Libro Complementario 13 Julio – Septiembre 2012

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Cartas a los Tesalonicenses

Capítulo 13

Mantener fiel a la iglesia
(2 Tesalonicenses 2:13-3:18)

Las iglesias son muy parecidas a las plantas. Como señalé en el capítulo anterior, si una planta no crece, morirá. En otras palabras, Dios diseñó a las plantas para el cambio. Y lo que es cierto de las plantas también es cierto en cuanto a las iglesias. Si no cambian, también morirán, finalmente.
Pero, no todo cambio es bueno. El cambio puede alejarnos de quié­nes somos; puede causar que perdamos contacto con el propósito de Dios para nuestra existencia. Aunque la adaptación a las condiciones cambiantes es una característica de las iglesias saludables, no deben nunca olvidar cómo Dios las condujo en el pasado. El cambio cons­tructivo siempre considerará la “doctrina que habéis aprendido” (2 Tesalonicenses 2:15). La mejor de estas tradiciones refleja la conducción de Dios sobre la iglesia en lo pasado. Por medio de la revelación y el consenso guiados por el Espíritu, Dios ha guiado a la iglesia a la fidelidad. La luz del pasado ayuda a la iglesia a navegar su camino en medio de las traicioneras aguas del cambio.
2 Tesalonicenses 2:13-17

  1. Pero estamos obligados

a dar gracias a Dios siempre por ustedes,
hermanos amados por Dios,
porque Dios los eligió
desde el principio (como primeros frutos)
a la salvación
en santificación del Espíritu
y creencia de la verdad.

  1. Con este fin en vista,

él los llamó
por medio de nuestro evangelio,
para que puedan obtener la gloria
de nuestro Señor Jesucristo.

  1. Así que, hermanos

estad y retened firmes las tradiciones que les fueron enseñadas,
sea por palabra de mi boca o
por medio de nuestra carta.

  1. Que nuestro Señor Jesucristo mismo y

Dios nuestro Padre.
que nos amó y
que nos dio
ánimo eterno y
esperanza confiable
por la gracia,

  1. consuele los corazones de ustedes y

los fortalezca
en toda buena obra y palabra.
El lenguaje de esta sección recuerda la oración a comienzos de 1 Te­salonicenses. Es casi como si Pablo estuviera volviendo intencionalmente al lugar donde comenzó, creando una conclusión natural a este par de cartas. Aquí, expresa su preocupación para que los creyentes en Tesalónica no se desvíen del sendero en el cual él los puso.
Una vez más, el empleo de la palabra hermanos (en los versículos 13 y 15) brinda la señal de un giro en la carta; en este caso, el giro hacia la conclusión. Y, una vez más, Pablo se siente compelido a dar gracias a Dios por los creyentes en Tesalónica (versículo 13). Sus vidas daban evidencia a Pablo de que habían elegido la salvación “como primeros frutos”, o “desde el principio”, dependiendo del texto griego que uno elija seguir.
Para creer la verdad, hay que conocerla; por esto, Pablo está tan preocupado porque los tesalonicenses se aferraran de las tradiciones que se les había enseñado por carta y por la palabra hablada (2 Tesalonicenses 2:15). La captación de la verdad que atesora la gente, a veces, se escapa con el paso del tiempo, de modo que la salvaguarda de la verdad ocurre por medio de la tradición escrita y la oral. En los primeros días de la iglesia, la tradición oral era preferida por sobre la tradición escrita. La tradi­ción oral está menos sujeta a la distorsión no intencional: los gestos y el tono de voz comunican significados más exactamente que las palabras escritas en una página. Por esa razón, la predicación, como método de comunicación, nunca está fuera de época. Sin embargo, la tradición es­crita, como en las cartas de Pablo, está menos sujeta a las distorsiones intencionales que harían quienes pretendían alterar el evangelio para sus propios propósitos. La palabra escrita provee de una norma segura e inmutable por la cual podemos probar los mensajes que vienen por medio de la predicación.
El segundo capítulo termina con otra “oración de deseos”, de la plu­ma de Pablo (versículos 16, 17).
Pablo ora porque los tesalonicenses sean fortalecidos, por Jesús y su Padre, en “toda buena obra y palabra”. La verdad que ha entrado en sus vidas se demostrará por medio de sus obras y sus actos. Estos cam­bios no son, principalmente, el resultado de la atención y el esfuerzo del creyente; Dios provee fortaleza y consuelo “por gracia”, como un don gratuito (versículo 16).
2 Tesalonicenses 3:1-5

