mensaje evangélico. Los miembros de iglesia han de hacer obra evangelizadora en los hogares de quienes, entre sus amigos y vecinos, todavía no han recibido la evidencia completa de la verdad…
Que quienes se dediquen a esta obra hagan de la vida de Cristo su estudio constante. Sean intensamente fervientes, usando toda capacidad en el servicio del Señor. Preciosos resultados premiarán los esfuerzos sinceros y abnegados. Los obreros recibirán del gran Maestro la más alta educación de todas (Reflejemos a Jesús, p. 194).
El Señor espera que sus siervos superen a los demás en vida y carácter. Ha puesto toda clase de facilidades a disposición de los que le sirven. El cristiano es observado por todo el universo como quien lucha por el dominio corriendo la carrera que le es propuesta para obtener el premio, a saber, una corona inmortal; pero si el que pretende seguir a Cristo no pone de manifiesto que sus motivos están por sobre los del mundo en esta gran competencia en la cual se puede ganar todo y también se puede perder todo, nunca será vencedor. Empleará toda facultad que se le haya confiado para vencer al mundo, la carne y el diablo por medio del poder del Espíritu Santo, en virtud de la abundante gracia provista para que no falle ni se desanime, sino que sea completo en Cristo, acepto en el Amado (La maravillosa gracia de Dios, p. 271).
Miércoles 22 de abril: El envío de los setenta
Los discípulos no habían de aguardar que la gente acudiese a ellos. Ellos debían ir a la gente y buscar a los pecadores como el pastor busca a la oveja perdida. Cristo les presentó el mundo como su campo de labor. Debían ir “por todo el mundo” y predicar “el evangelio a toda criatura” (S. Marcos 16:15). Habían de predicar acerca del Salvador, acerca de su vida de amor abnegado, su muerte ignominiosa, su amor sin parangón e inmutable. Su nombre había de ser su consigna, su vínculo de unión. En su nombre habían de subyugar las fortalezas del pecado. La fe en su nombre había de señalarlos como cristianos (Joyas de los testimonios, tomo 3, p. 206).
Los discípulos cumplieron la comisión que Cristo les dio. A medida que esos mensajeros de la cruz salían a proclamar el evangelio, se manifestaba tal revelación de la gloria de Dios como nunca antes habían visto los mortales. Por medio de la cooperación del Espíritu divino, los apóstoles realizaron una obra que conmovió al mundo. El evangelio fue llevado a toda nación en una sola generación.
Gloriosos fueron los resultados que acompañaron al ministerio de los apóstoles escogidos por Cristo. Al principio, algunos de ellos eran hombres sin letras, pero su consagración a la causa de su Maestro era absoluta y bajo su instrucción consiguieron una preparación para la gran obra que les fue encomendada. La gracia y la verdad reinaban en sus corazones, inspiraban sus motivos y dirigían sus acciones. Sus vidas estaban escondidas con Cristo en Dios, el yo se perdía de vista, sumergido en las profundidades del amor infinito… Jesucristo, sabiduría y poder de Dios, era el tema de todo discurso… A medida que proclamaban un Salvador todopoderoso, resucitado, sus palabras conmovían los corazones y hombres y mujeres eran ganados para el evangelio. Multitudes que habían vilipendiado el nombre del Salvador y despreciado su poder, ahora se confesaban discípulos del Crucificado.
Los apóstoles no cumplían su misión por su propio poder, sino con el del Dios viviente… El sentido de la responsabilidad que descansaba sobre ellos, purificaba y enriquecía sus vidas; y la gracia del cielo se revelaba en las conquistas que lograron para Cristo. Con el poder de la omnipotencia. Dios obraba por intermedio de ellos para hacer triunfar el evangelio.