  1. Finalmente, hermanos,

oren por nosotros
a fin de que la palabra de Dios pueda progresar
y ser glorificada,
así como está en ustedes,

  1. y con el fin de que podamos ser librados

de hombres fuera de lugar y malos:
porque no todos tienen fe.

  1. Pero fiel es Dios,

que los fortalecerá
y guardará contra el mal [o “el maligno”].

  1. Y tenemos confianza en el Señor

con respecto a ustedes
que lo que les ordenamos
ustedes están haciendo
y continuarán haciéndolo.

  1. Ahora que el Señor dirija los corazones de ustedes

al amor de Dios y
a la paciente perseverancia en Cristo.
La frase inicial de este pasaje: (“Finalmente, hermanos”) señala que el lector está acercándose a la conclusión de la carta (2 Corintios 13:11; Efesios 6:10; etc.). Ahora, Pablo pide oraciones (como lo hizo en 1 Tesalonicenses 5:25) con respecto a dos ámbitos de su vida. Primero, él anhela que el evangelio se esparza rápidamente y que sea honrado por medio de su trabajo. Su elección de las palabras aquí (2 Tesalonicenses 3:1) recuerda los juegos olímpicos: primero, los atletas corren fuertemente, y luego son honrados. En un giro lleno de gracia, Pablo sugiere que le gustaría tener tanto éxito en la evangelización como el que tuvieron los tesalonicenses.
Segundo, Pablo desea que oren para que sea librado de hombres “fuera de lugar” y malos (versículo 2). La expresión, aquí, implica que tiene en mente a individuos específicos, a quienes los destinatarios de la carta conocerían.
Pablo prosigue con sus pedidos de oración con un juego de palabras (versículos 2, 3). No toda la gente tiene “fe” (confianza o dedicación a Dios); pero el Señor es “fiel” (confiable, uno que inspira confianza y dedicación). El Señor fiel es confiable; los tesalonicenses pueden confiar, en él, que los guardará contra el maligno, o Satanás. Las buenas nuevas son que, aunque Satanás es más poderoso que nosotros, el Señor es más poderoso que él.
En el mundo actual, muchas personas se burlan de la idea de un mal personal, en la forma de un ser llamado Satanás. Piensan que tanto el bien como el mal son, sencillamente, consecuencias al azar de eventos de causa y efecto. Pero, la Biblia claramente afirma que Satán es real. En algunas partes del mundo puede serle ventajoso esconderse. Pero, siem­pre que el evangelio avanza con poder él es forzado a revelarse, como Pablo lo indica en el centro del capítulo 2. Elena de White declara: “Es precioso el pensamiento de que la justicia de Cristo nos es imputada, no por ningún mérito de nuestra parte, sino como don gratuito de Dios. El enemigo de Dios y del hombre no quiere que esta verdad sea presentada claramente; porque sabe que si la gente la recibe plenamente habrá per­dido su poder sobre ella”. La mayor protección en contra del poder de Satán es un compromiso completo con el evangelio de Jesucristo.
Pablo termina este pasaje felicitando una vez más a los tesalonicenses y ofreciendo otra petición de deseos en favor de ellos. Él tiene confianza en que los tesalonicenses están haciendo lo que les pidió; y que conti­nuarán haciéndolo a pesar de la oposición de Satanás y de la gente que él inspira. Pablo ora para que Dios dirija la atención de los tesalonicenses al “amor de Dios” y a la “paciencia de Cristo”. La meta de la vida espiritual es ser como Dios en amor y como Cristo en paciente perseverancia.
2 Tesalonicenses 3:6-8

  1. Ahora les ordenamos, hermanos,

en el nombre de nuestro Señor Jesucristo,
que se mantengan alejados de cada hermano
que camina en pereza [desordenadamente]
y no de acuerdo con la tradición
que recibió de nosotros.

  1. Porque ustedes mismos saben

cuán necesario es imitarnos a nosotros,
porque no fuimos ociosos [desordenados] entre ustedes.

  1. Ni tampoco comimos el pan de ninguno

sin pagar por él,
pero en trabajos y fatiga
estuvimos trabajando noche y día
a fin de no ser carga para ninguno de ustedes.
En el versículo 4, Pablo expresó la confianza en que los tesalonicenses obedecerían cualquier orden que les diera. En los versículos 6 al 12, los pone a prueba. Apelando a la autoridad de Cristo, de las Escrituras y de sus propios enseñanza y ejemplo, les ordena que se “alejen” (versículo 6) de los miembros ociosos o desordenados, y que eviten asociarse con ellos (versículo 14). Tal orden puede ser bastante desafiante en una comunidad pequeña, pero Pablo estaba contando con su obediencia.
Desde el mismo comienzo, la obediencia a las palabras de Jesús fue autoritativa para quienes lo seguían (Mateo 7:24-27; Juan 3:18-21). En los años posteriores a su ascensión, sus palabras y sus acciones siguieron teniendo autoridad para la iglesia (1 Tesalonicenses 4:15; Hechos 20:35; 1 Corintios 11:23- 26). Entonces, por la inspiración del Espíritu Santo, los apóstoles fueron guiados a interpretar correctamente las palabras de Jesús y la importan­cia de sus acciones (Juan 15:26, 27; 16:13-15). Y, antes de que la primera generación de cristianos saliera de la escena, la iglesia primitiva había llegado a la conclusión de que los escritos de los apóstoles eran plenamen­te equivalentes a los de los profetas del Antiguo Testamento, de modo que pudieron llamarlos Escritura (2 Pedro 3:2, 16). En el capítulo 3, Pablo reclama explícitamente la autoridad de sus cartas; en efecto, pretendía que estaban dotadas con tanta autoridad divina como el Antiguo Testa­mento (2 Tesalonicenses 3:6, 14).
En los tiempos del Nuevo Testamento, tradición no era una palabra sucia: representaba la memoria, en la iglesia, de los dichos y las acciones de Jesús, e incluía las enseñanzas orales y los escritos de los apóstoles. La tradición, como la entendieron los primeros cristianos, actuaba casi de la misma manera que las Escrituras para nosotros en la actualidad; incluían las órdenes que habían de ser obedecidas.
Para los tesalonicenses, la tradición significaba más que solo las car­tas de Pablo; comprendía todo lo que él les había enseñado cuando estuvo en Tesalónica, lo mismo que sus acciones, que ellos debían imitar. El he­cho de que Pablo haya trabajado duro con el fin de sostenerse a sí mismo en Tesalónica no solo mostraba que se preocupaba por ellos (1 Tesalonicenses 2:9), sino también sentó una tradición que él esperaba que ellos aplicaran a sus propias vidas. Pablo no estaba ocioso mientras estuvo entre ellos: no comió de la comida de otros sin pagar por ella; trabajó noche y día como para no ser una carga para ninguno, y deseaba que los creyentes de Tesalónica también fueran autosuficientes. Cualquier miembro de la iglesia allí, que viviera en forma diferente, estaba “fuera de orden” (ampliaré este tema más adelante).
2 Tesalonicenses 3:9-12

  1. No es porque no tengo autoridad,

pero a fin de que podamos darles un ejemplo,
para que pudieran imitarme.