Así como Cristo envió a sus discípulos, envía hoy a los miembros de su iglesia. El mismo poder que los apóstoles tuvieron es para ellos. Si desean hacer de Dios su fuerza, él obrará con ellos, y no trabajarán en vano. Comprendan que la obra en la cual están empeñados es una sobre la cual el Señor ha puesto su sello… Nos envía a seguir anunciando las palabras que nos ha dado, sintiendo su toque santo sobre nuestros labios (La maravillosa gracia de Dios, p. 275).
Más allá de la cruz del Calvario, con su agonía y vergüenza, Jesús miró hacia el gran día final, cuando el príncipe de las potestades del aire será destruido en la tierra durante tanto tiempo mancillada por su rebelión. Contempló la obra del mal terminada para siempre, y la paz de Dios llenando el cielo y la tierra.
En lo venidero, los seguidores de Cristo habían de mirar a Satanás como a un enemigo vencido. En la cruz, Cristo iba a ganar la victoria para ellos; deseaba que se apropiasen de esa victoria. “He aquí -dijo él- os doy potestad de hollar sobre las serpientes y sobre los escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará”.
El poder omnipotente del Espíritu Santo es la defensa de toda alma contrita. Cristo no permitirá que pase bajo el dominio del enemigo quien haya pedido su protección con fe y arrepentimiento. El Salvador está junto a los suyos que son tentados y probados. Con él no puede haber fracaso, pérdida, imposibilidad o derrota; podemos hacer todas las cosas mediante Aquel que nos fortalece. Cuando vengan las tentaciones y las pruebas, no esperéis arreglar todas las dificultades, sino mirad a Jesús, vuestro ayudador {El Deseado de todas las gentes, p. 455).
Jueves 23 de abril: El costo del discipulado
Los que quieran ser victoriosos deberán tomar en cuenta el costo de la salvación. Las fuertes pasiones humanas deben ser subyugadas; la voluntad independiente debe ser sometida al cautiverio de Cristo. El cristiano debe comprender que no se pertenece a sí mismo. Tendrá que resistir tentaciones y librar batallas contra sus propias inclinaciones, porque el Señor no aceptará un servicio a medias. La hipocresía es abominación para él. El seguidor de Cristo debe andar por fe, como viendo al Invisible. Cristo será su tesoro más querido, su todo…
El que tiene la mente de Cristo sabe que para seguir una conducta segura debe mantenerse cerca de Jesús, siguiendo la luz de la vida (La maravillosa gracia de Dios, p. 271).
¿Qué puede compararse con la pérdida del alma humana? Es algo que cada uno debe decidir por su cuenta: si ganar los tesoros de la vida eterna o perderlo todo a causa de su descuido de hacer que Dios y su justicia ocupen el primer lugar en su vida. Jesús, el Redentor del mundo, que dio su vida preciosa para que cada hijo e hija de Adán pudieran vivir, vivir eternamente en el reino de Dios, observa con pesar al gran número de cristianos profesos que no le sirven a él sino a sí mismos. Difícilmente piensen en las realidades eternas, a pesar de que él les llama la atención a la preciosa recompensa que aguarda a los fieles que quieran servirle con sus afectos indivisos. Les muestra las realidades eternas. Les ruega que calculen el costo de ser un seguidor obediente y fiel de Cristo, y dice: “No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24) (A fin de conocerle, p. 323).
Sométase a la disciplina de Cristo. Déjese conducir por su Palabra. Preste atención a esta instrucción suya: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29).
Insto a las iglesias en todas partes que hagan una obra cabal, teniendo en vista la eternidad, mediante la confesión y el abandono del pecado. “Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder” (2 Pedro 1:3). ¿Qué significa esto? “Mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia”, “Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria” (2 Corintios 3:18).
Solo Dios y Cristo saben cuánto costaron las almas de los hombres. Por causa de nosotros el Hijo de Dios se hizo pobre, para que mediante su pobreza pudiéramos ser enriquecidos con los tesoros eternos. Su amor no tiene parangón (Cada día con Dios, p. 290).
Viernes 24 de abril: Para estudiar y meditar
El Deseado de todas las gentes, pp. 211 -216.
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