  1. Porque aun cuando estaba con ustedes,

constantemente ordenamos cosas como:
“Si alguno no desea trabajar,
tampoco debería comer”.

  1. Porque oímos

que algunos entre ustedes están caminando en ociosidad [desordenadamente],
en lugar de estar ocupados, se entremeten.

  1. Ordenamos y rogamos a tales personas

en el Señor Jesucristo
que trabajando en quietud,
Cada uno coma su propio pan.
El lenguaje griego contiene más de un vocablo que se puede traducir como “pero”. En los versículos 8 y 9, Pablo utiliza dos veces el “pero” de mayor fuerza, con la intención de introducir un contraste extremo. Pablo y los apóstoles no vivían de otros, “pero”, en cambio, trabajaban noche y día (versículo 8). No trabajaban por causa de debilidad; deliberadamente, trabajaban para sus gastos, a fin de dar un ejemplo a los creyentes. Pablo debió haber sentido desde el principio que habría desafíos singulares en esta comunidad en particular.
¿Qué otra cosa podemos aprender acerca de la naturaleza de los de­safíos que presentaba la iglesia en Tesalónica?
Un número importante de los miembros de aquella iglesia estaba ocioso, desordenado o fuera de orden (2 Tesalonicenses 3:6, 7, 11). La palabra clave en griego es átaktos, que se basa en la raíz táktos. El significado central de táktos es arreglar, poner las cosas en orden o dar órdenes, ya sea en comercios, en el gobierno o en asuntos militares. En griego, poner la letra alfa delante de una palabra la transforma en su opuesto, así como lo hacemos en castellano con in- (considerado-inconsiderado), o des- (abastecer-desabastecer). Así que, cuando se agrega una a a táktos, la palabra resultante es átaktos, que significa “desordenado”.
El filósofo judío Filón usó átaktos para describir la condición del mundo antes de la creación (Génesis 1:2). Y el historiador judío Josefo la empleó para denotar el desorden que se advierte en un ejército derrota­do. La palabra, también, se aplicó a multitudes descontroladas que dan vueltas de manera desordenada. La persona átaktos es alguien que evade las obligaciones, que se ubica a sí mismo fuera del orden social. Un jardín se vuelve desordenado cuando no hay un esfuerzo humano importante (arrancar malezas, podar, cultivar). Así, la palabra puede tener un sig­nificado extendido para “ociosidad”: una persona átaktos es alguien que debería estar trabajando, pero no lo está haciendo.
Pero, átaktos no es sinónimo de pereza. El verdadero problema de la gente átaktos no es que tenga poca motivación para trabajar; es más un asunto de una actitud irresponsable por parte de ellos. Los miembros desordenados en Tesalónica no estaban sentados por allí; iban de un lugar a otro creando disturbios. Pasaban su tiempo discutiendo sobre teología o criticando la conducta de otros, en lugar de ganarse su sus­tento. En el versículo 11, Pablo utiliza un juego de palabras que podría traducirse literalmente como “en lugar de trabajar, están trabajando al­rededor”. Estaban ocupados en los asuntos de todos, menos en los de ellos. Por lo tanto, aunque átaktos a menudo se traduce como “ociosidad” (por ejemplo, ver 1 Tesalonicenses 5:14; 2 Tesalonicenses 3:6, 7, 11), tiene más que ver con una actitud disociadora, que con simplemente pereza. Que Pablo tuviera que atender esta cuestión tan a menudo (ver también 1 Tesalonicenses 4:9-12) indica que era un problema importante para la iglesia de Tesalónica.
El alboroto mencionado en Hechos 17:5 al 8 estaba basado, en primer lugar, en acusaciones maliciosas por parte de los judíos, que sentían que su posición en la ciudad estaba amenazada por la llegada de los cris­tianos, especialmente a la luz de la reciente expulsión de los judíos de Roma [49 d. C.]. Pero, como vimos anteriormente, también existía un mal entendido provocado por las expectativas surgidas por el culto de Cabirus (ver el capítulo 3 de este libro). El lenguaje que Pablo usó en sus cartas a los tesalonicenses, sin embargo, sugiere que algo de la culpa por el alboroto correspondía a los mismos miembros nuevos. Llevaron una actitud perturbadora con ellos a la iglesia, y esa actitud causó problemas no solo en la iglesia, sino también en la sociedad en general.
Como apóstol, podría haber requerido que la iglesia le proveyera de casa, de comida y de dinero, pero Pablo trabajó “noche y día”, para no ser una carga para ellos (1 Tesalonicenses 2:9). Si el ejemplo de Pablo era lo único que los llamaba a trabajar duro, algunos podrían haber pretendido que la tradición no era clara. Pero, el apóstol también se ocupó de este problema con palabras. Durante el breve lapso en que estuvo con ellos en persona, a menudo decía: “Si alguno no desea trabajar, tampoco debiera comer” (2 Tesalonicenses 3:10). Pablo no inventó este dicho; está ampliamente documentado en el mundo antiguo, tanto en documentos judíos como griegos. Este es el otro lado de la moneda, cuando se trata de ayudar a los pobres; a veces es más sabio retirar el apoyo que ofrecer más apoyo.
En alguna forma, seguir el consejo de Pablo es aún más desafiante hoy de lo que fue en el mundo antiguo. Hoy, un número creciente de personas trabaja en servicios, donde pasan sus vidas enseñando, sanan­do, ministrando y dirigiendo, en lugar de trabajar con sus manos. En nuestro mundo, cada vez más las máquinas ejecutan el trabajo duro; por eso, mucha gente concurre a programas de ejercicios y de gimnasia, en la actualidad.
El consejo de Pablo puede ser apropiado a la oficina típica actual. En ausencia del trabajo manual duro, la gente que se encuentra junta en una oficina (aun en una oficina de la iglesia) puede fácilmente caer en la misma trampa que la de los creyentes tesalonicenses. Pueden pasar el tiempo hablando acerca de Teología, de las peculiaridades de la per­sonalidad de otros o de los desprecios percibidos, que la gente que pasa horas trabajando en un lugar siempre experimenta. El resultado es una atmósfera tóxica de críticas y de culpas, lo que suena muy parecido a lo que sucedía en la iglesia de Tesalónica.
¿El consejo de Pablo? ¡Ocúpate en tus propias cosas! Mantén tu con­centración en el Señor. No te canses de hacer el bien a otros. Haz tu trabajo “en quietud” (1 Tesalonicenses 4:11; 2 Tesalonicenses 3:12), manejando tus propios asuntos. Decide marcar una diferencia que sea más positiva que negativa.
Sigue el ejemplo amoroso, perdonador y misericordioso de Jesús y de los apóstoles. Y, si todo lo demás falla, ¡obedece los mandamientos que Dios ordenó que debes cumplir!
2 Tesalonicenses 3:13-15

  1. En cuanto a ustedes, hermanos,

no se cansen de hacer el bien.

  1. Si alguno no obedece nuestra palabra

por medio de esta carta,
toma nota de él.
No se asocien con él,
para que él sea avergonzado.

  1. Y no lo consideren un enemigo,

sino amonéstenlo como a un hermano.
La disciplina de la iglesia es uno de los problemas más difíciles que afrontan las congregaciones. Cada miembro equivocado es el hermano, la madre, el hijo, el primo o el mejor amigo de otro fiel. Algunos miem­bros prefieren nunca disciplinar a nadie, y otros prefieren sanciones se­veras. ¿Cómo encuentra una iglesia la voluntad de Dios, en medio de intereses que compiten entre sí?
Mateo 18 sugiere un proceso claro y sencillo. Primero, comienza con una conversación uno a uno, entre el ofensor y el que fue más ofendido. El contexto indica que, siempre que sea posible, el perdón debe ser la meta de la conversación (Mateo 18:21-35). Segundo, si el primer paso no da resultado, para evitar confusiones acerca de lo que dijo cada quien, el miembro ofen­dido debe tomar a una o dos personas consigo. Solo después de que se han seguido estos dos primeros pasos debería ir el asunto a la iglesia en sesión administrativa. Entonces, si el ofensor no responde a la iglesia íntegra, debe ser tratado como un “gentil y publicano” (Mateo 18:17).
Pero, descubrimos una cuestión intrincada en la instrucción de Je­sús. ¿Qué significa tratar a alguien como se trataría a un gentil o a un recolector de impuestos? Hay, por lo menos, dos posibilidades, y son muy diferentes. Por un lado, Jesús podría estar llamando a la iglesia a evitar al ofensor de la manera en que los judíos evitaban a los gentiles y a los publícanos. No obstante, por otro lado, podría estar llamándolos a tratar al ofensor de la manera en que Él trataba a los gentiles y a los recolectores de impuestos: ¡con compasión y perdón!
Aplicar Mateo 18 y 2 Tesalonicenses 3 a la vida contemporánea es un desafío. No existen dos personas iguales; no hay dos situaciones iguales. En algunos casos, el perdón ablanda el corazón de un ofensor y lo lleva a reconciliarse con la iglesia. En otros casos, el ofensor puede responder solo a un amor que sea lo suficientemente firme como para confrontarlo y administrar las consecuencias. Por esto, la Asociación General no dis­ciplina a nadie: esos delicados procesos son manejados de mejor forma por la iglesia local, donde el ofensor es mejor conocido.
La efectividad del amor firme no es una licencia para el abuso. De acuerdo con el versículo 15, la persona que es evitada todavía debe ser tratada como miembro de la familia. La disciplina no es personal; es un acto público, ejercido para el bien de toda la comunidad. La iglesia lo “aparta”, exponiendo públicamente el problema. Pero, aunque no es apropiado que la iglesia y el ofensor mantengan una relación de igual a igual, los creyentes deben continuar siendo corteses hacia esa persona. Quienes disciplinan deben recordar siempre que el ofensor es un her­mano “por quien Cristo murió” (Romanos 14:15; 1 Corintios 8:11).
2 Tesalonicenses 3:16-18

  1. Ahora que el Señor de paz les dé paz

en todo tiempo
de todas maneras.
El Señor esté con todos ustedes.

  1. El saludo es de mi propia mano: Pablo,

esta es una señal en cada carta.
Esto es como escribo.

  1. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos ustedes.

Amén.
En el versículo 16 Pablo usa tres p para enfatizar la importancia del don de la paz, que él desea que los creyentes tesalonicenses tengan: pan­tos, “todos los tiempos”; pánti, “de todas maneras”; pánton, “todos us­tedes”. La iglesia ha sufrido persecución desde afuera y desgarros desde adentro. La mayor necesidad de los miembros es paz; y Jesucristo, el Señor de la paz, es la mejor fuente.
Yo creo que Pablo, además, desearía que todos aquellos que han leído este libro acerca de sus cartas a los tesalonicenses puedan también gozar de esa paz celestial.


Referencias
Todos los manuscritos de este pasaje contienen las mismas letras. Algu­nos manuscritos presentan las letras en cuestión como una sola palabra (aparjé, “primeros frutos”); otros las dividieron en dos palabras (ap arjé, “desde el principio”). Los manuscritos más tempranos del Nuevo Testamento no tenían puntuación, ni siquiera espacio entre las palabras, de modo que cualquiera de las dos lecturas podría ser la original. Pero, la elección aquí no afecta el punto principal del pasaje. Aunque la salvación es un don de acuerdo con el propósito de Dios, es traída al lector por medio de la santificación por el Espíritu y la creencia en la verdad.

Elena G. de White, Obreros evangélicos (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1971), p. 169.

 


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